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  • Aumenta el conocimiento exacto de la verdad
    Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
    • Uno de sus colaboradores mencionó que más tarde, después que vio por sí mismo lo que la Biblia realmente enseña, Russell dijo: “Si la Biblia enseña que lo que espera a todos, con excepción de los santos, es el tormento eterno, eso debería predicarse, sí, anunciarse de manera atronadora desde las azoteas semanalmente, diariamente, a todas horas; pero si no enseña esa creencia, esto debe darse a conocer, y así debe borrarse la horrible mancha que deshonra el santo nombre de Dios”.

      En los comienzos de su estudio de la Biblia C. T. Russell percibió con claridad que el infierno no es un lugar donde se atormenta a las almas después de la muerte. Muy probablemente le ayudó a ver esto George Storrs, director de la publicación Bible Examiner, a quien el hermano Russell mencionó con mucho afecto en sus obras y quien había escrito mucho sobre lo que había aprendido de la Biblia respecto a la condición de los muertos.

  • Aumenta el conocimiento exacto de la verdad
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    • Se dirige la “manguera” al infierno

      En armonía con el intenso deseo del hermano Russell de quitar del nombre de Dios la horrible mancha que se produjo como resultado de enseñar que existe un infierno de fuego donde se sufre tormento eterno, escribió un tratado al respecto: “¿Enseña la Biblia que el salario del pecado sea tormento eterno?” (The Old Theology [Antigua teología], 1889). En él dijo:

      “La teoría del tormento eterno tuvo origen pagano, si bien el concepto de los pueblos paganos no tenía nada que ver con la doctrina cruel en que se convirtió más tarde, cuando gradualmente entró a formar parte del cristianismo nominal, mientras este se mezclaba con la filosofía pagana en el siglo II. Fue la gran apostasía la que incorporó a la filosofía pagana los horribles detalles que en general ahora se aceptan como verdaderos, los pintó en las paredes de las iglesias, como se hizo en Europa, los escribió en sus credos e himnos y pervirtió la Palabra de Dios de tal manera que parecía que esta daba apoyo divino a esa blasfemia que deshonra a Dios. Por lo tanto, a la gente crédula de hoy no le ha llegado como legado del Señor ni de los apóstoles ni de los profetas, sino del espíritu de transigencia que sacrificó la verdad y la razón, y desvergonzadamente adulteró las doctrinas del cristianismo, por ambición y lucha impías por el poder, las riquezas y el número de adherentes. La noción del tormento eterno como castigo por el pecado era desconocida para los patriarcas del pasado; fue extraña para los profetas de la era judía; y ni el Señor ni los apóstoles la enseñaron; pero ha sido la doctrina principal del cristianismo nominal desde la gran apostasía, el látigo empleado con los crédulos, ignorantes y supersticiosos del mundo para obligarlos a dar obediencia servil a la tiranía. Se declaraba merecedores del tormento eterno a todos los que resistían o rechazaban la autoridad de Roma, y el infligir ese castigo mientras la persona aún vivía comenzó tan pronto como la Iglesia tuvo poder para hacerlo.”

      El hermano Russell sabía que la mayoría de la gente sensata en realidad no creía en la doctrina del infierno de fuego. Pero, como indicó en 1896, en el folleto What Say the Scriptures About Hell? (¿Qué dicen las Escrituras sobre el infierno?), “puesto que creen que la Biblia la enseña, cada paso que dan hacia el verdadero entendimiento y la bondad fraternal [...] es, en la mayoría de los casos, un paso que los aleja de la Palabra de Dios, a la cual acusan falsamente de contener esta enseñanza”.

      Con el fin de que personas pensadoras volvieran a la Palabra de Dios, Russell presentó en aquel folleto todos los textos de la Versión Autorizada en los que aparecía la palabra infierno, de modo que los lectores pudieran ver por sí mismos lo que los textos decían, y luego dijo: “Gracias a Dios que no encontramos un lugar de tortura eterna como el que los credos, los himnarios y muchos púlpitos enseñan, una enseñanza errónea. Con todo, hemos hallado un ‘infierno’, sheol, hades, al que toda la raza humana ha sido condenada debido al pecado de Adán, y del cual todos somos redimidos por la muerte de nuestro Señor; y ese ‘infierno’ es la tumba, la condición de estar muertos. Además, hallamos otro ‘infierno’ (gehenna —la muerte segunda— destrucción total), que se nos menciona como el castigo final para todos los que, después de haber sido redimidos y haber adquirido conocimiento pleno de la verdad, y de haber sido completamente capacitados para obedecerla, todavía escojan la muerte por adoptar un proceder de oposición a Dios y a la justicia. Y nuestros corazones dicen amén a ello. Tus caminos son justos y verdaderos, Rey de las naciones. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y no glorificará tu nombre? porque tú solo eres santo; porque todas las naciones vendrán, y adorarán delante de ti; porque tus juicios son manifestados”. (Rev. 15:3, 4.)

      Lo que él enseñaba fue fuente de irritación y desconcierto para el clero de la cristiandad. En 1903 le retaron a un debate público. La condición de los muertos fue una de las cuestiones tratadas en la serie de debates que hubo entre C. T. Russell y el Dr. E. L. Eaton, portavoz de una liga extraoficial de ministros protestantes de la zona oeste de Pensilvania.

      En aquellos debates el hermano Russell sostuvo firmemente que “la muerte es la muerte, y que nuestros seres queridos, cuando mueren, están realmente muertos; no están ni vivos con los ángeles ni con los demonios en un lugar de desesperanza”. Para apoyar aquellas declaraciones citó pasajes como Eclesiastés 9:5, 10; Romanos 5:12; 6:23 y Génesis 2:17. Dijo además: “Las escrituras están en plena armonía con lo que usted y yo y cualquier persona sensata y razonable en el mundo esperaríamos que lógica y propiamente caracterizara a nuestro Dios. ¿Qué se dice de nuestro Padre celestial? Que es justo, que es sabio, que es amoroso, y que es poderoso. Todo cristiano reconoce que estos son atributos del carácter divino. Si así es, ¿tiene sentido alguno para nosotros la declaración de que Dios es justo y a la vez castiga a una criatura suya por toda la eternidad, sin importar qué pecado haya cometido? No soy apologista del pecado; yo mismo no vivo en pecado, y nunca lo predico. [...] Pero les aseguro que todas las personas de alrededor que, según nuestro hermano [el Dr. Eaton], hablan irreverentemente al blasfemar contra Dios y contra el santo nombre de Jesucristo son personas a quienes se les ha enseñado esta doctrina del tormento eterno. Y a todos los asesinos, ladrones y malhechores que están en las cárceles se les ha enseñado esta doctrina. [...] Estas son doctrinas malas; han estado perjudicando al mundo por mucho tiempo; no son parte de la enseñanza del Señor en absoluto, y la visión espiritual de nuestro querido hermano sigue empañada por el humo de la edad del oscurantismo”.

      Se informa que después del debate uno de los clérigos presentes abordó a Russell y le dijo: “Me alegro de verle dirigir la manguera al infierno y apagar el fuego”.

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