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Un Gran Maestro nos revela con más profundidad al Creador¿Existe un Creador que se interese por nosotros?
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La visión de un pescador
Ahora veamos a Jesús por los ojos de dos de sus compañeros íntimos: Pedro y Juan. Estos pescadores estuvieron entre sus primeros discípulos (Mateo 4:13-22; Juan 1:35-42). Los fariseos los consideraban “hombres iletrados y del vulgo”, gente de la tierra (ʽam-ha·ʼá·rets), a quienes se menospreciaba porque no tenían la educación de los rabinos (Hechos 4:13; Juan 7:49). Muchas de estas personas, que ‘se afanaban y estaban cargadas’ bajo el yugo de los religiosos tradicionalistas, anhelaban la iluminación espiritual. El profesor Charles Guignebert, de la Sorbona, comentó que “su corazón pertenecía por entero a Yahvé [Jehová]”. Jesús no dio la espalda a estas personas humildes, en favor de los ricos o influyentes. Más bien, les reveló al Padre por medio de su enseñanza y actuación (Mateo 11:25-28).
Pedro experimentó personalmente el interés altruista de Jesús. Poco después de unirse a él en su ministerio, su suegra enfermó y le dio fiebre. Jesús fue a la casa de Pedro, tomó de la mano a esta mujer y la fiebre le desapareció. No sabemos cómo se efectuó esta curación, tal como los médicos de hoy en día a veces no pueden explicar cómo se producen algunas curaciones, pero a la mujer le bajó la fiebre. Más importante que saber cómo sanaba Jesús es entender que sus curaciones revelaban la compasión que sentía por los enfermos y afligidos. Al igual que su Padre, quería ayudar a la gente (Marcos 1:29-31, 40-43; 6:34). Las experiencias que vivió Pedro al lado de Jesús le ayudaron a entender que para el Creador toda persona merece atención (1 Pedro 5:7).
Más tarde, Jesús se hallaba en el atrio de las mujeres del templo de Jerusalén observando a la gente que echaba sus contribuciones en las arcas de la tesorería. Los ricos depositaban muchas monedas. Pero Jesús se fijó especialmente en una viuda pobre que echó dos monedas de muy poco valor, y dijo a Pedro, a Juan y a los demás: “En verdad les digo que esta viuda pobre echó más que todos los que están echando dinero en las arcas de la tesorería; porque todos ellos echaron de lo que les sobra, pero ella, de su indigencia, echó cuanto poseía” (Marcos 12:41-44).
Podemos ver que Jesús buscaba lo bueno que había en la gente, y valoraba el esfuerzo de todos. ¿Qué efecto tuvo esta actitud en Pedro y en los demás apóstoles? El ejemplo de su Maestro les ayudó a percibir la personalidad de Jehová. Pedro posteriormente escribió, citando de un salmo: “Los ojos de Jehová están sobre los justos, y sus oídos están hacia su ruego” (1 Pedro 3:12; Salmo 34:15, 16). Siendo que el Creador y su Hijo quieren hallar lo bueno que hay en nosotros y están dispuestos a escuchar nuestros ruegos, es natural que nos sintamos atraídos hacia ellos.
Después de unos dos años de relacionarse con Jesús, Pedro estaba seguro de que era el Mesías. En una ocasión Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que soy?”, y estos le dieron diferentes respuestas. Entonces les preguntó: “Pero ustedes, ¿quién dicen que soy?”. Pedro respondió convencido: “Tú eres el Cristo”. Puede parecer extraño lo que Jesús hizo a continuación: “Les ordenó con firmeza que no [se lo] dijeran a nadie” (Marcos 8:27-30; 9:30; Mateo 12:16). ¿Por qué? Jesús estaba allí, entre la gente, de modo que no quería que esta llegara a conclusiones solo de oídas. ¿No es eso lógico? (Juan 10:24-26.) Del mismo modo, el Creador también desea que lo conozcamos por medio de nuestra propia investigación de pruebas sólidas. Espera que nuestras convicciones estén basadas en hechos (Hechos 17:27).
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Jesús trató a los judíos con paciencia y bondad durante su ministerio, pero no se retuvo de condenar su iniquidad. Este hecho ayudó a Pedro, y también debería ayudarnos a nosotros a entender mejor al Creador. Cuando Pedro vio que se cumplía la profecía de Jesús, escribió en su segunda carta que los cristianos deberían tener “muy presente la presencia del día de Jehová”. Pedro también dijo: “Jehová no es lento respecto a su promesa, como algunas personas consideran la lentitud, pero es paciente para con ustedes porque no desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento”. Luego animó a sus lectores con la esperanza de unos ‘nuevos cielos y una nueva tierra en los que morará la justicia’ (2 Pedro 3:3-13). ¿Apreciamos nosotros, como Pedro, las cualidades de Dios reflejadas en Jesús, y confiamos en sus promesas para el futuro?
¿Por qué murió Jesús?
La última noche que Jesús estuvo con los apóstoles compartió con ellos una cena especial. En una comida como aquella, el anfitrión judío hospitalario lavaba los pies a sus huéspedes, que posiblemente habían andado por caminos polvorientos calzados con sandalias. Sin embargo, nadie ofreció a Jesús ese servicio. De modo que él humildemente se levantó, tomó una toalla y una palangana, y empezó a lavarles los pies a los apóstoles. Cuando le llegó el turno a Pedro, este se sintió avergonzado, y le dijo: “Tú ciertamente no me lavarás los pies nunca”. “A menos que te lave —respondió Jesús—, no tienes parte conmigo.” Jesús sabía que iba a morir pronto, de modo que añadió: “Si yo, aunque soy Señor y Maestro, les he lavado los pies a ustedes, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque yo les he puesto el modelo, que, así como yo hice con ustedes, ustedes también deben hacerlo” (Juan 13:5-17).
Décadas más tarde, Pedro instó a los cristianos a que imitaran a Jesús, no en un lavatorio ritual, sino en el servicio humilde al prójimo sin ‘enseñorearse’ de él. Pedro también se apercibió de que el ejemplo de Jesús probó que “Dios se opone a los altivos, pero da bondad inmerecida a los humildes”. ¡Qué gran lección sobre el Creador! (1 Pedro 5:1-5; Salmo 18:35.) Pero esa no fue la única lección que Pedro aprendió.
Después de la cena, Judas Iscariote, un apóstol que se hizo ladrón, condujo a una banda de hombres armados hasta Jesús para que lo arrestaran. Pedro intentó defenderlo. Sacó la espada e hirió con ella a un hombre de la muchedumbre. Jesús corrigió a Pedro con estas palabras: “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que toman la espada perecerán por la espada”. A continuación, ante los ojos de Pedro, tocó al hombre y lo curó (Mateo 26:47-52; Lucas 22:49-51). Jesús fue coherente con su enseñanza de ‘amar a los enemigos’, imitando a su Padre, que “hace salir su sol sobre inicuos y buenos y hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:44, 45).
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