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  • Cómo vencerá el bien al mal
    La Atalaya 2006 | 1 de enero
    • La inclinación al mal

      David mismo reconoció una de las razones por las que se cometen males. Al descubrirse sus crímenes, asumió toda la responsabilidad de sus actos, y luego escribió con tristeza: “¡Mira! Con error fui dado a luz con dolores de parto, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). Jamás fue la intención del Creador que las madres concibieran hijos pecadores. Sin embargo, cuando Eva primero, y Adán después, decidieron rebelarse contra Dios, perdieron la facultad de tener hijos sin pecado (Romanos 5:12). La raza humana imperfecta creció en número, y fue quedando claro que “la inclinación del corazón del hombre [era] mala desde su juventud” (Génesis 8:21).

      Dicha inclinación al mal, si se deja a rienda suelta, engendra “fornicación, [...] enemistades, contiendas, celos, arrebatos de cólera, altercaciones, divisiones, sectas, envidias” y otras conductas destructivas que la Biblia califica de “obras de la carne” (Gálatas 5:19-21). Eso fue lo que pasó con el rey David: sucumbió a la debilidad carnal, cometió fornicación y se acarreó graves conflictos (2 Samuel 12:1-12). Pudo haber resistido sus impulsos inmorales, pero en vez de eso alimentó su deseo por Bat-seba, siguiendo el patrón que más tarde describió el discípulo Santiago: “Cada uno es probado al ser provocado y cautivado por su propio deseo. Entonces el deseo, cuando se ha hecho fecundo, da a luz el pecado; a su vez, el pecado, cuando se ha realizado, produce la muerte” (Santiago 1:14, 15).

      Los ejemplos de asesinatos en masa, violaciones y saqueos mencionados en el artículo anterior demuestran los extremos a los que llega la gente cuando permite que los malos deseos dominen sus actos.

  • Cómo vencerá el bien al mal
    La Atalaya 2006 | 1 de enero
    • Cómo se eliminará la inclinación a la maldad

      Para que el mal desaparezca definitivamente de la sociedad humana, es preciso acabar con la tendencia innata al mal, la falta de conocimiento exacto y la influencia de Satanás. En primer lugar, ¿cómo extirpar del corazón del hombre su inherente inclinación a la maldad?

      Ningún cirujano ni medicamento humano puede lograrlo; pero Jehová Dios ha dispuesto una cura contra el pecado y la imperfección heredados para todo aquel que la acepte. “La sangre de Jesús [...] nos limpia de todo pecado”, escribió el apóstol Juan (1 Juan 1:7). Cuando Jesús, como hombre perfecto, entregó voluntariamente su vida, “cargó con nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero, para que acabáramos con los pecados y viviéramos a la justicia” (1 Pedro 2:24). Su muerte en sacrificio anularía los efectos del mal que Adán cometió. Así, señala Pablo, Cristo Jesús se convirtió en un “rescate correspondiente por todos” (1 Timoteo 2:6). En efecto, la muerte de Cristo abrió la puerta para que toda la humanidad recuperara la perfección que Adán había perdido.

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