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GuadalupeAnuario de los testigos de Jehová 1995
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Aunque los Testigos visitaron Guadalupe en 1936, no se empezó a dar testimonio con cierta regularidad en los muelles del puerto de Pointe-à-Pitre sino hasta 1938.
Apenas se había empezado a electrificar la isla, y en las calles solo se veían unos cuantos automóviles. El puerto era un lugar bullicioso donde anclaban barcos de todo tamaño. Mientras los comerciantes y sus empleados iban y venían, los estibadores cargaban bultos enormes, cajones muy pesados y grandes toneles. A la hora del almuerzo se veía a un hombre que tenía por costumbre sentarse a la sombra, en el peldaño de una casa, rodeado de trabajadores, a los que hablaba de la Biblia. Este hombre, de más de 40 años, casado y oriundo de Dominica, una isla al sur de Guadalupe, se llamaba Cyril Winston. Era alto, de ojos grises y buena presencia, y hablaba con aplomo el idioma criollo. Este predicador de tiempo completo, o precursor, también trabajaba diligentemente para mantener a su familia.
Condé Bonchamp fue uno de los primeros que escucharon atentamente a Cyril Winston. “Trabajábamos juntos de estibadores en el puerto —relata—. Al mediodía, varios trabajadores y yo nos sentábamos alrededor de Cyril para disfrutar de sus explicaciones bíblicas. Poco después reunió un pequeño grupo de personas de Dominica que trabajaban con nosotros y organizó reuniones. Asistíamos cinco personas.”
Para celebrar las reuniones, el hermano Winston arrendó un cuarto de la case de René Sahaï y su esposa. La case antillana es una vivienda hecha con tablas clavadas sobre una estructura de vigas de madera y un techo de láminas metálicas acanaladas. Las divisiones que forman los cuartos tienen un espacio abierto en la parte superior para permitir la circulación del aire. Las voces se escuchan fácilmente a través de las divisiones, de modo que la señora Sahaï escuchaba los discursos los días de reunión. Fue así como ella y su esposo se interesaron en la verdad bíblica.
Noéma Missoudan (ahora, Apourou) recuerda cómo conoció al grupo: “Me preocupaba que mi esposo hubiera comenzado a llegar tarde a casa ciertos días de la semana. Temía que estuviera interesándose en otra mujer. La noche del 25 de diciembre de 1939 lo seguí. Entró a una case de un barrio de Pointe-à-Pitre. Minutos después entré en la casa. ¡Qué sorpresa me llevé al ver a aquel grupo de unas doce personas! Me senté a escuchar”. Fue así como empezó a asistir a las reuniones. Puesto que no había luz eléctrica, cada uno llevaba una vela.
Dificultades durante la guerra
Tras la invasión alemana de Polonia, el 3 de septiembre de 1939 Francia declaró la guerra a Alemania. La situación repercutió en las Antillas Francesas, pues su comercio con los galos pronto quedó prácticamente paralizado. En 1940 Guadalupe pasó a estar bajo el gobierno de la Francia de Vichy, que colaboraba con los nazis. La comunicación con Estados Unidos se interrumpió. Guadalupe ya no podía exportar su producción de ron y plátanos ni importar alimentos u otros productos. Incluso llegó a quemarse en el muelle del puerto de Pointe-à-Pitre un envío de publicaciones bíblicas procedente de Nueva York.
Pese a todo, en 1940 el pequeño grupo que había estado reuniéndose para estudiar la Biblia en el barrio de Pointe-à-Pitre empezó a funcionar como un grupo aislado de los testigos de Jehová, bajo la supervisión de la Sociedad Watch Tower. Fue el primer grupo de Guadalupe.
Celosos y libres del temor al hombre
Algunos de los que asistían a las reuniones pronto abrazaron la verdad. Por eso, en septiembre de 1940 el hermano Winston bautizó a siete personas en el río La Lézarde, cerca de Petit-Bourg. ¿Por qué en un río, habiendo cerca tantas playas? Los hermanos pensaron que era más apropiado. Después de todo, ¿no se había bautizado Jesús en el río Jordán? Pero, en realidad, todo lo que se necesita es suficiente agua que permita la inmersión.a
La sinceridad, el celo y la falta de temor al hombre eran evidentes en aquellos primeros discípulos de Guadalupe. Recordando aquellos días, el hermano Bonchamp contó: “Los domingos salíamos a predicar. Con poco conocimiento y ninguna preparación, cada quien hablaba como mejor le parecía. Cierto día, convencido de que tenía la responsabilidad de convertir a tantas personas como fuese posible, me aposté enfrente de una iglesia católica de Pointe-à-Pitre precisamente al terminar la misa, y grité: ‘Gente de Pointe-à-Pitre, oigan la Palabra de Jehová [...]’. Había leído que así era como los profetas de la antigüedad solían predicar. Después de hablar por un rato, se reunió un grupo grande. Algunos escucharon, pero otros empezaron a armar escándalo. La gendarmería estaba cerca, y mi esposa y yo fuimos detenidos. Pasamos la noche en la comisaría”. Eso, sin embargo, no los disuadió de seguir sirviendo a Jehová.
Olga Laaland, un joven de 20 años, tampoco se arredró cuando aprendió la verdad. El segundo domingo que se reunió con el pequeño grupo de Testigos, participó con ellos en la obra de dar testimonio. Llegó a ser un hermano fervoroso, progresivo, carente de temor al hombre, y estaba dotado de tal voz estentórea que difícilmente pasaba inadvertido.
No obstante, las pruebas de lealtad de aquellos cristianos no solo tuvieron que ver con dar testimonio en público.
El aislamiento pone a prueba la humildad
Los hermanos tenían muy pocas publicaciones para estudiar la Biblia. La mayoría de las 30 personas del grupo aislado de Testigos distaban de tener madurez cristiana. Las restricciones de la guerra imposibilitaban toda comunicación con la central mundial de la Sociedad. Encima, en ese tiempo Cyril Winston enfermó y regresó a Dominica, donde murió tres meses más tarde. Los hermanos lo amaban, pero permitieron que surgieran serias dificultades entre ellos cuando él se fue. Aunque deseaban servir a Jehová, veían a la organización en gran parte desde un punto de vista humano. El hermano Sahaï, en cuyo hogar se celebraban las reuniones, supuso que debía hacerse cargo del grupo. Hubo quienes no estuvieron de acuerdo. El 29 de noviembre de 1942 las disensiones internas llegaron a un punto crítico cuando la gran mayoría, dirigida por el hermano Missoudan, decidió apartarse y reunirse en otro lugar. El hermano Sahaï continuó celebrando las reuniones en su casa. Los desacuerdos que separaban a los dos grupos no eran doctrinales, sino que se debían a problemas de personalidad.
Pese a las desavenencias, todos seguían dando testimonio, y la gente los escuchaba. En ambos grupos había hermanos sinceros. Pero cuando no se siguen los principios bíblicos, se originan situaciones que no deben existir entre los cristianos. “Que no haya divisiones entre ustedes”, aconseja la Biblia. ‘Esfuércense solícitamente por observar la unidad del espíritu en el vínculo unidor de la paz.’ (1 Cor. 1:10; Efe. 4:1-3.)
En aquel período crucial, el hermano Sahaï logró comunicarse de nuevo con las oficinas centrales de la organización. La Sociedad vio con aprecio esta acción y su persistente esfuerzo por conseguir publicaciones bíblicas durante la guerra. En una carta enviada a Guadalupe el 16 de febrero de 1944, se notificó el nombramiento del hermano Sahaï como siervo de compañía (superintendente presidente). En aquel entonces contaba con 30 años de edad. Pese a su origen humilde y su apariencia frágil, era un hombre franco y denodado.
Después de nombrar al hermano Sahaï para servir en la congregación, la Sociedad escribió al otro grupo en estos términos: “Ustedes, hermanos nuestros que se separaron, [...] deben unirse a él y cooperar en promover los intereses del Reino. Tal como el Cristo no está dividido, [...] el cuerpo de Cristo que está en la Tierra debe permanecer unido [...]. Creemos que su devoción al Señor y al Reino los persuadirá a dejar a un lado los sentimientos heridos por la situación, a esperar que el Señor ejecute la sentencia que le parezca conveniente sobre los que obran mal y a seguir adelante sirviendo al Señor”. Sin embargo, la reconciliación no fue sencilla. No todos creían que el hermano Sahaï estuviese capacitado para desempeñar esa asignación. Aunque muchos deseaban la reintegración de los dos grupos, se les hacía difícil librarse del resentimiento. Su falta de madurez espiritual mantuvo la escisión hasta 1948.
En 1944, la congregación reconocida por la Sociedad informó únicamente nueve publicadores.
Reuniones realmente públicas
Con el fin de difundir el mensaje de la verdad bíblica, los Testigos pronunciaban discursos en plena calle durante las agradables noches tropicales. El orador elevaba mucho la voz, no solo para que lo escuchara el auditorio cercano, sino también para llamar la atención de los transeúntes. El hermano Laaland, de potente voz, participó con frecuencia en este privilegio de servicio. La escena que viene a su memoria es la siguiente: “En el crepúsculo de la tarde, formábamos un círculo debajo de un árbol o en una esquina. El orador se situaba en el centro y otros iluminaban el lugar con antorchas. El programa empezaba con un cántico y una oración. El discurso en sí podía durar de treinta minutos a una hora, dependiendo de lo que el discursante hubiese preparado. Los temas casi no variaban, pues el objetivo principal era combatir la religión falsa”.
Aquellas reuniones ayudaron a varias personas a aprender la verdad; pero no a todos agradaban los discursos. En ocasiones, algunos individuos, amparados en la oscuridad, arrojaban piedras al grupo. No obstante, los hermanos no se movían hasta que terminaba la reunión. Razonaban: “Si en la guerra los soldados se exponen a las balas, ¿por qué no habríamos de exponernos a unas cuantas pedradas por causa de las buenas nuevas?”. (2 Tim. 2:3.) A algunos publicadores incluso les dieron pedradas en la cabeza. Cierta noche, mientras una hermana sostenía una lámpara grande de petróleo para alumbrar al discursante, alguien lanzó una piedra contra la lámpara, pero erró el blanco y golpeó en la cabeza a un hombre que escuchaba el discurso. Cuando este murió en el hospital al día siguiente, el agraviante fue llevado ante un tribunal y castigado con severidad.
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GuadalupeAnuario de los testigos de Jehová 1995
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Se fomenta la unidad de espíritu
Entretanto, la Sociedad se daba cuenta de la delicada situación en que se hallaban los dos grupos de Guadalupe. Ambos se esforzaban por servir a Jehová, pero no estaban unidos. En 1947 se envió desde una isla cercana a Joshua Steelman, un superintendente de circuito de habla inglesa, a visitar la Congregación Pointe-à-Pitre. Se le recibió con mucho entusiasmo, y veintiséis publicadores —evidentemente de ambos grupos— salieron con él al servicio del campo durante la semana de su visita. Pero él no hablaba francés y, como explicó en su informe, los hermanos no sabían leer ni traducir las instrucciones que les dio en inglés. Era urgente organizar la obra. Los hermanos estudiaban un libro de la Sociedad tres veces por semana, pero no tenían ejemplares de La Atalaya. Sin embargo, según el hermano Steelman, tenían un ferviente deseo de participar en el servicio del campo. Con todo, la exhortación para unificar los dos grupos no produjo resultados inmediatos.
Poco después, en 1948, la Sociedad pidió al hermano Laaland que regresara a Guadalupe. En cuanto llegó, se ocupó en trabajar con miras a la reconciliación de los dos grupos. Algunos hermanos deseaban tanto la reunificación, que se levantaban a las cuatro de la mañana para ir a una colina a pedir en oración a Jehová que bendijera el esfuerzo que se hacía por conseguir la unidad. Más o menos en marzo de aquel año se restableció la unidad, después de más de cinco años de separación. El promedio de publicadores aumentó rápidamente de 13 en 1947 a 28 en 1948, con un máximo de 46. Como dice el Salmo 133:1: “¡Miren! ¡Qué bueno y qué agradable es que los hermanos moren juntos en unidad!”.
No obstante, tal reunificación no fue del agrado de todos. Unos pocos dejaron ver claramente que no la deseaban. Formaron una secta, a la que llamaron “Le Messager de Sion” (El mensajero de Sión), y distribuían impresos frente al lugar donde se reunían los que habían sido sus hermanos cristianos. Uno de sus dirigentes compró una motocicleta para seguir a los Testigos y derrumbar lo que edificaban en el servicio del campo. Pero en uno de sus viajes chocó contra una carreta de bueyes que transportaba caña, y murió en el hospital. Después de este incidente, no se supo más del grupo.
Cultivar la unidad del espíritu, sin embargo, exigía más que celebrar juntos las reuniones y participar en el servicio del campo. (Efe. 4:1-3.) En aquel entonces, las hermanas de este lugar tenían prohibido llevar alhajas, cortarse el cabello o asistir a las reuniones en el Salón del Reino sin cubrirse la cabeza con una mantilla. Tales prohibiciones eran consecuencia de la interpretación errónea de consejos bíblicos. Necesitaban más ayuda para actuar en plena armonía con la asociación mundial del pueblo de Jehová. Parte de esa ayuda llegó en 1948, cuando la Sociedad envió a Guadalupe a dos misioneros graduados de la Escuela de Galaad.
Los dos primeros misioneros
Las autoridades francesas concedieron permiso para residir por un año en Guadalupe a Kenneth Chant y a Walter Evans, ambos canadienses. Mientras estuvieron allí, aumentó la actividad de la congregación; pero también se suscitó la oposición, obviamente instigada por el clero. A principios de 1949 se exigió oficialmente a los dos misioneros que abandonaran la isla de inmediato.
No obstante, su corta estancia había fortalecido espiritualmente a los hermanos nativos. Estos comprendieron con mayor claridad los principios bíblicos, y empezaron a hacer progresos en seguir las mismas instrucciones de organización que guiaban a los testigos de Jehová de todo el mundo.
Una congregación en Desbonnes
Poco a poco las semillas de la verdad empezaron a germinar fuera de Pointe-à-Pitre, el pueblo más grande de Guadalupe. Los cimientos para la segunda congregación se colocaron en 1941, cuando Duverval Nestor fue hospitalizado en Pointe-à-Pitre. Allí escuchó la verdad por primera vez, y la aceptó.
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