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Un dilema teológicoLa Atalaya 1995 | 1 de marzo
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En el siglo VI E.C., el papa Gregorio I alegó que, al morir, las almas van de inmediato a su lugar de destino. El papa Juan XXII, del siglo XIV, estaba convencido de que los muertos recibirían su recompensa final en el día del Juicio. Sin embargo, el papa Benedicto XII refutó a su predecesor. En la bula papal Benedictus Deus (1336), decretó que “nada más morir, las almas de los difuntos entran en un estado de dicha [el cielo], purificación [el purgatorio] o condenación [el infierno], para volver a unirse con sus cuerpos resucitados al fin del mundo”.
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Un dilema teológicoLa Atalaya 1995 | 1 de marzo
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El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario ‘dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor’ (2 Co 5, 82 Co 5:8). En esta ‘partida’ (Flp 1, 23Flp 1:23) que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se reunirá con su cuerpo el día de la resurrección de los muertos”. Ahora bien, ¿dice Pablo en estos textos que el alma sobrevive a la muerte del cuerpo y entonces espera el “Juicio final” para reunirse con el cuerpo?
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