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    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
    • A este respecto, la Cyclopædia, de M’Clintock y Strong, comenta: “Del propio Dios se dice que se arrepiente [na·jám, siente pesar]; pero esto solo es posible entenderlo en el sentido de que modifica su proceder hacia sus criaturas, bien por haberles otorgado un bien o infligido castigo; no obstante, esta modificación responde al cambio que se produce en el comportamiento de sus criaturas. Es así como, en términos humanos, se dice de Dios que se arrepiente” (1894, vol. 8, pág. 1042). Las normas justas de Dios permanecen constantes, estables, inmutables y sin la más mínima variación. (Mal 3:6; Snt 1:17.) Ninguna circunstancia puede hacer que cambie de opinión en cuanto a sus normas o que se aparte de ellas o las abandone. Sin embargo, la actitud y la reacción de sus criaturas inteligentes para con dichas normas perfectas y cómo las aplica Dios puede ser buena o mala. Si es buena, agrada a Dios, pero si es mala, le causa pesar. Por otra parte, la actitud de la criatura puede cambiar de buena a mala y viceversa, y como Dios no altera sus normas, su complacencia (con las consecuentes bendiciones) puede convertirse en pesar (con la consecuente disciplina o castigo) y viceversa. Por lo tanto, sus juicios y decisiones no están sometidos al capricho, la inconstancia, la inestabilidad o el error. Nadie puede culpar a Dios de una conducta voluble o excéntrica. (Eze 18:21-30; 33:7-20.)

      Un alfarero puede comenzar a hacer un determinado modelo de vasija, y luego, ‘si su mano la echa a perder’, hacer otro modelo con la misma arcilla. (Jer 18:3, 4.) Con este ejemplo, Jehová ilustra, no que sea como el alfarero cuya mano ‘echa a perder la vasija’, sino que tiene autoridad sobre la humanidad para cambiar el modo de tratarla, ajustándolo a cómo esta responde o no responde, a su justa misericordia. (Compárese con Isa 45:9; Ro 9:19-21.) Se entiende, entonces, que pueda ‘sentir pesar por la calamidad que haya pensado ejecutar’ contra una nación o ‘por el bien que se hubiese propuesto hacerle’, todo dependería de cómo hubiera reaccionado antes esa nación a los tratos de Dios. (Jer 18:5-10.) Luego, no es que Jehová, el Gran Alfarero, yerre, sino que la “arcilla” humana sufre una “metamorfosis” (cambio de forma o composición) en la disposición de su corazón, que ocasiona que Jehová sienta pesar o modifique de algún modo sus sentimientos.

      Esto es cierto tanto en el caso de personas como de naciones, y el que Jehová diga de sí mismo que ‘siente pesar’ a causa de que algunos siervos suyos —como el rey Saúl— se aparten de la justicia, es prueba de que no predestinó su futuro. (Véase PRESCIENCIA, PREDETERMINACIÓN.) El que Dios sintiese pesar a causa de la desviación de Saúl no significa que su elección como rey hubiese sido un error ni que Jehová se hubiese arrepentido de Su acción. Dios debió sentir pesar porque Saúl, si bien tenía libre albedrío, no aprovechó de la manera debida el magnífico privilegio que Él le había otorgado ni la oportunidad que le proporcionaba, y porque, además, el cambio en el comportamiento de Saúl propició un cambio en cómo le trataba Dios. (1Sa 15:10, 11, 26.)

  • Arrepentimiento
    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
    • También es cierto que Dios puede ‘sentir pesar’ y ‘volverse’ de infligir castigo cuando, una vez que ha advertido a los transgresores de lo que se propone hacer, se produce en estos un cambio de actitud y comportamiento. (Dt 13:17; Sl 90:13.) Al obrar así, ellos se vuelven a Dios y Dios ‘se vuelve’ a ellos. (Zac 8:3; Mal 3:7.) En lugar de ‘afligirse’, Dios se regocija, ya que no encuentra satisfacción en dar muerte a los pecadores. (Lu 15:10; Eze 18:32.) Sin jamás alejarse de sus normas justas, Dios les extiende ayuda para que les sea posible volver a Él; les infunde el ánimo para hacerlo. Con bondad, les invita a regresar, ‘extendiendo sus manos’ y diciéndoles por medio de sus representantes: “Vuélvanse, por favor, [...] para que yo no les cause calamidad a ustedes”. “No hagan, por favor, esta clase de cosa detestable que he odiado.” (Isa 65:1, 2; Jer 25:5, 6; 44:4, 5.) Les concede suficiente tiempo para cambiar (Ne 9:30; compárese con Rev 2:20-23) y manifiesta gran paciencia y longanimidad, pues “no desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento”. (2Pe 3:8, 9; Ro 2:4, 5.) Según lo ha considerado conveniente, Dios ha hecho que su mensaje haya ido acompañado de obras poderosas, o milagros, a fin de acreditar el carácter divino de la comisión delegada a sus mensajeros y fortalecer la fe de los oyentes. (Hch 9:32-35.) Cuando no ha habido respuesta a su mensaje, ha empleado la disciplina: ha retirado su favor y protección, de modo que ha dejado que los impenitentes sufran privaciones, hambre y opresión por parte de sus enemigos. Esta medida divina puede dar lugar a que estas personas recobren el buen juicio y el debido temor a Dios o que reconozcan que su proceder era estúpido, y su sentido de valores, equivocado. (2Cr 33:10-13; Ne 9:28, 29; Am 4:6-11.)

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