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  • ¿A imagen de Dios o de la bestia?
  • ¡Despertad! 1998
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¡Despertad! 1998
g98 22/6 págs. 5-7

¿A imagen de Dios o de la bestia?

AL PRIMER hombre, Adán, se le llamó “hijo de Dios” (Lucas 3:38). Ningún animal ha sido jamás objeto de tal distinción. Con todo, la Biblia muestra que el hombre tiene muchas cosas en común con los animales. Por ejemplo, tanto estos como aquel son almas. Cuando Dios formó a Adán, “el hombre vino a ser alma viviente”, dice Génesis 2:7, declaración que está en consonancia con 1 Corintios 15:45: “El primer hombre, Adán, llegó a ser alma viviente”. Puesto que los seres humanos son almas, el alma no es un ente indefinido que sobrevive al cuerpo cuando este muere.

Con respecto a los animales, Génesis 1:24 dice: “Produzca la tierra almas vivientes según sus géneros, animal doméstico y animal moviente y bestia salvaje de la tierra según su género”. Así, aunque la Biblia nos dignifica al revelar que fuimos creados a la imagen de Dios, también nos recuerda nuestra condición humilde de almas terrestres, junto con los animales. Y hay otro elemento que es común al hombre y la bestia.

La Biblia explica: “Hay un suceso resultante respecto a los hijos de la humanidad y un suceso resultante respecto a la bestia, y ellos tienen el mismo suceso resultante. Como muere el uno, así muere la otra; [...] no hay superioridad del hombre sobre la bestia [...]. Todos van a un solo lugar. Del polvo han llegado a ser todos, y todos vuelven al polvo”. En efecto, el hombre y la bestia son iguales en la muerte. Ambos retornan “al suelo”, al “polvo”, del cual provienen (Eclesiastés 3:19, 20; Génesis 3:19).

Pero ¿por qué nos aflige tanto la muerte a los seres humanos? ¿Por qué soñamos con vivir para siempre? Y ¿por qué debemos tener un propósito en la vida? Sin duda, hay una gran diferencia entre nosotros y los animales.

En qué nos diferenciamos de los animales

¿Le gustaría pasarse la vida sin otro propósito que el de comer, dormir y reproducirse? La idea les repugna incluso a los evolucionistas dedicados. “El hombre moderno, este ilustrado escéptico y agnóstico —escribe el evolucionista T. Dobzhansky—, no puede evitar plantearse aunque sea en secreto las preguntas de siempre: ¿Tiene mi vida algún sentido y propósito aparte del de mantenerme vivo y prolongar la cadena de la vida? ¿Tiene algún sentido el universo en que habito?”

En efecto, negar la existencia de un Creador no mata el deseo del hombre de hallarle sentido a la vida. Citando al historiador Arnold Toynbee, Richard Leakey escribe: “Este don espiritual que [el hombre] posee le condena a luchar toda su vida para reconciliarse con el universo en el que ha nacido”.

Aun así persisten las cuestiones fundamentales sobre nuestra naturaleza, nuestros orígenes y nuestra espiritualidad. Es obvio que hay un gran abismo entre el hombre y los animales. ¿De qué magnitud?

¿Un abismo insalvable?

Una dificultad fundamental de la teoría evolucionista es el vasto abismo que separa a los seres humanos de los animales. ¿Cuál es su verdadera dimensión? Considere algunos de los comentarios que los mismos evolucionistas han hecho al respecto.

Thomas H. Huxley, prominente defensor de la teoría evolucionista del siglo XIX, escribió: “Estoy más convencido que nadie del profundo abismo que existe entre [...] el hombre y las bestias [...] porque sólo él posee el don del habla racional e inteligible [y] [...] que nos eleva muy por encima del nivel de nuestros humildes semejantes”.

El evolucionista Michael C. Corballis observa que “hay una sorprendente discontinuidad entre los seres humanos y los demás primates [...]. ‘Nuestro cerebro es tres veces mayor de lo que se esperaría de un primate de nuestra talla’”. Y el neurólogo Richard M. Restak dice: “El cerebro [humano] es el único órgano en el universo conocido que procura entenderse a sí mismo”.

Leakey reconoce: “La conciencia plantea un dilema para los científicos, considerado insoluble por algunos. La conciencia de nuestra propia identidad es tan brillante que ilumina cuanto pensamos y hacemos”. También dice: “El lenguaje ciertamente crea un abismo entre el Homo sapiens [el ser humano] y el resto de la naturaleza”.

Apuntando a otra maravilla de la mente humana, Peter Russell escribe: “La memoria es, indudablemente, una de las facultades humanas más importantes. Sin ella no habría aprendizaje [...], ni actividad intelectual, ni desarrollo del lenguaje, ni ninguna de las cualidades [...] que normalmente se asocian con el ser humano”.

Además, ningún animal participa en forma alguna de adoración. Por eso, Edward O. Wilson afirma: “La predisposición a la creencia religiosa es la fuerza más compleja y poderosa de la mente humana y, con toda probabilidad, una parte indisoluble de la naturaleza humana”.

“El comportamiento humano plantea muchos otros enigmas darwinianos —reconoce el evolucionista Robert Wright—. ¿Cuál es la función del humor y de la risa? ¿Por qué se confiesan las personas cuando están próximas a morir? [...] ¿Qué función tiene, exactamente, la tristeza? [...] Una vez que la persona se ha ido, ¿cómo beneficia la tristeza a los genes?”

La evolucionista Elaine Morgan confiesa: “Cuatro de los más grandes misterios del ser humano son: 1) ¿Por qué marcha sobre dos piernas? 2) ¿Por qué perdió el pelaje? 3) ¿Por qué desarrolló un cerebro tan grande? 4) ¿Por qué aprendió a hablar?”.

¿Cómo responden los evolucionistas a estos interrogantes? Dice Morgan: “Las respuestas ortodoxas a estas preguntas son: 1) ‘Aún no lo sabemos’; 2) ‘aún no lo sabemos’; 3) ‘aún no lo sabemos’, y 4) ‘aún no lo sabemos’”.

Una teoría débil

El escritor de la obra The Lopsided Ape declaró que su fin “era presentar un cuadro general de la evolución humana a lo largo del tiempo. Muchas de las conclusiones son especulativas, y se basan principalmente en un puñado de dientes, huesos y piedras antiguos”. De hecho, hay muchos que ni siquiera aceptan la teoría original de Darwin. Richard Leakey observa: “La versión de Darwin sobre la manera como evolucionamos dominó la ciencia de la antropología hasta hace pocos años, y resultó errónea”.

Según Elaine Morgan, muchos evolucionistas “han perdido la confianza en las respuestas que creían saber hace treinta años”. Por eso no sorprende que algunas de las tesis sostenidas por los evolucionistas se hayan venido abajo.

Tristes consecuencias

Algunos estudios han hallado que el número de hembras con las que un macho se aparea guarda relación con la diferencia de tamaño corporal entre los sexos. Esto ha llevado a algunos a concluir que los hábitos sexuales de los seres humanos deberían ser similares a los de los chimpancés, cuyos machos, al igual que sus homólogos humanos, son un poco más grandes que las hembras. Por eso sostienen que, como los chimpancés, a los humanos debería permitírseles tener más de una pareja sexual. Y, de hecho, muchos así lo hacen.

No obstante, lo que parece funcionar bien en el caso de los chimpancés, por lo general ha resultado desastroso para los seres humanos. Los hechos muestran que el camino de la promiscuidad lleva a la desdicha y está sembrado de familias deshechas, abortos, enfermedades, traumas mentales y emocionales, celos, violencia familiar e hijos abandonados que crecen con problemas de adaptación y que continúan el círculo vicioso. Si el patrón animal es correcto, ¿por qué causa tanto dolor?

El pensamiento evolucionista también pone en duda la santidad de la vida humana. ¿Sobre qué base afirmamos que la vida humana es sagrada si decimos que Dios no existe y nos consideramos sencillamente animales superiores? ¿Por nuestro intelecto, quizás? En tal caso sería muy apropiada la pregunta que formula el libro The Human Difference: “¿Es justo tratar a los seres humanos como de más valor que los perros y los gatos solo porque tuvimos todas las oportunidades [de evolucionar]?”.

La difusión de la nueva versión del pensamiento evolucionista “tendrá inevitablemente un profundo efecto en el pensamiento moral”, afirma el libro The Moral Animal. Sin embargo, se trata de una moralidad cruel que reposa en la premisa de que fuimos modelados por “la selección natural”, proceso según el cual, como dijo H. G. Wells, “el fuerte y el astuto vence[n] al débil y al confiado”.

Es significativo el hecho de que muchas teorías evolucionistas que durante años han corroído la moral de la gente se han desplomado antes de la llegada de la siguiente ola de pensadores. Pero lo trágico es que el daño que han causado aún subsiste.

¿Adorar a la creación o al Creador?

La evolución hace que bajemos la vista hacia la creación en vez de levantarla hacia el Creador en busca de respuestas. La Biblia, en cambio, hace que elevemos los ojos al Dios verdadero para hallar valores morales y el propósito de la vida. Explica asimismo por qué tenemos que luchar para no hacer lo malo y a qué se debe que el ser humano se aflija tanto debido a la muerte. Además, su explicación de por qué propendemos a la maldad es muy convincente para nuestra mente y corazón. Le invitamos a examinar esa explicación satisfactoria.

[Ilustraciones de la página 7]

¿De qué magnitud es el abismo que media entre el hombre y la bestia?

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