Dios ha sido nuestro ayudante
Relatado por Francisco Coana
“¡Si te niegas a obedecer a la policía, te ejecutarán!”, me advirtió mi hermano.
“Eso sería mucho mejor que vivir en estas horribles condiciones”, le repliqué.
ESTA conversación entre mi hermano y yo tuvo lugar en septiembre de 1975, cuando vino a traerme alimento durante mi encarcelamiento en Maputo (en aquella época, Lourenço Marques), en el sur de Mozambique. Más de ciento ochenta personas, la mayoría testigos de Jehová, estábamos apiñadas en una sola celda. Mi hermano se enojó tanto conmigo que ni siquiera me dejó la comida que trajo.
Para que pueda entender este encuentro tan emotivo, permítame retroceder en el tiempo y explicarle cómo terminé en prisión.
Educación religiosa
Nací en 1955 en el seno de una familia presbiteriana en Calanga, una aldea del distrito de Manica, no muy lejos de la gran ciudad de Maputo. Aunque mi padre no iba a la iglesia, mi madre sí, y nos llevaba a los cinco hijos consigo los domingos. Desde muy pequeños, nos enseñó la oración del padrenuestro, y yo la rezaba a menudo (Mateo 6:9-12). De niño, le preguntaba a mi madre cosas como: “¿Por qué morimos?” y “¿siempre tendrán que morir las personas?”.
Ella me decía que la muerte era parte del propósito de Dios, que los malos iban al infierno y los buenos al cielo. A pesar de que yo no respondía nada, sus palabras me entristecían. La cruda realidad de la muerte me inquietaba, especialmente tras el fallecimiento de nuestro querido padre cuando yo tenía apenas 10 años. Desde entonces, tuve un intenso deseo de saber acerca de la condición de los muertos y si había alguna esperanza para ellos.
Aprendo y vivo la verdad
Poco después de morir mi padre, uno de los maestros de la escuela utilizó en clase la obra De paraíso perdido a paraíso recobrado. El libro, editado por la Watch Tower Bible and Tract Society, estaba en zulú, un idioma de África austral. El maestro me lo prestó y, pese a que no sabía bien aquella lengua, me alegró lo que aprendí de los textos que se citaban.
Mi hermano, que era el que sostenía a la familia, fue reclutado para el servicio militar cuando yo tenía 16 años. Entonces, me puse a trabajar en una empresa de perfumería en Maputo y a asistir a una escuela de formación profesional por las noches. Durante las pausas para el almuerzo en el trabajo, observé a un testigo de Jehová, Teófilo Chiulele, que siempre leía la Biblia. Cuando vio mi interés, empezó a hablarme.
Posteriormente, otro Testigo, de nombre Luis Bila, inició un estudio bíblico conmigo. ¡Qué aliviado me sentí al saber que los muertos no están conscientes de nada en absoluto y que tienen la oportunidad de que se les devuelva la vida en la resurrección! (Eclesiastés 9:5, 10; Juan 5:28, 29.) Enseguida escribí a mi madre y le respondí con la Biblia las preguntas que en su día le hice. Se alegró de ver que por fin había encontrado respuestas fidedignas.
Movido por el entusiasmo que me proporcionaba lo que estaba aprendiendo, me preparé para hablar a otros de ello. Se me permitió dar conferencias en la escuela, pero no en la iglesia. Al poco tiempo, mi presencia allí tampoco les era ya grata. A pesar de que mi madre estaba contenta con mi nueva fe, algunos miembros de mi familia se opusieron. Mi hermano mayor me dio una soberana paliza. Al ver que tal oposición no surtía efecto, mis familiares empezaron a mofarse de mí, sobre todo cuando me veían orar en las comidas. Así que oraba en el lavabo antes de sentarme a la mesa. Sentía que ‘Dios era mi ayudante’ (Salmo 54:4).
Luego, le prohibieron a Luis que viniera a casa para estudiar conmigo la Biblia, por lo que estudiábamos en la suya. Al principio, cuando regresaba de las reuniones cristianas y de predicar, me encontraba con que habían cerrado la puerta con llave. Terminé, pues, pasando la noche en casa de diversos Testigos.
Más tarde, el 13 de mayo de 1973, simbolicé mi dedicación a Jehová Dios en bautismo. Por aquel entonces, Mozambique estaba bajo el régimen colonial portugués, el cual había proscrito a los testigos de Jehová en Portugal y en todas sus colonias. El 1 de octubre de 1974 llegué a ser precursor, o evangelizador de tiempo completo, y como mi meta era ser misionero, estudié inglés para poder llenar los requisitos y tomar el curso de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower, en Estados Unidos.
Recurrimos a la estrategia para predicar
Durante los años de proscripción, la Policía de Investigación y Defensa del Estado (PIDE) encarceló a muchos Testigos por predicar. Para pasar desapercibidos, recurrimos a la estrategia. Por ejemplo, dábamos testimonio en un hogar y luego nos dirigíamos a otro situado en un barrio distinto. También, en el descanso para el almuerzo o al atardecer, dos de nosotros íbamos a un parque municipal. Uno se sentaba al lado de alguien y se ponía a leer el periódico. Al momento, el otro tomaba asiento, se fijaba en el diario y decía algo como: “¡Dios mío! ¡Cuántas personas han muerto! Pero, ¿sabía usted que bajo el gobierno de Dios esto no volverá a suceder?”.
Se entablaba una conversación en la cual el que había estado leyendo el periódico pedía prueba bíblica de lo que el otro había dicho. A continuación, concretábamos una cita para seguir hablando al otro día. De esta manera conseguíamos que la persona sentada al lado participara en el diálogo sobre profecías bíblicas, y se empezaron muchos estudios de la Biblia. Agradecíamos a Jehová que nos apoyara.
Un período de prueba severa
El 25 de abril de 1974 terminó la dictadura en Portugal, a lo que siguieron muchos cambios en las colonias portuguesas. En Mozambique se concedió una amnistía a los presos políticos, así como a los testigos de Jehová que habían sido encarcelados por su neutralidad. Pero solo catorce meses después, el 25 de junio de 1975, Mozambique declaró su independencia de Portugal. Pocos días más tarde, se desató una nueva oleada de persecución contra los Testigos. Grupos de vecinos se movilizaron para detener a cuantos Testigos pudieran encontrar. Se nos tildó de “agentes del colonialismo portugués”.
En septiembre me obligaron a asistir a una reunión del vecindario, y cuando llegué, descubrí que todos los que formaban mi grupo de estudio de libro estaban allí. Se nos ordenó que coreáramos consignas a favor del partido del gobierno. Al negarnos respetuosamente, nos llevaron a prisión y nos colocaron en la abarrotada celda que mencioné al principio.
El calabozo estaba tan lleno que apenas podíamos movernos. Para que unos cuantos pudieran dormir en el suelo, otros tenían que sentarse o ponerse de pie. Solo había un inodoro, y a menudo estaba atascado de tal manera que rebosaba y dejaba un olor fétido. La comida consistía en espaguetis grasientos repletos de espinas de pescado y grandes moscas azules que se posaban sobre ellos, y teníamos que comerlos sin lavarnos las manos. Durante diecinueve días, los más de ciento ochenta soportamos estas horribles condiciones. Posteriormente nos trasladaron a un lugar donde solo habían recluido a Testigos, entre los que figuraban hombres, mujeres y niños, muchos de los cuales murieron en el transcurso de unos meses debido al espantoso estado de la prisión.
Más tarde, el gobierno decidió deportar a los Testigos a Carico, una región remota del norte, con el propósito de aislarnos. Éramos en aquel entonces unos siete mil Testigos en Mozambique, de los cuales una gran proporción se había bautizado entre 1974 y 1975. Me di cuenta de que necesitaríamos publicaciones bíblicas en nuestro aislamiento, así que obtuve permiso para volver a casa a recoger comida y algunas pertenencias para el viaje. Sin que me viera el policía que me acompañaba, vacié en parte unas cajas de galletas y coloqué en el fondo las publicaciones. En aquellas ocasiones no teníamos miedo. Confiábamos en que Jehová sería nuestro ayudante (Hebreos 13:6).
La vida en los campos
Llegamos a Carico en enero de 1976, y nos encontramos con muchos Testigos de la vecina Malaui que vivían en campamentos que habían levantado. De 1972 a 1975, una cantidad superior a 30.000 personas, niños entre ellos, habían huido de una persecución brutal en aquel país. Se les había concedido permiso para que se asentaran como refugiados en el norte de Mozambique. Cuando llegamos, compartieron sus hogares y sus escasos víveres con nosotros.
Ya que la mayoría no teníamos experiencia en la construcción, los hermanos malauianos nos enseñaron a edificar casas, haciendo los ladrillos y usando la vegetación del bosque. También nos mostraron cómo cultivar el terreno y otras formas de ganarnos la vida. De manera que aprendí carpintería, agricultura y ganadería, y confección. Todas las aptitudes adquiridas nos fueron de utilidad al volver a nuestras ciudades de origen.
La preocupación primaria fue la de mantener nuestra espiritualidad, y debo decir que nunca nos faltó el alimento espiritual. ¿Cómo fue posible? Bueno, como dije antes, cuando se nos exilió, muchos usamos la imaginación para llevarnos publicaciones bíblicas junto con otras propiedades. Asimismo, los testigos de Jehová de la República Sudafricana imprimieron diminutos ejemplares de La Atalaya, lo que facilitó su introducción en los campamentos.
Tras muchas solicitudes, el 1 de diciembre de 1978 se permitió el primer matrimonio en los campos. Aquel día me casé con Alita Chilaule, cuyo padre fue uno de los primeros bautizados en Maputo, allá en 1958. Cuando nacieron nuestros hijos Dorcas y Samuel, les inculcamos el amor a Jehová y los llevábamos regularmente a las reuniones. Más tarde vino otro hijo, le llamamos Jaimito.
Cómo predicábamos
A los Testigos se nos concedió permiso para salir de los campos a vender, entre otras cosas, los productos que cultivábamos. A la mayoría, esto nos daba la oportunidad de predicar. De hecho, yo deliberadamente fijaba un precio tan alto a la sal que nadie la compraba. Sin embargo, bastantes personas de las que conocí respondieron al mensaje del Reino e iniciaron estudios bíblicos.
Una de ellas habló con el director de cierta empresa en la cercana Milange, quien manifestó interés en la Biblia. Cuando me lo dijeron, me comuniqué con él por carta, y respondió con una invitación para que le visitara. Así que, con la excusa de ir a venderle algunos muebles que yo mismo había hecho, escondí publicaciones bíblicas entre la ropa y salí de viaje.
Cuando llegué, me asusté al ver la casa custodiada por soldados. No obstante, el señor salió e informó a la guardia que no quería que se le molestara. Nos pusimos a estudiar la Biblia a las cinco de la tarde, y mostró tan gran anhelo que no terminamos hasta las cinco de la mañana siguiente. Más tarde, se ofreció para recibir nuestras publicaciones desde Portugal, en vista de que no se le imponían restricciones a su correo. Él me daba las publicaciones y yo las introducía en el campo.
Es cierto que a algunos de nosotros nos detuvieron varias veces por predicar; pero al ver a muchos responder al mensaje del Reino, nos sentíamos seguros de que Dios estaba de nuestro lado, tal como apoyó a los cristianos del siglo primero (Hechos, caps. 3-5).
Libertad y vuelta a Maputo
En septiembre de 1985, después de analizar las circunstancias bajo oración, se decidió organizar un éxodo masivo de los campos. Aunque algunos permanecieron en Carico y estuvieron aislados del resto de los testigos de Jehová por siete años, otros escaparon a Malaui y Zambia. Mi esposa y yo tomamos la decisión de mudarnos con nuestros hijos a la cercana ciudad de Milange. Allí encontré trabajo y un lugar donde vivir, y continuamos con el ministerio. Al año siguiente volvimos a Maputo.
Al principio, vivimos con familiares. Era difícil obtener un empleo, pero con el tiempo conseguí uno. Alita vendía cacahuetes asados para aportar algo a nuestros exiguos ingresos. Como mi inglés había mejorado, entregué una solicitud de empleo en la Embajada Británica. Pasé los exámenes y me contrataron con un salario veinte veces superior al que estaba ganando. En verdad sentí que Jehová me había ayudado, y se lo agradecí en oración.
Equilibrio al atender obligaciones
El 11 de febrero de 1991, el gobierno mozambiqueño finalmente concedió reconocimiento legal a los testigos de Jehová. ¡Qué día tan memorable! Al año siguiente me invitaron a formar parte del comité que supervisa la obra de predicar de los testigos de Jehová en Mozambique. En aquellas fechas, nuestros hijos tenían solo 12, 9 y 6 años. Pasé la noche orando, pidiendo a Jehová que me diera sabiduría para tomar una decisión que reflejara equilibrio al atender tanto las obligaciones familiares como las de congregación.
Obtuvimos un pequeño remolque y lo usamos en una empresa comercial. Le dimos trabajo a varios precursores en la preparación y venta de emparedados, y el negocio prosperó. De este modo, saqué tiempo para velar por los nuevos privilegios de organización. Necesitábamos también una casa debido a que no nos era posible continuar de alquiler en la que vivíamos. Así que hice una solicitud al organismo competente y expuse mi situación familiar. Pronto recibimos la conformidad para adquirir una. Se le dio mucha publicidad al hecho, ya que fuimos los primeros mozambiqueños en comprar una casa del Estado.
Alita y yo hemos sido bendecidos con hijos que han respondido al programa de instrucción espiritual (Deuteronomio 6:6-9). Nuestra costumbre es comentar el texto del día a las 5.40 de la mañana, tras lo cual leemos la Biblia. Los niños están acostumbrados a este horario matutino puesto que tienen que ir a la escuela temprano. Los viernes por la tarde, a las seis, tenemos el estudio de familia. En él, los niños nos explican temas sobre los que han hecho investigación a lo largo de la semana y practicamos presentaciones para el ministerio.
Todos nuestros hijos están bautizados. De hecho, Dorcas y Samuel son precursores desde 1994, y desde su bautismo, Jaimito es precursor auxiliar. Aunque todavía van a la escuela, tienen el deseo de incrementar su ministerio más adelante. Alita divide su tiempo entre el precursorado y el cuidado del hogar. Por muchos años, sin olvidar los que pasé en los campos de detención, fui precursor; si bien desde 1993 trabajo en la sucursal de los testigos de Jehová durante el día.
Siguen las bendiciones procedentes de Dios
En 1997 recibí la gran bendición de asistir al curso de dos meses para los miembros de los comités de sucursal, que tuvo lugar en el Centro Educativo de la Watchtower en Patterson (Nueva York, E.U.A.). Así que mis esfuerzos por aprender inglés se vieron de nuevo recompensados. A mi regreso a casa, tuve la oportunidad de visitar a siervos de Jehová de otras zonas. ¡Cuánto me hizo estimar esto a nuestra hermandad mundial!
Este mismo amor entre los verdaderos cristianos ha sido un factor que ha contribuido a que miles de personas sinceras en Mozambique se unan a los testigos de Jehová (Juan 13:35). Hemos pasado de los siete mil que estaban activos cuando se nos recluyó en los campos de detención, a más de veintinueve mil predicadores de las buenas nuevas del Reino de Dios por todo Mozambique. Están organizados en más de seiscientas sesenta y cinco congregaciones, en contraste con las cuatro que había en 1958.
En 1993 se aprobó el proyecto para edificar una sucursal en Maputo que tuviera capacidad para albergar a unos setenta y cinco voluntarios a fin de atender el magnífico aumento de la adoración pura en Mozambique. La construcción se terminó en un período de cuatro años. El 19 de diciembre de 1998 no cabíamos de satisfacción al ver a 1.098 hermanos de muchos países presentes para la dedicación de estas preciosas instalaciones. Tuve el privilegio de entrevistar en el programa a algunos de los que habían pasado años en el exilio en Carico. Cuando pedí que los que habían estado exiliados levantaran la mano, el auditorio se conmovió al ver cientos de manos elevarse.
Al día siguiente, una multitud de 8.525 se congregó en el Salón de Asambleas de Matola para escuchar un resumen del programa de dedicación, informes animadores de otros países y conferencias bíblicas a cargo de visitantes de la sede mundial de los testigos de Jehová en Brooklyn, Nueva York.
Es verdad que adquirir conocimiento de la verdad bíblica desde mi juventud me ha reportado antagonismo familiar, amenazas de muerte y un hostigamiento cruel que en ocasiones me hizo pensar que era preferible morir a continuar vivo. No obstante, me regocijo porque a raíz de estas pruebas, mi relación con Jehová se ha refinado. Sí, como dijo el salmista: “Dios es mi ayudador; Jehová está entre los que sostienen mi alma” (Salmo 54:4). Para mi familia y para mí ha sido un privilegio inigualable servir a Jehová junto con la familia mundial de adoradores suyos.
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Testigos delante de un Salón del Reino construido mientras estuvieron aislados
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Disfrutando de nuestro estudio bíblico de familia
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Los que habían estado en los campos de Carico levantaron la mano