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    Anuario de los testigos de Jehová 1994
    • Hasta ese tiempo solo unos cuantos misioneros estaban facultados para celebrar casamientos. Cuando se empezó a autorizar a los hermanos haitianos también, Benoît fue uno de los que prestó juramento para ello delante de un juez de Puerto Príncipe.

      La verdad triunfó

      Un día de 1951, Alex Brodie se hallaba predicando en una zona comercial de la capital, en Rue des Miracles, cuando se detuvo en una sastrería llamada El Sastre Elegante. Allí conoció a Rodrigue Médor, de 32 años, a quien dejó el libro “Sea Dios veraz”. Este sastre, de aspecto impecable, aceptó un estudio bíblico, pero Alex casi nunca lo encontraba en casa. El mismo Rodrigue confiesa: “Acepté el libro para librarme de él. Mi esposa y yo éramos católicos fervientes. Cuando Alex me ofreció un estudio, le dije que podía venir; pero luego me escondía”.

      Sin embargo, la verdad triunfó. “Traté de vencerlo haciéndole una pregunta sobre la Virgen —recuerda Rodrigue—, pero su respuesta fue satisfactoria; a partir de entonces empecé a estudiar en serio. Mi esposa se opuso y hasta pidió a un sacerdote que rezara una novena para que yo dejara de estudiar. Así que estudiábamos en otro sitio.”

      Cuando Rodrigue supo lo que la Biblia dice sobre las imágenes, actuó con resolución: quitó la imagen de la Virgen que había en la sala y la rompió. Su esposa se enfureció. Pero con el tiempo le impresionó ver cómo los intereses de él iban cambiando; por ejemplo, pasaba las noches leyendo las publicaciones bíblicas en vez de irse con sus amigos. En consecuencia, ella también comenzó a estudiar. Rodrigue se bautizó en febrero de 1952, y su esposa, tres años más tarde.

      David Homer, otro misionero, visitaba a Albert Jérome en su pequeña tienda de comestibles. Al principio, este dio poca importancia a la verdad. Pero David siguió visitándolo porque percibía “cierta sinceridad” en él. Por fin iniciaron un estudio bíblico, y Albert no tardó en progresar. Después de su bautismo, siguieron estudiando los libros “Equipado para toda buena obra” y Capacitados para ser ministros, lo que contribuyó a que se convirtiera en un ministro valioso de la congregación.

      Se propagan las buenas nuevas en criollo

      Dar estudios bíblicos planteaba extraordinarios desafíos a los misioneros. Los libros estaban en francés, pero a casi toda la gente había que explicárselos en criollo. En algunas áreas, la única iluminación disponible de noche era la de una lámpara de petróleo hecha de una lata de leche evaporada. “La luz era tenue —recuerda Alex Brodie—, pero el deseo de aprender del estudiante superaba el inconveniente.”

      Los discursos públicos en criollo que se pronunciaban en un parque en las afueras de Puerto Príncipe, y algunas veces en la playa, siempre contaban con una nutrida asistencia. Los misioneros transportaban en bicicleta el equipo de sonido y colgaban en las palmeras los altoparlantes. La gente llevaba sus propias sillas o se sentaba en la hierba.

  • Haití
    Anuario de los testigos de Jehová 1994
    • En el mes de julio, estando la proscripción en vigor, los diez publicadores de Carrefour habían sido organizados en una congregación, con Peter Lukuc como superintendente. Además, habían llegado otros cinco graduados de Galaad. Estos recibieron visados de residentes poco después de haberse levantado la prohibición. Cuando los hermanos de un pueblo del sur se dirigieron al cuartel de la policía para solicitar la devolución del equipo del Salón del Reino que había sido confiscado, el capitán lo entregó, diciendo: “Vayan y trabajen para Jehová hasta el fin”.

      Encuentro con el vudú

      Uno de los misioneros recién llegados era el canadiense Victor Winterburn, de 23 años, que se había bautizado en 1940 a la edad de 12 años y había sido precursor desde 1946. A poco de habérsele nombrado superintendente de sucursal, en septiembre de 1951, la vida de un Testigo llamado Frank Paul se vio amenazada por las supersticiones del culto vudú. Dejemos que Victor Winterburn y Alex Brodie, que acudieron en su auxilio, nos narren lo sucedido:

      “En 1952, guiados por los informes de unos hermanos, hallamos a Frank semiconsciente en una camilla de un templo vudú. Tenía las manos atrás, atadas a un poste. Sus pies también estaban atados. Una mordaza le impedía cerrar la boca. Tenía los labios partidos y el rostro demacrado, lleno de ampollas. Tratamos de hablar con la mambo (sacerdotisa), pero no nos hizo caso. No podíamos comunicarnos con Frank; tampoco podíamos sacarlo de allí. La policía nos dijo que ni siquiera ellos podían tocarlo, ya que habían sido sus padres quienes lo habían llevado a aquel lugar.

      ”Fuimos a ver a sus padres, y por fin logramos enterarnos de lo que realmente había sucedido. Su esposa lo había abandonado y él estaba criando a su hijo solo, haciendo trabajos de sastrería en su casa. Un día enfermó y empezó a delirar, así que lo hospitalizaron. Sus padres lo trasladaron al templo creyendo que estaba poseído por un espíritu malo. Después supimos que a los enfermos los golpean y les ponen pimienta en los ojos para ahuyentar a los malos espíritus.

      ”Los padres de Frank, atemorizados al ver que su estado seguía agravándose, llamaron a un hermano, y este se encargó de llevarlo de nuevo al hospital. Sin embargo, no quisieron recibirlo porque sabían dónde había estado. Solo lo admitieron cuando una hermana enfermera experimentada se ofreció a comprar las medicinas necesarias y a cuidarlo. La congregación le suministraba los alimentos, aunque es la familia del paciente la que normalmente se encarga de este servicio.

      ”Los médicos diagnosticaron que Frank tenía fiebre tifoidea y malaria. Nos preguntábamos si se recobraría. Pese a todo, se repuso, reanudó el ministerio y con el tiempo se volvió a casar. Estaba muy agradecido por la ayuda que los hermanos le prestaron y el espíritu amable y colaborador de la congregación.”

      Viajes de circuito memorables

      El superintendente de sucursal solía visitar las congregaciones en calidad de superintendente de circuito acompañado generalmente de otro misionero, y de paso predicaban en todos los pueblos intermedios.

      En uno de tales viajes, realizado en noviembre de 1951, Victor Winterburn y su compañero recorrieron en bicicleta 520 kilómetros hasta llegar a Les Anglais, en el sur. Dedicaron al servicio un promedio de diez horas diarias y colocaron más de quinientos ejemplares de nuestras publicaciones.

      Cuando Fred Lukuc se hallaba visitando las congregaciones en la primavera de 1952, enfermó de malaria y tuvo que acortar su itinerario. Más tarde, escribió: “Emprendí el regreso de 174 kilómetros desde Cavaillon, llevando en mi bicicleta efectos personales y publicaciones. Pasé la primera noche en Aquin y me tomé lo que quedaba de la medicina. El trayecto del día siguiente, pedaleando por las colinas hasta llegar a Grand-Goâve, me dejó exhausto. Aquella noche me quedé en casa de un hombre de edad avanzada que tenía interés en la verdad. Dormí poco, pues la fiebre y el sudor me habían debilitado. El humilde anciano se encargó de ponerme en un camión que me llevara a Puerto Príncipe. Cuando llegué a Betel, estaba muy grave, y el médico recomendó que regresara a Canadá para recuperarme”.

      Por esta causa, Fred Lukuc dejó Haití en 1952. Sin embargo, poseía un indomable espíritu misionero, y tres años después volvió para reanudar el excelente trabajo que había estado haciendo. También Peter Lukuc se vio obligado a marchar a Canadá para recibir tratamiento contra una grave amebiasis. Pero, debido a que también tenía el mismo espíritu tenaz, regresó para seguir sirviendo en Haití.

      Se llega a nuevos territorios

      Para aquel entonces ya existían congregaciones en Puerto Príncipe y a lo largo de la ruta sur hasta Les Cayes. También se estaban haciendo intentos por formar grupos en otros territorios. Alex Brodie y Harvey Drinkle realizaban viajes en dirección norte a Saint-Marc, atravesando los pantanos y arrozales del valle del Artibonite, y seguían hasta Gonaïves, una región donde abundan los cactus. Con el tiempo, Harvey, hombre discreto y valeroso, tuvo que volver a Canadá para someterse a una operación en la que le extirparon el ojo derecho, afectado por un cáncer. Sin embargo, retornó a Haití para proseguir con su asignación.

      Alex y Harvey viajaban en sus bicicletas cargadas con publicaciones por carreteras sin pavimentar, y visitaban las casas y poblados que encontraban a su paso. Como la gente del campo se levanta temprano, solían hacer su primera visita hacia las seis de la mañana y predicaban hasta el anochecer. Luego pasaban la noche en las pequeñas casas con techo de paja de los hospitalarios campesinos. En Saint-Marc y Gonaïves podían alojarse en hoteles. Posteriormente, Alex escribió entusiasmado: “Fue muy agradable visitar a estas personas tan alegres”.

      Otros misioneros dirigieron sus esfuerzos hacia el suroeste. Marigo Lolos, que después se casó con Alex, nos relata su viaje a Jérémie con otras tres misioneras solteras, Naomi Adams, Virnette Curry y Frances Bailey:

      “En enero de 1952 viajamos en el Clarion, un velero con motor auxiliar. Como el mar estaba picado y el barco se balanceaba de un lado a otro, nos mareamos por completo. Pero al llegar a Jérémie, sentimos la alegría de predicar allí y dejar muchas publicaciones.

      ”Luego tomamos un camión de carga (que hacía las veces de autobús) hasta Anse-d’Hainault. Los hombres iban montados sobre la carga de productos agrícolas del vehículo. De regreso, chocamos contra otro camión, y Frances resultó lesionada. Naomi tenía un botiquín de primeros auxilios y pudo vendarle la herida; pero nos quedamos inmovilizados en medio de las montañas. Orando en silencio, nos situamos junto a la carretera y acostamos a Frances en un catre envuelta en una sábana.

      ”Un muchacho que escuchó la colisión desde el valle subió con una olla de hierro, un poco de mandioca y algunos plátanos. Luego encendió una hoguera y nos preparó una comida; un acto de bondad que nos conmovió mucho.

      ”Cayó la noche, fría y oscura. A las diez oímos un vehículo que se aproximaba, pero sabíamos que no podría pasar. La carretera era estrecha y un gran precipicio la bordeaba. Por consiguiente, Naomi se dirigió hacia el vehículo con una linterna y le hizo señales al conductor para que se detuviera. Nos sorprendió ver cómo el hombre se las ingenió para dar la vuelta, y para alivio de todos, nos llevó a Jérémie. Regresamos a Puerto Príncipe al día siguiente, felices de haber esparcido las buenas nuevas en aquel territorio lejano.”

      Muchas personas todavía recuerdan a aquellas valerosas misioneras y hablan de ellas. Una hermana haitiana, que se bautizó en 1990 a los 72 años, recuerda que su primer contacto con la verdad fue a través de una de ellas hace más de treinta años. Dice: “Quisiera haber estudiado y haberme hecho Testigo entonces; así no hubiera desperdiciado todos esos años en que pude haber servido a Jehová”.

  • Haití
    Anuario de los testigos de Jehová 1994
    • [Fotografía en la página 132]

      Gloria Hill, Naomi Adams, Helen D’Amico y Frances Bailey contribuyeron en gran medida a la predicación en Haití

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