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    ¡Despertad! 2008 | enero
    • De aldea de pescadores a metrópoli

      DE NUESTRO CORRESPONSAL EN JAPÓN

      EN UN hermoso día de verano de agosto de 1590, Ieyasu Tokugawa (derecha), quien más tarde sería proclamado el primer sogúna de la dinastía Tokugawa, puso pie en la aldea pesquera de Edo, en la costa este de Japón. Por aquel entonces, dice un libro de historia, “Edo consistía en unos cuantos centenares de casuchas habitadas por campesinos y pescadores” (The Shogun’s City—A History of Tokio). En las inmediaciones se erguía una fortaleza abandonada de más de un siglo de antigüedad.

      Esta aldea, sumida en la oscuridad del anonimato por siglos, se convertiría en Tokio, que además de ser la capital de Japón, es también una animada megalópolis: en la prefectura metropolitana de Tokio viven más de 12.000.000 de personas. Por su desarrollo se constituiría en líder mundial de la tecnología, las comunicaciones, el transporte y el comercio, así como en sede de las mayores instituciones financieras del globo. ¿Cómo se produjo semejante transformación?

      De aldea de pescadores a ciudad del sogún

      A partir de 1467 y durante un siglo, los señores feudales, que vivían en constante pugna, dividieron Japón en feudos. Finalmente, Hideyoshi Toyotomi, señor feudal de origen humilde, unificó parcialmente el país y se convirtió en 1585 en regente imperial. Al principio, Ieyasu se enfrentó a este poderoso general, pero acabó aliándose con él. Juntos sitiaron y capturaron el castillo de Odawara, la fortaleza del poderoso clan Hojo, conquistando así la región de Kanto en el este de Japón.

      Hideyoshi concedió a Ieyasu las ocho provincias de la vasta región de Kanto, que en su mayoría habían estado gobernadas por los Hojo, lo que obligó a Ieyasu a desplazarse al oriente de sus dominios originales. Al parecer, esta fue una acción calculada para mantener a Ieyasu lejos de Kioto, donde se hallaba la residencia del emperador, quien carecía de poder efectivo. A pesar de todo, este aceptó el ofrecimiento y llegó a Edo, como relatamos al comienzo de esta crónica. Ieyasu se propuso hacer de esta humilde aldea de pescadores el centro de sus dominios.

      A la muerte de Hideyoshi, Ieyasu encabezó una coalición formada mayormente por tropas del este y se enfrentó a las fuerzas del oeste. En 1600, en solo un día, obtuvo completa victoria. En 1603 asumió el título de sogún y se convirtió, en la práctica, en el gobernante del país. Edo pasó a ser el nuevo centro administrativo de Japón.

      Ieyasu ordenó a los señores feudales que suministraran materiales y mano de obra para terminar la construcción de un inmenso castillo. En un momento determinado se utilizaron 3.000 buques para transportar los gigantescos bloques de granito extraídos de los acantilados de la península de Izu, a unos 100 kilómetros (60 millas) al sur. En el puerto había una cuadrilla de cien o más hombres esperando para acarrear los bloques hasta la obra.

      El castillo —con mucho, el más grande de Japón— se completó cincuenta años después, durante el régimen del tercer sogún, y constituyó un imponente símbolo del apabullante poder de los Tokugawa. Los samuráis, o guerreros, al servicio del sogún se instalaron en las cercanías del castillo. El sogún impuso a los señores feudales la obligación de mantener mansiones en Edo, aparte de los castillos que poseyeran en sus territorios.

      Con el objeto de satisfacer las necesidades de la creciente población de samuráis, afluyeron a Edo comerciantes y artesanos de todo el país. Para 1695—a un siglo de la llegada de Ieyasu—, la ciudad ya contaba con 1.000.000 de habitantes. Era la más populosa del mundo en aquella época.

      De la espada al ábaco

      El gobierno del sogún afianzó la paz de tal modo que dejó a la clase guerrera con poco que hacer. Claro está, los samuráis seguían sintiéndose orgullosos de su profesión, pero el poder de la espada fue cediendo el paso al del ábaco, la popular calculadora manual de Oriente. La paz reinó por más de dos siglos y medio. La población civil en general, sobre todo los comerciantes, prosperó y gozó de mayor independencia. Se facilitó así el camino al desarrollo de una cultura singular.

      La gente acudía a las famosas representaciones de teatro kabuki (dramas históricos), bunraku (teatro de títeres) y rakugo (género cómico). En las calurosas tardes de verano frecuentaban las frescas orillas del río Sumida, donde estaba situada Edo. También observaban sesiones de fuegos artificiales, una tradición que continúa hasta nuestros días.

      Edo, sin embargo, seguía siendo desconocida para el resto del mundo. Por más de dos siglos se restringió todo contacto con los extranjeros, a excepción de los holandeses, chinos y coreanos, y eso con muchas limitaciones. Entonces, un suceso inesperado varió por completo el rumbo de la ciudad y del país.

      De Edo a Tokio

      Frente a las costas de Edo aparecieron de repente unos navíos de forma extraña que echaban nubes de humo negro. Los pescadores se asustaron creyendo que eran volcanes flotantes. Las noticias corrieron por Edo y provocaron un éxodo masivo.

      La flotilla de cuatro buques de la marina de Estados Unidos, comandada por el comodoro Matthew C. Perry, fondeó en la bahía de Edo el 8 de julio de 1853 (izquierda). Perry solicitó al sogunado que abriera las puertas de Japón al comercio con su país. La visita de este capitán mostró a los japoneses lo atrasados que estaban en materia militar y tecnológica en comparación con el resto del mundo.

      A partir de allí se desencadenó una serie de sucesos que culminaron con la caída del régimen Tokugawa y la restauración del gobierno imperial. En 1868, Edo cambió su nombre por el de Tokio, que significa “capital oriental” y designa su ubicación tomando Kioto como referencia. El emperador trasladó su residencia del palacio de Kioto al castillo de Edo, que pasó a ser el nuevo palacio imperial.

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    ¡Despertad! 2008 | enero
    • a El sogún era el jefe hereditario del ejército japonés y ejercía autoridad absoluta bajo el mando del emperador.

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