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  • Los “Proclamadores del Reino” surcan las muchas aguas de Guyana
    La Atalaya 1993 | 1 de abril
    • De Galaad al Pomeroon

      La obra a lo largo del Pomeroon es en cierto modo diferente. Frederick McAlman recuerda que un año después de graduarse de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower, en 1970, llegó a Charity, un pueblo rural situado a 34 kilómetros tierra adentro de la ribera oriental del Pomeroon, donde había un grupo de cinco publicadores del Reino.

      El hermano McAlman relata: “Durante cinco largos años tuvimos el ‘gozo’ de llevar a remo el Proclamador II por el Pomeroon antes de tener un bote con motor fueraborda de seis caballos. Remando a favor de la corriente, predicábamos la ribera oriental hasta llegar a Hackney, a once kilómetros de la boca del río. Allí disfrutábamos de un sueño reparador en casa de la hermana DeCambra, la partera de la región de aquel entonces. Temprano por la mañana del siguiente día, seguíamos río abajo hasta la desembocadura antes de cruzar a la ribera occidental. Después teníamos que navegar de regreso treinta y cuatro kilómetros hasta Charity”.

      El motor de seis caballos les sirvió por diez años. Luego, en 1986, lo cambiaron por uno nuevo, un modelo de 15 caballos. Después de veintiún años de servicio, el hermano McAlman puede mirar con complacencia el flamante Salón del Reino de Charity que utilizan los 43 publicadores de la ribera. El promedio de asistencia a las reuniones sobrepasa los sesenta, y para la Conmemoración de la muerte de Jesucristo tuvieron la magnífica asistencia de 190.

      En busca del “hombre de La Atalaya”

      El lunes es día de mercado en Charity. Es un buen momento para predicar las buenas nuevas, de modo que puede verse a los Testigos ofreciendo las revistas La Atalaya y ¡Despertad! Cierto día, a principios de la década de los setenta, Monica Fitzallen vino desde Warimuri, en la ribera del Moruka, y aceptó dos revistas de manos del hermano McAlman. Pero cuando llegó a casa, puso las revistas en el fondo de su baúl.

      “Allí permanecieron por dos años sin que las leyera —recuerda Monica—. Después enfermé, y estuve en cama por un tiempo. Mientras convalecía, empecé a buscar por todas partes algo que leer para mantenerme ocupada. Finalmente recordé que había dos revistas en el baúl y me puse a examinarlas.” Inmediatamente reconoció el sonido de la verdad.

      Cuando Monica se recuperó, le dijo a Eugene, su esposo, que consiguiera trabajo cerca del Pomeroon para que pudiera localizar al caballero que le había dado las revistas. Eugene estuvo de acuerdo, pero solo pudo conseguir trabajo por una semana, de lunes a sábado, en una granja de la región del Pomeroon.

      Llegó el sábado, y Monica no había encontrado aún al hombre que le había dado las revistas. Al mediodía le preguntó a su esposo si la corriente les permitiría remar a Charity para hallar al “hombre de La Atalaya”. Apenas había concluido de hablar, cuando oyeron unos pasos en la acera y vieron la cara sonriente de una hermana que venía a ofrecerles los últimos números de las revistas. “¿Es usted de La Atalaya?”, preguntó Monica. El diluvio de preguntas que siguió fue tan grande que la hermana tuvo que volver al bote en busca de refuerzos. ¿Quién resultó ser el refuerzo? El hermano McAlman, ¿quién si no?

      Acordaron tener un estudio por correspondencia. Poco después Monica envió su carta de renuncia a la Iglesia Anglicana. La respuesta del sacerdote fue: “No escuche a los Testigos. Tienen un conocimiento superficial. Iré a hablar con usted”. Hasta la fecha, el sacerdote no se ha presentado. Mientras tanto, Monica se bautizó en 1975. Un año después, tras haber examinado con cuidado las Escrituras, se bautizó su esposo, al que ahora los hermanos llaman cariñosamente tío Eugene. (Hechos 17:10, 11.) Ambos siguen activos hasta hoy, aunque viven a doce horas en canoa de la congregación más cercana de Charity.

      Viajes misionales al interior

      En años recientes la Sociedad Watch Tower ha costeado expediciones misionales regulares a las partes más recónditas del país. Utilizando botes de motor fueraborda, varios voluntarios afanosos han experimentado la emoción de llevar las buenas nuevas a las personas que viven en las reservas amerindias y en las granjas y parajes de tala forestal escondidos a lo largo de los ríos más recónditos. Estos precursores, en el más extenso sentido de la palabra, han tenido el privilegio de llevar el salvador “nombre de Jehová” por primera vez a estas aldeas remotas. (Romanos 10:13-15.) Han tenido que soportar muchas dificultades; a veces hasta han tenido que navegar tres largos días para llegar a algunos lugares. Pero las recompensas han valido la pena.

      Un joven pentecostal que vive cerca de Kwebanna, un pueblo del río Waini que subsiste de la tala forestal, recibió el mensaje durante la primera expedición misional, en julio de 1991. Cuando se le volvió a visitar, en el mes de octubre, se comenzó un estudio con él. Era la primera vez que veía en su propia Biblia que Dios se llama Jehová, que Jesús no es el Todopoderoso y que la doctrina de la Trinidad no es bíblica. (Salmo 83:18; 1 Corintios 11:3.) Estaba tan entusiasmado que, cuando los hermanos se fueron, reunió a varios pentecostales y empezó a enseñarles con sus propias Biblias la verdad acerca de Jehová Dios y Jesucristo. Cuando vio que la mayoría prefería dar la espalda a la verdad, decidió que era tiempo de abandonar “Babilonia la Grande”. (Revelación 18:2, 4.) Cuando los hermanos volvieron, en febrero de 1992, les relató lo sucedido y añadió: “Quiero unirme a ustedes. Quiero ser testigo de Jehová. Quiero enseñar la verdad a la gente”.

      Experiencias de ese tipo ayudan a los hermanos a afrontar los desafíos de la obra. Los que participan en los viajes misionales sacrifican la comodidad del hogar, se exponen a enfermedades, como la malaria, y soportan los peligros de la vida en la selva. Pero los que se quedan en casa también se sacrifican. Los familiares extrañan a sus seres queridos que se van, a veces por semanas. Las congregaciones tienen que arreglárselas sin los ancianos y otros jóvenes. En ocasiones solo queda un varón para atender a la congregación. Sin embargo, ¡qué gozo y entusiasmo tienen cuando, a su regreso, todos escuchan las animadoras experiencias! Pronto se olvidan todas las inconveniencias.

  • Los “Proclamadores del Reino” surcan las muchas aguas de Guyana
    La Atalaya 1993 | 1 de abril
    • Arriba a la derecha: Grupo de misioneros remando de regreso a casa

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