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Nos dieron el ejemploLa Atalaya 1994 | 1 de junio
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De ahí navegaron a la isla Thursday y luego a Java, una isla grande de Indonesia. Opa llegó a amar mucho ese país, al que se ha llamado un “collar de perlas ensartadas en el ecuador”. En aquel tiempo Indonesia era una colonia holandesa, de modo que mi abuelo aprendió tanto holandés como indonesio. Pero, en la predicación ofrecía las publicaciones en cinco idiomas: holandés, indonesio, chino, inglés y árabe.
Opa tenía mucho éxito en la distribución de publicaciones bíblicas. Una vez, un funcionario holandés que vigilaba de cerca nuestra predicación llamó a Clem Deschamp, encargado del almacén de la Sociedad Watch Tower de Batavia (ahora Yakarta). “¿A cuánta gente tienen trabajando en Java oriental?”, preguntó el funcionario.
—Solo a uno —contestó el hermano Deschamp.
—¿Espera que le crea? —respondió bruscamente el funcionario—. Deben tener a un ejército de trabajadores allí, a juzgar por el número de publicaciones distribuidas por todas partes.
Opa piensa que aquel fue uno de los cumplidos más agradables de su vida. Pero seguro que lo merecía, pues no era raro que distribuyera entre 1.500 y 3.000 publicaciones todos los meses.
Matrimonio, proscripción y guerra
En diciembre de 1938, Opa se casó con una joven indonesia llamada Wilhelmina, que llegó a ser mi abuela. Oma, mi abuela, era amable, dulce, industriosa y de voz suave. Lo sé bien, pues durante mi niñez fue mi mejor amiga.
Después de casarse, Opa y Oma siguieron sirviendo juntos de precursores. Para entonces los otros tripulantes del Lightbearer se habían mudado a otras partes del mundo o habían regresado a casa. Opa, en cambio, había hecho de Indonesia su hogar, y estaba resuelto a quedarse.
Al acercarse la II Guerra Mundial, el clero presionó al gobierno holandés de Indonesia para que impusiera restricciones a la actividad de los testigos de Jehová y finalmente proscribiera la obra. De modo que la predicación se llevó a cabo con dificultad, utilizando solo la Biblia. En casi todas las ciudades que Opa y Oma visitaban se les llevaba ante las autoridades y se les interrogaba, como si fueran delincuentes. No mucho después de entrar en vigor la proscripción, encarcelaron al cuñado de Oma por su postura de neutralidad cristiana. Murió en una prisión holandesa.
Opa y Oma vivían en un camión caravana. Con esta casa móvil predicaron por todo Java. En 1940, cuando la amenaza de la invasión japonesa se cernía sobre la isla, fueron bendecidos con una hija, que llegó a ser mi madre. Le pusieron de nombre Victory, por el título del discurso que había pronunciado dos años antes el entonces presidente de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract, J. F. Rutherford. Siguieron en el precursorado hasta el nacimiento de la niña.
A principios de 1942, Opa, Oma y Victory viajaban en un carguero holandés de regreso de Borneo cuando se oyó un cañonazo procedente de un destructor japonés. Todas las luces se apagaron y la gente gritó. De este modo la guerra se introdujo en la vida de mi familia. Aunque llegaron a puerto a salvo, los japoneses invadieron Java unos días después, y un funcionario holandés reveló el paradero de Opa y Oma a los soldados japoneses.
Cuando los japoneses los hallaron, les quitaron todas sus posesiones, hasta los juguetes de la pequeña Victory, y los llevaron a dos diferentes campos de concentración. Se permitió que Victory se quedara con Oma, y Opa no las volvió a ver por los siguientes tres años y medio.
La vida en los campos de concentración
A Opa lo transfirieron de una ciudad a otra durante su internamiento: de Surabaya a Ngawi, a Bandung y finalmente a Tjimahi. Estos traslados constantes tenían como propósito frustrar cualquier plan organizado de fuga. La mayoría de los prisioneros eran holandeses, aunque también había algunos ingleses y australianos. Opa aprendió en los campos el oficio de barbero, que aún practica de vez en cuando. El único libro religioso que se le permitió tener fue la Biblia, la Versión del Rey Jacobo.
Entretanto, también trasladaron a Oma y a Victory de un campo a otro. En estos campos el comandante pedía a las mujeres que efectuaran “servicios sociales” en el exterior. Sin embargo, por alguna razón, nunca se escogió a Oma. Más tarde se enteró de que se sacaba a las mujeres para ofrecerlas de prostitutas a los soldados japoneses.
Como los soldados japoneses no veían con buenos ojos a las niñas, Oma siempre vestía y cortaba el pelo a Victory como un niño. El nombre Victory también supuso un gran problema cuando el comandante del campo quiso saber qué significaba: ¿victoria para el ejército imperial japonés, o victoria para los americanos?
“¡Victoria para el Reino de Dios sobre todos los gobiernos terrestres!”, respondió mi abuela con orgullo.
Como castigo por no responder “victoria para el ejército imperial japonés”, se obligó a Oma y a su hija, de 5 años, a permanecer de pie y en posición de firmes durante ocho horas bajo el ardiente sol tropical. Sin sombra, sin agua, sin sentarse y sin dejar caer los hombros. Pero con la ayuda de Jehová, superaron esta terrible experiencia.
Un año después de haber sido internada, el comandante del campo le dijo a Oma que su esposo había muerto. Ella colocó con tristeza la foto de Opa en el fondo de su maltrecha maleta y siguió adelante, a pesar de su dolor.
La vida en el campo de concentración era dura. Las raciones diarias por persona consistían en una taza de tapioca para desayunar, unos 200 gramos de pan de sagú para comer y una taza de arroz cocido en una sopa vegetal aguada para cenar. Debido a esas exiguas raciones, la desnutrición era común y todos los días morían reclusos víctimas de la disentería.
Opa sufrió de pelagra y edema de inanición durante su internamiento. Oma también estuvo al filo de la muerte, pues a menudo daba su alimento a Victory para que la pequeña no muriera de hambre. La crueldad y la inanición se convirtieron en compañeras constantes. Lograron sobrevivir solo manteniéndose cerca de su Dios, Jehová.
Recuerdo bien uno de los dichos favoritos de Opa: “La libertad es estar en armonía con el Divino, Jehová”. Así, Opa se consideraba verdaderamente libre aun durante su cruel reclusión. El amor que él y Oma le tenían a Jehová ciertamente los ayudó a ‘aguantar todas las cosas’. (1 Corintios 13:7.) Esta estrecha relación con Dios es lo que Gayle y yo ahora procuramos mantener.
Libertad y un memorable reencuentro
La II Guerra Mundial por fin terminó en 1945. Poco después de la rendición de Japón, llevaban a Opa en tren a otro lugar. Los soldados indonesios detuvieron el tren entre Yakarta y Bandung. Aunque habían terminado las hostilidades con los japoneses, los indonesios luchaban por independizarse de los holandeses. A Opa le sorprendió tanto que lo bajaran súbitamente del tren que se olvidó de hablar inglés y empezó a hablar en holandés. Para los indonesios el holandés era el idioma del enemigo, y había que dar muerte al enemigo.
Afortunadamente, cuando los soldados registraron a Opa, encontraron su permiso de conducir australiano, del que se había olvidado por completo. Por fortuna, los indonesios no estaban en guerra con Australia. Opa sigue creyendo hasta hoy que el descubrimiento del carné que demostraba su ciudadanía australiana se debió a la intervención divina, pues en esa misma parada los mismos soldados mataron tan solo unas horas más tarde a doce holandeses que viajaban en el tren.
Poco después de este incidente, Oma y Victory estaban esperando salir de las regiones desgarradas por la guerra. Sentadas a la orilla de la carretera, vieron pasar una interminable fila de camiones con soldados y civiles. De repente, sin una razón clara, la caravana se detuvo. Oma miró por casualidad a la caja abierta del camión más cercano y, para su sorpresa, allí estaba sentado un hombre demacrado al que reconoció inmediatamente. ¡Era su esposo! No puede describirse con palabras la emoción de este reencuentro.
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Nos dieron el ejemploLa Atalaya 1994 | 1 de junio
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PERMÍTAME que le hable en especial de mis abuelos. Siempre les hemos llamado afectuosamente Opa y Oma, como es común en holandés. Mi abuelo, Charles Harris, aún sirve con entusiasmo en Melbourne, donde ha vivido durante los últimos casi cincuenta años.
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