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  • “Recíbeme de nuevo, déjame volver”
    La Atalaya 2012 | 1 de abril
    • Acérquese a Dios

      “Recíbeme de nuevo, déjame volver”

      ¿Formó usted parte del pueblo de Dios en el pasado? Tal vez haya pensado en regresar, pero no esté seguro de si Jehová lo recibirá de vuelta. En tal caso, lo animamos a analizar este artículo y el siguiente, que han sido especialmente preparados para usted.

      “ORABA constantemente a Dios rogándole que me dejara volver a su lado y que perdonara el daño que le había hecho”, declaró una mujer. Había sido criada en el pueblo de Dios, pero en cierto momento se apartó de él. ¿No le duele el corazón al pensar en lo mucho que debía estar sufriendo ella? Quizás se pregunte qué siente Dios por estas personas, si acaso él se acuerda de ellas, o si querrá que vuelvan a su lado. Pues bien, le consolarán mucho ciertas palabras registradas por el profeta Jeremías (lea Jeremías 31:18-20).

      Para empezar, analicemos el momento en que se pronunciaron. Décadas antes de que naciera Jeremías, Jehová había permitido que los asirios conquistaran el reino de diez tribus de Israel en el año 740 antes de nuestra era y se llevaran cautivos a sus habitantes.a Estos habían estado cometiendo graves pecados y, como no habían hecho caso a las continuas advertencias de los profetas, Dios había decidido darles una lección (2 Reyes 17:5-18). ¿Qué había pasado durante el exilio, lejos de Dios y de su tierra? ¿Habían cambiado de actitud? ¿Se había olvidado Jehová de ellos? ¿Estaría dispuesto a recibirlos de vuelta?

      “Sentí pesar”

      Los israelitas aprendieron la lección: durante el destierro recobraron el juicio y se arrepintieron. Jehová se percató de que su arrepentimiento era sincero. Basta con leer cómo hablaba de la actitud y los sentimientos de Efraín —en representación de las demás tribus de Israel— para darse cuenta.

      “Positivamente he oído a Efraín lamentarse de sí mismo.” (Versículo 18.) En efecto, Dios oía a los israelitas lamentarse de las consecuencias de sus malas acciones. Según cierto diccionario hebreo, la expresión que se traduce “lamentarse de sí mismo” también puede significar “menear la cabeza”, como haría un hijo rebelde que ve lo mal que le ha ido y, arrepentido, desea regresar a su hogar (Lucas 15:11-17). Pues bien, ¿cómo expresaban su pesar los israelitas?

      “Me has corregido [...] como un becerro que no ha sido entrenado.” (Versículo 18.) Los propios israelitas reconocían que merecían el castigo. Tal vez utilizaron esta comparación porque su comportamiento les recordaba al becerro sin domar rebelde que, como explica cierta obra especializada, “necesita de la aguijada”.

      “Haz que me vuelva, y prontamente me volveré, porque tú eres Jehová mi Dios.” (Versículo 18.) Estaban tan arrepentidos que empezaron a clamar a Dios. Es cierto que se habían apartado de él y habían cometido muchos pecados. Pero querían su perdón y por eso le pidieron ayuda. Otra traducción de la Biblia vierte así su ruego: “Recíbeme de nuevo, déjame volver; porque tú, oh YHWH, eres mi [Dios]” (Versión Israelita Nazarena).

      “Sentí pesar [...]. Me avergoncé, y también me sentí humillado.” (Versículo 19.) Los israelitas estaban muy apenados por sus pecados y reconocían su culpa. Se sentían muy tristes y deprimidos (Lucas 15:18, 19, 21).

      Era evidente que estaban arrepentidos. Tan avergonzados estaban que confesaron sus pecados a Dios y dejaron el mal camino. Ahora bien, ¿sería esto suficiente para que él los perdonara y les permitiera regresar a su tierra?

      “Con toda seguridad le tendré piedad”

      Jehová sentía un afecto especial por los israelitas. “He llegado a ser para Israel un Padre; y en cuanto a Efraín, él es mi primogénito”, explica en Jeremías 31:9. Así que, ¿cómo podría un padre negarse a recibir de vuelta al hijo que tanto ama y que está sinceramente arrepentido? Las siguientes palabras de Jehová revelan el cariño paternal que siente por su pueblo.

      “¿Es Efraín para mí un hijo precioso, o un niño acariciado? Porque al grado que hablé contra él, sin falta me acordaré de él más aún.” (Versículo 20.) ¡Qué cariñosas palabras! Sin duda, Dios es un padre amoroso. Aun así, tuvo que mostrarse firme y ‘hablar contra sus hijos’, es decir, advertirles que su mal comportamiento tendría consecuencias. De ahí que cuando los israelitas se negaron a escuchar sus continuas advertencias, él los castigara permitiendo que fueran desterrados. Con todo, no se olvidó de ellos, tal como un padre amoroso nunca se olvida de sus hijos. ¿Cómo se sintió al ver que su pueblo estaba sinceramente arrepentido?

      “Mis intestinos se han alborotado por él. Con toda seguridad le tendré piedad.”b (Versículo 20.) Jehová estaba deseando recuperar a sus hijos. El sincero arrepentimiento de ellos le había tocado lo más profundo de su ser y anhelaba que volvieran a su lado. Al igual que el padre de la parábola de Jesús sobre el hijo pródigo, Jehová “se enterneció” (Lucas 15:20). Estaba deseoso de recibir a sus hijos de vuelta.

      “Jehová me permitió volver”

      Las palabras de Jeremías 31:18-20 nos permiten apreciar mejor la honda compasión y la misericordia de Dios. Él nunca olvida a quienes en algún momento le sirvieron. Y si quieren regresar a su lado, está “listo para perdonar” (Salmo 86:5). Nunca da la espalda a quienes vuelven arrepentidos (Salmo 51:17). Al contrario, le alegra poder recibirlos con los brazos abiertos (Lucas 15:22-24).

      ¿Recuerda a la mujer mencionada al comienzo de este artículo? Pues ella, decidida a regresar al lado de Dios, buscó ayuda en una congregación de los testigos de Jehová de su localidad. Al principio le costó superar sus sentimientos negativos. “Pensaba que no merecía el perdón de Dios”, confiesa. Sin embargo, los ancianos cristianos la animaron y la ayudaron a fortalecerse en sentido espiritual. ¿Con qué resultado? “Jehová me permitió volver —dice—, y le estoy muy agradecida.”

      Si usted también se ha apartado de Dios y ahora quiere regresar a su lado, lo animamos a pedir ayuda en la congregación de los testigos de Jehová más cercana. Recuerde que Dios muestra compasión y misericordia a la persona arrepentida que le dice: “Recíbeme de nuevo, déjame volver”.

      Lectura bíblica recomendada para este mes:

      ◼ Jeremías 17 a 31

      [Notas]

      a Un par de siglos antes, en el año 997, la nación israelita se había dividido en dos: al sur estaba el reino de dos tribus llamado Judá, y al norte el de diez tribus llamado Israel. A este último también se le llama por el nombre de su tribu más grande: Efraín.

      b Cierto comentario bíblico explica que, para los hebreos, los intestinos (o las entrañas) eran “el asiento de los afectos”.

  • La Biblia les cambió la vida
    La Atalaya 2012 | 1 de abril
    • La Biblia les cambió la vida

      ¿QUÉ motivó a un hombre a volver a la religión en la que se había criado? ¿Cómo encontró un joven la figura paterna que había anhelado toda su vida? Dejemos que ellos mismos respondan.

      “Necesitaba volver a Jehová” (ELIE KHALIL)

      AÑO DE NACIMIENTO: 1976

      PAÍS: CHIPRE

      OTROS DATOS: HIJO PRÓDIGO

      MI PASADO: Nací en Chipre, pero crecí en Australia. Mis padres eran testigos de Jehová, e hicieron todo lo posible por inculcarme el amor a Dios y a su Palabra, la Biblia. Sin embargo, en la adolescencia me volví rebelde. Me escapaba de casa por las noches y, junto con otros amigos de mi edad, robaba automóviles y me metía constantemente en problemas.

      Al principio lo hacía todo en secreto por miedo a disgustar a mis padres, pero poco a poco fui perdiendo ese miedo. Mis amigos eran mucho mayores que yo y no amaban a Jehová. Estos fueron una mala influencia para mí. Tanto es así que un día les dije a mis padres que ya no quería tener nada que ver con su fe. Aunque trataron de ayudarme con paciencia, rechacé todos sus intentos. Estaban desconsolados.

      Me fui de casa y entré en el mundo de las drogas. Llegué incluso a cultivar y vender grandes cantidades de marihuana. Llevaba una vida promiscua y pasaba mucho tiempo en las discotecas. Además, me volví agresivo. Me enfurecía que alguien dijera o hiciera algo que no me gustaba. A menudo acababa gritándole o incluso golpeándole. En resumen, hacía todo lo que me habían enseñado que no debe hacer un cristiano.

      CÓMO LA BIBLIA ME CAMBIÓ LA VIDA: Me hice muy amigo de un drogadicto que de pequeño había perdido a su padre. Solíamos quedarnos hablando hasta altas horas de la noche. En varias ocasiones me confió lo mucho que extrañaba a su padre. Como yo conocía desde niño la esperanza de la resurrección, no tardé mucho en hablarle de que Jesús resucitó a los muertos y que promete volver a hacerlo en el futuro (Juan 5:28, 29). Le decía: “Imagínate, volverás a ver a tu padre, y todos podremos vivir en un paraíso en la Tierra”. Aquella perspectiva lo conmovió.

      En otras ocasiones, mi amigo sacaba temas como los últimos días o la doctrina de la Trinidad. Yo usaba su Biblia para mostrarle varios textos bíblicos que revelaban la verdad sobre Jehová, Jesús y los últimos días (Juan 14:28; 2 Timoteo 3:1-5). Cuanto más le hablaba a mi amigo de Jehová, más pensaba yo en Él.

      Gradualmente, las semillas de la verdad bíblica que estaban enterradas en el fondo de mi corazón —y que mis padres se habían esforzado tanto por plantar⁠— empezaron a crecer. A veces estaba en alguna fiesta drogándome con mis amigos y de repente empezaba a pensar en Jehová. Aunque muchos de mis amigos decían que amaban a Dios, su conducta indicaba lo contrario. Como no quería ser hipócrita, comprendí que necesitaba volver a Jehová.

      Por supuesto, una cosa es saber lo que hay que hacer y otra muy distinta hacerlo. Algunos cambios resultaron fáciles. Por ejemplo, no me costó mucho dejar las drogas. Tampoco me costó romper con mis viejas amistades y empezar a estudiar la Biblia con un anciano cristiano.

      Pero otros cambios fueron mucho más difíciles, en especial dominar mi mal genio. A veces lo conseguía por un tiempo, pero entonces sufría una recaída y me sentía culpable y fracasado. Abatido, decidí hablar con el Testigo que me daba clases bíblicas. Con su paciente y amable personalidad, siempre fue una verdadera fuente de ánimo. En una ocasión me dijo que leyera un artículo de La Atalaya sobre la importancia de no darse por vencido.a Analizamos los pasos que podía dar cuando sintiera que me enojaba. Teniendo presente la información del artículo y orando mucho a Jehová, poco a poco logré controlar mi genio. Por fin, en abril de 2000 me bauticé como testigo de Jehová. De más está decir lo emocionados que estaban mis padres.

      QUÉ BENEFICIOS HE OBTENIDO: Tengo paz interior y una conciencia limpia, pues ya no contamino mi cuerpo con las drogas ni con las relaciones inmorales. Sin importar lo que esté haciendo —sea trabajar, asistir a una reunión cristiana o disfrutar de algún tipo de entretenimiento⁠—, soy mucho más feliz y tengo una actitud positiva ante la vida.

      Doy gracias a Jehová por los padres que tengo, pues nunca me dieron por perdido. También pienso en las palabras de Jesús escritas en Juan 6:44: “Nadie puede venir a mí a menos que el Padre, que me envió, lo atraiga”. Me emociona pensar que he podido volver a Jehová porque él me atrajo.

      “Anhelaba tener un padre” (MARCO ANTONIO ALVAREZ SOTO)

      AÑO DE NACIMIENTO: 1977

      PAÍS: CHILE

      OTROS DATOS: MIEMBRO DE UNA BANDA DE DEATH-METAL

      MI PASADO: Me crié con mi madre en Punta Arenas, una ciudad tranquila en el estrecho de Magallanes, cerca del extremo sur del continente americano. Mis padres se separaron cuando yo tenía cinco años, lo que me dejó con un sentimiento de abandono. Anhelaba tener un padre.

      Mi madre estudiaba la Biblia con los testigos de Jehová y me llevaba a las reuniones cristianas en el Salón del Reino. Pero yo odiaba ir, y con frecuencia armaba una rabieta por el camino. Dejé de asistir cuando tenía 13 años.

      Para entonces ya amaba la música y veía que tenía talento. A los 15 años tocaba heavy-metal y death-metal en festivales, bares y fiestas privadas. Me juntaba con buenos músicos, y eso hizo que me interesara en la música clásica. Empecé a estudiar en el conservatorio local. Cuando tenía 20 años me trasladé a la capital, Santiago, para ampliar mis estudios. Al mismo tiempo seguí tocando en bandas de heavy-metal y death-metal.

      Pese a todo, siempre me atormentaba una sensación de vacío. Para aplacarla, me emborrachaba y me drogaba con los miembros de mi banda, a quienes consideraba mi familia. Tenía una actitud rebelde, que se manifestaba en mi apariencia: iba vestido de negro, con barba y el pelo casi hasta la cintura.

      Mi forma de ser siempre me metía en peleas, y tenía problemas con la policía. Cierto día, un grupo de traficantes de drogas nos estaban molestando a mis amigos y a mí. Bajo la influencia del alcohol, los ataqué, y ellos me dieron tal paliza que acabé con una fractura en la mandíbula.

      Sin embargo, el golpe que más me dolió vino de las personas más allegadas. Un día descubrí que mi novia llevaba años engañándome con mi mejor amigo y que el resto de mis amigos me lo habían estado ocultando. Quedé destrozado.

      Regresé a Punta Arenas y empecé a trabajar enseñando música y tocando el violonchelo. También seguí grabando con bandas de heavy-metal y death-metal. Por ese entonces conocí a Sussan, una atractiva muchacha con la que empecé a vivir. Tiempo después, Sussan supo que su madre creía en la doctrina de la Trinidad y yo no, así que me preguntó: “¿Cuál es la verdad?”. Le respondí que esa doctrina era falsa y que, aunque yo no podía demostrárselo con la Biblia, sí sabía quién lo podía hacer. Le dije que los testigos de Jehová eran capaces de explicárselo con la Biblia. Entonces hice algo que no había hecho durante muchos años: oré a Dios pidiéndole ayuda.

      Algunos días después vi a un hombre que me resultaba familiar y le pregunté si era testigo de Jehová. Aunque era obvio que mi apariencia lo asustó, contestó amablemente a mis preguntas sobre las reuniones en el Salón del Reino. Yo estaba convencido de que aquel encuentro era la respuesta a mi oración. Fui al Salón y me senté en la última fila para pasar desapercibido. Sin embargo, muchos me reconocieron de cuando asistía de niño. Me dieron la bienvenida y me abrazaron con tanto cariño que sentí una paz enorme. Era como si hubiera vuelto a casa. Cuando vi al Testigo que me había dado clases bíblicas en mi niñez, le pedí que volviera a dármelas.

      CÓMO LA BIBLIA ME CAMBIÓ LA VIDA: Un día leí Proverbios 27:11, que dice: “Sé sabio, hijo mío, y regocija mi corazón”. Me impresionó pensar que un simple mortal pudiera alegrar al Creador del universo. Entonces comprendí que Jehová era la figura paterna que había buscado toda mi vida.

      Quería agradar a mi Padre celestial y hacer su voluntad, pero había sido esclavo de las drogas y el alcohol durante muchos años. Llegué a entender lo que Jesús quiso enseñar con las palabras de Mateo 6:24, donde dice que “nadie puede servir como esclavo a dos amos”. Mientras luchaba por hacer cambios, el principio que se halla en 1 Corintios 15:33 tuvo un profundo efecto en mí: “Las malas compañías echan a perder los hábitos útiles”. Comprendí que no podía dejar mis malos hábitos si seguía frecuentando los mismos lugares y a las mismas personas. El consejo de la Biblia era claro: tenía que tomar medidas drásticas para apartarme de las cosas que me estaban haciendo tropezar (Mateo 5:30).

      Debido a mi pasión por la música, dejar el ambiente del heavy-metal fue la decisión más difícil de tomar. Pero con la ayuda de mis amigos de la congregación, por fin lo logré. Abandoné las borracheras y las drogas, me corté el pelo, me afeité la barba y dejé de vestirme solo de negro. Cuando le dije a Sussan que quería cortarme el pelo, ella no pudo resistir la curiosidad y me dijo: “Voy a ir contigo al Salón. Quiero ver qué hacen allí”. Quedó muy complacida y no tardó en comenzar a estudiar la Biblia también. Con el tiempo nos casamos, y en 2008, ambos nos bautizamos como testigos de Jehová. Hoy servimos felices a Jehová junto a mi madre.

      QUÉ BENEFICIOS HE OBTENIDO: He escapado de un mundo de felicidad engañosa y amigos traicioneros. Sigo amando la música, pero ahora soy selectivo. Utilizo mi experiencia para ayudar a miembros de mi familia y a otras personas, especialmente a los jóvenes. Quiero ayudarlos a comprender que mucho de lo que este mundo ofrece quizás parezca atractivo, pero que al final solo es “un montón de basura” (Filipenses 3:8).

      Al acercarme a Dios, he encontrado amigos leales en la congregación cristiana, donde prevalecen el amor y la paz. Pero sobre todo, he encontrado al padre que tanto anhelaba: Jehová.

      [Nota]

      a El artículo, titulado “La perseverancia ayuda a triunfar”, se publicó en La Atalaya del 1 de febrero de 2000, páginas 4 a 6.

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