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  • “Sean hospitalarios unos para con otros”
    La Atalaya 2005 | 15 de enero
    • “Hoy tengo que quedarme en tu casa”

      La hospitalidad —la cualidad de acoger y agasajar con amabilidad y generosidad a los visitantes— siempre ha caracterizado a los siervos verdaderos de Jehová. Abrahán, Lot y Rebeca, por ejemplo, fueron muy hospitalarios (Génesis 18:1-8; 19:1-3; 24:17-20). El patriarca Job describió cuál era su actitud hacia los extraños cuando dijo: “Afuera ningún residente forastero pasaba la noche; yo mantenía abiertas mis puertas a la senda” (Job 31:32).

      Para que los viajeros israelitas recibieran la hospitalidad de sus coterráneos, no tenían más que sentarse en la plaza de la ciudad y esperar que alguien los invitara (Jueces 19:15-21). Los anfitriones solían lavar los pies de sus huéspedes, les daban de comer y suministraban forraje para sus bestias de carga (Génesis 18:4, 5; 19:2; 24:32, 33). Los viajeros que no querían ser una molestia para sus anfitriones llevaban consigo las provisiones que les harían falta: pan y vino para ellos, y paja y forraje para las caballerías. Solo necesitaban un lugar donde pasar la noche.

      Aunque la Biblia no dice casi nada en cuanto a cómo encontraban hospedaje Jesús y sus discípulos en sus viajes de predicación, en algún sitio tenían que dormir (Lucas 9:58). Al visitar Jericó, Jesús sencillamente le dijo a Zaqueo: “Hoy tengo que quedarme en tu casa”. Zaqueo recibió a su huésped “con regocijo” (Lucas 19:5, 6). Sabemos que Jesús solía hospedarse en Betania con sus amigos Marta, María y Lázaro (Lucas 10:38; Juan 11:1, 5, 18). Y parece ser que cuando estaba en Capernaum, se alojaba en casa de Simón Pedro (Marcos 1:21, 29-35).

  • “Sean hospitalarios unos para con otros”
    La Atalaya 2005 | 15 de enero
    • Los misioneros cristianos del siglo primero confiaban en que Jehová les proveería lo que necesitaran. Ahora bien, ¿podían contar con la hospitalidad de sus compañeros cristianos? Lidia abrió las puertas de su casa a Pablo y sus acompañantes. En Corinto, el apóstol se quedó con Áquila y Priscila. El carcelero de Filipos dio de comer a Pablo y Silas. El apóstol fue recibido hospitalariamente por Jasón en Tesalónica, por Felipe en Cesarea y por Mnasón en el trayecto de Cesarea a Jerusalén. Cuando iba de camino a Roma, lo recibieron los hermanos de Puteoli. ¡Qué ocasiones tan gratificantes deben haber sido para los hermanos que lo acogieron! (Hechos 16:33, 34; 17:7; 18:1-3; 21:8, 16; 28:13, 14.)

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