-
¿Debemos confiar en la historia?¡Despertad! 2001 | 8 de marzo
-
-
Debemos confiar en la historia?
“El conocimiento histórico [...] hace que nos sintamos parte de una hermandad que se extiende a lo largo de los siglos desde mucho antes de nuestro nacimiento hasta mucho después de nuestra muerte.”
(A Companion to the Study of History [Manual para estudiar historia], de Michael Stanford.)
VIVIR en ignorancia del pasado es vivir sin recuerdos. Si desconociésemos el pasado, no sabríamos cuáles son nuestras raíces, las de nuestra familia, nuestro pueblo y ni siquiera las de nuestro país; careceríamos de historia. Sin el pasado, daría la sensación de que el presente carece de fundamento y de que tiene poco o ningún sentido.
La historia puede enseñarnos mucho acerca de la vida. Puede ayudarnos a no tropezar siempre con la misma piedra, pues, como dijo cierto filósofo, quienes olvidan el pasado están condenados a repetirlo. Cuando nos familiarizamos con la historia, descubrimos un mundo repleto de antiguas civilizaciones, hallazgos asombrosos, gente fascinante y distintas maneras de ver las cosas.
Pero, dado que la historia estudia sucesos y personas de tiempos pasados, ¿cómo sabemos si es confiable? Para que nos enseñe lecciones valiosas, es obvio que estas han de basarse en hechos verídicos. Y una vez que conocemos la verdad, debemos aceptarla, aunque no siempre resulte agradable. El pasado puede asemejarse a un jardín de cactos: tiene su encanto, y sus espinas; puede resultar inspirador, y también punzante.
En los siguientes artículos veremos algunos aspectos de la historia que nos serán útiles para evaluar la exactitud de lo que leemos. Analizaremos asimismo cómo la historia auténtica beneficia al lector sagaz.
[Ilustración de la página 3]
¿Qué podemos aprender de la historia?
[Ilustración de la página 3]
La reina Nefertiti
[Reconocimientos de la página 3]
Nefertiti: Ägyptisches Museum der Staatlichen Museen Preußischer Kulturbesitz (Berlín)
Margen derecho: fotografía tomada por gentileza del British Museum
-
-
¿Qué podemos aprender del pasado?¡Despertad! 2001 | 8 de marzo
-
-
¿Qué podemos aprender del pasado?
“Para los historiadores no hay nada más importante que exponer con exactitud causas y efectos.”—Gerald Schlabach, profesor adjunto de Historia.
LOS historiadores se preguntan a menudo cómo y por qué tuvo lugar cierto acontecimiento. Por ejemplo, la historia nos dice que el Imperio romano se derrumbó; pero ¿por qué? ¿Se debió a la corrupción o a la búsqueda de placeres? ¿Resultó que el imperio era demasiado difícil de dirigir y su ejército demasiado costoso? ¿O cayó porque sus enemigos eran muchos y muy poderosos?
En tiempos más recientes, el comunismo de Europa del Este, que en su día se consideró una amenaza para Occidente, se desplomó en un país tras otro, aparentemente de la noche a la mañana. Pero ¿por qué? Y ¿qué aprendemos de ello? Esta es la clase de preguntas que los historiadores tratan de contestar. Ahora bien, ¿hasta qué punto son sus respuestas un reflejo de sus opiniones personales?
¿Podemos confiar en la historia?
El historiador es más detective que científico, pues investiga las fuentes y cuestiona su autenticidad. Su objetivo es la verdad, aunque se encuentre difusa, en parte debido a que se centra en las personas, cuyos pensamientos no puede leer, sobre todo si han muerto. Por otro lado, tal vez tenga ideas preconcebidas y prejuicios sobre el tema que está analizando. De ahí que a veces, el mejor estudio histórico sea en realidad una interpretación que refleja el punto de vista del historiador.
Por supuesto, el que un historiador tenga su propia opinión no significa necesariamente que su trabajo sea inexacto. Los libros bíblicos de Samuel, Reyes y Crónicas contienen pasajes paralelos, escritos por cinco hombres diferentes, y, no obstante, no presentan contradicciones ni inexactitudes significativas. Lo mismo puede decirse de los cuatro Evangelios. Muchos escritores bíblicos hasta hicieron constar en sus relatos sus propias faltas y desatinos, algo que raramente ocurre en las obras seglares (Números 20:9-12; Deuteronomio 32:48-52).
Además de los posibles prejuicios, otro importante factor que debe tenerse en cuenta cuando leemos documentos históricos es el móvil del escritor. “Cualquier suceso narrado por los que están en el poder, por quienes desean obtenerlo o por sus amigos debe analizarse con la mayor de las desconfianzas”, señala Michael Stanford, en su libro A Companion to the Study of History. Los testimonios históricos que incitan, sea sutil o descaradamente, al nacionalismo y al patriotismo también son cuestionables. Lamentablemente, esto ha sucedido a veces con los libros de texto. Un decreto gubernamental de cierto país dijo abiertamente que el propósito de enseñar historia es “fortalecer los sentimientos nacionalistas y patrióticos del pueblo, pues conocer el pasado de la nación es uno de los mayores incentivos para el patriotismo”.
Historia adulterada
En algunas ocasiones, la historia no solo es parcial, sino también fraudulenta. La ex Unión Soviética, por ejemplo, “eliminó de los libros el nombre de Trotsky, a fin de que no quedara constancia de su existencia”, dice la obra Truth in History (La verdad y la historia). ¿Quién fue Trotsky? Fue un dirigente de la Revolución bolchevique cuya autoridad solo era inferior a la de Lenin. Tras la muerte de este último, Trotsky tuvo enfrentamientos con Stalin, fue expulsado del Partido Comunista y, más tarde, asesinado. Su nombre incluso se eliminó de las enciclopedias soviéticas. Algo similar ha sucedido bajo muchos regímenes dictatoriales, los cuales han hecho de la adulteración de la historia una práctica habitual que ha conducido incluso a la quema de los libros disidentes.
Sin embargo, la falsificación de los hechos es una vieja costumbre que se remonta por lo menos a los egipcios y asirios. Faraones, reyes y emperadores altivos y vanidosos se aseguraban de que su legado histórico magnificara su imagen, por lo que solían exagerar sus logros a la vez que restaban importancia a los sucesos bochornosos que los deshonraban —por ejemplo, las derrotas—, los borraban o a veces ni siquiera hacían referencia a ellos. En marcado contraste, la historia del pueblo de Israel recogida en la Biblia presenta por igual las hazañas y los errores de reyes y súbditos.
¿De qué forma comprueban los historiadores la veracidad de los escritos antiguos? Los comparan, por ejemplo, con registros del pago de tributos, códigos de leyes, anuncios de subastas de esclavos, cartas y documentos comerciales y personales, inscripciones descubiertas en fragmentos de cerámica, diarios de navegación y objetos encontrados en tumbas. A menudo, tal diversidad de datos arroja luz sobre las fuentes oficiales o presenta otra versión de los hechos. Cuando falta información o quedan dudas, los buenos historiadores suelen indicarlo, aunque formulen sus propias teorías para llenar esas lagunas. En cualquier caso, los lectores prudentes consultan más de una obra de referencia si desean tener una visión equilibrada de los sucesos.
Pese a todos los desafíos que afrontan los historiadores, su labor puede ser muy útil. Un libro de historia señala: “A pesar de lo difícil que resulta escribirla, [...] la historia universal es importante, incluso esencial, para nosotros”. Además de abrirnos una ventana al pasado, enriquece nuestra comprensión del panorama actual. Enseguida descubrimos, por ejemplo, que en el mundo antiguo la gente poseía los mismos rasgos de personalidad que hoy en día. Dichas características recurrentes han tenido una gran repercusión en algunos sucesos del pasado, lo que quizás ha dado lugar al dicho de que la historia siempre se repite. ¿Es acertada esta generalización?
¿Se repite la historia?
¿Es posible predecir con exactitud lo que va a acontecer basándose en lo que ya ha ocurrido? Ciertos tipos de acontecimientos sí se repiten. Por ejemplo, el ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger dijo en una ocasión: “Todas las civilizaciones que han existido han terminado por derrumbarse. La historia es una recopilación de intentos que fracasaron, de aspiraciones que no se realizaron. [...] De modo que el historiador ha de aceptar la inevitabilidad de la tragedia”.
Ningún imperio se desmoronó igual que otro. Babilonia cayó de la noche a la mañana ante los medos y los persas en 539 a.E.C. Grecia se dividió en varios reinos tras la muerte de Alejandro Magno, y con el tiempo sucumbió ante Roma. Sin embargo, el fin del Imperio romano sigue siendo un tema muy controvertido. El historiador Gerald Schlabach pregunta: “¿Cuándo cayó el Imperio romano? ¿Ha caído realmente? Algo cambió en Europa occidental entre el año 400 y el año 600 de nuestra era, pero muchas cosas siguieron igual”.a Es evidente que algunos aspectos de la historia se repiten y otros no.
Un factor sumamente recurrente en la historia es el fracaso de la gobernación humana. A lo largo de los siglos, los intereses personales, la falta de visión, la codicia, la corrupción, el nepotismo y, sobre todo, el ansia de obtener poder y conservarlo, han frustrado, una y otra vez, la buena administración. De ahí que el pasado esté plagado de carreras armamentistas, tratados fallidos, guerras, disturbios sociales y actos violentos, injusticias relacionadas con la distribución de la riqueza y desplomes económicos.
Observe, por ejemplo, lo que dice la obra El mundo antiguo: Historia Universal sobre la influencia que ha ejercido la civilización occidental en todo el mundo: “Cuando Colón y Cortés mostraron a los habitantes de la Europa Occidental las posibilidades de nuevas conquistas, se desencadenaron en ellos ansias de conseguir conversos, riquezas y fama, y acabaron por difundir la civilización occidental por todo el mundo, casi siempre por la fuerza. Los conquistadores, dotados de un irrefrenable afán de expansión y de un armamento superior, convirtieron el resto del planeta en un apéndice involuntario de las grandes potencias europeas. [...] Los habitantes de [África, Asia y América] fueron víctimas de una explotación despiadada e implacable”. ¡Qué cierto es lo que dice la Biblia en Eclesiastés 8:9, a saber, que “el hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo”!
Tal vez fue nuestro lamentable pasado lo que impulsó a un filósofo alemán a afirmar que “lo único que nos enseña la historia es que ella no nos ha enseñado nada”. Jeremías 10:23 señala: “El hombre no es dueño de su camino, ni está en poder del caminante dirigir sus propios pasos” (Levoratti-Trusso). Esta incapacidad de dirigir nuestros pasos debe interesarnos particularmente. ¿Por qué? Porque afrontamos problemas que superan en número y gravedad a los que afligieron a la humanidad en el pasado. De modo que, ¿cómo podremos hacerles frente?
Dificultades sin precedentes
En toda la historia de la humanidad, nunca antes se había hallado la Tierra bajo la amenaza simultánea de la deforestación, la erosión del suelo, la desertización, la extinción de numerosísimas especies de plantas y animales, la reducción de la capa de ozono, la contaminación, el calentamiento del planeta, la muerte de los océanos y la explosión demográfica.
“Otro reto al que se enfrentan las sociedades modernas es la vertiginosa velocidad del cambio”, señala el libro Historia verde del mundo. Ed Ayres, editor de la revista World Watch, escribe: “Nos encaramos a algo tan absolutamente ajeno a nuestra experiencia colectiva que, de hecho, no lo vemos a pesar de que las pruebas son abrumadoras. Para nosotros, ese ‘algo’ es el bombardeo de enormes alteraciones biológicas y físicas que está teniendo lugar en el mundo que nos ha sustentado hasta ahora”.
En vista de estos y otros problemas relacionados, el historiador Pardon E. Tillinghast dice: “Las direcciones en las que se encamina la sociedad son ahora infinitamente más complejas, y para muchos de nosotros, los dilemas son aterradores. ¿Qué guía pueden ofrecer los profesionales de la historia a la gente que se halla confusa? Ateniéndonos a los hechos, no mucha”.
Es posible que los historiadores no sepan qué hacer ni qué aconsejar, pero, sin duda, ese no es el caso de nuestro Creador. De hecho, él predijo en la Biblia que en los últimos días, el mundo afrontaría “tiempos críticos, difíciles de manejar” (2 Timoteo 3:1-5). No obstante, Dios ha ido incluso más allá, ha hecho algo que los historiadores no son capaces de hacer: ha ofrecido la solución, como veremos en el artículo siguiente.
[Nota]
a Las observaciones de Schlabach armonizan con la predicción del profeta Daniel de que al Imperio romano le sucedería una nación que provendría del mismo imperio. Véanse los caps. 4, 9 del libro Prestemos atención a las profecías de Daniel, editado por Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc.
[Comentario de la página 5]
“Cualquier suceso narrado por los que están en el poder [...] debe analizarse con la mayor de las desconfianzas.”—Michael Stanford, historiador
[Ilustración de la página 4]
El emperador Nerón
[Reconocimiento]
Musei Capitolini (Roma)
[Ilustraciones de la página 7]
En todas las épocas, “el hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo”
[Reconocimiento]
The Conquerors, de Pierre Fritel. De izquierda a derecha: Ramsés II, Atila, Aníbal, Tamerlán, Julio César (centro), Napoleón I, Alejandro Magno, Nabucodonosor y Carlomagno. Del libro The Library of Historic Characters and Famous Events, vol. III, 1895; aviones: foto de USAF
-
-
¿Es auténtica la historia bíblica?¡Despertad! 2001 | 8 de marzo
-
-
¿Es auténtica la historia bíblica?
CENSURARON a gobernantes, reprendieron a sacerdotes, amonestaron a la gente común por su maldad; hasta hicieron públicos los errores y pecados que ellos mismos cometieron. Fueron acosados y perseguidos, e incluso algunos fueron asesinados por hablar y escribir acerca de la verdad. ¿A quiénes nos referimos? A los profetas de la Biblia, muchos de los cuales participaron en la redacción de las Santas Escrituras (Mateo 23:35-37).
En su libro The Historian and History (El historiador y la historia), Page Smith señala: “[Los hebreos] fueron igual de implacables con sus héroes que con sus villanos e igual de severos con ellos mismos que con sus adversarios, porque escribían bajo la mirada de Dios y no tenían nada que ganar si ocultaban la verdad, y en cambio, sí mucho que perder”. Smith también señala que “en comparación con las tediosas cronologías de los reyes guerreros de Siria y Egipto, el relato de las tribulaciones y los triunfos del pueblo elegido de Dios [...] es apasionante. Los cronistas hebreos habían descubierto uno de los elementos fundamentales de la historia: sus protagonistas son personas reales, con todos sus defectos e imperfecciones”.
Los escritores bíblicos eran además sumamente exactos y meticulosos. Después de analizar la Biblia a la luz de la historia y la arqueología, Werner Keller dice en la introducción de su libro Y la Biblia tenía razón: “Ante la abundancia enorme de resultados auténticos y seguros se me hace cada vez más patente [...] esta idea: ¡La Biblia tenía razón!”.
Un dinámico relato histórico con impactantes lecciones
Los escritores bíblicos fueron en su mayoría gente común: agricultores, pastores y pescadores. Y sin embargo, lo que escribieron, en un período aproximado de mil seiscientos años, ha influido en más personas que cualquier otra obra, antigua o moderna. Por si fuera poco, sus escritos han recibido ataques por todos los flancos, aunque en vano (Isaías 40:8; 1 Pedro 1:25). En la actualidad, puede leerse la Biblia, completa o en parte, en unos dos mil doscientos idiomas, cifra que supera con creces a la de cualquier otro libro. ¿Por qué disfruta la Biblia de esa distinción? Los siguientes textos lo aclaran.
“Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia, para que el hombre de Dios sea enteramente competente y esté completamente equipado para toda buena obra.” (2 Timoteo 3:16, 17.)
“Todas las cosas que fueron escritas en tiempo pasado fueron escritas para nuestra instrucción, para que mediante nuestro aguante y mediante el consuelo de las Escrituras tengamos esperanza.” (Romanos 15:4.)
“Estas cosas siguieron aconteciéndoles [a los israelitas] como ejemplos, y fueron escritas para amonestación de nosotros [los cristianos] a quienes los fines de los sistemas de cosas han llegado.” (1 Corintios 10:11.)
En efecto, la Biblia supera a cualquier otro libro, pues es un relato inspirado y conservado por Dios con personajes verídicos —algunos que agradaron a Dios y otros que no lo hicieron—. No es una fría lista de normas ni una colección de cuentos infantiles, y aunque es cierto que Dios utilizó a escritores humanos, eso solo ha realzado su contenido otorgándole un cálido atractivo que ha llegado al corazón de los lectores generación tras generación. El arqueólogo William Albright afirmó: “La profunda comprensión moral y espiritual de la Biblia, la cual constituye una revelación excepcional de Dios al hombre canalizada a través de la experiencia humana, es tan válida hoy, como hace dos o tres mil años”.
Para ilustrar la eterna relevancia de la Biblia, retrocedamos al mismísimo comienzo de la historia del hombre —adonde solo la Biblia puede llevarnos— y analicemos algunas lecciones fundamentales que nos enseña el libro de Génesis.
Oportunas lecciones de un antiguo relato
El libro de Génesis revela, entre otras cosas, la fundación de la familia humana, con nombres y todo tipo de detalles. Ninguna otra obra histórica es tan específica en lo que concierne a este tema. Pero tal vez se pregunte de qué nos sirve hoy conocer a nuestros primeros antepasados. De mucho, pues al revelar que todas las personas, prescindiendo de su color, origen tribal o nacionalidad, proceden de los mismos padres, Génesis elimina cualquier posible justificación del racismo (Hechos 17:26).
Génesis también proporciona una guía moral. Por ejemplo, contiene el relato de Sodoma, Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales destruyó Dios debido a la terrible perversión sexual de sus habitantes (Génesis 18:20–19:29). El versículo 7 del libro bíblico de Judas 7 dice: “Sodoma y Gomorra y las ciudades circunvecinas —después que ellas [...] hubieron cometido fornicación con exceso, e ido en pos de carne para uso contranatural— son puestas delante de nosotros como ejemplo amonestador”. La gente de Sodoma y Gomorra no había recibido ninguna ley moral de Dios; sin embargo, como el resto de los seres humanos, poseían el don divino de la conciencia. De ahí que Dios les imputara, con toda razón, la responsabilidad de sus acciones (Romanos 1:26, 27; 2:14, 15). Hoy en día, Dios también pedirá cuentas a la humanidad por sus hechos, sea que esta acepte su Palabra, la Santa Biblia, o no (2 Tesalonicenses 1:8, 9).
Una lección de historia sobre la supervivencia
Un relieve del Arco de Tito, en Roma, representa a unos soldados romanos llevándose los utensilios sagrados del templo de Jerusalén tras la destrucción de la ciudad en el año 70 E.C. En aquella ocasión murieron más de un millón de judíos. Sin embargo, los cristianos obedientes sobrevivieron gracias a la advertencia de Jesús: “Cuando vean a Jerusalén cercada de ejércitos acampados, entonces sepan que la desolación de ella se ha acercado. Entonces los que estén en Judea echen a huir a las montañas, y los que estén en medio de Jerusalén retírense, y los que estén en los lugares rurales no entren en ella; porque estos son días para hacer justicia” (Lucas 21:20-22).
La tribulación de Jerusalén no es solo historia antigua, ni mucho menos; prefiguró aspectos de una tribulación mayor en la que pronto se sumirá el mundo entero. Pero una vez más, habrá sobrevivientes. “Una gran muchedumbre [...] de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas” saldrá “de la gran tribulación” a causa de su fe en la sangre derramada de Jesús, una fe basada firmemente en la Biblia: su historia y sus profecías (Revelación [Apocalipsis] 7:9, 14).
Un suceso histórico que nunca se repetirá
Actualmente vivimos en el período en que ejerce su supremacía la potencia mundial angloamericana, la última potencia mencionada en las profecías bíblicas. El modelo histórico indica que, como en los casos anteriores, esta también desaparecerá. Pero ¿de qué forma? Según la Biblia, su fin será completamente diferente al de cualquier otro imperio. Refiriéndose al año 1914 de nuestra era, Daniel 2:44 dijo con relación a las gobernaciones políticas o “reinos” actuales: “En los días de aquellos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos”.
En efecto, el Reino de Dios —su gobierno celestial en manos de Jesucristo— eliminará todo vestigio de la opresiva gobernación humana en el Armagedón, el clímax de la mencionada “gran tribulación”. Desde ese momento en adelante, el Reino “no será pasado a ningún otro pueblo”, es decir, nunca será derrocado ni reemplazado por otro. Su dominio abarcará “hasta los cabos de la tierra” (Salmo 72:8).
Por fin cesará el cruel ciclo de dominación por parte de la religión falsa, la política opresiva y el codicioso comercio. El Salmo 72:7 promete: “El justo brotará, y la abundancia de paz hasta que la luna ya no sea”. La Tierra estará llena de amor, la cualidad preeminente de Dios, no de egoísmo y orgullo (1 Juan 4:8). Jesús aconsejó en una ocasión: “Que se amen unos a otros”. Aludiendo a estas palabras, el historiador Will Durant dijo: “Lo más importante que me ha enseñado la historia es lo mismo que enseñaba Jesús. [...] No hay nada en el mundo tan práctico como el amor”.
El amor que siente Dios por la humanidad lo motivó a inspirar la escritura de la Biblia. Solo ella arroja verdadera luz sobre el pasado, el presente y el futuro. Abrace su mensaje salvador dedicando tiempo a estudiarla. Con ese objetivo, y en obediencia al mandato de Jesús, los testigos de Jehová dan a conocer a sus vecinos las “buenas nuevas del reino”, las cuales pronto serán más que profecías, serán parte de la historia (Mateo 24:14).
[Comentario de la página 9]
“¡La Biblia tenía razón!”—WERNER KELLER
[Comentario de la página 11]
“La profunda comprensión moral y espiritual de la Biblia [...] es tan válida hoy, como hace dos o tres mil años.”—WILLIAM ALBRIGHT, ARQUEÓLOGO
[Ilustraciones de la página 9]
La Estela Moabita: contiene la versión del rey Mesá sobre el conflicto entre Moab e Israel (2 Reyes 3:4-27), los nombres de varios lugares que aparecen en la Biblia y el nombre de Dios escrito en hebreo antiguo.
[Reconocimiento]
Musée du Louvre (París).
Denario de plata: réplica con la efigie e inscripción de Tiberio César (Marcos 12:15-17).
La Crónica de Nabonido: piedra esculpida en caracteres cuneiformes que confirma la repentina caída de Babilonia ante Ciro (Daniel, cap. 5).
[Reconocimiento]
Fotografía tomada por gentileza del British Museum.
Losa: en ella aparece el nombre de Poncio Pilato en latín.
[Reconocimiento]
Fotografía © Israel Museum (Jerusalén); por gentileza de Israel Antiquities Authority.
Fondo: uno de los Rollos del mar Muerto: un estudio del texto de Isaías ha demostrado que dicho libro no ha sufrido prácticamente ninguna alteración tras mil años de copiarse a mano.
[Reconocimiento]
Shrine of the Book, Israel Museum (Jerusalén).
[Ilustraciones de la página 10]
El relieve del Arco de Tito confirma la destrucción de Jerusalén en el año 70 E.C.
[Reconocimiento]
Soprintendenza Archeologica di Roma
-