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  • Lo que el huracán ‘Andrés’ no pudo destruir
    ¡Despertad! 1993 | 8 de enero
    • Sale a relucir lo mejor y lo peor de la naturaleza humana

      Por todo el país se organizaron grupos de socorro que empezaron a enviar ayuda a Florida. El Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová, en Brooklyn (Nueva York), reaccionó de inmediato y nombró un comité de socorro para que dirigiera las operaciones desde el Salón de Asambleas de Fort Lauderdale. También asignó una suma considerable de dinero a la compra de materiales, alimentos y artículos de primera necesidad. De ese modo, los Testigos fueron de los primeros que reaccionaron a la situación y empezaron a solicitar voluntarios. De hecho, muchos acudieron sin habérselo solicitado.

      Llegaron Testigos procedentes de California, Carolina del Norte, Oregón, el estado de Washington, Pensilvania, Misuri y muchos otros lugares. Un Comité Regional de Construcción del estado de Virginia, que normalmente se dedica a construir Salones del Reino, envió un grupo de 18 Testigos para reparar tejados. El viaje por carretera les tomó dieciocho horas. Hubo voluntarios que tomaron días de vacaciones o permisos de trabajo y viajaron por carretera centenares y hasta miles de kilómetros para llegar al lugar del desastre y socorrer a sus compañeros de creencia.

      El grupo que acudió de la zona de Charleston (Carolina del Sur) prestó una ayuda inestimable. Habían aprendido mucho en 1989, cuando el huracán ‘Hugo’ azotó su zona. Sabían lo que se podía esperar, y enseguida organizaron suministros de socorro que incluían generadores eléctricos y materiales de construcción. En dos semanas los grupos de voluntarios habían secado unas 800 casas y habían reparado muchos tejados.

      Muchos cónyuges no creyentes y vecinos no Testigos se beneficiaron de la ayuda que prestaron los equipos de reparadores de los Testigos. Ron Clarke, de West Homestead, informó: “Cónyuges no creyentes han quedado impresionados con todo esto. Se les han saltado las lágrimas, abrumados por lo que los Testigos han hecho ya por ellos”. Respecto al esposo no creyente de una Testigo, añadió: “Está en éxtasis, ahora mismo tiene Testigos en su casa reparándole el tejado”.

      Otro Testigo explicó que todas las noches preguntaba a sus vecinos no Testigos si estaban bien, a lo que ellos le respondían que sí. Pero al quinto día la mujer rompió a llorar. “No tenemos pañales para el niño y se nos está acabando su comida. No tenemos suficiente alimento ni agua.” El esposo necesitaba 20 litros de gasolina, pero no podía conseguirla en ninguna parte. Aquel mismo día el Testigo recogió todo lo que necesitaban en el depósito de provisiones del Salón del Reino y se lo entregó. La mujer lloró de agradecimiento, y su esposo hizo un donativo para las labores de socorro.

      Los ancianos de congregación y los siervos ministeriales que trabajaron juntos para organizar las medidas de socorro en los diferentes Salones del Reino restaurados en la zona del desastre desempeñaron un papel vital. Trabajaron incansablemente para localizar a todos los Testigos y determinar lo que necesitaban. Contrasta con esto lo que un oficial de las fuerzas aéreas dijo respecto a las medidas de socorro adoptadas en otra zona: “Todos los jefes no quieren más que mandar, pero nadie quiere ponerse a hacer el trabajo sucio”.

  • Lo que el huracán ‘Andrés’ no pudo destruir
    ¡Despertad! 1993 | 8 de enero
    • “No se queden sentados llorando”

      ¿Qué han aprendido los testigos de Jehová de su experiencia ante desastres naturales? Que hay que reanudar las actividades espirituales lo antes posible. Ed Rumsey, un superintendente de Homestead, dijo a ¡Despertad! que un edificio que albergaba dos Salones del Reino estuvo listo para celebrar reuniones el miércoles, dos días después del huracán. Parte del tejado había desaparecido, el cielo raso se había caído y había entrado agua, pero los voluntarios trabajaron deprisa a fin de que los Salones del Reino volvieran a estar en condiciones de celebrar reuniones y para utilizarlos como centro de operaciones desde donde dirigir las labores de socorro en la zona devastada. Se instalaron cocinas para servir comidas a los damnificados y a los voluntarios.

      Fermín Pastrana, anciano de la congregación hispana de Princeton, dijo que siete familias de esa congregación de ochenta Testigos se habían quedado sin casa. ¿Qué solución sugirió él a sus compañeros de creencia? “Si necesitan lamentarse, laméntense. Pero luego no se queden sentados llorando. Ocúpense en ayudar a otros y, al grado que sea posible, salgan al ministerio. No se pierdan las reuniones cristianas. Resuelvan lo que pueda resolverse, pero no se atormenten con lo que no tiene solución.” Como resultado, los Testigos enseguida empezaron a predicar de casa en casa y a llevar a la gente paquetes de provisiones. El huracán ‘Andrés’ no les había arrebatado su celo.

  • Lo que el huracán ‘Andrés’ no pudo destruir
    ¡Despertad! 1993 | 8 de enero
    • ¿Cómo lo hacen?

      La compañía cervecera Anheuser Busch donó un tanque de agua potable. Cuando el camión cisterna llegó a Miami, el conductor preguntó a las autoridades dónde debía entregar el agua. Le dijeron que los únicos que tenían algo organizado eran los Testigos. De hecho, una semana después del azote del huracán, ya habían llegado al Salón de Asambleas de Fort Lauderdale unos 70 tráilers cargados de provisiones.

      Un voluntario que trabajaba en dicho salón informa: “Así que recibimos todo un tanque de agua potable. Inmediatamente incluimos el agua entre los otros alimentos que estábamos enviando a los centros de distribución situados en diferentes Salones del Reino. Se distribuyó entre los hermanos y vecinos necesitados”. Una empresa papelera del estado de Washington donó 250.000 platos de papel.

      Al principio las autoridades municipales enviaban a los voluntarios no Testigos a los Salones del Reino diciendo: ‘Los Testigos son los únicos que están debidamente organizados’. Finalmente llegaron los militares y empezaron a establecer centros de socorro para distribuir alimentos y agua, y campamentos para acoger a los damnificados.

      Originalmente los Testigos establecieron su centro de operaciones en el Salón de Asambleas de Fort Lauderdale, a unos 60 kilómetros al norte de Homestead, la zona más afectada por el huracán. Sin embargo, para descargar un poco el trabajo que se realizaba allí, se estableció un centro de operaciones primario en el Salón de Asambleas de Plant City, cerca de Orlando, a unos 400 kilómetros al noroeste de la zona del desastre. La mayor parte de las provisiones de socorro se canalizaron hacia ese lugar para clasificarlas y empaquetarlas. Todos los días el comité de socorro pedía a Plant City lo que se necesitaba, y con la ayuda de enormes camiones tráiler, se transportaban las provisiones hasta Fort Lauderdale, a cinco horas de camino.

      Desde este último salón se suministraba alimento, materiales, agua, generadores y otros artículos de primera necesidad a tres Salones del Reino que habían sido reparados en el centro de la zona del desastre. Allí, Testigos capacitados organizaban equipos de construcción y de limpieza para acudir a los centenares de casas que necesitaban atención. En los terrenos de los Salones del Reino también se montaron cocinas y líneas de alimentación, y cualquiera podía sentirse libre de beneficiarse de tal ayuda. Hasta algunos de los soldados comieron allí, y luego se les vio echar donativos en las cajas de contribuciones.

      Mientras los hombres se ocupaban en arreglar las casas, algunas de las mujeres preparaban comidas. Otras se dedicaban a visitar a los que podían encontrar para compartir con ellos la explicación bíblica de por qué suceden desastres naturales y también para distribuir entre los necesitados cajas con provisiones de socorro. Una de estas Testigos fue Teresa Pereda. Su casa sufrió daños, y los cristales de su automóvil estaban rotos, pero aun así lo llevaba cargado de cajas de provisiones para distribuir a sus vecinos. Mientras tanto, su esposo, Lázaro, trabajaba con ahínco en uno de los Salones del Reino. (Eclesiastés 9:11; Lucas 21:11, 25.)

      A muchos de los que se quedaron sin hogar se les encontró alojamiento en las casas de Testigos que no habían sido afectadas por el huracán. Otros se quedaron en remolques prestados o donados con ese fin. Algunos se trasladaron a los campamentos establecidos por los militares. Otros simplemente dieron por perdida su vivienda y se trasladaron a la casa de amigos o parientes en otras partes del país. Como no tenían ni casa ni empleo, y no había ni electricidad ni agua ni alcantarillado adecuado, decidieron que aquella era la mejor solución para ellos.

      Un Testigo de habla española expresó muy bien lo que todos aprendieron: “Agradecemos mucho la lección que hemos aprendido acerca de nuestras metas en la vida. Uno puede trabajar quince o veinte años para tener una casa y acumular cosas materiales, pero luego, en tan solo una hora, se puede perder todo. Esto nos ayuda a analizar nuestras metas desde un punto de vista espiritual, a simplificar nuestra vida y a pensar seriamente en servir a Jehová”.

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