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Aceptemos la autoridad de CristoOrganizados para hacer la voluntad de Jehová
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5 Por otro lado, Jesús es Cabeza de la congregación. Por eso, los cristianos nunca hemos necesitado un líder humano. Para dirigir su congregación, Jesús se vale tanto del espíritu santo como de hombres que pastorean “el rebaño de Dios” y que les rinden cuentas a él y a su Padre (1 Ped. 5:2, 3; Heb. 13:17). Jehová ya había dicho sobre él: “¡Mira! Lo hice testigo para las naciones, líder y comandante de las naciones” (Is. 55:4). De ahí que Jesús les dijera a sus discípulos: “Tampoco permitan que los llamen líder, porque su Líder es uno, el Cristo” (Mat. 23:10).
6 No cabe duda de que Jesús desea ayudarnos, pues en una ocasión dijo: “Vengan a mí, todos ustedes, que trabajan duro y están sobrecargados, y yo los aliviaré. Pónganse bajo mi yugo y aprendan de mí, porque soy apacible y humilde de corazón. Conmigo encontrarán alivio. Porque mi yugo es fácil de llevar y mi carga pesa poco” (Mat. 11:28-30). Jesucristo ha demostrado ser, al igual que su Padre, un excelente pastor. Dirige con apacibilidad la congregación cristiana, y quienes forman parte de ella encuentran alivio (Is. 40:11; Juan 10:11).
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Aceptemos la autoridad de CristoOrganizados para hacer la voluntad de Jehová
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9 Los primeros cristianos aceptaron sin reservas la autoridad de Jesús. Lo demostraron trabajando unidos y siguiendo su dirección, que recibían a través del espíritu santo (Hech. 15:12-21). Para explicar la unidad que hay entre los cristianos ungidos, el apóstol Pablo escribió: “Nosotros, diciendo la verdad, crezcamos por amor en todas las cosas hacia aquel que es la cabeza, Cristo. Por medio de él, todas las partes del cuerpo están armoniosamente unidas y cooperan gracias a las coyunturas que aportan lo necesario. Cuando cada miembro cumple bien su función, esto contribuye a que el cuerpo crezca al edificarse sobre el amor” (Efes. 4:15, 16).
10 La congregación crece cuando todos los que formamos parte de ella cooperamos y seguimos las instrucciones de Cristo. Además, en ella se respira un ambiente de amor, el “lazo de unión perfecto” (Col. 3:14; 1 Cor. 12:14-26).
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