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  • La pérdida de un ser querido
    La Atalaya 2008 | 1 de julio
    • La pérdida de un ser querido

      A eso de las siete de la noche del martes 17 de julio de 2007, un avión de pasajeros se salió de la pista en el aeropuerto más transitado de Brasil, situado en el corazón de São Paulo. El aparato cruzó una carretera principal y fue a estrellarse contra un almacén. Murieron unas doscientas personas.

      ESTA tragedia, considerada el mayor desastre aéreo en la historia de Brasil, quedará grabada en la memoria de las personas que perdieron a seres queridos en el accidente. Una de ellas fue Claudete, que estaba viendo la televisión cuando oyó la noticia. Su hijo, Renato, iba en ese avión. Tenía tan solo 26 años, y pensaba casarse en octubre, apenas tres meses después. Desesperada, Claudete lo llamó a su teléfono celular. Cuando nadie contestó, cayó al suelo y rompió a llorar inconsolablemente.

      Por su parte, Antje perdió a su prometido en un accidente automovilístico, ocurrido en enero de 1986. La noticia la dejó en estado de shock. “Mi primera reacción fue de incredulidad —recuerda—. Pensé que se trataba de una pesadilla y que en cualquier momento despertaría y descubriría que nada de aquello estaba pasando. Me puse a temblar y sentí un dolor horrible, como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago.” Antje sufrió de depresión los siguientes tres años. Y aunque ya han transcurrido más de dos décadas, aún tiembla al recordar lo sucedido.

      Las palabras no alcanzan a expresar la conmoción, la incredulidad y la desesperación que ocasionan estas pérdidas tan repentinas. Pero el dolor también puede ser muy intenso incluso cuando la muerte de un ser querido ya se veía venir, como en el caso de una enfermedad terminal. Y es que, sea como sea, nadie está totalmente preparado para esa experiencia. Piense, por ejemplo, en el caso de Nanci, quien perdió a su madre en el año 2002. Aunque la había visto sufrir una larga enfermedad, el día que murió, Nanci quedó en completo estado de shock, sentada en el suelo del hospital. Le parecía que ahora su vida no tenía ningún sentido. Y aunque ya han pasado cinco años, todavía llora cuando piensa en su madre.

      “Uno nunca supera la pérdida, simplemente se acostumbra a ella”, afirma la doctora Holly G. Prigerson. Si usted ha perdido a algún ser amado —inesperadamente o no—, quizá se pregunte: “¿Es normal que sienta tanto dolor? ¿Qué me puede ayudar a sobrellevar la pérdida? ¿Volveré a verlo alguna vez?”. En el siguiente artículo se examinan estas y otras preguntas que usted tal vez tenga.

      [Reconocimiento de la página 3]

      EVERTON DE FREITAS/AFP/Getty Images

  • Cómo vivir con ese dolor
    La Atalaya 2008 | 1 de julio
    • “Venían todos [los] hijos y [las] hijas [de Jacob] a consolarle, pero él rechazaba todo consuelo, diciendo: ‘En duelo bajaré al sepulcro con mi hijo’. Y su padre le lloraba.” (GÉNESIS 37:35, Pontificio Instituto Bíblico)

      EL PATRIARCA Jacob quedó tan desolado al enterarse de la muerte de su hijo, que pensaba que lloraría su pérdida hasta el día que él mismo muriera. Al igual que a Jacob, es posible que a usted le parezca que el dolor de perder a un ser querido es tan profundo que nunca se irá. Si usted se siente así, ¿será porque le falta fe en Dios? Claro que no.

      Piense en lo siguiente: la Biblia nos presenta a Jacob como un hombre de fe. Junto con Abrahán e Isaac —su abuelo y su padre, respectivamente—, Jacob sobresale por esa cualidad (Hebreos 11:8, 9, 13). De hecho, hasta luchó con un ángel toda una noche para conseguir que Dios lo bendijera (Génesis 32:24-30). Es obvio que era un hombre profundamente espiritual. ¿Qué nos enseña esto? Que uno puede tener una fe fuerte y aun así sentir dolor y angustia por la muerte de alguien muy cercano. En realidad, sentirse acongojado es algo perfectamente normal en esa situación.

      ¿Cómo describir el dolor?

      La muerte de un ser querido nos afecta de diversas maneras, pero el sentimiento más intenso suele ser el dolor emocional. Piense en la experiencia de Leonardo, quien tenía 14 años cuando su padre falleció de repente a causa de problemas cardiorrespiratorios. Nunca olvidará el día en que su tía le dio la noticia. Al principio se negó a creerlo. Aunque vio el cuerpo de su padre en el funeral, todo le seguía pareciendo extrañamente irreal. Durante seis meses fue incapaz de llorar. A menudo se sorprendía a sí mismo esperando a que su padre regresara del trabajo. Pasó alrededor de un año antes de que asimilara la enormidad de su pérdida. Y entonces lo embargó una terrible soledad. Cosas pequeñas, como llegar a la casa y encontrarla vacía, le recordaban que su padre ya no estaba, y en esas ocasiones se derrumbaba y rompía a llorar. ¡Cuánto lo extrañaba!

      Como bien muestra el caso de Leonardo, el dolor puede ser muy intenso. Sin embargo, aunque puede tomar algún tiempo, es posible recuperarse. Tal como una grave herida física tarda en curarse, el dolor quizá dure meses, varios años o hasta más tiempo. Pero, poco a poco, va disminuyendo la intensa aflicción que uno siente al principio, y la vida parece menos triste y vacía.

      Mientras tanto, según se dice, el dolor es un componente necesario del proceso de recuperación y de adaptación a las nuevas circunstancias. Donde antes había un ser amado, ahora hay un vacío, y uno tiene que aprender a vivir sin esa persona. En cierto sentido, el dolor es un aliado, pues, al expresarlo, desahogamos nuestros sentimientos. Por supuesto, no todos manifestamos la pena de la misma manera. Sin embargo, una cosa parece cierta: reprimir el dolor nos perjudica mental, emocional y físicamente.

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