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  • Jehová es nuestra herencia
    La Atalaya 2011 | 15 de septiembre
    • Jehová es nuestra herencia

      “Yo soy la parte que te corresponde, y tu herencia, en medio de los hijos de Israel.” (NÚM. 18:20)

      1, 2. a) ¿Qué ocurrió con la tribu de Leví cuando se repartió la Tierra Prometida? b) ¿Qué les prometió Jehová a los levitas?

      UNA vez que Israel conquistó gran parte de la Tierra Prometida, llegó el momento de repartirla. De ello se encargaron Josué, el sumo sacerdote Eleazar y los cabezas de las tribus (Núm. 34:13-29). Ellos le asignaron una porción a cada tribu, pero no le entregaron ninguna a la de Leví (Jos. 14:1-5). ¿Por qué no? ¿Será que la pasaron por alto? ¿O acaso no le correspondía ninguna parte o herencia?

      2 En realidad, Jehová no tenía ninguna intención de abandonar a los levitas. De hecho, él mismo le había asegurado a Aarón como representante de esta tribu: “Yo soy la parte que te corresponde, y tu herencia, en medio de los hijos de Israel” (Núm. 18:20). ¡Qué palabras tan profundas! ¿Cómo nos sentiríamos nosotros si Dios nos prometiera algo así? Tal vez nos preguntáramos: “¿Soy yo digno de recibir como herencia al Todopoderoso? ¿Es posible que, a pesar de nuestra imperfección, los cristianos gocemos de semejante privilegio?”. Sin duda, son preguntas muy importantes, ya que están muy relacionadas con cada uno de nosotros y nuestros seres queridos. Así pues, comenzaremos explicando qué significa tener a Jehová como herencia. Luego veremos en qué sentido puede ser él nuestra propia herencia, sea que esperemos vivir en el cielo o en la Tierra.

      Jehová cuida a la tribu de Leví

      3. ¿Cómo llegó la tribu de Leví a encargarse del sacerdocio?

      3 Antes de la Ley mosaica, cada cabeza de familia se encargaba de las labores sacerdotales. Pero cuando se instituyó la Ley, estas funciones quedaron reservadas a la tribu de Leví, cuyos hombres se dedicarían exclusivamente a trabajar como sacerdotes o ayudantes de estos. ¿Cómo se llegó a este sistema? Recordemos que, cuando Jehová dio muerte a los primogénitos varones de Egipto, explicó que había santificado a los primogénitos de Israel, es decir, los había convertido en propiedad suya a fin de que le sirvieran. Sin embargo, más tarde decidió utilizar a los levitas “en lugar de todos los primogénitos de los hijos de Israel”. Eso sí, como el número total de primogénitos resultó ser mayor que el de levitas, mandó pagar un rescate para compensar la diferencia (Núm. 3:11-13, 41, 46, 47). A partir de entonces, la tribu de Leví comenzó su servicio sagrado en la nación.

      4, 5. a) ¿En qué sentido era Jehová la herencia que les correspondía a los levitas? b) ¿Cómo cuidaba Dios a los levitas?

      4 Como vimos, la tribu de Leví no obtuvo ningún terreno; más bien, la “herencia” que le correspondió fue un valiosísimo servicio: “el sacerdocio de Jehová” (Jos. 18:7). Por eso él le dijo en Números 18:20: “Yo soy la parte que te corresponde”. Ahora bien, ¿estaban condenados los levitas a vivir en la pobreza por no poseer campos? El contexto muestra que no (léase Números 18:19, 21, 24). “En cambio por su servicio”, las familias de la nación les entregaban “toda décima parte en Israel como herencia”, es decir, un diez por ciento de las cosechas y de los animales que nacían. A su vez, los levitas reservaban la décima parte de lo que recibían —lo más selecto⁠— para dársela a los sacerdotes (Núm. 18:25-29).a Estos últimos también recibían “todas las contribuciones santas” que los israelitas llevaban al santuario. Sin duda, los sacerdotes podían confiar plenamente en que Jehová cubriría sus necesidades.

      5 Según parece, la Ley mosaica mandaba que todas las familias reservaran otra décima parte de sus ganancias para su propio sustento y disfrute durante las asambleas anuales (Deu. 14:22-27). No obstante, en algunas ocasiones —al final del tercer y sexto año del ciclo sabático de siete años⁠— debían utilizar este segundo diezmo para ayudar a los pobres y los levitas. ¿Por qué se beneficiaban también los levitas? Porque ellos no tenían ni “participación ni herencia” en Israel (Deu. 14:28, 29).

      6. Si los levitas no heredaron ninguna tierra, ¿dónde vivían?

      6 Si los levitas no heredaron ninguna tierra, ¿dónde vivían? Jehová cuidó de ellos, pues les asignó ciertas ciudades y campos adyacentes. En total, disponían de 48 poblaciones —entre ellas, las seis ciudades de refugio⁠— donde residían cuando no estaban trabajando en el santuario (Núm. 35:6-8). Es evidente que Dios atendía con creces las necesidades de quienes se dedicaban por completo a su servicio. ¿Cómo podían demostrar ellos que realmente veían a Jehová como su herencia? Confiando en que él tenía la capacidad y el deseo de cuidarlos.

      7. ¿Qué debían demostrar los levitas para que Jehová fuera su herencia?

      7 A veces había israelitas que no pagaban el diezmo. Aunque tal negligencia no era castigada por la Ley mosaica, perjudicaba a todos los levitas, incluidos los sacerdotes. Eso fue lo que les ocurrió en tiempos de Nehemías. Como consecuencia, se vieron obligados a trabajar en sus campos y descuidaron su servicio sagrado (léase Nehemías 13:10). Los miembros de la tribu de Leví dependían para su sustento de que el resto de la nación fuera obediente. Sin duda, necesitaban demostrar confianza en Jehová y en el medio que había establecido para cuidarlos.

      Levitas que tuvieron a Jehová como herencia personal

      8. ¿Qué crisis espiritual experimentó el levita Asaf?

      8 Aunque la tribu de Leví en general tenía a Jehová como la herencia que le correspondía, algunos de sus miembros usaron a título individual la expresión “Jehová es la parte que me corresponde”, manifestando así su devoción y confianza en Dios (Lam. 3:24). Entre ellos figura el compositor del Salmo 73, Asaf. Así se llamaba uno de los encargados de dirigir a los cantores levitas en tiempos del rey David, si bien es posible que el nombre se refiera aquí a algún descendiente suyo que servía de cantante y compositor (1 Cró. 6:31-43). Sea quien fuere el escritor de este salmo, lo cierto es que se sentía desconcertado al ver que a los malvados les iba bien en la vida. Cegado por la envidia, llegó a afirmar: “En vano he limpiado mi corazón y lavo mis manos en la inocencia”. Parece que había olvidado que servir a Jehová y tenerlo como herencia era un gran honor. Sin embargo, su crisis espiritual terminó después de “entrar en el magnífico santuario de Dios” (Sal. 73:2, 3, 12, 13, 17).

      9, 10. ¿Por qué podía Asaf afirmar: “Dios es [...] la parte que me corresponde hasta tiempo indefinido”?

      9 Una vez en el santuario, Asaf comenzó a ver las cosas desde la perspectiva del Altísimo. Muchos cristianos han vivido una experiencia semejante. Al igual que este levita, dejaron de valorar como debían los privilegios espirituales y se concentraron en los bienes materiales que podrían conseguir. Pero al estudiar la Palabra de Dios y reunirse con su pueblo, corrigieron su forma de pensar. En el caso de Asaf, él se dio cuenta de que, tarde o temprano, la gente mala cosecha lo que siembra. Al reflexionar en las bendiciones que había recibido, comprendió que Jehová lo llevaría de la mano y lo guiaría. De ahí que Asaf le dijera: “Además de ti, de veras no tengo otro deleite en la tierra” (Sal. 73:23, 25). Sabía que, pasara lo que pasara —incluso si le fallaban la salud y el ánimo⁠—, siempre podría asegurar: “Dios es [...] la parte que me corresponde hasta tiempo indefinido” (léase Salmo 73:26). ¡Qué aliviado se sintió al recordar que Jehová jamás olvidaría su amistad y fiel servicio! (Ecl. 7:1.) Tanto es así que cantó: “Acercarme a Dios es bueno para mí. En el Señor Soberano Jehová he puesto mi refugio” (Sal. 73:28).

      10 Cuando Asaf declaró que Jehová era la parte, o herencia, que le correspondía, estaba hablando de mucho más que de la ayuda material que recibía por ser levita. Más bien, se refería al honor de servir a Dios en su santuario y gozar de su amistad (Sant. 2:21-23). Para mantener viva esa relación, debía demostrar fe en Jehová y confiar en que su futuro sería mucho mejor si le obedecía. ¿Verdad que nosotros podemos tener la misma fe y confianza?

      11. ¿Qué le preocupaba a Jeremías, y qué respuesta recibió?

      11 Otro levita que usó la expresión “Jehová es la parte que me corresponde” fue Jeremías. Veamos qué quiso decir. Este profeta vivía en Anatot, una ciudad levítica cercana a Jerusalén (Jer. 1:1). En cierta ocasión se mostró contrariado al ver que la gente mala prosperaba, mientras que los buenos pasaban muchas penalidades (Jer. 12:1). Él sabía que Jehová es justo; por eso, al ver lo que ocurría en Jerusalén y Judá, le expresó su malestar. ¿Qué respuesta recibió? Dios le mandó proclamar un mensaje de juicio y se encargó de que sus profecías se cumplieran al pie de la letra: quienes no hicieron caso perdieron la vida, pero quienes obedecieron recibieron “su alma [...] como despojo”, es decir, se salvaron (Jer. 21:9).

      12, 13. a) ¿Por qué afirmó Jeremías: “Jehová es la parte que me corresponde”, y cuál fue su actitud? b) ¿Por qué necesitaban cultivar “una actitud de espera” las tribus de Israel?

      12 La nación quedó desolada y en ruinas. Al verla en tan lamentable estado, Jeremías se encontró perdido, como si Jehová lo estuviera obligando a caminar en la oscuridad. Se sintió sin vida, “como hombres que han estado muertos por largo tiempo” (Lam. 1:1, 16; 3:6). Jerusalén y Judá habían sido destruidas porque los israelitas se negaron a dejar atrás su gran maldad y volver a su Padre celestial. Es cierto que el profeta se lo había advertido a la nación y que él no tenía la culpa de nada, pero aun así estaba muy triste. Con todo, reconoció que si la nación no había desaparecido por completo se debía a la “bondad amorosa de Jehová”, cuyas muestras de misericordia eran “nuevas cada mañana”. Y entonces afirmó: “Jehová es la parte que me corresponde”. En efecto, no había perdido su valioso privilegio de ser profeta de Dios (léase Lamentaciones 3:22-24).

      13 Al decir: “Jehová es la parte que me corresponde”, Jeremías demostró, además, que confiaba en la compasión divina, lo que le permitió mantener “una actitud de espera”. Todas las tribus de Israel necesitaban cultivar esa misma actitud, pues habían perdido sus tierras y el país permanecería vacío y desolado setenta años (Jer. 25:11). Jehová era su única esperanza. Setenta años después trajo a su pueblo de regreso a su patria y le devolvió el privilegio de servirle allí (2 Cró. 36:20-23).

      Una herencia personal que no se limitaba a los levitas

      14, 15. Aparte de los levitas, ¿quién tuvo a Jehová como herencia, y por qué?

      14 Ahora bien, ¿eran únicamente los levitas —como Asaf y Jeremías⁠— quienes tendrían el privilegio de servir a Dios? ¡Claro que no! Un buen ejemplo de ello es David, quien antes de ser rey de Israel le dijo a Jehová: “Tú eres [...] la parte que me corresponde en la tierra de los vivientes” (léase Salmo 142:1, 5). Cuando compuso este salmo, David no se encontraba en un palacio ni una casa, sino en una cueva, donde se ocultaba de sus enemigos. Durante su vida, se escondió al menos dos veces en cuevas, una cerca de la ciudad de Adulam y otra en el desierto de En-guedí. Por tanto, es posible que fuera en una de ellas donde escribió el Salmo 142.

      15 Recordemos que quien lo perseguía para matarlo era nada menos que el rey Saúl. Huyendo de él, David se introdujo en una cueva de difícil acceso (1 Sam. 22:1, 4). En aquel apartado lugar, viéndose solo y sin amigos que lo defendieran, acudió a Dios como su Protector (Sal. 142:4).

      16, 17. a) ¿Qué motivos tenía David para sentirse desamparado? b) ¿Con qué apoyo contaba siempre?

      16 Para cuando compuso el Salmo 142, es fácil que David ya estuviera al tanto del trágico fin de Ahimélec. Sin saber que él era un fugitivo, este sumo sacerdote le había prestado ayuda, y por ello el furioso Saúl lo había mandado asesinar junto con su familia (1 Sam. 22:11, 18, 19). David se sentía culpable por la tragedia. Era como si hubiera matado a aquel servicial sacerdote con sus propias manos. ¿A quién no le ahogaría la culpa en una situación como esa? Para colmo de males, no le quedaba un momento de respiro, pues el rey venía pisándole los talones.

      17 Pero esto no es todo. No mucho después falleció el profeta Samuel, quien lo había designado sucesor al trono (1 Sam. 25:1). Aunque aquella pérdida debió de hacerle sentir aún más desamparado, David nunca olvidó que contaba con el apoyo divino. Es cierto que Jehová no le había concedido el mismo honor que a los levitas, pero lo había elegido para desempeñar en el futuro otro tipo de servicio: gobernar a Israel (1 Sam. 16:1, 13). Por eso, David oró a Dios de todo corazón y buscó su guía con fe. Nosotros disponemos hoy de la misma ayuda. Si aceptamos a Jehová como herencia y refugio nuestro, también nos ayudará a servirle con toda el alma.

      18. ¿En qué sentido tenían muchos fieles del pasado a Jehová como su herencia?

      18 En este artículo hemos visto que tanto David como los levitas y otros miembros de la nación tenían a Jehová como su herencia. En otras palabras, habían recibido de él una responsabilidad en su servicio y la cumplían con la confianza de que recibirían su cuidado y protección. Cada uno de nosotros también puede llegar a afirmar que Jehová es la parte, o herencia, que le corresponde. En el siguiente artículo veremos qué hacer para conseguirlo.

      [Nota]

      a Para más información sobre el modo en que Jehová cuidaba a los sacerdotes, véase Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2, páginas 890 y 891.

  • ¿Hemos hecho de Jehová nuestra herencia?
    La Atalaya 2011 | 15 de septiembre
    • ¿Hemos hecho de Jehová nuestra herencia?

      “Sigan [...] buscando primero el reino y la justicia de Dios, y todas estas otras cosas les serán añadidas.” (MAT. 6:33)

      1, 2. a) ¿A quiénes se refiere la expresión “el Israel de Dios” que aparece en Gálatas 6:16? b) ¿Quiénes son “las doce tribus de Israel” mencionadas en Mateo 19:28?

      ¿QUÉ nos viene a la mente cuando leemos en la Biblia la palabra Israel? Tal vez pensemos en que así se llamaron Jacob —uno de los hijos de Isaac⁠— y la nación formada por sus descendientes. Pero las Escrituras también utilizan este nombre en sentido simbólico. Normalmente se refiere al “Israel de Dios”, es decir, los 144.000 cristianos que Jehová ha ungido con su espíritu para ser reyes y sacerdotes en el cielo (Gál. 6:16; Rev. 7:4; 21:12). Ahora bien, en Mateo 19:28 esta palabra se usa de un modo diferente al hablar de “las doce tribus de Israel”. Examinemos ese pasaje.

      2 Jesús dijo: “En la re-creación, cuando el Hijo del hombre se siente sobre su trono glorioso, ustedes los que me han seguido también se sentarán sobre doce tronos y juzgarán a las doce tribus de Israel”. En este versículo, ¿quiénes son “las doce tribus de Israel”? Son las personas que serán juzgadas por los discípulos ungidos de Jesús y que podrán vivir para siempre en el Paraíso. Todas ellas se beneficiarán de la labor de los 144.000 sacerdotes.

      3, 4. ¿Qué excelente ejemplo dan los fieles ungidos?

      3 Al igual que los levitas y los sacerdotes de la antigüedad, los cristianos ungidos aprecian muchísimo el privilegio de servir a Jehová (Núm. 18:20). Claro, no esperan que él les entregue como posesión algún lugar en la Tierra. Pero sí anhelan el día en que serán reyes y sacerdotes junto a Jesucristo en el cielo, donde, tal como indica Revelación 4:10, 11, seguirán prestando servicio a Dios (Eze. 44:28).

      4 Ahora bien, mientras están en la Tierra, ¿cómo demuestran que Jehová es su herencia? Con su forma de vivir indican que nada hay tan importante para ellos como servirle. Además, cifran su fe en el sacrificio redentor de Cristo y obedecen sus mandatos. De este modo, hacen “seguros para sí su llamamiento y selección” (2 Ped. 1:10). Naturalmente, no todos gozan de las circunstancias más favorables, pero no utilizan sus limitaciones como excusa para aflojar el paso. Al contrario, se esfuerzan por darle el máximo a Dios. ¡Qué buen ejemplo para quienes esperan vivir eternamente en la Tierra!

      5. ¿Qué debemos hacer para tener a Jehová como herencia, y por qué no siempre es fácil?

      5 Todos los cristianos, sean o no ungidos, deben cumplir este mandato de Jesús: “Si alguien quiere venir en pos de mí, repúdiese a sí mismo y tome su madero de tormento y sígame de continuo” (Mat. 16:24). De hecho, ese es el espíritu con el que adoran a Dios y siguen a Cristo millones de personas que anhelan vivir en el Paraíso. En lugar de regirse por la ley del mínimo esfuerzo, hacen tanto como les permiten sus posibilidades. Muchos simplifican su vida y emprenden el precursorado regular. Algunos sirven de precursores auxiliares varios meses. Y otros, aunque no pueden ser precursores, se esfuerzan todo lo que pueden en el ministerio. Son como la fiel María que aplicó aceite perfumado a Jesús. ¿Qué dijo él sobre aquel gesto? “Ella ha hecho una obra buena conmigo. [...] Lo que ella podía hacer, lo hizo.” (Mar. 14:6-8, Comentario al Evangelio de Marcos, de F. Lentzen-Deis.) Desde luego, no siempre es fácil dar el máximo a Jehová, pues vivimos en un mundo dominado por Satanás. Aun así, ponemos todo nuestro empeño y confiamos en nuestro Padre celestial. Veamos cuatro campos en los que podemos actuar así.

      Buscar primero el Reino de Dios

      6. a) ¿Por qué puede decirse que la única herencia de la gente del mundo está en esta vida? b) ¿Por qué es sabio imitar la actitud de David?

      6 Jesús enseñó que sus discípulos han de buscar primero el Reino y la justicia de Dios. ¡Qué diferentes son “los hombres de este sistema de cosas, cuya parte correspondiente está en esta vida”! (Léase Salmo 17:1, 13-15.) Estas palabras indican que no pueden aspirar a nada más que lo que ofrece la vida actual. ¿Por qué? Porque no se acuerdan de su Creador y solo se preocupan por mejorar su nivel económico, formar una familia y legar a sus hijos todo el dinero que puedan. Pero nosotros queremos ser como David. Para él era mucho más importante labrarse “un buen nombre” ante Jehová, tal y como su hijo Salomón recomendó más tarde (Ecl. 7:1, nota). Al igual que Asaf, David constató por experiencia propia que ninguna otra cosa es más importante ni reporta tantas satisfacciones como ser amigo de Jehová. Así piensan también muchos cristianos de nuestro tiempo y por eso anteponen las actividades espirituales a todo lo demás, incluido el trabajo.

      7. ¿Qué bendición recibió un hermano por buscar primero el Reino?

      7 Veamos el caso de Jean-Claude, un superintendente casado y con tres hijos que vive en la República Centroafricana. Un día, su jefe de producción le notificó que le iba a cambiar el horario y pasaría a trabajar los siete días de la semana desde las seis y media de la noche. Hay que aclarar que en ese país no abundan los empleos, por lo que la mayoría de la gente hace lo que sea con tal de conservarlos. ¿Cómo reaccionó Jean-Claude? Le explicó al jefe que su deber no era solo ganarse el pan, sino también cuidar espiritualmente de su familia y atender su congregación. La respuesta que recibió fue terminante: “Bastante suerte tienes con poder trabajar. Más te valdría dejar a un lado a tu mujer, tus hijos y tus problemas. Dedícate a la empresa y punto. Tú decides: o tu religión, o tu trabajo”. De estar en su lugar, ¿qué habríamos hecho nosotros? Jean-Claude estaba convencido de que, si se quedaba desempleado, Jehová cuidaría de él. Por tanto, decidió seguir muy ocupado en sus labores cristianas, con la confianza de que Dios le ayudaría a sostener a su familia. Cuando llegó la siguiente reunión, asistió como de costumbre y luego se preparó para ir a trabajar, sin saber si al llegar lo despedirían. Entonces sonó su teléfono y le dieron la noticia: habían echado a su jefe. ¡Nuestro hermano no se había quedado en la calle!

      8, 9. ¿De qué forma demostraremos, como los sacerdotes y levitas, que tenemos a Jehová como herencia?

      8 Muchos cristianos que han visto peligrar su empleo se han preguntado: “Si me quedo sin trabajo, ¿cómo mantendré a mi familia?” (1 Tim. 5:8). Sea que hayamos pasado por esta situación o no, sabemos que Jehová nunca abandona a quienes lo tienen como herencia y aprecian el privilegio de servirle. De hecho, es muy posible que hayamos comprobado por experiencia propia lo cierta que es esta promesa de Jesús: “Sigan [...] buscando primero el reino [...], y todas estas otras cosas [como la comida y la ropa] les serán añadidas” (Mat. 6:33).

      9 Pensemos de nuevo en la tribu de Leví. No había heredado ninguna tierra. Sin embargo, como su principal ocupación era el servicio sagrado, podía contar con el cuidado de Jehová, quien le había dado esta garantía: “Yo soy la parte que te corresponde, y tu herencia” (Núm. 18:20). Aunque nosotros no servimos en un santuario construido por el hombre, hacemos bien en mostrar la misma actitud que los sacerdotes y los levitas y confiar en que Dios nos dará lo necesario. Al ir acercándonos al fin, esta fe es cada vez más importante (Rev. 13:17).

      Buscar primero la justicia de Dios

      10, 11. ¿Cómo han demostrado algunas personas confianza en Jehová en cuestiones de empleo? Mencione algún ejemplo.

      10 Jesús también exhortó a sus discípulos a buscar primero la justicia de Dios (Mat. 6:33). Por eso, cuando hemos de determinar si algo está bien o mal, nos guiamos por lo que dice Jehová, y no por lo que opinan los hombres (léase Isaías 55:8, 9). Pongamos un ejemplo. Antes de estudiar la Biblia, algunas personas cultivaban o vendían tabaco, fabricaban o vendían armas de guerra o se dedicaban a la instrucción militar. Sin embargo, al aprender la verdad, muchos decidieron cambiar de ocupación y pudieron bautizarse (Isa. 2:4; 2 Cor. 7:1; Gál. 5:14).

      11 Una de tales personas fue Andrew, quien conoció la verdad junto con su esposa y tomó la determinación de servir a Dios. Aunque estaba muy orgulloso de su carrera, decidió dejarla. ¿Por qué? Porque veía que era incompatible con el principio de neutralidad cristiana y quería poner en primer lugar la justicia divina. Cuando se quedó sin trabajo, solo disponía de dinero para alimentar a sus dos hijos durante unos pocos meses. En cierto sentido, su situación era como la de los levitas, quienes no poseían ninguna herencia material. Pero confió en Jehová y salió a buscar un nuevo empleo. ¿Cómo le ha ido desde entonces a esta familia? Han visto que “la mano de Jehová” nunca se queda corta (Isa. 59:1). Lo que es más, al llevar una vida sencilla, Andrew y su esposa han podido servir de tiempo completo. “Hemos pasado momentos de preocupación a causa del dinero, la vivienda, la salud e incluso la edad —admite⁠—. Pero siempre hemos contado con el apoyo de Jehová. [...] Cuando mi esposa y yo reflexionamos en el pasado, llegamos a la conclusión de que no existe empresa más noble y remuneradora que servir a Jehová.” (Ecl. 12:13.)a

      12. ¿Qué cualidad necesitamos para seguir buscando primero la justicia de Dios? Relate algún caso del lugar donde vive.

      12 Jesús dijo a sus discípulos: “Si tienen fe del tamaño de un grano de mostaza, dirán a esta montaña: ‘Transfiérete de aquí allá’, y se transferirá, y nada les será imposible” (Mat. 17:20). En armonía con estas palabras, todos deberíamos preguntarnos: “¿Seguiría yo buscando primero la justicia de Dios aunque ello significara pasar por ciertas dificultades?”. Si no estamos seguros de que seríamos capaces de hacerlo, ¿por qué no les pedimos a otros hermanos que nos cuenten cómo los ha ayudado Jehová? Seguro que sus testimonios fortalecen nuestra fe.

      Apreciar el medio que Dios usa para alimentarnos

      13. ¿En qué pueden confiar quienes se esfuerzan por servir a Jehová?

      13 Quienes valoran el privilegio de servir a Jehová pueden confiar en que él siempre cuidará de ellos, tal como cuidó de los levitas. Y no solo cubrirá sus necesidades físicas, sino también las espirituales. Recordemos el caso de David: hasta en lo más profundo de una cueva podía contar con la ayuda de Dios. Nosotros debemos mostrar la misma confianza incluso cuando no veamos la salida a nuestros problemas. Y no olvidemos el ejemplo de Asaf: él logró ver sus preocupaciones desde otra perspectiva al “entrar en el magnífico santuario de Dios” (Sal. 73:17). Igualmente, nosotros conseguiremos fortaleza espiritual si acudimos a Jehová. Así le demostraremos que, pase lo que pase, valoramos muchísimo el privilegio de adorarlo y tenerlo como nuestra herencia.

      14, 15. ¿Cómo debemos reaccionar cuando se publican aclaraciones sobre el significado de algún pasaje bíblico, y por qué?

      14 En ocasiones se nos aclaran algunas de “las cosas profundas de Dios” (1 Cor. 2:10-13). ¿Cómo respondemos a la iluminación con la que Jehová nos ayuda a comprender cada vez mejor su Palabra? Deberíamos actuar como el apóstol Pedro. En cierta ocasión, Jesús dijo a sus oyentes: “A menos que coman la carne del Hijo del hombre y beban su sangre, no tienen vida en ustedes”. Hubo quienes tomaron sus palabras al pie de la letra y dijeron: “Este discurso es ofensivo; ¿quién puede escucharlo?”. Como resultado, “se fueron a las cosas de atrás”. En cambio, notemos lo que le dijo Pedro a Jesús: “Señor, ¿a quién nos iremos? Tú tienes dichos de vida eterna” (Juan 6:53, 60, 66, 68).

      15 A decir verdad, el apóstol no terminó de entender a qué se refería Jesús al hablar de comer su carne y beber su sangre. Pero eso no lo inquietó, pues sabía que Dios le daría iluminación espiritual. ¿Qué hay de nosotros? ¿Cómo reaccionamos cuando se publican aclaraciones doctrinales? ¿Procuramos entender las razones bíblicas que han motivado los cambios? (Pro. 4:18.) Deberíamos parecernos a los habitantes de la ciudad de Berea del siglo primero, quienes “recibieron la palabra con suma prontitud de ánimo, y examinaban con cuidado las Escrituras diariamente” (Hech. 17:11). Si los imitamos, apreciaremos aún más el privilegio de servir a Dios y tenerle como nuestra herencia.

      Casarse “solo en el Señor”

      16. ¿Qué debemos hacer para cumplir el mandato de 1 Corintios 7:39 y tener a Jehová como herencia?

      16 Otros cristianos han demostrado que respetan la voluntad de Dios obedeciendo el mandato de casarse “solo en el Señor”, aunque esto signifique quedarse solteros (1 Cor. 7:39). Todos ellos deben confiar en que Jehová les brindará su cuidado y su cariño. Además, cuando les invada la soledad o el desánimo, han de acudir a él y contarle sus inquietudes, tal como hizo David: “Delante de él seguí derramando mi preocupación; delante de él continué informando acerca de mi propia angustia, cuando mi espíritu desmayó dentro de mí” (Sal. 142:1-3). Es probable que el profeta Jeremías también se sintiera así a veces, pues durante décadas llevó a cabo su ministerio sin el apoyo de un cónyuge. Su animador ejemplo se analiza en el capítulo 8 del libro Dios nos habla mediante Jeremías.

      17. ¿Cómo logra cierta hermana superar los momentos de soledad?

      17 Cierta hermana que vive en Estados Unidos explica su situación: “No es que quiera quedarme soltera para siempre. Simplemente, estoy esperando a encontrar la persona adecuada para casarme. Mi madre, que no es Testigo, intentó convencerme para que aprovechara cualquier ocasión que se me presentara. Pero le pregunté: ‘Si me caso con el primero que aparezca y el matrimonio sale mal, ¿te harás tú responsable?’. Con el tiempo, se dio cuenta de que yo tenía un trabajo estable, sabía cuidar de mí misma y que era feliz como estaba. Así que me dejó tranquila”. ¿Qué hace esta hermana cuando la embarga la soledad? Ella misma responde: “Me refugio en Jehová. Él nunca me abandona”. ¿Qué la ha ayudado a confiar en Dios? “La oración —cuenta⁠—. Orar me recuerda que él es alguien real en mi vida y que siempre está a mi lado. ¿Cómo no voy a sentirme feliz y especial, si disfruto de conexión directa con el Rey del universo?” No le cabe ninguna duda de que “hay más felicidad en dar que en recibir”, y por eso afirma: “Procuro ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. Cada vez que pienso: ‘¿Qué puedo hacer por tal o cual persona?’, me siento muy bien” (Hech. 20:35). Es obvio que esta cristiana valora muchísimo el privilegio de servir a Jehová y tenerle como herencia.

      18. ¿Cómo podemos convertirnos nosotros en la herencia de Jehová?

      18 Sin importar cuál sea nuestra situación personal, podemos lograr que Jehová sea nuestra herencia. De este modo, tendremos la dicha incomparable de formar parte de su pueblo (2 Cor. 6:16, 17). Lo que es más, disfrutaremos del mismo privilegio que otros siervos fieles del pasado: no solo tendremos a Jehová como nuestra herencia, sino que nosotros seremos la herencia de Jehová (léase Deuteronomio 32:9, 10). ¡Qué maravilloso es saber que, tal como hizo con Israel, él cuidará de cada uno de nosotros como su valiosa posesión! (Sal. 17:8.)

      [Nota]

      a Véase la revista ¡Despertad! de noviembre de 2009, páginas 12 a 14.

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