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Reino de DiosPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
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Ocaso y fin de los reinos israelitas. Por no adherirse a los justos caminos de Jehová, la situación existente finalizados solo tres reinados y al comienzo del cuarto produjo un profundo descontento que hizo que la nación se sublevase y se dividiera (997 a. E.C.). Como consecuencia, aparecieron un reino septentrional y otro meridional. Sin embargo, el pacto de Jehová con David continuó en vigor con los reyes del reino meridional de Judá. Con el transcurso de los siglos, Judá apenas tuvo reyes fieles, y en el reino septentrional de Israel no hubo ni uno solo. La historia del reino septentrional estuvo plagada de idolatría, intriga y asesinatos. Los reyes a menudo se sucedían unos a otros tras cortos reinados. El pueblo sufrió injusticia y opresión. Unos doscientos cincuenta años después de su formación, Jehová permitió que el rey de Asiria aplastase al reino septentrional (740 a. E.C.) debido a su proceder de rebelión contra Dios. (Os 4:1, 2; Am 2:6-8.)
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Reino de DiosPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
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La realeza de Jehová no se ve afectada. La destrucción de los reinos de Israel y Judá no desacreditó de ningún modo la calidad de la propia gobernación de Jehová Dios, ni tampoco indicó que fuera débil. Durante toda la historia de la nación israelita, Jehová hizo patente que quería que le sirvieran y obedecieran de buena gana. (Dt 10:12-21; 30:6, 15-20; Isa 1:18-20; Eze 18:25-32.) Él instruyó, reprendió, disciplinó, advirtió y castigó; pero no se valió de su poder para obligar al rey o al pueblo a seguir un proceder justo. Ellos tuvieron la culpa de las malas condiciones que se manifestaron, el sufrimiento que experimentaron y su fin desastroso, porque obstinadamente endurecieron su corazón e insistieron en seguir un proceder independiente que perjudicaba tontamente sus propios intereses. (Lam 1:8, 9; Ne 9:26-31, 34-37; Isa 1:2-7; Jer 8:5-9; Os 7:10, 11.)
Jehová demostró su poder soberano al mantener restringidas a las potencias agresivas de Asiria y Babilonia hasta el momento debido e incluso manejarlas para que actuasen en cumplimiento de sus profecías. (Eze 21:18-23; Isa 10:5-7.) Finalmente expresó su justo juicio como Gobernante Soberano al retirar su protección de la nación. (Jer 35:17.) La desolación de Israel y Judá no llegó como una espantosa sorpresa para los siervos obedientes de Dios, a quienes se había advertido de antemano mediante las profecías. La degradación de los gobernantes altivos ensalzó la “espléndida superioridad” de Jehová. (Isa 2:1, 10-17.) Sin embargo, más importante aún, Jehová había demostrado que podía proteger y conservar con vida a las personas que recurrían a Él como su Rey, aunque se hallasen en condiciones de hambre, enfermedad y matanza indiscriminada, o las persiguiesen los que odiaban la justicia. (Jer 34:17-21; 20:10, 11; 35:18, 19; 36:26; 37:18-21; 38:7-13; 39:11–40:5.)
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