“Después de dejar la verdad, me daba vergüenza hasta orar. Finalmente tuve el valor de hacerlo. Poco después, un anciano habló conmigo y me ayudó a ver que para Jehová no era un caso perdido. Me recomendó que leyera la Biblia cada día. Le hice caso, y eso me dio las fuerzas para asistir de nuevo a las reuniones. Con el tiempo, volví a predicar. Estoy muy feliz de que Jehová me diera otra oportunidad” (Eeva).