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  • El Creador se revela a sí mismo para nuestro beneficio
    ¿Existe un Creador que se interese por nosotros?
    • El Creador se revela a sí mismo para nuestro beneficio

      UNOS tres millones de personas se hallaban, entre truenos y relámpagos, frente al monte Sinaí, una elevada montaña de la península del mismo nombre. Bajo el monte, envuelto en nubes, el suelo tembló. En tales circunstancias memorables, Moisés introdujo al antiguo pueblo de Israel en una relación formal con el Creador de los cielos y la Tierra (Éxodo, capítulo 19; Isaías 45:18).

      Pero ¿por qué se revelaría el Creador del universo de un modo especial a una sola nación, que además era comparativamente pequeña? Moisés dio la razón: “Por amarlos Jehová, y por guardar la declaración jurada que había jurado a sus antepasados” (Deuteronomio 7:6-8).

  • El Creador se revela a sí mismo para nuestro beneficio
    ¿Existe un Creador que se interese por nosotros?
    • Jehová prometió a Abrahán: “Mediante tu descendencia ciertamente se bendecirán todas las naciones de la tierra” (Génesis 22:18). Esta promesa complementa o extiende la que se hizo en tiempos de Adán sobre una venidera “descendencia” (Génesis 3:15). Efectivamente, lo que Jehová le prometió a Abrahán confirmó la esperanza de que con el tiempo vendría alguien —la Descendencia— que haría posible la bendición de todos los pueblos. Este es el tema central de la Biblia, de principio a fin, lo que pone de relieve que este libro no es una colección de diversos escritos humanos. Además, conocer el tema de la Biblia nos permite entender que Dios utilizó a una nación antigua con el objetivo de bendecir a todas las naciones de la Tierra (Salmo 147:19, 20).

      Este objetivo expreso indica que Jehová ‘no fue parcial’ cuando trató con Israel (Hechos 10:34; Gálatas 3:14). Es más, aunque Dios trató principalmente con los descendientes de Abrahán, la gente de otras naciones también podía unirse a ese pueblo para servir a Jehová (1 Reyes 8:41-43). Y, como veremos posteriormente, la imparcialidad de Dios es tal que hoy todos nosotros —sin importar cuál sea nuestra etnia o nacionalidad— podemos conocerle y agradarle.

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