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Podemos ser castos en un mundo inmoralLa Atalaya 2000 | 15 de julio
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Las consecuencias de la inmoralidad son tan amargas como el ajenjo y tan agudas como una espada de dos filos: dolorosas y mortíferas. Los amargos resultados de esa conducta suelen ser una conciencia atribulada, un embarazo no deseado o una enfermedad de transmisión sexual. Y pensemos también en el tremendo dolor emocional que siente el cónyuge de la persona infiel. Una infidelidad puede ocasionar heridas tan profundas que duren toda la vida. En efecto, la infidelidad hace daño.
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Podemos ser castos en un mundo inmoralLa Atalaya 2000 | 15 de julio
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Un precio muy elevado
¿Cuál es otra razón por la que debemos mantenernos muy lejos de la persona descarriada? Salomón contesta: “Para que no des a otros tu dignidad, ni tus años a lo que es cruel; para que los extraños no se satisfagan de tu poder, ni las cosas que conseguiste con dolor estén en la casa de un extranjero, ni tengas que gemir en tu futuro cuando se acaben tu carne y tu organismo” (Proverbios 5:9-11).
Así destaca Salomón el elevado precio que se paga por sucumbir a la inmoralidad. El adulterio y la pérdida de la dignidad van de la mano. ¿No es realmente humillante no ser más que un medio para satisfacer nuestra propia pasión inmoral o la de otra persona? ¿No revela falta de amor propio el entregarse a la intimidad sexual con quien no es nuestro cónyuge?
Ahora bien, ¿qué abarca el ‘dar nuestros años, nuestro poder y el fruto de nuestro trabajo a los extraños, o extranjeros’? Una obra de consulta dice: “La idea que transmiten estos versículos está clara: el precio de la infidelidad puede ser elevado; pues podríamos perder todo aquello por lo que trabajamos —posición, poder, prosperidad—, bien por culpa de las codiciosas demandas que presente la mujer, bien por culpa de las reclamaciones de indemnización que haga la comunidad”. La inmoralidad resulta muy cara.
Una vez perdida la dignidad y agotados los recursos, el insensato se queja: “¡Cómo he odiado la disciplina, y mi corazón ha tratado con falta de respeto aun la censura! Y no he escuchado la voz de mis instructores, y a mis maestros no he inclinado el oído. Fácilmente he llegado a estar en toda suerte de maldad en medio de la congregación y de la asamblea” (Proverbios 5:12-14).
Con el tiempo, el pecador suelta lo que un erudito llama “larga letanía de lamentos: si hubiera escuchado a mi padre; si no hubiera hecho las cosas a mi modo; si hubiera prestado atención a los consejos que me daban”. Pero ya es demasiado tarde. La vida de la persona, impura a partir de entonces, ya está arruinada, y su reputación ya se ha manchado. ¡Qué importante es que tengamos en cuenta el elevado precio de la inmoralidad antes de hundirnos en ella!
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