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  • Haití
    Anuario de los testigos de Jehová 1994
    • El hecho de que las buenas nuevas penetraran en zonas nuevas ocasionó que los líderes de las iglesias levantaran falsas acusaciones. En 1957, cuando Roland Fredette, Fred Lukuc, e Hiram Rupp, misionero de la cuarta clase de Galaad, empezaron a visitar a los habitantes de Mont-Organisé, a 35 kilómetros al sur de Ouanaminthe, el clero respondió con amenazas. “Llegaron los falsos profetas —dijeron—, hay espías norteamericanos en el pueblo. ¡Cuidado con los comunistas!”

      Los hermanos refutaron las acusaciones con discreción. Un ciudadano destacado, llamado François Codio, habló con los hermanos durante tres horas. Las explicaciones que le dieron lo impresionaron, por lo que tomó un ejemplar de cada libro que llevaban. Otras personas empezaron a escuchar en vez de criticar, y muchos adquirieron las publicaciones.

  • Haití
    Anuario de los testigos de Jehová 1994
    • Para 1958 el pequeño grupo de publicadores de Saint-Marc se había transformado en una congregación madura. Este hecho se pudo apreciar en el mes de agosto, cuando los misioneros los dejaron solos para asistir a la asamblea internacional de Nueva York.

  • Haití
    Anuario de los testigos de Jehová 1994
    • George Corwin y su esposa estaban muy contentos de haber tenido parte en la formación de esta congregación. Pero al saber que iban a ser padres, dejaron Saint-Marc y regresaron a Canadá en mayo de 1960.

      Llegan más misioneros para ayudar

      En 1958 arribaron cuatro misioneros más: Roland Sicard, Stanley Boggus, Steve Simmons y Maceo Davis. Cuando Daniel Eyssallenne los llevó a casa desde el aeropuerto, encontraron a Peter Lukuc esperándolos en el salón donde les daría las clases de francés. Un mes después empezaron a practicar el nuevo idioma en el vecindario del hogar misional. Stanley Boggus dice: “Nos sorprendió ver que la gente nos daba toda la ayuda posible para que pudiéramos expresarnos”.

      Tres meses más tarde, Stanley y Steve fueron asignados a Les Cayes, y pronto se dieron cuenta de que no bastaba con hablar francés. Cierto día, mientras lo acompañaba el superintendente de circuito Max Danyleyko, Stanley habló con una mujer que le repetía: ‘M’pa sou sa’. Creyendo que le decía: ‘No sabía eso’, Stanley le contestó que estaba allí para explicárselo. Max le dijo después que lo que ella le decía era: ‘No me interesa’. Por lo tanto, se puso a aprender criollo.

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