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  • Por qué desistí de la idea de ir al cielo
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1986
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1986
w86 1/9 págs. 10-13

Por qué desistí de la idea de ir al cielo

Según lo relató Yuriko Eto

COMO japonesa que pertenecía a la Iglesia Metodista, sinceramente creía que no podía haber mayor felicidad que la de ir al cielo. Sería algo sublime el estar al lado de Dios y poder vivir con el Señor Jesucristo para siempre. ¿Por qué tenía yo este gran anhelo de ir al cielo? ¿Y por qué desistí de esa idea? Permítame relatarle mi experiencia.

En mi país, Japón, por muchos siglos únicamente se permitían el sintoísmo y el budismo. Yo nací en 1911, solo 22 años después de declararse la libertad de cultos. Mi familia se había hecho metodista. Mi padre era comerciante. Mi madre era hija de un clérigo. El que mi madre creyera profundamente en la Biblia fue una bendición para mí. Recuerdo en particular a una amiga de ella, profesora en una escuela de teología para muchachas, que solía visitarnos frecuentemente. Siempre nos hablaba de la Biblia, y a mí me encantaba escucharla. Pero al fin de cada conversación siempre decía: “¿No es una lástima que la Biblia todavía no haya sido revelada ni se pueda entender?”. Siempre me preguntaba: si Dios había hecho que los hombres escribieran la Biblia, ¿por qué no hacía que la entendieran?

Cada vez que regresaba de la escuela, no deseaba otra cosa sino sentarme en una silla cómoda para leer la Biblia y soñar con ir al cielo. Algo que particularmente me conmovía era el hecho de que Cristo tal vez vendría a nuestro encuentro en el transcurso de mi vida. Jesucristo se asemejó a un novio y, como advertencia, dijo que cinco de las diez vírgenes se durmieron y no pudieron encontrarse con el novio, ¡por lo cual no pudieron ir al cielo! Por eso, todos los días yo oraba por que llegara el tiempo en que el Señor Jesús vendría a buscarnos y por que la segunda presencia de Cristo no fuera olvidada. Mantenía en mi corazón la escritura que dice: “Bienaventurados los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios”, de modo que seguía esperando y anhelando. De hecho, vivía como alguien que tan solo estaba de visita en el mundo. (Mateo 25:1-12; 5:8, Versión Valera, 1977.)

En 1933 me casé, y debido a que siempre incluía el tema de ir al cielo en mis conversaciones, mi esposo se reía de mí y me decía: “Tú perteneces al cielo, pero yo pertenezco a este mundo”. Sin embargo, el padre de él creía mucho en la Biblia y a menudo decía: “Ya han pasado casi 2.000 años desde que el Señor Jesucristo vino, así que podemos confiar en que la segunda presencia de Cristo está cerca”. Esto hacía que mi corazón rebosara de gozo.

Entonces comenzó la II Guerra Mundial. Mi esposo murió en el último año de la guerra. En aquel entonces yo creía que si realmente existía un tenebroso infierno, tenía que ser este mismísimo mundo. Después de la guerra, la ciudad de Tokio todavía se hallaba en estado de confusión, así que tuve que mudarme varias veces, acompañada de mis cuatro hijos (el más pequeño tenía solo siete meses de nacido). Yo no podía estar ni un solo domingo sin ir a la iglesia, por eso cada vez que nos mudábamos asistía a la iglesia más cercana a mi hogar. No me importaba a qué denominación perteneciera, pues yo opinaba que había un solo Dios y una sola Biblia. No me agradaba la idea de apegarme a una sola religión.

En busca de la organización de Dios

Al notar las diferencias que había entre aquellas sectas, gradualmente comencé a preguntarme qué punto de vista tenía Dios de ellas. Llegué a la conclusión de que Dios conoce mejor que nadie que el error predomina en las muchas religiones que hay. Yo creía que de la misma manera que un maestro acredita puntos a un alumno en los exámenes, así también Dios acreditaría puntos a la organización que entendiera la Biblia con la mayor exactitud. Comencé a pensar que tenía que hallar la organización que Dios aprobaba. Entonces me vino a la memoria Mateo 7:9, que dice: “¿Quién es el hombre entre ustedes a quien su hijo pide pan..., no le dará una piedra, ¿verdad?”. Puesto que yo buscaba el “pan” verdadero, puse fe en este texto bíblico y comencé a orar sinceramente día tras día: “Por favor, permíteme asociarme con la organización que tiene el entendimiento exacto de la Biblia”. Un año después de haber comenzado a orar así, me mudé a Yokohama. Fue allí donde me conmovió mucho cierta conversación que tuve con alguien.

Cada vez que me encontraba con alguna persona que decía que asistía a la iglesia, en seguida le preguntaba: “Dígame, ¿conoce usted a alguien que entienda la Biblia detalladamente?”. Un día me encontré con una persona que pertenecía a una iglesia de un pueblo cercano y le hice esta misma pregunta. Aunque hasta ese entonces no había recibido una respuesta favorable, ella me contestó de manera convincente: “Sí. Conozco a alguien. El otro día vino a visitarme una misionera. La invité a entrar e inmediatamente abrió la Biblia y me explicó muchas cosas, una tras otra. Antes de marcharse me dijo que vivía en la cumbre de la colina donde usted vive”. Cuando oí esto, salí emocionada de la casa. Al día siguiente fui a visitar el hogar misional de los testigos de Jehová.

Un tiempo de crisis

Por fin pude tener un estudio detallado de la Biblia. Pasó como un mes, ¡y entonces oí algo que me cayó como una bomba! Mi maestra misionera, Jean Hyde (actualmente Nisbet), se sonrió y me dijo: “En el futuro usted probablemente no vivirá en el cielo, sino en la Tierra”. Aquello fue para mí un choque, pues sentí como si me hubieran empujado del cielo. Estaba realmente furiosa. “Esta es la primera vez que conozco a una misionera que habla de manera tan ofensiva —le dije muy enojada—. Es una lástima que, aunque yo deseaba tanto que usted me enseñara de la Biblia, ese deseo se me haya ido. Pero como estoy buscando la organización verdadera y me he suscrito a La Atalaya, y también tengo el libro ‘Sea Dios veraz’, haré un examen minucioso por mi propia cuenta. Y cuando esté segura de que esta es la verdad, me inclinaré ante usted y le pediré que me ayude de nuevo.”

Jean no se enojó. Me miró y dijo: “Claro que sí, investigue para que vea cuál es la verdad”. Después de decir esto, se marchó, aunque de vez en cuando pasaba por mi casa y bondadosamente me preguntaba: “¿Está efectuando su investigación?”. Yo había tenido la esperanza de que esta organización fuera la respuesta a mis oraciones, pero ahora me sentía completamente confundida. Nunca antes había oído que hubiera un grupo de personas que fuera a ir al cielo y otro que fuera a vivir en la Tierra para siempre.

Desde ese entonces comencé a examinar con anhelo todos los días las publicaciones de la Watch Tower. Con el tiempo un superintendente viajante de los testigos de Jehová, Adrian Thompson, me visitó. Con una actitud un poco rebelde, le pregunté inmediatamente: “Aunque en el futuro fueran a haber dos grupos, uno celestial y otro terrenal, ¿no debería ser Dios quien decida? Sería presuntuoso de parte del hombre decidirlo, ¿no es cierto?”. Él me contestó: “¡Eso es muy cierto! Dios es quien decide”. Aunque no entendía los detalles, por alguna razón me sentí un poco más tranquila. ‘De modo que —pensé yo— no me han quitado la esperanza de ir al cielo.’ Después, oré y continué estudiando por mi cuenta.

En 1954 asistí a la Conmemoración de la muerte de Cristo. Lloyd Barry fue el conferenciante en aquella ocasión. En su discurso él explicó que los que estaban en el “arreglo del pacto” serían los que habrían de participar del pan y del vino. Yo tenía muchas preguntas después de la Conmemoración, y por eso caminé a casa con una celosa Testigo de nombre Shizue Seki. Ella mostró gran interés en mí y pacientemente me animó a que no dejara de estudiar tan solo porque tuviera problemas en cuanto a comprender cierto punto, sino que más bien me cerciorara de que todas las demás enseñanzas tenían base bíblica.

Un día, después que los niños se habían ido a la escuela, me puse a limpiar la casa antes que llegaran ciertos invitados que esperaba, y oré en silencio: ‘Voy a volver a estudiar con los testigos de Jehová’. Cuando abrí los ojos, me asombré al ver, no a los invitados que esperaba, sino a tres japonesas testigos de Jehová. Todavía sorprendida, les dije lo que acababa de decir en oración. Fumiko Seki comenzó a saltar de la alegría mientras aplaudía y decía: “¡Qué bueno! ¡Qué bueno!”. Poco después otro misionero, llamado Sonny Dearn, comenzó un deleitable estudio conmigo, con la ayuda de Fumiko como intérprete. Esta vez dos de mis hijos tomaban el estudio conmigo. Pero luego la asignación misional de Sonny cambió. Entonces vino otro extranjero llamado Leon Pettitt. Siempre le hacíamos muchas preguntas. Y calmadamente él nos mostraba textos bíblicos para que nosotros mismos llegáramos a la conclusión correcta y progresáramos en conocimiento bíblico.

Aprendo el propósito de ir al cielo

En contraste con mis aspiraciones personales, aprendí que el ir al cielo tiene un propósito mucho mayor que el de simplemente desear estar con el glorioso Dios y vivir para siempre con el Señor Jesús. A medida que iba aprendiendo ciertas verdades, mi corazón las iba aceptando de buena gana.

Por ejemplo, si el primer hombre, Adán, no hubiera pecado, no habría habido la necesidad de que nadie de entre la humanidad fuera al cielo. Pues, miles de millares de ángeles ya vivían en el cielo antes que el mundo fuera creado. (Job 38:4-7; Daniel 7:9, 10.)

A medida que progresaba el estudio, aprendí en Lucas 12:32 que un grupito que la Biblia llama “rebaño pequeño” son los que van al cielo. Jesús dijo: “No teman, rebaño pequeño, porque su Padre ha aprobado darles el reino”. En cuanto al propósito de ir al cielo, ¿no está escrito en Revelación 20:6 que ellos “reinarán con él [Cristo] por los mil años”? ¿Y no dice también Revelación 5:10 que ellos “han de reinar sobre la tierra”?

También aprendí el significado del padrenuestro. Jesús oró: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. (Mateo 6:10, Valera.) Quedé maravillada ante la sabiduría de Dios cuando comprendí que esto se refería a la gobernación del Reino celestial compuesto de personas que han sido escogidas de entre la humanidad para reinar con el rey Jesucristo. Estaba convencida de que esto es exactamente lo que necesitamos, un incomparable nuevo gobierno que pueda libertar a la humanidad del sufrimiento, la tristeza y las presiones que causa Satanás. No pude contenerme de alabar a Jehová.

Además, cuando aprendí que el número de los que van al cielo es una cantidad limitada de 144.000 personas, no pude más que concordar con lo razonable que es eso. (Revelación 14:1, 3.) De manera similar, hasta la cantidad de funcionarios en un gobierno terrestre es limitada. Llegué a comprender que los que van al cielo tienen ciertos deberes importantes que efectuar. Su labor dentro del arreglo amoroso de Dios incluye el hacer que todos los que vivan en la Tierra sean felices y restauren la Tierra a condiciones paradisíacas.

Estaba tan llena de aprecio que me sentí contenta de desistir de la idea de ir al cielo. Ahora reboso con la esperanza de vivir en un paraíso en la Tierra. No cabe la menor duda de que Dios ha revelado el significado de la Biblia por medio de su organización. Había estado buscando la verdad, y me siento impelida a dar gracias a Dios por haberme ayudado a hallar la organización que él aprueba.

Ministerio fructífero y feliz

Me bauticé en octubre de 1954. Y desde 1955 dos de mis hijos han estado participando de tiempo completo en la proclamación del Reino junto conmigo. Mi hijo Keijiro sirvió de superintendente viajante durante siete años. Ahora ha sido bendecido con dos hijos, y tanto él como su esposa trabajan celosamente como predicadores de tiempo completo (precursores). Como precursora especial, he ayudado a establecer congregaciones de los testigos de Jehová en seis ciudadesa. Durante los últimos años tuve el gozo de predicar con Hiroko, mi hija mayor, en la isla Hachijō, que está en el océano Pacífico, a unos 300 kilómetros (185 millas) de Tokio.

Puesto que ahora estoy contenta con la esperanza de un futuro maravilloso en la Tierra, mi punto de vista para con esta ha cambiado muchísimo. Particularmente en la isla Hachijō estábamos rodeados de flores extraordinarias, y cuando íbamos de casa en casa expresamos nuestra admiración al hablar con los amos de casa en sus hermosos jardines. Un día visitamos a una anciana que cuidaba de sus flores. Expresamos admiración por las flores, pero ella se lamentó, diciendo: “No le temo a la muerte, pero lo que me desconsuela es que voy a tener que dejar estas flores cuando me vaya al otro mundo”. Le expliqué que bajo la gobernación del Reino de Dios ella sería resucitada para vivir en una tierra paradisíaca donde se podría disfrutar de las flores para siempre. Los ojos le brillaron al oír esto, y convenimos en tener un estudio bíblico.

Algo que también me agradó fue la vida sencilla que llevan los isleños. Estos son muy reverentes particularmente en el asunto de honrar a los antepasados. Cuando alguien muere, todos en la comunidad asisten cordialmente al funeral. Desearía que todas estas personas llegaran a conocer a Jehová, el Padre de la vida, y llegaran a comprender que él es el Dios que hará que sus antepasados vuelvan a vivir cuando la Tierra sea convertida en un paraíso. Quisiera que supieran que hay una gran diferencia entre respetar y adorar a los antepasados. Solo debemos adorar al único Padre de la vida, Jehová. Como dijo Jesús: “No obstante, la hora viene, y ahora es, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre con espíritu y con verdad, porque, en realidad, el Padre busca a los de esa clase para que lo adoren. Dios es un espíritu, y los que lo adoran tienen que adorarlo con espíritu y con verdad”. (Juan 4:23, 24.)

Ahora, en mi séptima asignación, doy gracias a Jehová a medida que sigo hablándole a la gente acerca del propósito del gobierno del Reino celestial de Jehová y de las maravillosas bendiciones que traerá para los que tengan el extraordinario privilegio de vivir para siempre en la Tierra. (2 Pedro 3:13; Revelación 21:3, 4.)

[Nota a pie de página]

a Yuriko Eto también ha ayudado a 75 personas mediante el estudio de la Biblia a llegar a ser publicadores del Reino.

[Fotografía de Yuriko Eto en la página 10]

[Fotografía en la página 12]

Yuriko Eto estudiando con otras personas sobre la promesa bíblica de un Paraíso terrestre

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