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Jehová atrae a los humildes a la verdadLa Atalaya 2003 | 1 de octubre
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A principios del verano de 1949, un hombre alto y amable visitó a la familia Koda. Se llamaba Donald Haslett, y había llegado de Tokio para buscar una casa y establecer un hogar misional en Kobe. Fue el primer misionero de los testigos de Jehová que vino a Japón. Encontró un lugar apropiado, y en noviembre de 1949 llegaron otros misioneros. Cierto día, cinco de ellos visitaron a los Koda. Dos de estos, Lloyd Barry y Percy Iszlaub, se dirigieron a los presentes en inglés durante diez minutos cada uno. Los misioneros consideraban a la señora Maud su hermana cristiana, y era evidente que ella disfrutaba de su compañía. Fue entonces cuando me sentí motivada para aprender inglés.
Con la ayuda que me prestaron los celosos misioneros, fui entendiendo las verdades bíblicas fundamentales y hallé las respuestas a los interrogantes que tenía desde la niñez. Aprendí que la Biblia presenta la esperanza de vivir para siempre en una Tierra convertida en un paraíso y promete la resurrección a “todos los que están en las tumbas conmemorativas” (Juan 5:28, 29; Revelación [Apocalipsis] 21:1, 4). Estaba agradecida a Jehová por brindarnos esa esperanza mediante el sacrificio redentor de su Hijo, Jesucristo.
Actividades teocráticas alegres
La primera asamblea teocrática de Japón se celebró en el hogar misional de Kobe del 30 de diciembre de 1949 al 1 de enero de 1950. Yo acompañé a Maud. La enorme propiedad —que había pertenecido a un oficial nazi— tenía una magnífica vista de la bahía de Osaka y de la isla Awaji. Como no sabía mucho de la Biblia, entendí poco de lo que se dijo, pero me impresionó sobremanera que los misioneros conversaran sin prejuicios con los japoneses. En total acudieron 101 personas al discurso público.
Al poco tiempo me decidí a participar en el ministerio del campo, si bien me hizo falta valor para superar mi timidez e ir de casa en casa. Una mañana, el hermano Lloyd Barry vino a buscarme para predicar. Empezó en la vivienda de al lado. Yo estaba prácticamente escondida detrás de él mientras escuchaba su presentación. La segunda vez que participé en el ministerio salí con otras dos misioneras. Una japonesa de edad nos invitó a pasar, nos escuchó y nos sirvió un vaso de leche para cada una. Aceptó un curso bíblico y con el tiempo se bautizó. Fue muy animador verla progresar.
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Impresionada por la hermandad internacional
Poco después recibí una enorme sorpresa cuando me invitaron a la clase 22 de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower. El hermano Tsutomu Fukase y yo fuimos los primeros japoneses en ser invitados. En 1953, antes de comenzar el curso, asistimos a la Asamblea “Sociedad del Nuevo Mundo”, celebrada en el Estadio Yankee de Nueva York. Me impresionó muchísimo la hermandad internacional del pueblo de Jehová.
El quinto día de la asamblea, los asistentes de Japón, en su mayoría misioneros, iban a llevar quimono. Dado que el quimono que yo había enviado con antelación todavía no había llegado, me dejaron uno que pertenecía a la hermana Knorr. Durante la sesión empezó a llover, y yo me inquieté, pues no quería que se mojara el traje. En aquel momento, alguien detrás de mí me cubrió gentilmente con su impermeable por la espalda. “¿Sabes quién es?”, me preguntó una hermana a mi lado. Luego me enteré de que había sido el hermano Frederick W. Franz, miembro del Cuerpo Gobernante. Con ese gesto percibí el calor de la organización de Jehová.
La clase 22 de Galaad fue de veras internacional: éramos ciento veinte estudiantes de treinta y siete países. Aunque hubo algunas dificultades lingüísticas, disfrutamos al máximo de la hermandad mundial. Un frío día de febrero de 1954 me gradué y recibí una asignación en Japón. Inger Brandt, una hermana sueca del mismo curso, sería mi compañera en la ciudad de Nagoya. Cuando llegamos, nos unimos al grupo de misioneros que habían sido evacuados de Corea a causa de la guerra. Los pocos años que pasé de misionera fueron para mí de inestimable valor.
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Los cuatro misioneros y la hermana que nos visitó en el hogar de los Koda en 1949, así como la hermana Maud, han muerto fieles.
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Cuando miro atrás, me doy cuenta de que conocer a Maud en 1941 fue algo decisivo en mi vida. Si no la hubiera conocido entonces y no hubiera aceptado su invitación de volver a trabajar para ella después de la guerra, probablemente me habría quedado en la granja del pueblo y no habría tenido ninguna relación con los misioneros de aquel entonces. Me siento muy agradecida a Jehová por haberme atraído a la verdad mediante Maud y los primeros misioneros.
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[Ilustración de la página 27]
Con misioneros de Japón en el Estadio Yankee en 1953. Yo soy la del extremo izquierdo
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