-
Nunca me he lamentado de aquella decisión¡Despertad! 1989 | 22 de agosto
-
-
Indonesia, otro mundo
En un lado de la carretera había cadillacs, hombres vestidos con trajes blancos y señoras muy elegantes. En el otro lado había carretas cubiertas tiradas por búfalos asiáticos —por lo general el conductor iba dormido—, mujeres bien proporcionadas vestidas con sarongs de muchos colores y hombres que transportaban cestas de comida y utensilios de cobre colgados de un palo largo que sostenían sobre los hombros. Caminaban deprisa con su peculiar paso saltarín y, a la vez, un tanto basculante.
Paramos un taxi y fuimos a casa de una persona que había manifestado interés en el mensaje del Reino cuando Clem había estado en Surabaya. Un hombre corpulento vestido de blanco, que encajaba con la imagen mental que me había hecho de Moisés, nos recibió con los brazos extendidos, como hacían los patriarcas de la antigüedad. Semejante muestra de cariño y entusiasmo hizo que me sintiera muy bienvenida.
Nuestro anfitrión había sido millonario, pero debido a una caída repentina de los precios del azúcar, atravesaba dificultades económicas, a pesar de lo cual, amaba la vida y había abrazado con interés la verdad de la Biblia. Solo nos quedamos un poco de tiempo con él antes de trasladarnos a la capital, Batavia, hoy llamada Yakarta. Allí Clem se encargó de la oficina que había llevado Frank Rice, a quien se trasladó a la Indochina Francesa.
Una asignación fascinante
Aprendimos a testificar en holandés y malayo, y predicábamos tanto en las casas acomodadas como en los grupos de pequeñas cabañas llamadas kampongs. Cuando predicábamos en estas aldeas, a veces nos seguían de casa en casa hasta cincuenta niños vestidos con harapos. De un extremo a otro de Java se distribuyeron grandes cantidades de libros.
Para predicar en las muchas islas de Indonesia, incluidas las de Célebes y Borneo, se utilizaba la embarcación Lightbearer. Mientras entrábamos en aquellos pequeños puertos, la tripulación ponía en marcha el equipo eléctrico de reproducción de sonido para que se escuchara uno de los discursos de J. F. Rutherford, el entonces presidente de la Sociedad Watch Tower. Imagínese la sorpresa de los aislados aldeanos malayos al ver entrar en su puerto una gran embarcación y luego oír el sonido de una voz tan fuerte y potente. Un platillo volante no hubiera despertado un mayor interés.
Tiempo después, fruto de la instigación clerical, las autoridades empezaron a oponerse y cerraron todos los puertos indonesios a la Lightbearer, así que se decidió que la embarcación regresara a Australia.
-
-
Nunca me he lamentado de aquella decisión¡Despertad! 1989 | 22 de agosto
-
-
Poco después de regresar a Indonesia, Clem decidió que se debía volver a predicar la isla de Sumatra, así que formamos un equipo con Henry Cockman (otro australiano) y predicamos por todas las montañas y arrozales de la isla. Nos alojábamos en hoteles de viajeros, algunos de ellos bastante cómodos, pero otros dejaban mucho que desear.
En una ocasión predicamos en una aldea compuesta casi en su totalidad de pequeñas tiendas chinas, y colocamos toda una caja de libros en chino en aproximadamente una hora. Los tenderos habían visto muy pocas mujeres blancas y jamás había llamado una a la puerta de sus humildes negocios. No sé si esta fue la razón por la que dejé un libro en cada tienda, pero coloqué tantos, que Clem y Henry se pasaron la mayor parte del tiempo trayéndome más del automóvil.
En otra aldea, regresaba al automóvil para recoger más publicaciones, cuando vi que estaba rodeado de gente que gritaba y gesticulaba. Parecía que había problemas, así que corrí hacia allí, preocupada, y me sorprendió ver a Clem de pie, medio dentro y medio fuera del automóvil, sacando revistas lo más deprisa que podía. Se pasaban las contribuciones de una persona a otra por encima de la cabeza y Clem enviaba la revista de la misma manera al que había entregado la moneda. Fue sorprendente ver que la gente casi se peleaba por obtener publicaciones.
-
-
Nunca me he lamentado de aquella decisión¡Despertad! 1989 | 22 de agosto
-
-
Mientras continuamos con nuestra nostálgica gira, un amigo nos explicó que cuando los holandeses se marcharon, muchos de los libros que se les habían distribuido durante los primeros años terminaron en tiendas de libros usados y los compraron personas que buscaban algo que leer. Algunos de los que obtuvieron publicaciones de ese modo adquirieron un profundo entendimiento de la Biblia y con gusto empezaron a predicar tan pronto como se contactó con ellos.
En cierto lugar, un Testigo fue a enseñarle a su padre las verdades de la Biblia que había aprendido, pero este insistía en que ya había encontrado la religión verdadera. Había reunido a unas cien personas para adorar según había descubierto. ¡Imagínese la sorpresa del Testigo cuando vio que este grupo estudiaba las publicaciones de la Sociedad Watch Tower! Ignoraban que existiese una organización mundial que ya adoraba a Jehová según esas pautas.
-