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  • “¡Recuerden Pearl Harbor!”
    ¡Despertad! 1991 | 8 de diciembre
    • “¡Recuerden Pearl Harbor!”

      HACÍA una hermosa mañana aquel domingo en la isla de Oahu. Adeline, una niña de once años de ascendencia japonesa y hawaiana, estaba en el jardín de su casa en el centro de Honolulú. Vio volar unos aviones y observó que subía humo de la zona de Pearl Harbor. ¿Se trataba de otra maniobra militar?

      Los habitantes de Oahu estaban tan acostumbrados a las maniobras militares y a los simulacros de fuego de artillería, que hasta el vicealmirante de la Armada estadounidense destacada en el Pacífico, William S. Pye, miró por la ventana y dijo a su esposa: “Qué raro que el ejército haga prácticas de tiro un domingo por la mañana”. Aquel domingo por la mañana era el 7 de diciembre de 1941.

      Cuando oyó los aviones que se acercaban, un muchacho de trece años se asomó a la ventana. “Papá —le dijo a su padre, el comandante de la base aeronaval de Kaneohe—, esos aviones llevan pintados unos círculos rojos.” Aquellos discos rojos —el sol naciente— pintados en los aviones de la Armada Imperial japonesa bastaban para explicar lo que estaba sucediendo: ¡un ataque por sorpresa!

      El almirante H. E. Kimmel, comandante de la Armada estadounidense destacada en el Pacífico con base en Pearl Harbor, recibió por teléfono un comunicado del ataque. Se quedó “blanco como el uniforme que llevaba” al mirar, perplejo, cómo los aviones enemigos zumbaban como avispas mientras bombardeaban su flota. “En seguida supe que pasaba algo terrible —declaró—, que aquello no era una incursión sin trascendencia de unos pocos aviones aislados. El cielo estaba lleno de aviones enemigos.”

      “Tora, Tora, Tora”

      Unos minutos antes de que los torpedos y las bombas rompiesen la serenidad de Pearl Harbor, un oficial que iba a bordo de un avión japonés de bombardeo en picado vio aparecer la isla de Oahu y pensó: “Esta isla es demasiado pacífica para atacarla”.

      Pero aquel claro en las nubes afectó de manera completamente distinta al comandante Mitsuo Fuchida, quien encabezaba las fuerzas de ataque. “Dios tiene que estar con nosotros —pensó—. Tiene que haber sido su mano la que ha abierto las nubes justo encima de Pearl Harbor.”

      A las 7.49 de la mañana, Fuchida dio la señal de ataque: “To, To, To”, que en japonés significa: “¡Ataquen!”. Confiado de que se había sorprendido totalmente a las fuerzas americanas, dio la orden de transmitir en morse el mensaje de que se había producido el ataque por sorpresa, para lo que utilizó las famosas palabras en clave “Tora, Tora, Tora” (“Tigre, Tigre, Tigre”).

      Consiguen atacar por sorpresa

      ¿Cómo pudo una agrupación de fuerzas grande que incluía seis portaaviones acercarse a solo 370 kilómetros de Oahu sin que nadie se diese cuenta, y lanzar como primera oleada de ataque 183 aviones, que eludieron los radares y asestaron a la Armada estadounidense destacada en el Pacífico un golpe tan devastador? Por un lado, la agrupación de fuerzas japonesa tomó una ruta septentrional a pesar de las agitadas aguas invernales, y las patrullas estadounidenses estaban menos reforzadas al norte de Pearl Harbor. Además, los portaaviones japoneses no enviaron absolutamente ningún mensaje por radio.

      Sin embargo, los radares vigilaban la estratégica isla para detectar cualquier avión que se acercase. Alrededor de las siete de aquella decisiva mañana, dos soldados rasos del ejército que estaban de servicio en la Estación de Radar Móvil de Opana, en la isla de Oahu, notaron señales extraordinariamente grandes en el osciloscopio, que “probablemente [representaban] más de cincuenta” aviones. Pero cuando avisaron al Centro de Información, se les dijo que no se preocuparan por ello. El oficial del Centro de Información supuso que se trataba de una escuadrilla de bombarderos americanos B-17 que se esperaba que llegase de Estados Unidos.

      Pero, ¿no sospechaba el gobierno de Estados Unidos que esto iba a ocurrir? El gobierno japonés había hecho llegar a sus enviados en Washington, D.C., un mensaje de catorce partes que debían entregar a Cordell Hull, el secretario de estado, exactamente a las 13.00 horas —hora oficial del este de Estados Unidos— del 7 de diciembre de 1941, que correspondería con la mañana del 7 de diciembre en Pearl Harbor. El mensaje contenía la declaración de que Japón rompería las negociaciones con Estados Unidos sobre cuestiones políticas cruciales. El gobierno estadounidense interceptó el mensaje y se dio cuenta de la gravedad de la situación. La noche antes del día trascendental, Franklin D. Roosevelt, el entonces presidente de Estados Unidos, había recibido las primeras trece partes del documento interceptado. Cuando terminó de leerlo, dijo en esencia: “Esto significa la guerra”.

      Si bien las autoridades estadounidenses percibían que era inminente una acción hostil japonesa, “no tenían ninguna idea de cuándo o dónde ocurriría”, dice The New Encyclopædia Britannica. La mayoría creía que se produciría en algún lugar del Lejano Oriente, quizás en Tailandia.

      La cita concertada para las 13.00 horas tuvo que postergarse debido a la lentitud de los secretarios de la embajada japonesa en mecanografiar el mensaje en inglés. Cuando el embajador japonés le entregó el documento a Hull, eran ya las 14.20 horas en Washington. En ese momento Pearl Harbor estaba bajo el fuego del enemigo y le amenazaba la segunda oleada de ataque. Como a Hull ya le habían llegado noticias de la incursión, ni siquiera ofreció una silla a los enviados; leyó el documento y, con frialdad, les señaló la puerta con la cabeza para que se marchasen.

      La demora en la entrega del ultimátum que se iba a enviar intensificó la furia americana contra Japón. Hasta algunos japoneses pensaban que esta circunstancia convirtió en un ataque solapado lo que iba a ser un estratégico ataque por sorpresa. “La frase ‘RECUERDEN PEARL HARBOR’ se convirtió en un juramento que avivaba el espíritu de lucha del pueblo americano”, escribió Mitsuo Fuchida, el comandante de vuelo de la primera oleada de ataque. Reconoció: “El ataque le trajo a Japón una deshonra que no desapareció ni siquiera después de su derrota en la guerra”.

      Franklin D. Roosevelt llamó al 7 de diciembre “una fecha que vivirá en infamia”. Ese día, en Pearl Harbor fueron hundidos o dañados gravemente ocho acorazados y otros diez navíos, y fueron destruidos más de ciento cuarenta aviones. Los japoneses perdieron veintinueve aviones de los aproximadamente trescientos sesenta cazas y bombarderos que atacaron en dos oleadas, además de los cinco minisubmarinos. Murieron más de dos mil trescientos treinta americanos y mil ciento cuarenta resultaron heridos.

      Ante el llamamiento “¡Recuerden Pearl Harbor!”, la opinión pública americana se unió contra Japón. “Con solo un voto en contra en la Cámara —dice el libro Pearl Harbor as History—Japanese-American Relations 1931-1941 (Pearl Harbor pasa a la historia. Las relaciones entre japoneses y americanos de 1931 a 1941)—, el Congreso, al igual que el pueblo americano en general, se unió tras el presidente Roosevelt en la determinación de derrotar al enemigo.” Procurar vengarse de la incursión era una razón más que suficiente para que comenzaran las hostilidades con el Imperio del Sol Naciente.

      ¿Un ataque por sorpresa en favor de la paz mundial?

      ¿Cómo justificaron los gobernantes japoneses sus acciones hostiles? Por increíble que pueda parecer, dijeron que lo habían hecho para establecer la paz mundial mediante la unión de ‘todo el mundo en una gran familia’, o hakkō ichiu. Esta se convirtió en la consigna que incitaba a los japoneses a derramar sangre. “El principal objetivo de la política nacional japonesa —declaró el gabinete japonés en 1940— radica en la consecución firme de la paz mundial de acuerdo con el elevado espíritu de hakkō ichiu en el que se fundó el país, así como en la construcción, como primer paso, de un nuevo orden en la Gran Asia Oriental.”

      Además de la consigna hakkō ichiu, la liberación de Asia de las potencias de Occidente llegó a ser otro importante objetivo del esfuerzo bélico japonés. Se estimaba que ambas causas eran la voluntad del emperador. A fin de conseguir esta conquista del mundo, los militaristas condujeron a la nación a la guerra contra China y luego contra las potencias occidentales, entre ellas, Estados Unidos.

      Isoroku Yamamoto, comandante en jefe de la flota combinada de Japón, llegó a la realista conclusión de que no había manera de que las fuerzas japonesas pudiesen vencer a Estados Unidos. Solo vio una posibilidad de mantener la dominación japonesa en Asia. Razonó que la Marina Imperial debería “atacar ferozmente y destruir la principal flota estadounidense en el mismo principio de la guerra, a fin de que el estado de ánimo de la Marina estadounidense y su gente se debilitase hasta el grado de ser incapaz de recuperarse”. Así nació la idea de un ataque por sorpresa a Pearl Harbor.

      [Fotografía en la página 4]

      Pearl Harbor bajo ataque

      [Reconocimiento]

      U.S. Navy/Fotografía de U.S. National Archives

  • “¡Basta de Hiroshimas!”
    ¡Despertad! 1991 | 8 de diciembre
    • “¡Basta de Hiroshimas!”

      AUNQUE los japoneses estaban entusiasmados por la victoria de Pearl Harbor y la recordaban mientras iban ganando, aquella fecha quedó en el olvido en Japón cuando perdieron la guerra. Hace poco se preguntó al gobierno japonés por qué no se habían disculpado por el ataque, a lo que el secretario principal del gabinete respondió: “Hablando desde una óptica estratégica y en términos generales, me da la sensación de que el ataque a Pearl Harbor no fue nada encomiable. No obstante, las cuestiones de la guerra entre Estados Unidos y Japón quedaron zanjadas con el Tratado de Paz de San Francisco”.

      Sus palabras reflejan lo que algunos japoneses sienten respecto al ataque por sorpresa que desencadenó la guerra del Pacífico. Según el periódico Mainichi Shimbun, todos los años visitan Hawai más de un millón de japoneses, pero solo un número relativamente pequeño visita el monumento al barco U.S.S. Arizona, que conmemora el ataque a Pearl Harbor.

      Mientras que la consigna “¡Recuerden Pearl Harbor!” trae a la memoria de algunos americanos recuerdos amargos, los japoneses evocan sus sufrimientos con la exclamación “¡Basta de Hiroshimas!”. Las bombas atómicas que cayeron sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 tuvieron un efecto traumático no solo en las víctimas directas, sino también en toda la nación.

      Las experiencias que narran algunos supervivientes nos ayudan a comprender sus sentimientos. Veamos, por ejemplo, el caso de Itoko, que acababa de dejar la escuela y trabajaba de secretaria en la institución naval de Hiroshima. Aunque se encontraba en el interior del edificio donde trabajaba, notó el destello de la bomba atómica y le dio la sensación de que esa luz la sacudía. “Trabajé con los soldados para limpiar la ciudad de cadáveres —cuenta Itoko—. En un río, los soldados bajaban una red de pescar desde un barco y cada vez que la subían sacaban más de cincuenta cadáveres. Los llevábamos a la orilla, los amontonábamos de cinco en cinco y luego los quemábamos. La mayoría de los cuerpos estaban desnudos, y no podía distinguirse si eran hombres o mujeres; además, tenían los labios tan hinchados, que parecían picos de patos.” Los japoneses no pueden olvidar los horrores causados por las dos bombas atómicas.

      Por qué se utilizó el arma de destrucción en masa

      El profesor de la universidad de Nagasaki, Shigetoshi Iwamatsu, que fue víctima de la bomba atómica, escribió a la prensa occidental hace más de veinte años acerca de la difícil situación en la que se encontraban las víctimas. El periódico Asahi Evening News dice que “le dejó pasmado lo que le contestaron. La mitad de las cartas que recibió en respuesta decían que habían sido las bombas atómicas lo que había detenido la agresión japonesa y que era absurdo que las víctimas de las bombas hiciesen un llamamiento a la paz”.

      En The Encyclopedia Americana se explica por qué razón se utilizó el arma de destrucción en masa: “Él [Harry S. Truman] decidió utilizar bombas atómicas contra Japón porque creía que con ello se pondría fin a la guerra rápidamente y se salvarían vidas”. Kenkichi Tomioka, un periodista japonés que informó de las caóticas condiciones existentes después de la guerra, aunque no era insensible a los sentimientos de las víctimas de las bombas atómicas, admitió: “Al recordar el período comprendido entre marzo/abril y agosto de 1945, cuando las operaciones para acabar con la guerra alcanzaron un punto culminante que puso en peligro el futuro de la nación, no podemos pasar por alto el papel que desempeñaron las dos dosis de medicina correctiva [las bombas atómicas], específica para moderar el estado febril, que se administraron a los militaristas que pedían a voces una confrontación para defender la patria. Una confrontación habría significado el gyokusai (atacar hasta morir antes que rendirse) de la entera población de 100 millones de habitantes”.

      No obstante, los que perdieron a seres queridos por culpa de las bombas atómicas y los que sufren enfermedades provocadas por las radiaciones emitidas por dichas bombas descubren que no es posible calmar su dolor con palabras que justifiquen el lanzamiento de las pikadon, o “destello y explosión”, como llamaban los supervivientes a las bombas atómicas. Aunque durante mucho tiempo se han visto como las víctimas inocentes, algunos supervivientes de las bombas atómicas ahora se dan cuenta de que como japoneses deben reconocer los “crímenes que cometieron al atacar a otros países en la región asiática del Pacífico”, según añadió el profesor Iwamatsu. En 1990, con ocasión de la manifestación anual antibomba de Hiroshima, una víctima de las bombas atómicas pidió disculpas ante los delegados extranjeros por los crímenes de guerra cometidos por Japón.

      ¿Tenían verdaderas razones para matar?

      En el corazón de muchos de los supervivientes y testigos oculares de lo que sucedió en Pearl Harbor, Hiroshima y Nagasaki, existe una fuerte aversión a la guerra. Algunos miran atrás y se preguntan si su país tuvo razones válidas para exigir el sacrificio de sus seres queridos.

      Ambos bandos también se lanzaron ataques verbales con el fin de avivar el fervor belicista y justificar la matanza. Los americanos llamaban a los japoneses “sneaky Japs” (japoneses rastreros), y les fue fácil avivar las llamas del odio y la venganza con las palabras “¡Recuerden Pearl Harbor!”. En Japón se enseñaba a la gente que los angloamericanos eran kichiku, que significa “bestias demoniacas”. A muchas personas de Okinawa hasta se las instó a suicidarse antes que caer en las manos de “bestias”. Del mismo modo, cuando las fuerzas invasoras americanas desembarcaron en un puerto cercano tras la rendición japonesa, el comandante de la joven Itoko, mencionada antes, le entregó dos dosis venenosas de cianuro potásico y le ordenó: “No permita que los soldados extranjeros la conviertan en su juguete”.

      Sin embargo, gracias a sus amistades de ascendencia japonesa y hawaiana, Itoko fue ampliando sus miras poco a poco y llegó a darse cuenta de que tanto los americanos como los británicos podían ser amigables, corteses y amables. Conoció a George, un irlandés nacido en Singapur cuyo padre había muerto a manos de los japoneses, y con el tiempo se casaron. Son solo un ejemplo de los muchos que descubrieron que sus ex enemigos eran personas amigables. Si todos hubiesen visto a los “enemigos” con sus propios ojos imparciales y no a través de cristales empañados por la guerra, los habrían colmado de amor y no de bombas.

      En efecto, para que haya paz mundial, es esencial que reine entre las personas una paz basada en la comprensión mutua. Ahora bien, en vista de las muchas guerras que ha habido desde 1945, es patente que el hombre no ha aprendido las lecciones de Pearl Harbor e Hiroshima. Además, la paz entre las personas no sería suficiente para conseguir la paz mundial. ¿Qué se necesita entonces? Se explicará en el siguiente artículo.

      [Comentario en la página 7]

      Mientras que la consigna “¡Recuerden Pearl Harbor!” trae a la memoria de algunos americanos recuerdos amargos, los japoneses evocan sus sufrimientos con la exclamación “¡Basta de Hiroshimas!”

      [Comentario en la página 8]

      Para que haya paz mundial, es esencial que reine entre las personas una paz basada en la comprensión mutua

      [Fotografía en la página 7]

      Lloyd Barry y Adrian Thompson, misioneros de la Sociedad Watch Tower, frente al Monumento de la Paz de Hiroshima en 1950

      [Fotografía en la página 8]

      Hiroshima en ruinas tras la explosión de la bomba atómica

      [Reconocimiento]

      U.S. Army/Cortesía de The Japan Peace Museum

  • Cuando las viejas heridas sanen por completo
    ¡Despertad! 1991 | 8 de diciembre
    • Cuando las viejas heridas sanen por completo

      ADELINE NAKO, la niña mencionada al principio de esta serie de artículos, llegó a sentir una gran animosidad hacia Japón, la tierra natal de sus antepasados. Cuando otros niños llamaban con desprecio “Japs” a los hawaianos de ascendencia japonesa, ella replicaba: “Somos americanos”. Pintaba carteles que decían: “Acabemos con esas potencias del Eje”, y estaba al frente de la campaña de venta de cupones para recaudar fondos para la guerra. Adeline dijo: “Me sentía muy orgullosa de los batallones 100 y 442 compuestos de nisei, japoneses americanos de segunda generación, que lucharon valerosamente por América”.

      Sin embargo, pasados los años empezó a preguntarse: “¿Por qué tienen que matarse unos a otros?”. Nada parecía tener sentido. “Los budistas fueron a la guerra. Los cristianos fueron a la guerra. Todos son unos hipócritas”, pensaba. Como había empezado a estudiar la Biblia con la ayuda de los testigos de Jehová, probó a la Testigo que la enseñaba con la pregunta: “¿Van a la guerra los testigos de Jehová?”.

      Se le contestó que los Testigos no toman las armas para matar a ningún ser humano. Como entonces todavía rabiaba la guerra en Europa y en Asia, Adeline descubrió que en Alemania se enviaba a los Testigos a campos de concentración y que en Estados Unidos se les encerraba en prisión por no tomar las armas e ir a la guerra. “Esta debe ser la religión verdadera”, pensó.

      Una misión pacífica

      Cuando aumentó su conocimiento bíblico, se sintió impulsada a dedicar su vida a Jehová, el Dios de la Biblia. Su devoción al “Dios de la paz” la movió a incrementar su amor siguiendo los pasos de los cinco hawaianos japoneses que se ofrecieron voluntarios para ir a Japón poco después de la II Guerra Mundial. (Filipenses 4:9.) Abrigaban muchos deseos de ayudar a los habitantes de la tierra de sus antepasados —antiguos enemigos suyos— predicándoles como misioneros las consoladoras buenas nuevas del Reino registradas en la Biblia. (Mateo 24:14.)

      Shinichi Tohara, uno de los que se ofreció voluntario para ayudar a las personas de ese país desgarrado por la guerra, recuerda qué pensaba de su misión: “Observé la fidelidad con que el pueblo japonés sirve a dueños humanos y al emperador. Pensé en los pilotos kamikazes, que daban su vida por el emperador estrellándose deliberadamente contra los buques de guerra enemigos. Así que, en vista de que los japoneses son tan fieles a otros seres humanos, me preguntaba qué serían capaces de hacer si encontraban al Dios verdadero, Jehová”.

      Ese grupo de voluntarios de actitud positiva llegó en 1949 a Tokio, una ciudad a la que los bombardeos aéreos de los B-29 habían reducido a ruinas poco antes. ¿Qué clase de personas encontraron en las chozas que había entre las ruinas? Gente algo tímida, pero muy trabajadora. Por supuesto, algunas personas todavía abrigaban resentimiento y prejuicio, pero muchos respondían favorablemente al mensaje bíblico de paz.

      Adeline se unió a esos primeros misioneros en 1953. Ayudó con mucho interés a los que tenían hambre y sed del consolador mensaje que se encuentra en la Biblia. Es cierto que mientras predicaba se encontraba con algunas personas antagonistas que le decían: “¡Ustedes lanzaron las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki!”.

      “Bueno —respondía ella—, usted sabe que yo soy de Hawai. Y Japón fue quien primero atacó Pearl Harbor y mató a muchas personas allí. Pero eso no me ha impedido venir a Japón para comunicar estas buenas nuevas a la gente de aquí.” Esa respuesta solía calmar a dichas personas, y aceptaban publicaciones que explican la Biblia.

      Gracias al buen fundamento que colocaron aquellos primeros misioneros de Hawai y otros países, en la actualidad hay más de 150.000 japoneses que son parte de una hermandad de personas que no ‘aprenden más la guerra’. (Isaías 2:4; 1 Pedro 2:17.)

      Cómo desaparecen todas las guerras

      Es cierto que es indispensable que las personas se conozcan y cultiven amor altruista entre sí para conseguir la paz mundial. Pero eso no basta. También se movilizó y obligó a participar en la guerra del Pacífico por causas “justificables” a algunas personas que amaban la paz y tenían amigos en el otro bando. La propaganda nacionalista venció sus inclinaciones naturales. Aunque hubo quienes rehusaron ir a la guerra incluso ante el peligro de ser enviados a campos de concentración o prisiones, sus acciones, aunque encomiables, tuvieron poco efecto, si acaso alguno, en refrenar el fervor belicista.

      Cuando una nación entera se dirige a la guerra, no solo están detrás seres humanos. Aunque normalmente todos los implicados insisten en que desean que no haya guerra, alguna fuerza muy poderosa hace que vayan en contra de sus deseos. La Biblia identifica a esa fuerza poderosa como “el dios de este sistema de cosas”. (2 Corintios 4:4.) En efecto, “el mundo entero yace en el poder del inicuo”, Satanás el Diablo. (1 Juan 5:19; véase también Juan 12:31; 14:30.)

      Sin embargo, la Biblia promete que “el Dios que da paz aplastará a Satanás”. (Romanos 16:20.) Un preludio de este aplastamiento tuvo lugar en el cielo hace unos setenta y siete años. Escuche la narración de lo que vio el apóstol Juan en una emocionante visión que tuvo dieciocho siglos antes de su cumplimiento en 1914: “Y estalló guerra en el cielo [...]. De modo que hacia abajo fue arrojado el gran dragón, la serpiente original, el que es llamado Diablo y Satanás, que está extraviando a toda la tierra habitada; fue arrojado abajo a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados abajo con él”. (Revelación 12:7-9.)

      Satanás el Diablo ha sido confinado a la vecindad de la Tierra desde entonces. Ha estado manejando a los políticos y los militaristas como marionetas y ha provocado sufrimientos incalculables en las guerras de este siglo. Pero su impaciencia es un reflejo de que tiene gran cólera, “sabiendo que tiene un corto espacio de tiempo”. (Revelación 12:12.) Mediante la mano poderosa del “Príncipe de Paz”, Jesucristo, Dios dejará a Satanás inactivo tras “la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso” en “Har–Magedón”. (Isaías 9:6; Revelación 16:14, 16.)

      A diferencia de todas las guerras que han librado los humanos, esa venidera guerra de Dios se destacará porque prevalecerá la justicia absoluta. Esa cualidad caracteriza al Creador de la humanidad, quien tiene muy presentes los intereses de esta. A diferencia de los líderes políticos que presionan a su pueblo para que participe en la guerra, Jehová, nuestro Creador, dirá a su pueblo lo mismo que dijo a la nación de Israel en el siglo X a. E.C., en los días de Jehosafat de Judá: “No tendrán que pelear en esta ocasión. Tomen su posición, esténse quietos y vean la salvación de Jehová a favor de ustedes”. (2 Crónicas 20:17.)

      Como Satanás ya no podrá influir en las personas, gente de todas las naciones disfrutará de paz y seguridad por toda la Tierra. Entonces se harán realidad las siguientes condiciones predichas por Isaías: “Miren, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. Lo pasado quedará olvidado, nadie se volverá a acordar de ello”. (Isaías 65:17, Versión Popular.)

      De modo que lo que ocurrió en Pearl Harbor no volverá a recordarse con dolor, ni las víctimas de las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki exclamarán “¡Basta de Hiroshimas!”. ¿Por qué? Porque las siguientes palabras de la profecía de Isaías también serán ciertas de cada persona que more en la Tierra: “Él [Dios] ciertamente dictará el fallo entre las naciones y enderezará los asuntos respecto a muchos pueblos. Y tendrán que batir sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas. No alzará espada nación contra nación, ni aprenderán más la guerra”. (Isaías 2:4.)

      Estas profecías ya se están cumpliendo hoy día entre los testigos de Jehová, quienes constituyen una hermandad mundial de millones de miembros, como puede observarse en las asambleas internacionales que celebran en diversas partes del mundo. Usted también puede formar parte de esa unidad y paz internacionales. Venga y aprenda cómo integrarse en el pueblo que ya ha ‘batido sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas’, que no ‘aprenden más la guerra’ y que esperan que pronto llegue a haber en la Tierra un paraíso en el que nunca vuelvan a pelearse guerras. (Salmo 46:8, 9.)

      [Fotografía en la página 9]

      Jerry y Yoshi Toma, Shinichi y Masako Tohara, y Elsie Tanigawa se ofrecieron voluntarios para ayudar a sus antiguos enemigos

      [Ilustración en la página 10]

      Una hermandad internacional adora hoy a Dios en paz y unidad

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