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  • Una epidemia de odio
    La Atalaya 2000 | 15 de agosto
    • Una epidemia de odio

      “Las personas nunca entienden a quienes odian.”—JAMES RUSSELL LOWELL, ENSAYISTA Y DIPLOMÁTICO.

      EL ODIO parece estar a todo nuestro alrededor. Se nos han grabado en la memoria nombres como Timor Oriental, Kosovo, Liberia, Littleton y Sarajevo, así como neonazis, cabezas rapadas y supremacistas blancos, junto con imágenes imborrables de ruinas calcinadas, fosas comunes recién excavadas y cadáveres.

      Se han frustrado los sueños de alcanzar un futuro sin odio, conflictos y violencia. Danielle Mitterand, esposa del difunto presidente francés, tiene estos recuerdos de su juventud: “Las personas soñaban con vivir libremente en una sociedad fraternal en la que pudieran confiar; con vivir en armonía consigo mismas y con los demás; soñaban con tener salud, paz y una vida digna en un mundo fuerte y generoso que velara por ellas”. ¿Qué fue de aquellos ideales? La señora Mitterand se lamentó al decir: “Medio siglo después, hay que reconocer que nuestro sueño se ve amenazado”.

      Sencillamente, no es posible pasar por alto el actual resurgimiento del odio. Está más extendido, y se manifiesta de formas cada vez más visibles. La sensación de seguridad individual que millones de personas dan por sentada se ha visto amenazada por una ola de incidentes irracionales de odio, cada uno de los cuales parece más espantoso que el anterior. Incluso si en nuestro hogar o nuestro país no hay tal odio, nos acecha en otras partes. Probablemente vemos pruebas de su existencia todos los días en las noticias y los programas de actualidad de la televisión. Hasta ha saltado a Internet. Veamos algunos ejemplos.

      La última década ha sido testigo de un auge sin precedentes del nacionalismo. “El nacionalismo —observó Joseph S. Nye, hijo, director del Harvard Center for International Affairs— tiene cada vez más fuerza, no menos, en casi todo el mundo. En lugar de existir una sola aldea mundial, por todo el globo terráqueo hay aldeas más conscientes unas de otras, lo que, a su vez, incrementa las posibilidades de que estallen conflictos.”

      Otras formas de odio son más perniciosas, pues se esconden tras las fronteras de un país o incluso los límites de un vecindario. El asesinato de un sij de edad avanzada a manos de cinco cabezas rapadas en Canadá, “puso de relieve lo que para algunos es un resurgimiento de los crímenes motivados por el odio en un país al que normalmente se ha elogiado por su tolerancia racial”. En Alemania, los ataques racistas perpetrados por extremistas aumentaron en un 27% en 1997 tras una disminución constante en los años anteriores. “Es desalentador”, comentó el ministro del Interior Manfred Kanther.

      Un informe revela que más de seis mil niños del norte de Albania prácticamente se han convertido en prisioneros en sus propias casas, por temor a que los maten los enemigos de sus parientes. Son víctimas de una tradición de enemistades “que ha paralizado la vida de miles de familias”. Según el Buró Federal de Investigación (FBI), en Estados Unidos “los prejuicios raciales fueron la causa de más de la mitad de los 7.755 crímenes de odio cometidos en 1998 y denunciados al FBI”. Algunos de los motivos de los demás crímenes de odio eran los prejuicios debidos a la religión, el origen étnico o nacional y las discapacidades.

      Además, los titulares de prensa señalan a diario la epidemia de xenofobia, dirigida principalmente contra los refugiados, que en este momento ascienden a más de veintiún millones. Triste es decirlo, pero la mayoría de los que expresan odio a los extranjeros son jóvenes que actúan incitados por figuras políticas irresponsables y otras personas que buscan chivos expiatorios. Entre las señales menos evidentes de este mismo fenómeno están la desconfianza, la intolerancia y el que se encasille a las personas diferentes.

      ¿Cuáles son algunos motivos de esta epidemia de odio? Y ¿qué puede hacerse para erradicarlo? El siguiente artículo analizará estas preguntas.

  • La única manera de erradicar el odio
    La Atalaya 2000 | 15 de agosto
    • La única manera de erradicar el odio

      “No hay odio sin temor. [...] Odiamos lo que tememos, de modo que donde existe el odio, acecha el temor.”—CYRIL CONNOLLY, CRÍTICO LITERARIO Y REDACTOR.

      MUCHOS sociólogos creen que el odio está profundamente arraigado en el subconsciente del ser humano. “Puede que gran parte de él esté programado”, es decir, forme parte de la propia naturaleza de los hombres, dijo un politólogo.

      Es comprensible que quienes analizan la naturaleza humana lleguen a tal conclusión, pues sus únicos objetos de estudio son hombres y mujeres que han nacido “con error” y “en pecado”, como dice el relato bíblico inspirado (Salmo 51:5). Hasta el mismo Creador, cuando hace miles de años evaluó al ser humano imperfecto, “vio que la maldad del hombre abundaba en la tierra, y que toda inclinación de los pensamientos del corazón de este era solamente mala todo el tiempo” (Génesis 6:5).

      El prejuicio, la discriminación y el odio resultante son fruto de la imperfección y el egoísmo inherentes al hombre (Deuteronomio 32:5). Lamentablemente, ningún organismo ni gobierno humano, sea cual sea su política, ha logrado promover un cambio en el corazón del hombre mediante leyes al respecto. La corresponsal extranjera Johanna McGeary observó: “Ningún policía mundial, por poderoso que sea, puede intervenir y acabar con los odios que han inundado de sangre Bosnia, Somalia, Liberia, Cachemira y el Cáucaso”.

      Pero antes de empezar a buscar soluciones, es necesario tener una idea general de lo que lleva a manifestar odio.

      El temor alimenta el odio

      El odio adopta muchísimas formas. El escritor Andrew Sullivan lo resumió con precisión: “Existe el odio que siente temor y el que simplemente siente desdén; el odio que manifiesta quien tiene poder y el que surge de la impotencia; existe la venganza, así como el odio que brota de la envidia. [...] Existe el odio del opresor y el de la víctima. El odio que está a punto de explotar y el que se desvanece gradualmente. El odio que estalla y el que nunca se inflama”.

      No cabe duda de que algunos de los principales factores causantes de los conflictos alimentados por el odio son sociales y económicos. Muchas veces hay fuertes prejuicios y estallidos de odio en las zonas donde el grupo que disfruta de la posición económica más favorecida es minoritario. También suele existir odio donde la afluencia de extranjeros amenaza el nivel de vida de una parte de la comunidad.

      Puede que algunos crean que los recién llegados van a disputarles los empleos trabajando por salarios más bajos o que serán los causantes de que caiga el valor de la propiedad. Poco importa el que tales temores estén o no justificados. El temor a la pérdida económica y el temor a que sufran los valores morales de la comunidad o el nivel de vida son factores importantes que suscitan prejuicio y odio.

      ¿Qué primer paso debería darse para erradicar el odio? Un cambio de actitud.

      Un cambio de actitud

      “El verdadero cambio solo puede surgir de la voluntad de los pueblos implicados”, observó McGeary. ¿Cómo puede modificarse la voluntad de la gente? La experiencia ha demostrado que la influencia más poderosa, motivadora y perdurable contra el desarrollo del odio procede de la Palabra de Dios, la Biblia. Esto se debe a que “la palabra de Dios es viva, y ejerce poder, y es más aguda que toda espada de dos filos, y penetra hasta dividir entre alma y espíritu, y entre coyunturas y su tuétano, y puede discernir pensamientos e intenciones del corazón” (Hebreos 4:12).

      Hay que reconocer que el prejuicio y el odio no se desarraigan automáticamente, de la noche a la mañana. Pero puede lograrse. Jesucristo, quien mejor motivó los corazones y sensibilizó las conciencias, podía hacer que la gente cambiara. Millones de personas han logrado seguir su sabio consejo: “Continúen amando a sus enemigos y orando por los que los persiguen” (Mateo 5:44).

      Fiel a sus enseñanzas, Jesús incluyó en su grupo de amigos de más confianza a Mateo, un anterior recaudador de impuestos, alguien odiado y marginado por la sociedad judía (Mateo 9:9; 11:19). Además, Jesús estableció una senda de adoración verdadera en la que con el tiempo integraría a miles de gentiles, a quienes anteriormente habían excluido y odiado los judíos (Gálatas 3:28). Se hicieron seguidores de Jesucristo personas de todo el mundo conocido entonces (Hechos 10:34, 35), a las que llegó a identificarse por su amor incomparable (Juan 13:35). Cuando unos hombres llenos de odio lapidaron a un discípulo de Jesús de nombre Esteban, las últimas palabras de este fueron: “Jehová, no les imputes este pecado”. Esteban deseaba lo mejor para quienes lo odiaban (Hechos 6:8-14; 7:54-60).

      Los cristianos verdaderos de estos tiempos han respondido de un modo similar al consejo de Jesús de hacer el bien, no solo a sus hermanos cristianos, sino incluso a los que los odian (Gálatas 6:10). Se esfuerzan arduamente por erradicar de su vida el odio malintencionado. Como han identificado las fuerzas poderosas que pueden engendrar odio en ellos, toman medidas positivas y sustituyen el odio por el amor. En efecto, como dijo un sabio de tiempos antiguos, “el odio es lo que suscita contiendas, pero el amor cubre hasta todas las transgresiones” (Proverbios 10:12).

      El apóstol Juan dijo: “Todo el que odia a su hermano es homicida, y ustedes saben que ningún homicida tiene la vida eterna como cosa permanente en él” (1 Juan 3:15). Los testigos de Jehová creen esto. Como consecuencia, a todos ellos —personas con antecedentes étnicos, culturales, religiosos y políticos de todo tipo— se les está integrando en una comunidad unida y sin odio (véanse los recuadros adjuntos).

      Se erradicará el odio

      Puede que alguien diga: “Tal vez esa sea la solución para las personas implicadas, pero no resultará en que el odio desaparezca totalmente de la Tierra”. Es verdad: aunque no abriguemos odio en el corazón, podemos ser sus víctimas. Por tanto, tenemos que poner nuestra esperanza en que Dios traiga la verdadera solución a este problema mundial.

      El propósito de Dios es que pronto desaparezca de la Tierra todo rastro de odio. Tal cosa ocurrirá bajo el gobierno celestial por el que Jesús nos enseñó a orar: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra” (Mateo 6:9, 10).

      Cuando esta oración se conteste por completo, ya no existirán las condiciones que fomentan el odio y habrán sido eliminadas las situaciones que lo explotan. El conocimiento, la verdad y la rectitud habrán sustituido a la propaganda, la ignorancia y el prejuicio. Entonces, Dios ‘habrá limpiado toda lágrima de los ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor’ (Revelación [Apocalipsis] 21:1-4).

      Pero aún tenemos noticias mejores. Hay prueba irrefutable de que vivimos en “los últimos días”. De modo que podemos confiar en que muy pronto veremos desaparecer de la Tierra el odio impío (2 Timoteo 3:1-5; Mateo 24:3-14). En el nuevo mundo prometido de Dios reinará un auténtico espíritu de hermandad, pues se habrá restituido a la humanidad a la perfección (Lucas 23:43; 2 Pedro 3:13).

      Ahora bien, no tenemos que esperar hasta entonces para disfrutar de una auténtica hermandad. De hecho, como ilustran los relatos adjuntos, el amor cristiano ya ha encontrado un lugar en millones de corazones que, de lo contrario, tal vez estarían llenos de odio. Usted también está invitado a formar parte de esa hermandad amorosa.

      [Recuadro de la página 5]

      “¿Qué habría hecho Jesús?”

      En junio de 1998, tres blancos de la zona rural de Texas (E.U.A.) atacaron a un hombre de color llamado James Byrd, hijo. Lo llevaron a un lugar apartado y desierto, lo golpearon y le encadenaron las piernas. Luego lo ataron a una camioneta y lo arrastraron cinco kilómetros por la carretera hasta que su cuerpo golpeó contra el muro de cemento de una alcantarilla. Este suceso ha sido catalogado como el crimen de odio más espantoso de la década (de los noventa).

      Tres hermanas de James Byrd son testigos de Jehová. ¿Qué sienten hacia quienes perpetraron este horroroso crimen? En un comunicado conjunto dijeron: “La tortura y el linchamiento de un ser querido causan un vacío y un dolor inimaginables. ¿Cómo responder a un acto tan brutal? Nunca se nos ocurrió tomar represalias, expresarnos con odio ni lanzar una campaña propagandística llena de rencor. Pensamos: ‘¿Qué habría hecho Jesús? ¿Cómo habría reaccionado?’. La respuesta no admite ningún género de dudas. Su mensaje habría sido de paz y esperanza”.

      Entre las citas bíblicas que las ayudaron a impedir que el odio creciera en su corazón estuvo Romanos 12:17-19. Allí, el apóstol Pablo escribió: “No devuelvan mal por mal a nadie. [...] Si es posible, en cuanto dependa de ustedes, sean pacíficos con todos los hombres. No se venguen, amados, sino cédanle lugar a la ira; porque está escrito: ‘Mía es la venganza; yo pagaré, dice Jehová’”.

      Continuaron: “Recordamos las realistas declaraciones que se han hecho en nuestras publicaciones, en el sentido de que hay injusticias o crímenes tan horribles, que es difícil decir que se perdona y luego olvidar lo sucedido. En esos casos, el perdón podría consistir solo en desechar el resentimiento a fin de seguir adelante y no enfermar física ni mentalmente por guardar rencor”. ¡Qué elocuente testimonio del poder de la Biblia para impedir que se arraigue un odio profundo!

      [Recuadro de la página 6]

      La animosidad se torna en amistad

      En los últimos años, miles de inmigrantes han ido a Grecia en busca de trabajo. Pero a causa del deterioro de las condiciones económicas, hay menos posibilidades de empleo, lo que ha intensificado la lucha por conseguir una ocupación. Debido a ello, existe una gran hostilidad entre los diversos grupos étnicos. Un ejemplo típico es la rivalidad entre los inmigrantes de Albania y los de Bulgaria, que en muchas zonas de Grecia es intensa.

      En la ciudad de Kiato, en el nordeste del Peloponeso, una familia búlgara y un señor albanés comenzaron a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová y se conocieron. En su caso, la aplicación de los principios bíblicos hizo desaparecer la animosidad que existe entre muchas personas de estos dos grupos. También contribuyó a que se forjara una amistad verdaderamente fraternal entre ellos. Ivan, el búlgaro, hasta ayudó a Loulis, que es albanés, a encontrar un lugar donde vivir cerca de su casa. Las dos familias suelen compartir la comida y sus escasos recursos materiales. Ambos hombres son ahora testigos de Jehová bautizados y colaboran estrechamente en la predicación de las buenas nuevas. Huelga decir que esta amistad cristiana no ha pasado inadvertida a los vecinos.

      [Ilustración de la página 7]

      Bajo el Reino de Dios se eliminará de la Tierra todo rastro de odio

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