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  • El amor a Dios: impulso a la moralidad
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1987
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1987
w87 15/10 págs. 4-7

El amor a Dios: impulso a la moralidad

PERSONAS razonables concuerdan sin dilación en que la inmoralidad debe ser restringida. Como dijo un ministro de la Iglesia Unida del Canadá: “Cuando los individuos y la sociedad pasan por alto la ley moral, las consecuencias son horribles: guerras, inflación, [engaño político] y anarquía”. Como se ha mostrado en el artículo anterior, las religiones principales del mundo no han resultado ser un vigoroso impulso a la moralidad. Por eso, si nosotros como individuos deseamos vivir vidas morales, tenemos que acudir a otra autoridad que suministre ese impulso hacia el bien, y entonces estar dispuestos a someternos a esa autoridad.

La influencia de una autoridad superior de esa índole se manifestó en un incidente que envolvió a José, administrador hebreo para un funcionario de la corte egipcia. Cuando la esposa de aquel funcionario quiso seducir a José, él resistió, diciendo: “¿Cómo podría yo cometer esta gran maldad y realmente pecar contra Dios?”. (Génesis 39:7-9.) José tuvo la fortaleza moral necesaria para resistir a aquella mujer debido a que reconocía la autoridad de Dios y deseaba agradarle.

Doscientos años después, la nación de Israel —descendientes del padre de José, Jacob— recibió los Diez Mandamientos como parte de la Ley dada mediante Moisés. Mientras que la desobediencia resultaba en el desagrado de Jehová Dios, la obediencia a esta Ley resultaba en bendiciones divinas. Por eso, estos mandamientos sirvieron de guía moral para aquella nación.

Los Diez Mandamientos: impulso al bien

¿Eran una gran fuerza impulsora los Diez Mandamientos? Su influencia se siente hasta en este siglo XX. En 1962, el que entonces era gobernador general de Nueva Zelanda dijo: “Supongo que algunos creen que los Diez Mandamientos son anticuados. Pero no hay que restar significado al hecho de que, si todos los observáramos fielmente hoy, el país no necesitaría la ley ordinaria que lo rige”.

Con todo, Jesucristo, en una conversación con un joven gobernante judío, mostró que no bastaba con solo guardar los Diez Mandamientos. Aquel joven había preguntado: “¿Qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?”. Cuando Jesús dijo que debería ‘observar los mandamientos continuamente’, y mencionó algunos de los Diez, el gobernante respondió: “Todos estos los he guardado; ¿qué me falta aún?”. Jesús respondió: “Ve, vende tus bienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo, y ven, sé mi seguidor”. El relato sigue así: “Al oír el joven este dicho, se fue contristado, porque tenía muchas posesiones”. (Mateo 19:16-22.)

Una comparación de este relato con otro similar en Lucas 10:25-28 nos ayuda a discernir el problema básico del joven gobernante. Leemos: “Cierto hombre versado en la Ley se levantó, para probarlo [a Jesús], y dijo: ‘Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?’”. Jesús le ayudó a razonar sobre aquel asunto, y el resultado fue que el hombre pudo contestar su propia pregunta cuando, en esencia, dijo: ‘Amar a Jehová Dios con todo tu corazón, alma, fuerzas y mente, y a tu prójimo como a ti mismo’. Jesús entonces dio esta conclusión: “Sigue haciendo esto y conseguirás la vida”.

¿Puede usted ver ahora el problema del joven gobernante mencionado? El amor de él a las posesiones materiales eclipsaba su amor a Dios y al prójimo. ¡Qué lamentable! A pesar de que trataba de observar los Diez Mandamientos, corría el riesgo de perder la vida eterna.

¿Qué significa amar a Dios?

Vivimos en un tiempo en que el amor a Dios y al prójimo ha sido sustituido por el egoísmo, las posesiones materiales y la satisfacción sexual. Muchas personas hasta han reemplazado la creencia en Dios como Creador por la creencia en la teoría no probada de la evolución. ¿Por qué ha ocurrido todo esto?

Por siglos, el clero de la cristiandad ha usado la doctrina antibíblica de un temible infierno de fuego con el fin de dominar la moralidad de la gente. La Encyclopedia International dice: “Lo que más impulsó al hombre común al bien durante la Edad Media fue, sin lugar a dudas, el temor al infierno, que hacía que hasta reyes y emperadores se sometieran a la Iglesia, y probablemente era lo único que restringía sus pasiones desenfrenadas”. Aquella doctrina de un infierno de fuego creaba la impresión de que Dios era desamorado, carente de misericordia y vengativo. Aunque aquella doctrina quizás restringió a algunas personas, alejó de Dios a muchas otras, y estas fueron presa fácil de enseñanzas y teorías antibíblicas, como la de la evolución.

Sin embargo, la Biblia no enseña que Dios torture almas en un infierno ardiente. En vez de eso, el apóstol Juan nos dice: “Dios es amor”. “Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados.” Moisés escribió: “Jehová, un Dios misericordioso y benévolo, tardo para la cólera y abundante en bondad amorosa y verdad”. (1 Juan 4:8; 1:9; Éxodo 34:6.) Estas son solo algunas de las maravillosas cualidades de Dios. Nos atraen a él. Estas cualidades —especialmente su amor— son lo que nos impulsa a amarlo. “En cuanto a nosotros, amamos, porque él nos amó primero.” (1 Juan 4:19.) Es este amor a Dios lo que con mayor vigor impulsa a la moralidad; ¡puede llevar a la vida eterna!

Un amor genuino a Dios no es solo una cualidad abstracta. Impulsa a actuar para el bien de otras personas. El apóstol Pablo indicó las muchas maneras de mostrar este amor. Para mencionar algunas: “El amor es sufrido y bondadoso. El amor no es celoso, no se vanagloria, no se hincha, no se porta indecentemente, no busca sus propios intereses, no se siente provocado”. (1 Corintios 13:4, 5.) Cuando desplegamos este amor, tratamos de imitar a nuestro Padre celestial. Jesús dijo: “Los demás mandamientos y demandas de los profetas se resumen en estos dos mandamientos [amar a Dios y amar al prójimo] que he mencionado”. (Mateo 22:40, La Biblia al Día.) En otras palabras, si mostramos este amor, no le robaremos al prójimo, ni lo asesinaremos ni cometeremos adulterio con su esposa. El apóstol Juan concordó con esto, al decir: “Esto es lo que el amor de Dios significa: que observemos sus mandamientos”. (1 Juan 5:3.)

El amor a Dios impulsa al bien

Note el efecto que tuvo en los cristianos primitivos ese amor a Dios, como lo indicó Tertuliano, del siglo segundo. Él desafió a sus opositores a señalar a un solo cristiano entre los delincuentes de ellos. Cuando no pudieron, añadió: “Entonces, solo nosotros estamos sin delito”. El libro The Old Roman World, refiriéndose a los cristianos primitivos, apoya de este modo ese punto de vista: “Tenemos testimonio de su vida intachable, de su moralidad irreprochable”. Además, Christianity Today da esta cita del historiador eclesiástico Roland Bainton: “Desde el fin del período del Nuevo Testamento hasta la década de 170 a 180 no hay prueba alguna de que hubiera cristianos en el ejército”. El amor a Dios los movía a obedecerle y vivir vidas morales. Sin embargo, puede que usted se pregunte: ‘¿Hay prueba de que esté funcionando esta beneficiosa fuerza moral hoy día?’.

¡La hay! El columnista Mike McManus escribió en el periódico Herald & Review que nunca había oído un sermón contra las relaciones sexuales premaritales. Un mes después informó que entre las cartas que había recibido en respuesta estaba la de una testigo de Jehová de 14 años de edad que escribió: “Tan solo la idea de contraer una de esas enfermedades debería bastar para que la mayoría de las personas desistieran [de las relaciones sexuales premaritales]. Pero lo que lleva a los Testigos a abstenerse de estas es que Jehová nos manda que huyamos de la fornicación” (cursiva nuestra). Comentando sobre la carta, McManus preguntó: “¿Cuántos jovencitos de 14 años de su congregación pudieran citar tan claramente a San Pablo (1 Cor. 6:18)?”.

Los Testigos de otros lugares aplican ese mismo principio de obedecer los mandatos de Jehová, citado por esa joven. La esencia de algunos de los mandatos divinos que se hallan en las Escrituras es: ‘Sea honrado en todas las cosas’, ‘Evite los ídolos’, ‘Absténgase de la sangre y de la fornicación’, ‘Sea veraz’, ‘Eduque y entrene a sus hijos en los caminos de Jehová’. (Hebreos 13:18; 1 Juan 5:21; Hechos 15:29; Efesios 4:25; 6:4.) ¿Ha notado usted que los testigos de Jehová de su vecindario o de su lugar de empleo tratan de obedecer estos mandatos? ¿Se ha preguntado alguna vez por qué lo hacen, por qué rechazan las transfusiones de sangre, por qué rehúsan ir a la guerra, por qué lo visitan en su hogar?; en otras palabras: ¿por qué son diferentes? La respuesta es: por su amor a Dios.

El amor nunca falla

Porque desean agradar a Dios, los testigos de Jehová toman a pecho este consejo: “Transfórmense rehaciendo su mente, para que prueben para ustedes mismos lo que es la buena y la acepta y la perfecta voluntad de Dios”. (Romanos 12:2.) Cuando aprenden lo que es la “voluntad de Dios” para ellos, su deseo es hacerla. Su amor a Dios es el impulso tras ese deseo. ¿Cree usted que esto está apartado de la realidad, que no es práctico para nuestros tiempos? Reflexione un momento sobre los siguientes relatos de la vida real.

Allá en 1963, José, de São Paulo, Brasil, comenzó a vivir con Eugenia, quien ya estaba casada. Dos años después empezaron a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová. De su estudio bíblico, aprendieron que Dios exige que “el matrimonio sea honorable entre todos”. (Hebreos 13:4.) Se dieron cuenta de que debían casarse, pero en Brasil no había ley de divorcio que le permitiera a Eugenia quedar libre para casarse con José. Sin embargo, en 1977, cuando se hizo vigente una ley que permitía el divorcio, ella lo solicitó, y en 1980 José y Eugenia pudieron casarse, y así satisficieron los requisitos de Dios. Su amor a Dios fue recompensado.

Inire había usado toda clase de drogas en la ciudad de Nueva York. Vivía con su novia, Ann. Porque necesitaba dinero, hizo que Ann se tomara unas fotografías y las enviara a una revista popular para hombres. La revista le ofreció una gran suma de dinero a Ann para que posara desnuda para unas fotografías. Mientras tanto, Inire empezó a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová, y más tarde Ann hizo lo mismo. Inire dejó de usar drogas. Después de tres semanas, por su propia cuenta esta pareja decidió casarse. Entonces Ann, al aprender de la Biblia que el cristiano debe vestirse con modestia, decidió que —por razones de conciencia— no podía concordar en posar desnuda para unas fotografías, sin importar cuánto dinero le ofrecieran. (1 Timoteo 2:9.) ¿Qué cree usted que llevó a estos cambios? Ann dice que cuando se enteró de que el ser testigo de Jehová no era solo asunto de unirse a una religión, sino que implicaba vivir una vida de devoción a Dios, supo que tenía que apresurarse a hacer cambios en su vida. Verdaderamente el amor a Dios es un vigoroso impulso al bien.

Puede que alguien diga: ‘Esos son casos aislados’. Pero no lo son. Cambios similares se han visto muchas veces donde los testigos de Jehová están activos. ¿Por qué no investiga esto más profundamente? Pruebe para sí mismo que el amor a Dios, como se expresa en la religión verdadera, sí es todavía la fuerza que impulsa a la moralidad.

[Comentario en la página 6]

El libro “The Old Roman World” dice lo siguiente sobre los cristianos primitivos: “Tenemos testimonio de su vida intachable, de su moralidad irreprochable”. ¿Qué impulsaba su “moralidad irreprochable”?

[Ilustración en la página 7]

El amor a Dios puede resguardarle de verse tentado a cometer males

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