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  • Quería ser como la hija de Jefté
    La Atalaya 2011 | 1 de diciembre
    • Un día supe que Elizabeth Chakranarayan, una maestra de la Biblia experimentada y mayor que yo, iba a ser mi compañera de predicación. Al principio pensé: “¿Cómo me las voy a arreglar para vivir con esta hermana que me lleva tantos años?”. Pero ella resultó ser la compañera que yo necesitaba.

      “Nunca estamos solos”

      Nuestro primer destino fue la histórica ciudad de Aurangābād, a unos 400 kilómetros (250 millas) al este de Bombay. Enseguida nos dimos cuenta de que éramos las dos únicas Testigos en una ciudad de casi un millón de habitantes. Además, yo tenía que aprender maratí, el idioma mayoritario.

      A veces me asaltaba la soledad. Me sentía como una huérfana y rompía a llorar. Pero Elizabeth me animaba como si yo fuera su hija. “En realidad nunca estamos solos, aunque puede que a veces nos sintamos así —me decía⁠—. Por lejos que estés de tu familia y tus amigos, Jehová está siempre a tu lado. Haz que sea tu amigo, y la soledad desaparecerá enseguida.” Hasta el día de hoy valoro muchísimo ese consejo.

      Cuando el dinero para el transporte escaseaba, caminábamos a diario hasta 20 kilómetros (12 millas) por caminos llenos de polvo y lodo, hiciera calor o frío. En verano se alcanzaban los 40 °C (104 °F). Y en la temporada monzónica había zonas del territorio que se quedaban cubiertas de lodo durante meses. Ahora bien, la cultura de la gente nos planteaba aún más retos que el clima.

      Las mujeres no hablaban en público con los hombres a menos que estuvieran emparentados, y rara vez les enseñaban. Por esa razón fuimos objeto de burlas e insultos. Durante los primeros seis meses celebramos solas las reuniones bíblicas semanales. Pero con el tiempo aumentó el número de asistentes y se formó un pequeño grupo. Algunos de ellos hasta empezaron a acompañarnos en la predicación.

      “Sigue mejorando tus habilidades”

      Al cabo de unos dos años y medio nos enviaron de vuelta a Bombay. Elizabeth siguió con su labor evangelizadora. Pero a mí me pidieron que ayudara a mi padre, que era el único traductor de nuestras publicaciones bíblicas a la lengua kannada.

  • Quería ser como la hija de Jefté
    La Atalaya 2011 | 1 de diciembre
    • Un regalo de Jehová

      Elizabeth y yo mantuvimos una estrecha amistad durante casi cincuenta años, hasta que ella murió en 2005 a la edad de 98. En sus últimos años, la vista ya no le permitía leer la Biblia, así que se pasaba gran parte del día orando a Dios de forma íntima y prolongada. A veces parecía que estaba hablando de un pasaje bíblico con alguien en su habitación, pero en realidad estaba hablando con Jehová. Él era muy real para Elizabeth, que vivía como si estuviera en su misma presencia. He aprendido que esa es la clave para continuar firme en el servicio a Dios, como la hija de Jefté. Le agradezco mucho a Jehová que me haya regalado la amistad de esta hermana madura que me guió en mi juventud y a través de todas mis luchas (Eclesiastés 4:9, 10).

  • Quería ser como la hija de Jefté
    La Atalaya 2011 | 1 de diciembre
    • [Ilustración de la página 28]

      Con Elizabeth poco antes de su muerte

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