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SantidadPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
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Jesucristo. Jesucristo es, en un sentido especial, el Santo de Dios. (Hch 3:14; Mr 1:24; Lu 4:34.) Debe su santidad al Padre, quien lo creó como Hijo unigénito, y conservó su santidad como la criatura celestial más allegada al Padre. (Jn 1:1; 8:29; Mt 11:27.) Cuando se transfirió su vida a la matriz de la muchacha virgen María, nació como un Hijo de Dios humano y santo. (Lu 1:35.) Ha sido el único ser humano que ha mantenido santidad perfecta y sin pecado, y que al fin de su vida terrestre todavía era “leal, sin engaño, incontaminado, separado de los pecadores”. (Heb 7:26.) Fue ‘declarado justo’ por mérito propio. (Ro 5:18.) Los demás humanos solo pueden obtener un estado de santidad ante Dios sobre la base de la santidad de Cristo, y dicho estado se consigue ejerciendo fe en su sacrificio de rescate. Esa es una “santísima fe”, y si se conserva, servirá para mantener a la persona en el amor de Dios. (Jud 20, 21.)
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SantidadPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
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El Caudillo de los cristianos, el Hijo de Dios, nació en santidad (Lu 1:35), y mantuvo esa santificación o santidad durante toda su vida terrestre. (Jn 17:19; Hch 4:27; Heb 7:26.) Su santidad era completa, perfecta, y saturaba todos sus pensamientos, palabras y acciones. Al mantener su santidad incluso hasta el punto de sufrir una muerte sacrificatoria, hizo posible que otros alcanzasen la santidad. En consecuencia, el llamamiento para seguir sus pasos es un “llamamiento santo”. (2Ti 1:9.)
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