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Página 2¡Despertad! 1989 | 8 de diciembre
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Hoy la gente se preocupa mucho por su salud, y hay una gran variedad de procedimientos para mejorarla: ejercicios, dietas y tratamientos médicos ultramodernos. Sin embargo, a pesar de las grandes sumas de dinero que se invierten con este fin, ¿disfrutamos de mejor salud ahora que en el pasado? ¿Qué podemos hacer para mejorarla? ¿Desaparecerá algún día la mala salud?
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¿Cuánta salud tenemos?¡Despertad! 1989 | 8 de diciembre
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¿Cuánta salud tenemos?
MIL millones de dólares al día. Esta es la cantidad de dinero que en Estados Unidos invierte la gente en el cuidado de su salud. Los ciudadanos de la República Federal de Alemania gastan más de una quinta parte del producto nacional bruto, es decir, más de 340 mil millones de marcos alemanes al año, en cuidar su salud. La situación es similar en la mayoría de los demás países industrializados o desarrollados.
No hay duda de que el ciudadano medio de esos países se está concienciando cada vez más de su salud. Los libros y cintas de vídeo sobre dietas y ejercicios siguen ocupando los primeros puestos en las listas de libros de mayor venta. Los alimentos dietéticos y las vitaminas, así como los aparatos y la indumentaria para hacer ejercicios, se han convertido en un negocio multimillonario. En la actualidad, la imagen de la persona de éxito ya no es la del magnate con el cigarro en la boca, sino la de la figura elegante, esbelta, consciente de su forma física.
Con toda esa atención e interés que se da a la salud y a la forma física, ¿tenemos realmente mejor salud que las generaciones anteriores? ¿Han resultado las grandes cantidades de dinero invertidas en atención médica y sanitaria en un bienestar físico para todos nosotros? En realidad, ¿cuánta salud tenemos?
La realidad actual
Contrario a lo que pudiéramos esperar, los informes procedentes de países tanto ricos como pobres muestran que la gente hoy está muy lejos de disfrutar de buena salud. Hablando sobre el nivel de salud en diferentes partes del mundo, un informe preparado por el instituto Worldwatch dice: “Aunque las necesidades sanitarias difieren muchísimo, los ricos y los pobres tienen una cosa en común: ambos mueren innecesariamente, los ricos de enfermedades cardiacas y cáncer, los pobres, de disentería, neumonía y sarampión”.
A pesar del progreso en la investigación médica, las enfermedades cardiacas y el cáncer siguen siendo una plaga en los países desarrollados. Un informe publicado en The New England Journal of Medicine observa: “No vemos ninguna razón para ser optimistas en cuanto al progreso global de los años recientes. No hay razón para pensar que, en general, el cáncer se está haciendo menos común”. En cuanto al auge de la forma física, la situación la resume bien el doctor Michael McGinnis, del Departamento de Salud y Servicios Sociales de Estados Unidos: “La gran mayoría es consciente de la importancia de la forma física. Pero no actúa en consecuencia. Los norteamericanos no están en tan buena forma como creen”.
Por otro lado, “una cuarta parte de la población mundial carece de agua potable limpia y eliminación de aguas residuales”, dice el informe Worldwatch. “Como resultado, la disentería es endémica por todo el Tercer Mundo y es la causa más importante de mortandad infantil.” Cada año, la disentería, la neumonía, el sarampión, la difteria, la tuberculosis y otras enfermedades siegan la vida de 15 millones de niños de menos de cinco años de edad e impiden el desarrollo normal de otros millones más. No obstante, lo verdaderamente irónico es que los expertos creen que gran parte de estas tragedias podrían evitarse fácilmente.
Aunque tales tragedias no azotan a los niños de las naciones desarrolladas, hay señales alarmantes de que la salud general de la juventud de hoy día está empeorando, no mejorando. Por ejemplo, The Guardian de Londres, bajo el titular “Hace treinta y cinco años, los niños eran más saludables”, menciona que una encuesta realizada por el Medical Research Council revela que en la nueva generación se ha producido “un aumento sustancial en la hospitalización de niños menores de cuatro años, y que se han triplicado los casos de asma y sextuplicado los de eczema”. También se ha registrado un aumento considerable de diabetes juvenil, obesidad, estrés y enfermedades emocionales.
Estudios realizados a nivel nacional en Estados Unidos también han puesto al descubierto que en la actualidad, la forma física de los escolares no es la misma que tiempo atrás. “Hoy, el secreto mejor guardado de América es este: una juventud que no está en forma”, dice George Allen, presidente del Consejo Presidencial sobre Forma Física y Deportes. Las últimas cifras que ha presentado este consejo muestran que el 40% de los muchachos y el 70% de las muchachas de seis a diecisiete años no pueden hacer más de una flexión. Otros estudios revelaron que los adolescentes de hoy tienen la presión alta y niveles preocupantes de grasa y colesterol en la sangre, por no mencionar los graves problemas emocionales y la dependencia de las drogas y el alcohol.
Mirando hacia adelante
La mayoría de nosotros somos conscientes de que nuestra salud en la vida adulta está determinada, hasta cierto grado, por la salud que tuvimos en la niñez. Por lo tanto, no sorprende que George Allen hiciera la siguiente observación: “Lo que me preocupa es que, si no se enseña a los jóvenes a estar en forma ahora, no lo aprenderán cuando sean adultos”. Lo mismo es cierto en las naciones en vías de desarrollo, con la excepción de que en esos países muchos niños ni siquiera tienen la oportunidad de convertirse en adultos saludables.
Los problemas, aunque angustiosos, no son insuperables. Dondequiera que vivamos, hay algo que podemos hacer por nuestra salud y la de nuestra familia. No obstante, mucho depende del punto de vista que tengamos sobre la salud y sobre nosotros mismos. En los artículos que siguen se dará respuesta a las preguntas: ¿qué es la salud?, ¿de qué depende la buena salud?
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¿Qué es la salud?¡Despertad! 1989 | 8 de diciembre
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¿Qué es la salud?
¿TIENE una persona buena salud solo porque no se siente enferma? Pues bien, ¿cuántas veces ha oído de personas que al parecer disfrutaban de una salud de hierro, pero que murieron de repente debido a una causa inesperada? Los informes médicos muestran que aproximadamente una quinta parte de los que mueren de enfermedades cardiacas cada año no habían presentado ningún síntoma de enfermedad. Esta claro, pues, que el sentirse bien o en forma no es una garantía de buena salud.
Considere, por ejemplo, el caso de un joven de veintidós años que era jugador universitario de baloncesto. Era una persona en la flor de la vida que parecía estar sana, pero una noche murió de repente. Las investigaciones revelaron que la causa de la muerte era una sobredosis de droga. Aunque estaba en muy buena forma física, ¿se puede decir que llevaba una vida saludable? Difícilmente.
Por lo tanto, la salud supone algo más que no estar enfermo. Por supuesto, la herencia y el ambiente desempeñan un papel importante, pero, en condiciones normales, es posible que nuestro modo de vivir (lo que comemos y bebemos, nuestra actividad, el descanso que obtenemos, la manera en que reaccionamos ante la presión y otros hábitos personales) sea el factor individual que más repercuta, para bien o para mal, en nuestra salud. Por lo tanto, en buena medida, nuestra salud es la que nosotros nos procuramos. El principio bíblico “cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará”, aplica asimismo a nuestra salud física. (Gálatas 6:7.)
La salud y el estilo de vida
Es bien sabido, por ejemplo, que en muchas compañías japonesas grandes los empleados se someten a rigurosos programas de ejercicios diarios. ¿Con qué resultado? “Las estadísticas indican que los trabajadores japoneses son los más saludables del mundo”, dice la revista Asiaweek. Por otra parte, el informe dice que en Japón “el cáncer es la causa de aproximadamente una de cada cuatro muertes; los ataques cardiacos y apoplejías, una de cada cinco; y las enfermedades respiratorias, una de cada doce. Uno de cada cincuenta y dos varones se suicida (en el caso de las mujeres es una de cada setenta)”.
¿Parecen estos datos inconsecuentes o incluso contradictorios? En realidad no lo son, si examinamos los hechos. En Japón, el 40% de los adultos fuman 300 mil millones de cigarrillos al año, lo que lo convierte en el segundo país del mundo (solo después de Grecia) en consumo de cigarrillos per cápita. Además, los hombres japoneses beben al año 8.000 millones de botellas de cerveza y 1.600 millones de litros de sake. Esto equivale a una ingestión de más o menos medio litro de alcohol puro por hombre y por semana. Sería realmente sorprendente que tales prácticas dañinas no tuvieran un acusado efecto en la salud de la gente.
Cierto, pudiera decirse que los japoneses tienen la mejor expectativa de vida y que su consumo de tabaco y alcohol no es el mayor del mundo, pero eso, a fin de cuentas, no es lo fundamental. La realidad es que la gente está muriendo prematura e innecesariamente. Puede parecer que tienen mejor salud que otros, pero ¿realmente disfrutan de buena salud?
Está claro, pues, que nuestra salud es el resultado de nuestro estilo de vida y hábitos cotidianos. La buena salud depende, en parte, de un modo de vivir equilibrado que resulte en nuestro bienestar físico, mental, emocional y social, y que nos permita integrarnos en nuestro entorno y derivar una medida razonable de gozo y satisfacción de nuestras actividades diarias. ¿Qué podemos hacer para conseguir eso?
[Comentario en la página 6]
La herencia y el ambiente desempeñan un papel importante, pero nuestro modo de vivir posiblemente sea el factor individual que más repercuta en nuestra salud
[Fotografía en la página 5]
Una apariencia de buena salud puede ser engañosa
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¿De qué depende la buena salud?¡Despertad! 1989 | 8 de diciembre
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¿De qué depende la buena salud?
“DEBIDO, en parte, a algunos logros espectaculares de la medicina moderna, en muchas zonas del mundo se cree que la salud es algo que los médicos pueden facilitar a la gente, en vez de algo que la comunidad y las personas deben conseguir por sí mismas.” Así se expresó el doctor Halfdan Mahler en World Health, la revista oficial de la Organización Mundial para la Salud.
Por supuesto, los médicos y los hospitales contribuyen en buena medida a nuestra salud y bienestar. No obstante, desempeñan un papel esencialmente curativo. Buscamos sus servicios cuando algo va mal, pero raramente pensamos en ellos cuando nos sentimos bien. ¿Qué podemos, pues, hacer por nuestra salud?
Directrices para una vida saludable
En general, los expertos concuerdan en que la buena salud depende de tres factores principales: una dieta equilibrada, ejercicio regular y una vida responsable. No puede decirse que escasee la información sobre estos temas, y además mucho de lo que se ha escrito es práctico y provechoso. En los recuadros “La dieta y la salud” y “Ejercicio, forma física y salud” se presentan algunas ideas actuales y pertinentes sobre el efecto de la dieta y el ejercicio en nuestra salud.
Aunque se dispone de mucha información provechosa, los hechos muestran que, lamentablemente, la buena salud no es uno de los objetivos prioritarios de la mayor parte de la gente. Por ejemplo, entre otras cosas, “todo el mundo sabe lo que hay que hacer para perder peso —observó la doctora Marion Nestle, de la Oficina de Prevención de Enfermedad y Promoción de la Salud de Washington—, pero aun así el problema del exceso de peso no parece remitir”. Según esta oficina, aproximadamente uno de cada cuatro estadounidenses pesa un 20% más de lo que debiera.
De igual manera, un estudio del Centro Nacional para la Estadística Sanitaria de los Estados Unidos dice: “Entre 1977 y 1983 parece que hubo un aumento general de prácticas perjudiciales para la salud”. ¿Cuáles son estas prácticas? No son problemas ajenos a la voluntad de la persona, como la desnutrición, las epidemias o la contaminación. Más bien, son factores que dependen exclusivamente de la persona, como el fumar, el comer y beber en exceso, y el consumo de drogas.
Por lo tanto, se precisa algo más que información médica o científica sobre lo que hay que hacer para tener buena salud. Lo que necesitamos es un mayor incentivo para vivir con sentido de responsabilidad. Debemos sentirnos impulsados, no solo a hacer las cosas que beneficien nuestra salud, sino a evitar aquellas que la deterioren. ¿Dónde podemos encontrar tal incentivo y motivación que nos ayude a vivir vidas saludables?
Aunque la mayoría de las personas no sean conscientes de ello, un autor médico, S. I. McMillen, comentó en el prefacio de su libro None of These Diseases (Ninguna de estas enfermedades): “Estoy seguro de que al lector le sorprenderá descubrir que las directrices de la Biblia pueden evitarle ciertas enfermedades infecciosas, muchos cánceres mortales y una gran variedad de enfermedades psicosomáticas que van en aumento a pesar de todos los esfuerzos de la medicina moderna. [...] La paz no viene en cápsulas”.
De estos comentarios se desprende que, aunque la Biblia no es un libro de texto médico o un manual de salud, contiene principios y directrices que pueden resultar en hábitos sanos y buena salud. ¿Cuáles son algunos de esos principios?
Emociones y concepto de la vida
Por ejemplo, “la ciencia médica reconoce que las emociones como el temor, la angustia, la envidia, el resentimiento y el odio son responsables de la mayoría de nuestras enfermedades”, dijo el doctor McMillen, anteriormente citado. “Los cálculos varían de un 60% a casi un 100%.”
¿Qué puede hacerse a este respecto? Es de interés señalar que hace unos tres mil años la Biblia ya decía: “Un corazón calmado es la vida del organismo de carne, pero los celos son podredumbre a los huesos”. (Proverbios 14:30.) Pero, ¿cómo se consigue “un corazón calmado”? El consejo bíblico es: “Que se quiten toda amargura maliciosa y cólera e ira y gritería y habla injuriosa, junto con toda maldad”. (Efesios 4:31.) En otras palabras, para disfrutar de buena salud física, debemos aprender a controlar nuestras emociones.
Esto, por supuesto, es contrario a lo que aconsejan algunos psiquiatras y psicólogos modernos. A menudo recomiendan no intentar controlar los sentimientos, sino exteriorizarlos. El desahogarse y descargar la ira puede ocasionar un alivio temporal al que se siente encerrado y perturbado. Pero, ¿cómo afecta esto a las relaciones con quienes le rodean, y qué clase de reacción puede provocar en ellos? No es difícil imaginar la tensión y nerviosismo, por no mencionar el posible daño físico, que se ocasionaría si todo el mundo exteriorizara sus sentimientos en vez de intentar controlarlos. Simplemente se crearía un círculo vicioso sin fin.
Por supuesto, no es fácil dominar estas emociones dañinas, sobre todo si uno tiende a ceder al enojo y la ira. Por eso la Biblia sigue diciendo: “Más bien háganse bondadosos unos con otros, tiernamente compasivos, y perdónense liberalmente unos a otros”. (Efesios 4:32.) En otras palabras, dice que deberíamos reemplazar los sentimientos dañinos negativos por sentimientos positivos.
¿Qué efecto tienen en nosotros los sentimientos positivos hacia otras personas? “El preocuparse por otros es biológico”, escribe el doctor James Lynch en su libro The Broken Heart (El corazón roto). “El mandato de ‘amar al prójimo como a uno mismo’ no es solo un mandato moral, lo es también fisiológico.” Con respecto a los beneficios que pueden reportar tales relaciones positivas, el psiquiatra Robert Taylor añade: “Saber que hay personas a las que uno puede recurrir en tiempos de necesidad reporta sentimientos de seguridad, optimismo y esperanza muy importantes, los cuales pueden ser grandes antídotos del estrés”. Aunque la medicina moderna está en posición de tratar algunas de las llamadas enfermedades psicosomáticas, las sencillas directrices de la Biblia pueden tener un efecto preventivo de modo que nunca lleguemos a contraerlas. Cualquiera que desee aplicar las directrices bíblicas se beneficiará tanto en sentido emocional como físico.
Hábitos y adicciones
Algo más que afecta nuestro bienestar emocional y físico es la manera como tratamos a nuestro cuerpo. Con un esfuerzo razonable de nuestra parte (comer de manera adecuada, hacer el debido ejercicio y descansar lo necesario, una buena higiene, etcétera) el cuerpo se cuidará a sí mismo. No obstante, si habitualmente abusamos de él, más tarde o más temprano se deteriorará y sufriremos las consecuencias.
El consejo bíblico es: “Limpiémonos de toda contaminación de la carne y del espíritu”. (2 Corintios 7:1.) ¿Cómo podemos aplicar este consejo, y con qué beneficios? Considere el siguiente informe del Instituto Worldwatch con sede en Washington: “Fumar es una epidemia que crece un 2,1% cada año, más rápidamente que la población mundial. [...] El aumento del consumo de tabaco disminuyó algo a principios de los años ochenta, sobre todo por razones económicas, pero está volviendo a crecer con rapidez. En la actualidad hay más de mil millones de fumadores, los cuales consumen casi cinco billones de cigarrillos al año, una media que supera la mitad de un paquete diario”.
¿Cuál ha sido el efecto de esta ‘creciente epidemia’? El recuadro adjunto aporta algunos datos que inducen a la reflexión. La lista no es exhaustiva en absoluto, pero el mensaje es claro: la adicción al tabaco es poderosa y costosa. Es un hábito contaminante que perjudica la salud tanto del fumador como de los que le rodean.
¿Qué han logrado los programas para acabar con este hábito? A pesar de todas las campañas antitabaco, se ha conseguido muy poco a escala internacional, pues vencer el hábito de fumar es como nadar contra corriente. La investigación muestra que solo uno de cada cuatro fumadores ha logrado dejar de fumar. Al parecer, todas las advertencias de que el tabaco es peligroso para la salud no suministran el suficiente incentivo para dejarlo.
Sin embargo, el consejo bíblico supracitado, además del mandato cristiano de que debe amarse al prójimo como a uno mismo, ha motivado a miles de personas que ahora son testigos de Jehová a dejar de fumar. Ya sea en sus Salones del Reino, donde se reúnen varias horas cada semana, o en sus asambleas, a las que asisten miles de ellos durante varios días, no se les ve con un cigarrillo en la mano. Su voluntad de aceptar y aplicar las directrices bíblicas les ha dado la determinación necesaria para conseguir lo que otros no pueden lograr.
Entre otras prácticas dañinas están el abuso del alcohol, la drogadicción, la promiscuidad sexual —con las enfermedades mortíferas que de ella se derivan— y otros muchos problemas sanitarios y sociales. Mientras que las autoridades sanitarias difícilmente pueden resolver estos problemas, la Biblia provee consejo que es tanto razonable como práctico.a (Proverbios 20:1; Hechos 15:20, 29; 1 Corintios 6:13, 18.)
Cuando todas las enfermedades terminen
A pesar de lo mucho que hagamos por nuestra salud, la dura realidad es que, al tiempo presente, todos enfermamos y morimos. Sin embargo, el Creador del hombre, Jehová Dios, no solo nos dice por qué enferma y muere el hombre, sino que también nos informa sobre el tiempo cercano en el que desaparecerán todas las enfermedades y hasta la misma muerte. (Romanos 5:12.)
La profecía bíblica de Isaías 33:24 promete: “Y ningún residente dirá: ‘Estoy enfermo’”. Revelación 21:4 también promete: “Y [Dios] limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor”. Sí, la promesa del Creador es la de un nuevo mundo aquí en la Tierra, en el que la humanidad será elevada a la perfección humana y recibirá como herencia una salud radiante y vida eterna. (Isaías 65:17-25.)
[Nota a pie de página]
a Para más información, sírvase leer el capítulo 10 del libro La felicidad, ¿cómo hallarla?, publicado por la Sociedad Watchtower Bible and Tract de Nueva York, Inc.
[Recuadro en las páginas 7, 8]
La dieta y la salud
“Si usted [...] no fuma ni bebe en exceso, su dieta influirá en sus expectativas de salud a largo plazo más que cualquier otra cosa que usted haga.” (Doctor C. Everett Koop, anterior inspector general de sanidad de Estados Unidos.)
En años recientes, los expertos en temas sanitarios han hablado sobre los efectos dañinos que ciertos aspectos de la dieta tienen sobre la salud en los países industrializados. Además de señalar factores como el tabaco, el alcohol, la sal y el azúcar, se ha dado especial énfasis al hecho de que la dieta de mucha gente es demasiado alta en grasas y colesterol y demasiado baja en fibra.
“La mayor preocupación —continúa el doctor Koop— es la ingesta excesiva de grasa animal y su relación con el riesgo de enfermedades crónicas como las afecciones coronarias, algunos tipos de cáncer, diabetes, hipertensión, apoplejías y obesidad.” De igual manera, el cirujano británico doctor Denis Burkitt y otros facultativos han subrayado la relación que hay entre la deficiencia de fibra en la dieta y las enfermedades coronarias, cáncer de intestinos, desórdenes gastrointestinales, diabetes y otras dolencias.
No se entienden todos los detalles sobre la manera en que la dieta afecta nuestra salud, ni hay consenso entre los profesionales. De todos modos, vale la pena considerar algunos hechos médicos.
Reduzca la ingestión de grasa
Un alto nivel de colesterol —un alcohol graso— en la sangre está directamente relacionado con un elevado riesgo de enfermedad cardiaca. Los que tengan problemas de corazón o hayan tenido antecedentes en su familia y los que quieran minimizar el riesgo, harían bien en controlar el nivel de colesterol en la sangre. ¿Cómo lograrlo?
Normalmente, lo primero que se recomienda es seguir una dieta baja en colesterol, que se encuentra en todos los alimentos de origen animal, como las carnes, huevos y productos lácteos, pero no en los alimentos vegetales. No obstante, estudios recientes han mostrado que si solo se ingieren alimentos ricos en este lípido, el efecto en el nivel del colesterol en la sangre es moderado. Ahora bien, si la dieta es también rica en grasas saturadas (como las grasas animales y vegetales y los aceites de coco y de palma), en la mayoría de las personas se produce un aumento considerable de colesterol. Por eso, hoy se pone el énfasis en ‘reducir la ingestión de grasas’. Disminuya la cantidad de carne en su dieta, y la que coma, que sea más magra, elimine la grasa visible, quite la piel del pollo y limite el consumo de yemas de huevo, leche entera, quesos fuertes y alimentos procesados que contengan aceites de coco y de palma.
Aunque las grasas saturadas tienden a elevar el nivel de colesterol en la sangre, los aceites líquidos no saturados (oliva, soja, sasafrás, maíz y otros aceites vegetales), el pescado graso y los moluscos logran justo lo contrario. Algunos de estos alimentos pueden incluso elevar la cantidad relativa del llamado colesterol benigno (lipoproteína de alta densidad) en la sangre o reducir el nivel del colesterol de tipo perjudicial (lipoproteína de baja densidad).
Coma más fibra
Reducir la ingestión de grasa es solo parte de la cuestión. Los alimentos muy refinados y procesados —con alto contenido de harina blanca, azúcar, aditivos químicos, etcétera— carecen por completo de fibra. El resultado son las enfermedades llamadas civilizadas: estreñimiento, hemorroides, hernia, diverticulosis, cáncer colorectal, diabetes, enfermedades cardiacas y otras. “Los hombres que toman poca fibra tienen un riesgo de muerte por cualquier causa tres veces mayor que los que toman mucha”, dice un informe de Lancet.
La fibra dietética es beneficiosa en dos sentidos. Absorbe el agua al pasar rápidamente por nuestro sistema digestivo, lo que, según los expertos en salud, contribuye a arrastrar muchos de los agentes perjudiciales y a acelerar su eliminación del cuerpo. Y además, algunas fibras solubles mantienen bajos los niveles de azúcar y colesterol benigno en la sangre, lo que constituye un beneficio para los diabéticos y enfermos del corazón.
¿Cómo puede usted beneficiarse de este conocimiento sobre la fibra? Si le es posible, aumente la proporción de frutas, verduras y productos de grano entero en su dieta. Cambie el pan blanco por el pan integral y añada cereales completos a la mesa del desayuno. Las legumbres son también una excelente fuente de fibra. Y la fécula —patatas y arroz— puede tener propiedades anticancerígenas.
Por supuesto, hay muchos otros aspectos de su dieta que pueden afectar la salud, pero, hay dos que, en la mayoría de los casos, necesitan atención urgente: reducir la ingestión de grasas y aumentar la de fibra.
[Recuadro en las páginas 10, 11]
Ejercicio, forma física y salud
Un estudio realizado durante cuarenta años, en el que se tomó como muestra a unos diecisiete mil hombres, reveló que los que hacían ejercicio una o dos horas a la semana (quemando unas quinientas calorías) tenían índices de mortalidad de un 15% a un 20% más bajos que aquellos que no hacían ejercicio. Los que practicaban ejercicios vigorosos (quemando dos mil calorías a la semana) tenían un índice de mortalidad un 30% más bajo. Otros estudios han llegado a la misma conclusión: el ejercicio regular reduce el riesgo de la hipertensión, de las enfermedades coronarias y, posiblemente, incluso del cáncer. También ayuda a combatir el exceso de peso, la falta de amor propio, el estrés, la ansiedad y la depresión.
La razón de que el ejercicio regular aporte tantos beneficios es que eleva la capacidad y resistencia física de la persona, o lo que es lo mismo, mantiene a uno en buena forma física. Aunque estar en forma no garantiza una buena salud, reduce el riesgo de enfermedad y, en caso de haber contraído alguna, contribuye a una recuperación más rápida. La buena forma física contribuye al bienestar mental y emocional de la persona y a un retraso de los efectos del envejecimiento.
¿Qué y cuánto?
Las típicas preguntas sobre el ejercicio son: ¿Qué clase de ejercicio? ¿Cuánto? Eso en realidad depende de lo que uno quiera lograr. Un atleta olímpico tiene que entrenar muchas horas y con mucho esfuerzo para mantenerse en forma, pero el interés principal de la mayoría pudiera ser perder peso, ponerse en forma, mejorar su salud o, sencillamente, sentirse bien. En el caso de estas personas, los expertos suelen concordar en que se necesitan de 20 a 30 minutos de ejercicio tres veces a la semana para mantenerse en forma. Pero ¿qué clase de ejercicio?
La buena forma está en función de la capacidad física de la persona, su edad y su resistencia. En cualquier caso, el ejercicio debería elevar el ritmo cardiaco y la respiración durante su ejecución. Eso es lo que se llama comúnmente ejercicio aeróbico. Correr, andar deprisa, baile aeróbico, saltar a la cuerda, nadar e ir en bicicleta son algunos de los ejercicios de esta índole, cada uno con sus ventajas y desventajas en términos de conveniencia, coste de instalaciones y equipo, riesgo de lesiones, etcétera.
Otros tipos de ejercicio fortalecen los músculos y dan forma al cuerpo, entre ellos los que se realizan con la ayuda de aparatos y pesas. Estos ejercicios aumentan la fuerza y la resistencia física de la persona y pueden mejorar su porte y apariencia, por lo que son indicados para conseguir un cuerpo en forma.
¿Y qué se puede decir de la gimnasia sueca que la mayoría de nosotros recordamos de cuando íbamos a la escuela? Nos hizo mucho bien, sea que lo reconociéramos en aquel tiempo o no. Estirarse, doblarse y otros movimientos similares sirven para el precalentamiento del cuerpo, saltar y dar patadas aceleran el ritmo cardiaco y las flexiones de brazos y tronco fortalecen los músculos. Una gran ventaja de estos ejercicios a medida que uno se hace mayor es que puede mantenerse ágil y seguir activo por más tiempo.
Por último, están los deportes recreativos: tenis, frontón, patinaje y muchos otros. La ventaja de estas actividades es que son más divertidas que los ejercicios monótonos y, por lo tanto, pueden ser un incentivo para hacer ejercicio regularmente. En función del vigor e interés con que uno se dedique a ellos, estos deportes aportarán o no el grado de ejercicio requerido. Sin embargo, contribuyen a tonificar el cuerpo y mejorar su coordinación, flexibilidad y agilidad.
Con tantas formas de ejercicio para escoger, la clave del éxito radica en seleccionar uno, o una combinación de ellos, con el que usted pueda disfrutar. Esto le ayudará a apegarse a sus intenciones, ya que los estudios muestran que del 60% al 70% de los adultos que empiezan a hacer ejercicios lo dejan al cabo de aproximadamente un mes. Recuerde, es la regularidad y no la cantidad del ejercicio lo que importa. Si participa en distintos tipos de ejercicio en diferentes momentos, le dará a su cuerpo un desarrollo completo y equilibrado.
La selección de la actividad también debe depender de su edad y su estado general de salud al empezar. Por supuesto, los que tienen problemas de salud deben consultar a su médico antes de emprender un programa de ejercicios. En cualquier caso, empiece despacio y vaya aumentando poco a poco. Aprenda a practicar bien el ejercicio que haya escogido —no hay escasez de libros e instrucciones sobre este tema— y de ese modo disfrutará y también se beneficiará de sus esfuerzos.
[Recuadro en la página 12]
El costo de fumar
◻ El tabaco causa más sufrimiento y muerte en el mundo adulto que cualquier otra sustancia tóxica del ambiente.
◻ El costo mundial en vidas se acerca ahora a 2.500.000 al año, lo que equivale a casi el 5% de todas las muertes.
◻ Los gastos en salud más las pérdidas económicas en [Estados Unidos] van de 38 mil millones a 95 mil millones de dólares, o de 1,25 a 3,15 dólares por paquete. Estos totales no incluyen el coste del mismo tabaco: aproximadamente 30 mil millones de dólares al año.
◻ Los fumadores pasivos posiblemente tienen el triple de probabilidades de morir de cáncer de pulmón que las que tendrían si no se vieran expuestos al humo del tabaco.
◻ Las madres que fuman disminuyen las capacidades físicas y mentales de sus hijos, y en muchos países son más de una quinta parte los niños que están expuestos al humo de este modo.
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