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  • Un Gran Maestro nos revela con más profundidad al Creador
    ¿Existe un Creador que se interese por nosotros?
    • Un discípulo que conocía bien los hechos llegó a la conclusión de que “Jesús [era] el Cristo el Hijo de Dios”b (Juan 20:31).

      Puesto que Jesús tuvo esta estrecha relación con Dios, podía explicar y revelar cómo era el Creador (Lucas 10:22; Juan 1:18). Jesús enseñó que su relación íntima con el Padre empezó en el cielo, donde colaboró con él en la creación de todas las demás cosas, animadas e inanimadas (Juan 3:13; 6:38; 8:23, 42; 13:3; Colosenses 1:15, 16).

  • Un Gran Maestro nos revela con más profundidad al Creador
    ¿Existe un Creador que se interese por nosotros?
    • Debido a esta relación íntima y semejanza con el Creador, Jesús aseguró: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también” (Juan 14:9). Dijo asimismo: “Nadie conoce quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo esté dispuesto a revelarlo” (Lucas 10:22). Por consiguiente, lo que Jesús enseñó e hizo en la Tierra nos ayuda a conocer mejor la personalidad del Creador. Centrémonos para ello en algunas de las experiencias que tuvieron hombres y mujeres con quienes Jesús trató directamente.

  • Un Gran Maestro nos revela con más profundidad al Creador
    ¿Existe un Creador que se interese por nosotros?
    • Para la samaritana, este encuentro con Jesús fue muy significativo. Sus anteriores prácticas religiosas se habían centrado en el culto que se rendía en el monte Guerizim, y se fundamentaban solo en los cinco primeros libros de la Biblia. Los judíos evitaban a los samaritanos, muchos de los cuales descendían del mestizaje entre las diez tribus de Israel y otros pueblos. Pero Jesús actuó de modo muy diferente. Estuvo dispuesto a enseñar a la samaritana, aunque su misión iba dirigida a “las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 15:24). En este caso reflejó la disposición de Jehová para aceptar a personas sinceras de todas las naciones (1 Reyes 8:41-43). Tanto Jesús como Jehová están por encima de la intolerante hostilidad religiosa que impregna el mundo actual. Este hecho debería acercarnos al Creador y a su Hijo.

      Hay otra lección que aprender de que Jesús estuviera dispuesto a enseñar a la samaritana. Para entonces ella estaba viviendo con un hombre que no era su esposo, lo cual no fue óbice para que Jesús le hablara (Juan 4:16-19). Es fácil comprender que esta mujer debió sentirse agradecida de que se la tratara con dignidad. Y su experiencia no fue única. Cuando algunos líderes judíos (fariseos) criticaron a Jesús por comer con pecadores arrepentidos, él les dijo: “Las personas en salud no necesitan médico, pero los enfermizos sí. Vayan, pues, y aprendan lo que esto significa: ‘Quiero misericordia, y no sacrificio’. Porque no vine a llamar a justos, sino a pecadores” (Mateo 9:10-13). Jesús ayudó a la gente que sufría debido a la carga de sus pecados, es decir, la violación de las leyes o normas de Dios. Es muy reconfortante saber que Dios y su Hijo desean ayudar a aquellos que sufren las consecuencias de su conducta pasada (Mateo 11:28-30).c

      No pasemos por alto que la persona a la que Jesús habló amablemente y ayudó en Samaria era una mujer. ¿Por qué es eso relevante? En aquel tiempo se enseñaba a los varones judíos que no debían hablar con una mujer en la calle, ni siquiera con su propia esposa. Los rabinos judíos no consideraban a las mujeres capaces de recibir una educación espiritual profunda, pues las tenían por “poco inteligentes”. Algunos decían: “Es mejor quemar las palabras de la ley antes que dárselas a las mujeres”. Los discípulos de Jesús se habían criado en este ambiente; de modo que cuando regresaron, “se [admiraron] de que hablara con una mujer” (Juan 4:27). Este relato, entre otros muchos, ilustra que Jesús era la imagen de su Padre, quien creó tanto al hombre como a la mujer con la misma dignidad (Génesis 2:18).

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    ¿Existe un Creador que se interese por nosotros?
    • La visión de un pescador

      Ahora veamos a Jesús por los ojos de dos de sus compañeros íntimos: Pedro y Juan. Estos pescadores estuvieron entre sus primeros discípulos (Mateo 4:13-22; Juan 1:35-42). Los fariseos los consideraban “hombres iletrados y del vulgo”, gente de la tierra (ʽam-ha·ʼá·rets), a quienes se menospreciaba porque no tenían la educación de los rabinos (Hechos 4:13; Juan 7:49). Muchas de estas personas, que ‘se afanaban y estaban cargadas’ bajo el yugo de los religiosos tradicionalistas, anhelaban la iluminación espiritual. El profesor Charles Guignebert, de la Sorbona, comentó que “su corazón pertenecía por entero a Yahvé [Jehová]”. Jesús no dio la espalda a estas personas humildes, en favor de los ricos o influyentes. Más bien, les reveló al Padre por medio de su enseñanza y actuación (Mateo 11:25-28).

      Pedro experimentó personalmente el interés altruista de Jesús. Poco después de unirse a él en su ministerio, su suegra enfermó y le dio fiebre. Jesús fue a la casa de Pedro, tomó de la mano a esta mujer y la fiebre le desapareció. No sabemos cómo se efectuó esta curación, tal como los médicos de hoy en día a veces no pueden explicar cómo se producen algunas curaciones, pero a la mujer le bajó la fiebre. Más importante que saber cómo sanaba Jesús es entender que sus curaciones revelaban la compasión que sentía por los enfermos y afligidos. Al igual que su Padre, quería ayudar a la gente (Marcos 1:29-31, 40-43; 6:34). Las experiencias que vivió Pedro al lado de Jesús le ayudaron a entender que para el Creador toda persona merece atención (1 Pedro 5:7).

      Más tarde, Jesús se hallaba en el atrio de las mujeres del templo de Jerusalén observando a la gente que echaba sus contribuciones en las arcas de la tesorería. Los ricos depositaban muchas monedas. Pero Jesús se fijó especialmente en una viuda pobre que echó dos monedas de muy poco valor, y dijo a Pedro, a Juan y a los demás: “En verdad les digo que esta viuda pobre echó más que todos los que están echando dinero en las arcas de la tesorería; porque todos ellos echaron de lo que les sobra, pero ella, de su indigencia, echó cuanto poseía” (Marcos 12:41-44).

      Podemos ver que Jesús buscaba lo bueno que había en la gente, y valoraba el esfuerzo de todos. ¿Qué efecto tuvo esta actitud en Pedro y en los demás apóstoles? El ejemplo de su Maestro les ayudó a percibir la personalidad de Jehová. Pedro posteriormente escribió, citando de un salmo: “Los ojos de Jehová están sobre los justos, y sus oídos están hacia su ruego” (1 Pedro 3:12; Salmo 34:15, 16). Siendo que el Creador y su Hijo quieren hallar lo bueno que hay en nosotros y están dispuestos a escuchar nuestros ruegos, es natural que nos sintamos atraídos hacia ellos.

      Después de unos dos años de relacionarse con Jesús, Pedro estaba seguro de que era el Mesías. En una ocasión Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que soy?”, y estos le dieron diferentes respuestas. Entonces les preguntó: “Pero ustedes, ¿quién dicen que soy?”. Pedro respondió convencido: “Tú eres el Cristo”. Puede parecer extraño lo que Jesús hizo a continuación: “Les ordenó con firmeza que no [se lo] dijeran a nadie” (Marcos 8:27-30; 9:30; Mateo 12:16). ¿Por qué? Jesús estaba allí, entre la gente, de modo que no quería que esta llegara a conclusiones solo de oídas. ¿No es eso lógico? (Juan 10:24-26.) Del mismo modo, el Creador también desea que lo conozcamos por medio de nuestra propia investigación de pruebas sólidas. Espera que nuestras convicciones estén basadas en hechos (Hechos 17:27).

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