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Feliz de haber participado en la obra mundial de educación bíblicaLa Atalaya 2005 | 1 de julio
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Otra asignación, otro idioma
Con el tiempo, mis familiares de Grecia comenzaron a sentir los efectos de la vejez y la mala salud. Ellos nunca me pidieron que dejara el servicio de tiempo completo y llevara una supuesta vida normal para ayudarlos. Sin embargo, después de pensarlo bien y orar mucho sobre el asunto, decidí que sería mejor servir en algún lugar más cerca de la familia. Los hermanos que dirigían la obra accedieron amablemente y me asignaron a Italia, y mi familia se ofreció a cubrir los gastos de la mudanza. Resultó que había mucha necesidad de publicadores en este país.
De nuevo tuve que aprender otro idioma: el italiano. La primera asignación fue la ciudad de Foggia. Luego, me trasladaron a Nápoles, donde había mayor necesidad. Se me asignó el barrio de Posilipo, uno de los más bonitos de la ciudad. Aunque el territorio era enorme, solo había un publicador del Reino. Disfruté mucho la obra allí, y, gracias a Jehová, un buen número de personas empezaron a estudiar la Biblia. Con el tiempo se formó una congregación grande.
Entre los primeros napolitanos que estudiaron la Biblia conmigo estuvieron una madre y sus cuatro hijos. Ella y dos de sus hijas son testigos de Jehová hoy día. También di clases bíblicas a un matrimonio que tenía una niña pequeña. Toda la familia progresó en la verdad y simbolizaron su dedicación mediante el bautismo en agua. Ahora, la hija está casada con un fiel siervo de Jehová, y juntos sirven a Dios con ahínco. Mientras una familia numerosa estudiaba la Biblia conmigo, me dejó impactada el poder de la Palabra de Dios. Al leer varios versículos de las Escrituras que indicaban que Dios no acepta que se le adore mediante imágenes, la madre ni siquiera esperó a que acabáramos de estudiar: se levantó y en ese mismo instante echó a la basura todas las imágenes que tenía en la casa.
En peligros en el mar
Cuando viajaba entre Italia y Grecia, siempre lo hacía en barco. Normalmente, el viaje era muy agradable, pero en una ocasión, en el verano de 1971, fue diferente. Volvía a Italia en el transbordador Heleanna. En la madrugada del 28 de agosto se declaró un incendio en la cocina del barco. El fuego cundió, y también lo hizo el pánico entre los pasajeros. Las mujeres se desmayaban, los niños lloraban, y los hombres protestaban y proferían amenazas. La gente corría hacia los botes salvavidas, situados a los lados de la cubierta. Pero no había suficientes chalecos salvavidas para todos, y el mecanismo para echar al agua los botes no funcionaba bien. No pude conseguir un salvavidas, y como las llamas cobraban auge, lo único sensato que podía hacer era saltar al agua.
Ya en el agua, vi a una mujer con un salvavidas flotando cerca de mí. Me dio la impresión de que no sabía nadar, de modo que la agarré del brazo para alejarla del barco que se hundía. El mar se agitaba cada vez más, y mantenerse a flote resultaba agotador. Parecía que no había salvación, pero seguí suplicándole a Jehová que me ayudara, lo que me dio fuerzas. No podía dejar de pensar en el naufragio que sufrió el apóstol Pablo (Hechos, capítulo 27).
Sin soltar a la señora, luché contra las olas durante cuatro horas; nadé mientras me quedaron fuerzas, pidiendo a Jehová que me socorriera. Por fin vi una lancha que se aproximaba para rescatarnos, pero la señora ya había muerto. Cuando llegamos a Bari (Italia), me llevaron al hospital, donde me atendieron. Tuve que quedarme hospitalizada unos cuantos días. Muchos Testigos fueron a verme y bondadosamente me facilitaron todo lo que necesitaba. El amor cristiano que me demostraron causó una gran impresión en los que estaban en la sala del hospital.b
Después de mi total recuperación se me asignó a Roma. Me encargaron predicar en los comercios y negocios del centro de la ciudad, algo que hice durante cinco años, con la ayuda de Jehová. La predicación en Italia, donde pasé veinte años en total, era una delicia, y la gente, encantadora.
De vuelta al origen
Como la salud de Ariadne y de su esposo iba deteriorándose, pensé que si vivía más cerca de ellos podría de algún modo pagarles lo que habían hecho por mí con tanto cariño. He de reconocer que dejar Italia me partió el alma.
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Feliz de haber participado en la obra mundial de educación bíblicaLa Atalaya 2005 | 1 de julio
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[Ilustración de la página 11]
En Italia, en la primera mitad de la década de 1970
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