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  • Algo peor que el SIDA
    ¡Despertad! 1989 | 22 de abril
    • Quería cambiar, volver a casa y empezar de nuevo. Echaba de menos a mis padres y la vida que llevaba antes, así que oré a Jehová para que me ayudase. Lo más difícil fue abordar a mis padres y pedir su perdón. Me sentí agradecido de que fueran capaces de perdonarme.

      Los ancianos cristianos se reunieron conmigo, y expresé mi deseo de volver a formar parte de la congregación. No fue fácil ni para ellos ni para mí. Tenía serios problemas, no solo con los efectos secundarios de las drogas que había consumido, sino también por el hecho de que había contraído una grave enfermedad venérea. Mi médico me dijo que si hubiese esperado tan solo un mes más, habría muerto. ¡En cuántas complicaciones me había metido!

      Algún tiempo después fui restablecido y hasta me casé con una joven de una congregación vecina. Las cosas iban mejorando. Sin embargo, todavía no apreciaba el amor de Jehová. Trataba de hacer las cosas por mi propia cuenta en lugar de apoyarme en Él para tener fuerzas.

      Menos de dos años después, nos habíamos divorciado y fui expulsado de nuevo por inmoralidad. Me había enredado con unas personas mundanas. Al principio todo era bastante inocente, pero la advertencia bíblica siempre resulta acertada: “Las malas compañías echan a perder los hábitos útiles”. (1 Corintios 15:33.)

  • Algo peor que el SIDA
    ¡Despertad! 1989 | 22 de abril
    • Entonces supe que quería regresar al amor de Jehová. ¿Pero cómo?

      Empecé a orar a Jehová en busca de ayuda. Me resultaba muy difícil hacerlo, pues me sentía muy avergonzado y sucio. Un día recibí una llamada telefónica. Era mi tía, a quien no había visto desde hacía más de nueve años. Quería venir a verme. Aunque ella no compartía las creencias de mis padres, le dije que deseaba cambiar mi vida y volver a ser testigo de Jehová. Pudo percibir mi sinceridad y quiso ayudarme.

      El largo camino de regreso

      Mi tía me invitó a que me fuera a vivir con ella hasta que pudiese recuperarme. Cuando me preguntó si eso me ayudaría, me limité a quedarme sin decir nada y llorar. Sabía que era la salida que necesitaba, de modo que dejé mis anteriores compañías. Los siguientes meses no fueron fáciles, pero confiaba en que Jehová me ayudaría a salir adelante. Creo que en mi caso aplicaron las palabras de Malaquías 3:7: “‘Vuelvan a mí, y yo ciertamente volveré a ustedes’, ha dicho Jehová de los ejércitos”.

      Tan pronto como me trasladé, me reuní con los ancianos. Les conté toda mi vida y les dije que verdaderamente quería servir a Jehová. Ellos sabían igual que yo que mi restablecimiento de ningún modo vendría de la noche a la mañana, puesto que tenía malos antecedentes. Pero esta vez estaba determinado. Oraba constantemente —todos los días y todas las noches— para que Jehová me ayudase. Solía verme como una persona muy débil, y supongo que, sin ninguna ayuda, lo soy. Pero es sorprendente lo fuerte que uno se vuelve con la ayuda de Jehová.

      Durante muchos años había tomado drogas para enfrentarme a la vida cotidiana, pero ahora tenía que pasar sin ellas. Sentía miedo. Las muchedumbres me asustaban, y literalmente me ponía enfermo si estaba rodeado de gente durante mucho tiempo. Además, también intentaba dejar de fumar después de estar acostumbrado a fumarme casi cuatro cajetillas diarias. Lo único que me ayudó a superar todo aquello fue la oración y el continuamente recordarme a mí mismo que lo que estaba haciendo para corregir mi proceder era algo que agradaba a Jehová. También encontré consuelo y paz en la asistencia regular a las reuniones. Aunque no podía hablar con nadie debido a que estaba expulsado, aun así sentía el amor y el cariño que me tenían aquellos futuros hermanos espirituales.

      Finalmente, al cabo de aproximadamente un año desde que cambié por completo mi vida, Jehová juzgó conveniente mover a sus siervos para que me restableciesen a su organización. Él sabía el momento exacto de darme la bienvenida. Dios no deja que seamos probados más allá de lo que podemos soportar. Fue poco tiempo después cuando recibí la llamada telefónica del médico para comunicarme que tenía el SIDA. Verdaderamente, lo que dice Gálatas 6:7 es cierto: “No se extravíen: de Dios uno no se puede mofar. Porque cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará”.

      Lo primero que hice fue llorar. Pasaron por mi mente todo tipo de pensamientos. Recuerdos de mi pasado cruzaron ante mis ojos. Había visto de cerca lo que esta enfermedad le hace a una persona y también la reacción de otros hacia las víctimas. ¡Qué insensato fui al pensar que el mundo tenía algo que ofrecer! ¡Y qué pérdida de tiempo valioso!

      Contentamiento a pesar de tener el SIDA

      Sé que hay jóvenes que se encuentran en la misma situación en la que yo estuve, que desean ser aceptados por compañeros mundanos. Por favor, no se engañen creyendo que si pasan por alto el consejo de Dios, a ustedes no les pasará exactamente lo mismo que me pasó a mí cuando me metí en el mundo. Satanás puede utilizar diferentes señuelos, pero los resultados siempre son los mismos.

      Sin embargo, algo que también he aprendido es que sin importar lo malo que uno se haya vuelto o los males que uno haya cometido, Jehová Dios todavía ayuda y perdona si la persona sinceramente quiere agradarle y le ora con todo su corazón.

      Suceda lo que suceda, ya no me preocupa demasiado. Es cierto que de vez en cuando me desanimo un poco, pero no me dura mucho. Lo único que me preocupa ahora es agradar a Jehová. Él es mi verdadera fuente de gozo y consuelo. Sé que si hago todo lo que puedo para agradarle, cuidará bien de mí y me amará.

      Estoy muy agradecido de volver a encontrarme dentro del pueblo de Jehová, porque aunque muriese antes de que Él se vindique en Armagedón, tengo la esperanza de la resurrección. Créanme, vivir sin el amor y el favor de Jehová es mucho peor que tener el SIDA.—Contribuido.

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