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¡Despertad! 1998
g98 22/8 págs. 16-19

Catastrófica tormenta

“LA PEOR catástrofe natural de la historia de la nación.” Así denominó el diario The Toronto Star la tormenta de hielo que asoló en enero las provincias canadienses de Ontario, Quebec y New Brunswick. Además, en Estados Unidos el presidente Bill Clinton declaró zonas catastróficas Maine, New Hampshire y secciones de Vermont y del norte de Nueva York.

Se calcula que el azote, en el que hubo hasta cinco días de lluvia helada, se cobró unas treinta y cinco vidas. Aunque este tipo de precipitación suele durar solo horas, esta vez una masa de aire cálido se quedó estacionaria sobre una masa fría; por consiguiente, cuando la lluvia daba contra una superficie se congelaba de inmediato, formándose capas de hielo de hasta ocho centímetros de espesor. Bajo el peso del hielo cayeron muchos árboles, cables, postes y enormes torres de alta tensión, a menudo con terribles secuelas.

En Quebec se desplomaron centenares de torres de alta tensión como si fueran de papel de aluminio. Un viajero dijo inquieto: “Tenía al lado una [torre] que se retorció como si fuera de plástico, se plegó por la mitad, formó una bola y se derrumbó. Había cables por toda la autopista. Cuando cayó la primera torre, le siguieron otras tres que había detrás”.

La acumulación de hielo tumbó más de 120.000 kilómetros —tres veces la circunferencia de la Tierra— de tendido eléctrico. En Canadá hubo de tres a cuatro millones de ciudadanos sin electricidad ni calefacción durante al menos tres semanas.

El gobernador Angus King declaró el estado de excepción en Maine, donde más de doscientas mil personas quedaron sin electricidad. “Es la mayor catástrofe de este tipo en la historia del estado”, indicó el señor King. El gobernador de Nueva York, George Pataki, señaló: “Hay ciudades enteras sin nada de electricidad”.

En la margen meridional del río San Lorenzo, la tormenta destruyó unos treinta mil postes. Tras diecisiete horas de lluvia helada, Jim Kelly, que vive cerca de este río, al norte de Nueva York, escribió: “Ya no se ve por los cristales. No los cubren ni escarcha ni vaho, sino hielo sólido. En casa oímos ruidos desde todo rincón”.

El señor Kelly explicó: “A lo lejos se oyen como disparos: ¡Pum! Silencio. ¡Pum! Silencio. ¡Pum! ¡Pum!”. Luego supo que eran los árboles partiéndose y los postes de teléfono retorciéndose.

Es irónico que el paisaje fuera tan bello mientras la devastación se cebaba en la zona. Se temía que Ontario hubiera perdido 20.000.000 de arces, todo un desastre para la industria del jarabe de arce. Un cultivador dijo con pena: “Los árboles ya no son más que agujas que apuntan al cielo”.

“Hermosa zona de guerra”

Este titular del diario The Toronto Star describió Montreal, la segunda ciudad más grande de Canadá. “Parece que hubieran bombardeado las calles”, exclamó una residente. Según cálculos iniciales, los daños en Montreal ascendieron a más de 500 millones de dólares canadienses.

Un residente de Belleville (Ontario) dijo: “Se diría que ha ocurrido una guerra nuclear. Es fantasmagórico, con todo cubierto de polvo blanco”. De hecho, habló de “belleza fantasmagórica”.

Durante la semana que siguió a la tormenta hizo un frío atroz; al seguir sin electricidad cientos de miles de habitantes, la policía fue llevando a la gente a los refugios. “¿Hay que preguntarles si quieren ir o se lo ordenamos?”, inquirió un agente.

“Tienen que salir —respondió el encargado—. Pero actúe con diplomacia.” Y añadió: “Como si estuviéramos en tiempo de guerra”.

Al borde del desastre

Al quedar sin electricidad gran parte de Montreal, se apagaron los semáforos y se cerró el metro. Para el último día de la tormenta habían dejado de funcionar 4 de las 5 centrales de transmisión de la ciudad. ¿Qué consecuencias podría acarrear?

“Por la tarde consideramos la perspectiva de que Montreal sufriera un apagón total y se quedara sin agua —dijo Lucien Bouchard, primer ministro de Quebec—. Con las dos depuradoras paradas, solo había agua para dos horas.” El uso de velas y los posibles cortes del suministro de agua aumentaban grandemente la probabilidad de siniestros.

Dos semanas más tarde, el 24 de enero, se evitó que ocurriera otro desastre en Montreal, que había amanecido cubierta por más de 20 centímetros de nieve húmeda. En el Salón de Asambleas de los Testigos de Jehová, 1.889 asistentes celebraban su asamblea de circuito. Durante la sesión matinal se detectaron daños en las paredes y los cielos rasos, por lo que se canceló la sesión vespertina y se instó a todos los presentes a regresar a casa, cambiarse de ropa y volver allí a trabajar.

Al cabo de una hora, 300 voluntarios, armados de picos, palas y otras herramientas, limpiaban el amplio techo (7.100 metros cuadrados). Una vez retirada la nieve superficial, se descubrió que en algunos lugares el hielo tenía más de 60 centímetros de espesor. Con motosierras, lo cortaron en bloques, lo arrastraron hasta el borde del techo y lo dejaron caer. Quitaron unas 1.600 toneladas de nieve y hielo. En una nueva inspección se vio que, al haberse retirado aquel peso, los cielos rasos habían vuelto a su lugar y se habían cerrado las grietas de las paredes. La asamblea se reanudó de forma segura el domingo por la mañana.

Ayuda mutua

En la zona afectada hubo quienes intentaron lucrarse con las desdichas ajenas en tiempo de lluvia y frío; pero otros, como en el siglo I, demostraron “extraordinaria bondad humana” (Hechos 28:2). El periódico Daily Sentinel, de Rome (Nueva York), habló de algunos Testigos que salieron a ayudar: “Los hombres se juntaron en el Salón del Reino de Watertown para organizarse, y allí se les asignó a las casas de algunos hermanos en la fe, si bien terminaron ayudando a sus vecinos por toda la calle”.

El artículo indicó que recibieron ayuda residentes “de toda la región: Adams, Potsdam, Malone, Ogdensburg, Plattsburgh, Massena, Gouverneur y Ellenburg”. Gracias a los voluntarios que conectaron generadores a las calderas, algunos hogares tuvieron calefacción durante horas. Por desgracia, después de la tormenta la temperatura era inferior a -15 °C en muchos lugares.

La policía confundió con ladrones a unos Testigos que visitaban varios hogares. Cuando estos explicaron lo que hacían, un agente manifestó su gratitud por el hecho de que después de la tormenta los testigos de Jehová hubiesen ayudado a su padre, que vive en Montreal, pese a no ser de su religión.

Entre las poblaciones más afectadas estuvieron unas cien del llamado “triángulo de oscuridad”, al sur de Montreal, que diez días después de la tormenta seguían sin electricidad, situación que para muchos residentes duró más de un mes. La sucursal de los testigos de Jehová, situada cerca de Toronto, organizó visitas para ayudar a los afectados de la zona. Envió camiones con aceite para lámparas, baterías, linternas y otros artículos a un centro de distribución, y desde allí se llevaron tales suministros a los necesitados.

También se dispuso que fueran ancianos cristianos a analizar las necesidades de quienes vivían en la zona. Un grupo de ancianos visitó once congregaciones en una semana y celebraron muchas reuniones alentadoras para dar consuelo espiritual. Al acabar, nadie quería volver a casa. Se quedaban todos a hablar, a intercambiar experiencias y a disfrutar del compañerismo. De hecho, hubo máximos sin precedentes en la asistencia a las reuniones durante las semanas que siguieron a la tormenta.

Muchos que disponían de generadores, estufas de leña u otro tipo de calefacción, acogieron a quienes no los tenían. Hubo Testigos que hospedaron hasta a veinte personas, y un número considerable de fuera de la zona afectada ofreció su hogar, como los Testigos de Sept-Îles, ciudad situada a unos 800 kilómetros del “triángulo de oscuridad”, quienes se brindaron para acomodar a 85 familias.

Los Testigos de zonas rurales lejanas, como Rimouski, cortaron leña y la enviaron. Algunos se tomaron la molestia de escribir textos bíblicos en los troncos. Un Testigo compartió la madera donada con su vecino no Testigo, el cual recibió un tronco que llevaba inscrito Salmo 55:16: “Jehová mismo me salvará”. Mientras lo cargaba, el vecino miró al cielo y dijo: “Gracias, Jehová”.

Lecciones aprendidas

A muchos les sorprendió la fragilidad del sistema de energía eléctrica y la dependencia de este. “Mire, cuando construyamos la nueva casa —dijo cierto señor— va a tener estufa de leña, generador [...] y cocina de gas.”

Casi seis semanas después de la tormenta, un comentarista dijo: “Hubo mucho hielo, mucha oscuridad y mucho en que pensar, lo que se hace mucho mejor con la televisión apagada”. Y añadió: “Nos sorprendió lo vulnerables que somos ante los elementos”.

Los estudiantes de la Biblia reflexionan en la promesa del Creador de convertir la Tierra en un paraíso después de eliminar el sistema actual, al igual que en el pasado eliminó un mundo semejante (Mateo 24:37-39; 2 Pedro 2:5). Dios señala al arsenal que puede utilizar para ello y pregunta: “¿Has entrado en los almacenes de la nieve, o ves siquiera los almacenes del granizo [incluida la lluvia helada], que yo he retenido para el tiempo de angustia, para el día de pelea y guerra?” (Job 38:22, 23).

[Ilustración de la página 17]

Se desplomaron torres de alta tensión como si fueran de papel de aluminio

[Ilustración de la página 18]

Los voluntarios evitaron la catástrofe retirando la nieve y el hielo del techo del Salón de Asambleas

[Ilustración de la página 18]

Envío de leña para los afectados

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