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  • Judá
    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
    • Primeros indicios de liderazgo. La bendición profética de Jacob había asignado a Judá un papel destacado (Gé 49:8; compárese con 1Cr 5:2), que comenzó a confirmarse en los albores de la historia de esta tribu. Bajo el mando de su principal, Nahsón, Judá encabezó la marcha por el desierto. (Nú 2:3-9; 10:12-14.) Además, Caleb, uno de los dos fieles espías que tuvieron el privilegio de volver a entrar en la Tierra Prometida, pertenecía a la tribu de Judá, y participó activamente en conquistar la tierra asignada a Judá, aunque se hallaba ya entrado en años. Por dirección divina, la tribu de Judá llevó la iniciativa en la lucha contra los cananeos, con la colaboración de los simeonitas. (Nú 13:6, 30; 14:6-10, 38; Jos 14:6-14; 15:13-20; Jue 1:1-20; compárese con Dt 33:7.) Nuevamente por dirección divina, Judá encabezó más tarde una acción militar de castigo contra Benjamín. (Jue 20:18.)

  • Judá
    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
    • La bendición profética de Jacob se cumple en David. Finalmente llegó el debido tiempo de Dios para transferir el poder real de la tribu de Benjamín a la de Judá. Los hombres de Judá ungieron a David por rey en Hebrón después de la muerte de Saúl. No obstante, las otras tribus se adhirieron a la casa de Saúl e hicieron rey sobre ellos a su hijo Is-bóset. A partir de ese momento, se produjeron repetidos choques entre estos dos reinos, hasta que Abner, hombre fuerte de Is-bóset, se pasó al bando de David. Al poco tiempo, Is-bóset fue asesinado. (2Sa 2:1-4, 8, 9; 3:1–4:12.)

      Cuando David reinó sobre todo Israel, los ‘hijos de Jacob’, es decir, todas las tribus de Israel, aclamaron a Judá y reconocieron la gobernación de su representante. Por lo tanto, David pudo ir también contra Jerusalén, aunque esta estaba principalmente en territorio benjamita, y después de capturar la fortaleza de Sión, convertirla en su capital. En líneas generales, David se comportó de manera encomiable. De hecho, su comportamiento hizo que se elogiase a la tribu de Judá por cualidades como la rectitud y la justicia, así como por sus servicios a la nación. Uno de estos servicios fue salvaguardar la seguridad nacional, como Jacob había predicho en la bendición que pronunció en su lecho de muerte. En realidad, la mano de Judá estuvo sobre la cerviz de sus enemigos cuando David sojuzgó a los filisteos (que por dos veces habían intentado derrocarle en Sión), moabitas, sirios, edomitas, amalequitas y ammonitas. Por consiguiente, con David, las fronteras de Israel se extendieron al fin hasta los límites que Dios había señalado. (Gé 49:8-12; 2Sa 5:1-10, 17-25; 8:1-15; 12:29-31.)

      En virtud del pacto eterno para un Reino hecho con David, la tribu de Judá poseyó el cetro y el bastón de mando durante cuatrocientos setenta años. (Gé 49:10; 2Sa 7:16.) Sin embargo, únicamente hubo un reino unido, con todas las tribus de Israel bajo la gobernación de Judá, durante los reinados de David y Salomón.

  • Judá
    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
    • La gobernación no se perdió. Sin embargo, este fin calamitoso del reino de Judá no significó que el cetro y el bastón de mando se habían apartado para siempre de la tribu. Según la profecía de Jacob en su lecho de muerte, la tribu de Judá tenía que producir al heredero real permanente, Siló (que significa “Aquel de Quien Es; Aquel a Quien Pertenece”). (Gé 49:10.) Por consiguiente, antes de que se acabara con el reino de Judá, Jehová le dirigió las siguientes palabras a Sedequías por medio de Ezequiel: “Remueve el turbante, y quita la corona. Esta no será la misma. Póngase en alto aun lo que está bajo, y póngase bajo aun al alto. Ruina, ruina, ruina la haré. En cuanto a esta también, ciertamente no llegará a ser de nadie hasta que venga aquel que tiene el derecho legal, y tengo que dar esto a él”. (Eze 21:26, 27.) El que tiene el derecho legal, como lo indicó en su anuncio el ángel Gabriel a la virgen judía María unos seiscientos años después, no es otro que Jesús, el Hijo de Dios. (Lu 1:31-33.) Por lo tanto, es apropiado que Jesucristo lleve el título: “el León que es de la tribu de Judá”. (Rev 5:5.)

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