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  • La Fiesta de los Tabernáculos en Jerusalén
    Jesús: el camino, la verdad y la vida
    • Jesús enseñando en el templo de Jerusalén

      CAPÍTULO 66

      La Fiesta de los Tabernáculos en Jerusalén

      JUAN 7:11-32

      • JESÚS ENSEÑA EN EL TEMPLO

      Desde que se bautizó Jesús, su fama ha ido aumentando. En estos años, miles de judíos han visto sus milagros, y la gente habla de ellos por todas partes. Ahora, en la Fiesta de los Tabernáculos (o de las Cabañas), en Jerusalén, muchos lo están buscando.

      Hay opiniones muy diferentes acerca de Jesús. Algunos dicen que es una buena persona, pero otros dicen que no y que lo que hace es engañar a la multitud (Juan 7:12). Durante los primeros días de la fiesta, muchos andan cuchicheando, aunque nadie se atreve a defender en público a Jesús porque temen la reacción de los líderes judíos.

      Como a la mitad de la fiesta, Jesús va al templo y se pone a enseñar. Muchas personas se quedan impresionadas porque es un maestro excelente. Él nunca ha ido a ninguna escuela rabínica, así que los judíos se preguntan: “¿Cómo sabe este hombre tanto de las Escrituras, si no ha estudiado en las escuelas?” (Juan 7:15).

      “Lo que yo enseño no es mío, sino del que me envió —les explica Jesús—. Si alguien desea hacer la voluntad de Dios, sabrá si lo que yo enseño viene de Dios, o si son mis propias ideas” (Juan 7:16, 17). Las enseñanzas de Jesús están de acuerdo con la Ley de Dios, así que está claro que no quiere que lo alaben a él, sino a Jehová.

      Jesús añade: “Moisés les dio la Ley, ¿no es cierto? Pero ni uno de ustedes obedece la Ley. ¿Por qué intentan matarme?”. Algunos de los que están allí, que probablemente son de fuera de la ciudad, no se han enterado de que ciertas personas quieren acabar con él. Les parece increíble que quieran asesinar a un maestro como Jesús. Por eso, piensan que debe tener un demonio y le preguntan: “¿Quién intenta matarte?” (Juan 7:19, 20).

      Lo cierto es que hace un año y medio los líderes judíos quisieron matar a Jesús después de que curara a un hombre en sábado. Ahora, Jesús deja al descubierto lo irrazonables que son usando un argumento muy lógico. Les recuerda que, según la Ley, todo bebé varón debe ser circuncidado ocho días después de nacer, aunque ese día caiga en sábado. A continuación, les dice: “Si circuncidan a un varón en sábado para no desobedecer la Ley de Moisés, ¿cómo es que se ponen tan furiosos conmigo por curar totalmente a un hombre en sábado? Dejen de juzgar por las apariencias: sean justos cuando juzguen” (Juan 7:23, 24).

      Los habitantes de Jerusalén que sí están bien informados comentan: “Este es el hombre a quien [las autoridades] intentan matar, ¿no es cierto? Pero, mira, ahí está hablando delante de todos y no le dicen nada. ¿Será que nuestros gobernantes se han convencido de que él es el Cristo?”. Sin embargo, muchos no creen que Jesús sea el Cristo. ¿Por qué? Porque saben de dónde es Jesús y creen que “cuando venga el Cristo nadie sabrá de dónde es” (Juan 7:25-27).

      Justo ahí en el templo, Jesús les dice: “Ustedes me conocen y saben de dónde soy. Pero yo no vine por mi propia cuenta. El que me envió es real, y ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco, porque vengo como representante suyo y fue él quien me envió” (Juan 7:28, 29). Al escuchar esa declaración tan directa, intentan atraparlo, quizás para ponerlo en prisión o para matarlo, pero no lo logran porque todavía no le ha llegado la hora de morir.

      Sin embargo, muchos sí ponen su fe en Jesús por todos los milagros que ha hecho: ha caminado sobre el agua, ha calmado el viento, ha dado de comer a miles de personas con tan solo unos cuantos panes y pescados, ha curado enfermos, cojos, ciegos, leprosos... ¡Hasta ha resucitado muertos! De modo que se preguntan, y con razón: “Cuando venga el Cristo, él no va a hacer más milagros de los que ya ha hecho este hombre, ¿verdad?” (Juan 7:31).

      Cuando los fariseos escuchan a la gente decir estas cosas, ellos y los sacerdotes principales mandan guardias para arrestar a Jesús.

  • “¡Nunca ha hablado así ningún hombre!”
    Jesús: el camino, la verdad y la vida
    • Los guardias regresan sin haber arrestado a Jesús

      CAPÍTULO 67

      “¡Nunca ha hablado así ningún hombre!”

      JUAN 7:32-52

      • MANDAN GUARDIAS PARA ARRESTAR A JESÚS

      • NICODEMO DEFIENDE A JESÚS

      Jesús sigue en Jerusalén para la Fiesta de los Tabernáculos (o de las Cabañas). Está contento de que muchos de los que están allí hayan puesto su fe en él. Pero eso no les agrada nada a los líderes religiosos, que envían guardias bajo su mando para arrestarlo (Juan 7:31, 32). Aun así, él no trata de ocultarse.

      Al contrario, continúa enseñando abiertamente en la ciudad, diciéndoles: “Estaré con ustedes un poco más de tiempo antes de ir a quien me envió. Ustedes me buscarán, pero no me encontrarán. No pueden ir adonde yo esté” (Juan 7:33, 34). Los judíos no entienden a qué se refiere, así que comentan entre ellos: “¿Adónde piensa ir este, para que no podamos encontrarlo? ¿No pensará irse con los judíos esparcidos entre los griegos y enseñarles a los griegos? ¿A qué se refería cuando dijo ‘Ustedes me buscarán, pero no me encontrarán. No pueden ir adonde yo esté’?” (Juan 7:35, 36). Jesús les está hablando de cuando muera y resucite para ir al cielo, adonde sus enemigos no podrán seguirlo.

      Entonces, comienza el séptimo día de la celebración. Durante la fiesta, un sacerdote saca agua del estanque de Siloam y la derrama sobre la base del altar del templo todas las mañanas. Es probable que Jesús le recuerde a la gente esta costumbre cuando dice con voz fuerte: “Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. Si alguien pone su fe en mí, ‘de lo más profundo de su ser saldrán ríos de agua viva’, tal como dicen las Escrituras” (Juan 7:37, 38).

      Jesús está hablando de lo que sucederá cuando sus discípulos sean ungidos con espíritu santo y sean llamados para vivir en el cielo, después de la muerte de él. A partir del Pentecostés del año siguiente, “ríos de agua viva” comenzarán a fluir cuando los discípulos ya ungidos con espíritu santo les hablen de la verdad a otras personas.

      Al oír a Jesús, algunos dicen: “Está claro que este es el Profeta”, por lo visto refiriéndose al profeta más importante que Moisés, predicho en las Escrituras. Y otros afirman: “Este es el Cristo”. Sin embargo, hay quienes discrepan: “El Cristo no puede venir de Galilea, ¿verdad? ¿No dicen las Escrituras que el Cristo sería de la descendencia de David y que vendría de Belén, la aldea de donde era David?” (Juan 7:40-42).

      La gente no se pone de acuerdo. Aunque algunos quieren que se arreste a Jesús, nadie le pone las manos encima. Cuando los guardias regresan adonde los líderes religiosos sin Jesús, los sacerdotes principales y los fariseos les preguntan: “¿Por qué no lo trajeron?”. Los guardias les responden: “¡Nunca ha hablado así ningún hombre!”. Enojados, los líderes religiosos se ponen a burlarse de ellos y a insultarlos: “¿No se habrán dejado engañar ustedes también? ¿Acaso alguno de nuestros gobernantes o de los fariseos ha puesto su fe en él? Pero esta multitud que no conoce la Ley es gente maldita” (Juan 7:45-49).

      Nicodemo defiende a Jesús

      Entonces, Nicodemo, un fariseo que es miembro del Sanedrín, se atreve a defender a Jesús. Hace unos dos años y medio, había visitado a Jesús de noche y había demostrado que tenía fe en él. Ahora sale en su defensa diciendo: “Según nuestra Ley, no se puede juzgar a alguien sin antes escucharlo y saber bien lo que está haciendo, ¿no es cierto?”. Y ellos le replican: “¿Tú no serás también de Galilea, verdad? Investiga y verás que de Galilea no puede salir ningún profeta” (Juan 7:51, 52).

      Las Escrituras no decían directamente que saldría un profeta de Galilea. Sin embargo, sí indicaban que el Cristo vendría de allí, pues predijeron que se vería “una gran luz” en “Galilea de las naciones” (Isaías 9:1, 2; Mateo 4:13-17). Además, como estaba predicho, Jesús nació en Belén y es descendiente de David. Aunque los fariseos tal vez sepan todas estas cosas, seguramente son ellos los que han esparcido entre la gente muchas de las ideas erróneas que circulan acerca de Jesús.

  • El Hijo de Dios es “la luz del mundo”
    Jesús: el camino, la verdad y la vida
    • Jesús enseña en el templo por la noche

      CAPÍTULO 68

      El Hijo de Dios es “la luz del mundo”

      JUAN 8:12-36

      • JESÚS EXPLICA QUIÉN ES EL HIJO DE DIOS

      • ¿EN QUÉ SENTIDO SON ESCLAVOS LOS JUDÍOS?

      El séptimo y último día de la Fiesta de los Tabernáculos, Jesús se pone a enseñar en la parte del templo donde están “las arcas del tesoro” (Juan 8:20; Lucas 21:1). Al parecer, este lugar se encuentra en el atrio de las mujeres, donde la gente va a echar sus contribuciones.

      Durante la fiesta, iluminan mucho esta parte del templo por las noches. Allí hay cuatro enormes candelabros con cuatro grandes tazones de aceite cada uno. Estas lámparas emiten tanta luz que iluminan los alrededores hasta una gran distancia. Lo que dice Jesús a continuación tal vez les recuerde a sus oyentes este despliegue de luz: “Yo soy la luz del mundo. El que me siga nunca andará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).

      Los fariseos cuestionan sus palabras diciendo: “Estás dando testimonio a favor de ti mismo. Tu testimonio no es verdadero”. Pero Jesús les contesta: “Aunque doy testimonio a favor de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque yo sé de dónde vine y adónde voy. Pero ustedes no saben de dónde vine ni adónde voy”. Y añade: “En la propia Ley de ustedes está escrito: ‘El testimonio de dos personas es verdadero’. Yo soy el que da testimonio a mi favor, y también da testimonio a mi favor el Padre, que me envió” (Juan 8:13-18).

      Pero los fariseos se niegan a aceptar el argumento de Jesús y le preguntan: “¿Dónde está tu Padre?”. Jesús les da una respuesta directa: “Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre. Si me conocieran, conocerían a mi Padre también” (Juan 8:19). Aunque los fariseos siguen con la idea de arrestar a Jesús, nadie lo atrapa.

      Entonces, Jesús dice algo que ya mencionó anteriormente: “Yo me voy, y ustedes me buscarán, pero morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir”. Pero los judíos malinterpretan lo que les ha dicho y empiezan a preguntar: “¿Será que va a quitarse la vida? Es que dice ‘Adonde yo voy, ustedes no pueden ir’”. No comprenden a Jesús porque no saben cuál es su origen. Él les explica: “Ustedes son de las regiones de abajo; yo soy de las regiones de arriba. Ustedes son de este mundo; yo no soy de este mundo” (Juan 8:21-23).

      Jesús les está hablando de la vida que tuvo en el cielo antes de venir a la Tierra y de que es el Mesías o Cristo prometido. Estos líderes religiosos deberían haberlo reconocido como tal. Pero, en vez de eso, le preguntan con gran desprecio: “¿Y tú quién eres?” (Juan 8:25).

      En vista del rechazo y el odio que sienten por Jesús, él les dice: “¿Para qué les hablo siquiera?”. Y, desviando la atención hacia su Padre, explica por qué deberían los judíos escuchar al Hijo: “El que me envió es fiel a la verdad, y yo digo en el mundo las mismas cosas que le escuché a él” (Juan 8:25, 26).

      Las siguientes palabras de Jesús demuestran cuánta confianza tiene en su Padre, a diferencia de los judíos. Les dice: “Una vez que ustedes hayan alzado al Hijo del Hombre, entonces sabrán que yo soy quien digo ser y que no hago nada por mi cuenta, sino que digo lo que el Padre me enseñó. Y el que me envió está conmigo; no me ha dejado solo, porque yo siempre hago lo que a él le agrada” (Juan 8:28, 29).

      Sin embargo, algunos judíos sí creen en Jesús, y él les dice: “Si permanecen en mis enseñanzas, realmente son mis discípulos; conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:31, 32).

      A algunos les parece extraño que Jesús les diga que serán libres. Por eso responden: “Somos descendientes de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Por qué dices ‘Serán libres’?”. Los judíos saben que a veces han estado bajo el dominio de otras naciones, pero se niegan a que los llamen esclavos. No obstante, Jesús les dice que sí lo son: “De verdad les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado” (Juan 8:33, 34).

      Estos judíos se ponen en una situación peligrosa al negarse a admitir que son esclavos del pecado. Jesús les explica: “El esclavo no se queda para siempre en la casa del amo; el hijo sí se queda para siempre” (Juan 8:35). Un esclavo no tiene derechos de herencia y puede ser despedido en cualquier momento. Solo un hijo (aunque sea adoptado) se queda en el hogar “para siempre”, es decir, mientras viva.

      Por lo tanto, la verdad sobre el Hijo es la verdad que libera “para siempre” a la gente del pecado y la muerte. Jesús concluye: “Si el Hijo los libera, serán libres de verdad” (Juan 8:36).

  • Jesús cura a un hombre que nació ciego
    Jesús: el camino, la verdad y la vida
    • Un mendigo ciego recupera la vista después de lavarse en el estanque de Siloam

      CAPÍTULO 70

      Jesús cura a un hombre que nació ciego

      JUAN 9:1-18

      • UN MENDIGO QUE NACIÓ CIEGO RECUPERA LA VISTA

      Es sábado, y Jesús está todavía en Jerusalén. Él y sus discípulos van caminando por la ciudad cuando ven a un mendigo que es ciego de nacimiento. Entonces, los discípulos le preguntan a Jesús: “Rabí, ¿quién pecó para que este hombre naciera ciego: él, o sus padres?” (Juan 9:2).

      Los discípulos saben que el hombre no pecó en otra vida, pero tal vez se preguntan si una persona puede pecar estando en el vientre de su madre. Jesús les responde: “No pecaron ni él ni sus padres, pero esto pasó para que en su caso se viera claramente lo que Dios puede hacer” (Juan 9:3). Así que este hombre nació ciego, no porque él o sus padres cometieran algún error o pecado en concreto, sino por el pecado heredado de Adán, que hace que todos nazcamos imperfectos y tengamos defectos, como la ceguera. Pero la ceguera del hombre le da a Jesús la oportunidad de demostrar el poder de Dios, como ya ha hecho en otras ocasiones al curar a la gente de sus enfermedades.

      Jesús destaca lo urgente que es hacer estas obras. “Tenemos que hacer las obras del que me envió mientras sea de día —dice—. Viene la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras yo esté en el mundo, yo soy la luz del mundo” (Juan 9:4, 5). En efecto, dentro de poco, la muerte lo sumergirá en la oscuridad de la tumba, donde no podrá hacer nada. Pero, hasta que llegue ese momento, él es una fuente de iluminación para el mundo.

      Jesús le unta barro en los ojos a un hombre ciego

      ¿Curará Jesús al mendigo ciego? Y, si decide hacerlo, ¿cómo lo hará? Jesús escupe en la tierra y con la saliva hace barro, se lo unta al hombre en los ojos y le dice: “Ve a lavarte en el estanque de Siloam” (Juan 9:7). Él obedece y, cuando se lava, recupera la vista. ¡Piense en la alegría que siente el hombre al ver por primera vez en su vida!

      Los vecinos y otros que lo conocen se quedan asombrados y empiezan a preguntar: “Este es el hombre que se sentaba a pedir, ¿verdad?”. “Es él”, responden algunos. Pero otros no creen que se trate de la misma persona y dicen: “No es él, pero se le parece”. Entonces, el mendigo mismo les confirma: “Sí, soy yo” (Juan 9:8, 9).

      “¿Y cómo se te abrieron los ojos?”, le preguntan. Y él les cuenta: “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo puso en los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloam y lávate’. Y yo fui, me lavé y pude ver”. Entonces le preguntan dónde está el hombre que lo curó, y él les contesta: “No lo sé” (Juan 9:10-12).

      La gente lleva al mendigo ante los fariseos, que también quieren saber cómo es que ahora puede ver. Así que él les dice: “Me puso barro en los ojos, yo me lavé y ahora puedo ver”. Lo lógico sería que los fariseos se alegraran de que se haya curado, pero, en vez de eso, algunos empiezan a acusar a Jesús, diciendo: “Ese hombre no es de Dios, porque no respeta el sábado”. Y otros dicen: “¿Cómo puede un pecador hacer milagros así?” (Juan 9:15, 16). De modo que no se ponen de acuerdo.

      Ante tantas opiniones diferentes, le preguntan al mendigo: “Ya que fue a ti a quien le abrió los ojos, ¿qué dices tú de él?”. El hombre responde sin dudar: “Es un profeta” (Juan 9:17).

      Pero los judíos se niegan a creerlo. Tal vez piensan que este hombre y Jesús han tramado un plan para engañar a la gente. Por eso, llegan a la conclusión de que para resolver el asunto es mejor preguntarles a los padres del mendigo si su hijo estaba ciego o no.

  • Los fariseos interrogan al hombre que nació ciego
    Jesús: el camino, la verdad y la vida
    • El hombre que había estado ciego les responde a los fariseos enfurecidos mientras los padres de este observan la escena

      CAPÍTULO 71

      Los fariseos interrogan al hombre que nació ciego

      JUAN 9:19-41

      • LOS FARISEOS INTERROGAN AL HOMBRE QUE ANTES ERA CIEGO

      • LOS LÍDERES RELIGIOSOS ESTÁN “CIEGOS”

      Los fariseos se niegan a creer que Jesús haya curado al hombre que nació ciego, así que llaman a sus padres. Los padres saben que se enfrentan a la posibilidad de que los expulsen de la sinagoga (Juan 9:22). Eso los aislaría de otros judíos y tendría graves consecuencias sociales y económicas para la familia.

      Los fariseos les hacen dos preguntas: “¿Es este su hijo, el que ustedes dicen que nació ciego? Entonces, ¿cómo es que ahora ve?”. A lo que ellos les responden: “Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego. Pero cómo es que ahora ve, no lo sabemos; y quién le abrió los ojos, tampoco lo sabemos”. Aunque su hijo tal vez les haya contado lo que pasó, ellos miden muy bien sus palabras antes de seguir hablando. Les dicen: “Pregúntenselo a él, que es mayor de edad y debe responder por sí mismo” (Juan 9:19-21).

      Así que los fariseos llaman al hombre y lo intimidan afirmando que tienen pruebas contra Jesús. “Da gloria a Dios —le ordenan—. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. Pero él esquiva la acusación y les contesta: “Si es un pecador, eso no lo sé. Lo que sí sé es que yo era ciego y ahora veo” (Juan 9:24, 25).

      Pero los fariseos no quieren dejar ahí el asunto, por eso le preguntan de nuevo: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?”. El hombre se arma de valor y les dice: “Ya se lo dije, pero ustedes no me hicieron caso. ¿Por qué quieren oírlo otra vez? No querrán hacerse discípulos de él también, ¿verdad?”. Al oír esto, los fariseos se enojan mucho y lo acusan: “Tú eres discípulo de ese hombre, pero nosotros somos discípulos de Moisés. Sabemos que Dios le habló a Moisés, pero este no sabemos de dónde ha salido” (Juan 9:26-29).

      Entonces, el mendigo les dice asombrado: “Esto sí que es increíble, que él me haya abierto los ojos y ustedes no sepan de dónde ha salido”. Con respecto a la gente a la que Dios escucha y aprueba, les dice algo muy lógico: “Sabemos que Dios no escucha a pecadores, pero el que teme a Dios y hace su voluntad, a ese sí lo escucha. En toda la historia, jamás se ha oído que alguien le abriera los ojos a un ciego de nacimiento”. Y luego concluye: “Si este hombre no fuera de Dios, no podría hacer nada” (Juan 9:30-33).

      Como los fariseos no pueden demostrar que está equivocado, se ponen a insultarlo: “Tú, que naciste lleno de pecado, ¿pretendes darnos lecciones a nosotros?” (Juan 9:34). Y luego lo echan.

      Cuando Jesús escucha lo que ha pasado, encuentra al mendigo y le pregunta: “¿Tienes fe en el Hijo del Hombre?”. Y él le responde: “¿Y quién es, señor? Dímelo para que pueda tener fe en él”. A fin de que no le quepa la menor duda, Jesús le confiesa: “Tú ya lo has visto. De hecho, estás hablando con él” (Juan 9:35-37).

      Enseguida, el hombre le contesta: “Tengo fe en él, Señor”. Lleno de fe y respeto, se inclina ante Jesús, quien en ese momento hace esta importante declaración: “He venido a este mundo para un juicio, para que los que no ven puedan ver y los que ven se queden ciegos” (Juan 9:38, 39).

      Los fariseos, que se encuentran ahí mismo, no están ciegos. Pero ¿y en sentido espiritual? ¿Están cumpliendo con su responsabilidad de guiar al pueblo? Se ponen a la defensiva y le preguntan: “Nosotros no estamos ciegos también, ¿verdad?”. Jesús les dice: “Si fueran ciegos, no serían culpables de pecado. Pero, como ustedes dicen ‘Nosotros vemos’, su pecado permanece” (Juan 9:40, 41). Son maestros de Israel, pero han rechazado al Mesías, así que no tienen excusa. Con todo lo que saben sobre la Ley, rechazar a Jesús es un grave pecado.

  • ¿Hijos de Abrahán, o del Diablo?
    Jesús: el camino, la verdad y la vida
    • Los judíos tratan de apedrear a Jesús, pero él se escapa sin sufrir daño

      CAPÍTULO 69

      ¿Hijos de Abrahán, o del Diablo?

      JUAN 8:37-59

      • LOS JUDÍOS ASEGURAN QUE SON HIJOS DE ABRAHÁN

      • JESÚS EXISTIÓ ANTES QUE ABRAHÁN

      Jesús sigue en Jerusalén enseñando verdades muy importantes durante la Fiesta de los Tabernáculos (o de las Cabañas). Algunos judíos le acaban de decir que son descendientes de Abrahán y nunca han sido esclavos de nadie. Entonces, Jesús les responde: “Yo sé que son descendientes de Abrahán; pero están tratando de matarme porque mis palabras no progresan en ustedes. Yo hablo de las cosas que vi cuando estaba con mi Padre, pero ustedes hacen las cosas que le han oído decir a su padre” (Juan 8:33, 37, 38).

      Lo que Jesús les dice está claro: ellos no tienen el mismo padre que él. Pero los judíos no le entienden y vuelven a decir: “Nuestro padre es Abrahán” (Juan 8:39; Isaías 41:8). Piensan que por ser descendientes de Abrahán, que fue amigo de Dios, tienen la misma fe que él.

      No obstante, Jesús les da una respuesta impactante: “Si fueran hijos de Abrahán, harían las mismas obras que Abrahán”. La realidad es que cualquier hijo trata de ser como su padre. A continuación, Jesús añade: “Pero a mí, un hombre que les ha dicho la verdad que le escuchó a Dios, me quieren matar. Abrahán no hizo eso”. Luego los deja intrigados al decirles: “Ustedes hacen las mismas obras que su padre” (Juan 8:39-41).

      Los judíos siguen sin entender de quién les está hablando y aseguran: “Nosotros no somos hijos ilegítimos; tenemos un solo Padre, Dios”. Pero ¿son de verdad hijos de Dios? Jesús les dice: “Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían, porque fue Dios quien me envió y por eso estoy aquí. No vine por mi propia cuenta, sino que él me envió”. Después les hace una pregunta y la responde él mismo: “¿Por qué no entienden lo que estoy diciendo? Es porque no son capaces de escuchar mis palabras” (Juan 8:41-43).

      Jesús ha intentado explicarles lo que les pasará si lo rechazan, pero ahora les dice directamente: “Ustedes son hijos de su padre, el Diablo, y quieren cumplir los deseos de su padre”. ¿Y cómo es su padre? Jesús lo describe muy bien: “Él en sus comienzos fue un asesino. No se mantuvo fiel a la verdad porque no hay verdad en él”. Y añade: “El que es de Dios escucha las palabras de Dios. Por eso ustedes no escuchan: porque no son de Dios” (Juan 8:44, 47).

      Los judíos se enojan ante esas palabras de condena y le dicen: “¿No tenemos razón al decir ‘Tú eres un samaritano y tienes un demonio’?”. Lo llaman samaritano en señal de desprecio. Pero Jesús no hace caso del insulto y les dice: “Yo no tengo ningún demonio. Lo que hago es honrar a mi Padre, y ustedes me deshonran a mí”. Para hacerles ver que eso es un asunto serio, les asegura algo sorprendente: “Si alguien obedece mis palabras, nunca verá la muerte”. Con esto no está diciendo que los apóstoles y otros seguidores suyos no morirán jamás. Más bien, quiere decir que estos nunca sufrirán la destrucción eterna, o “la muerte segunda”, de la que no se puede resucitar (Juan 8:48-51; Apocalipsis 21:8).

      Pero los judíos se toman de forma literal lo que Jesús les dice, así que responden: “Ahora nos queda claro que tienes un demonio. Abrahán murió y los profetas también, pero tú dices: ‘Si alguien obedece mis palabras, nunca probará la muerte’. ¿Acaso eres superior a nuestro padre Abrahán, que murió? [...] ¿Quién te crees que eres?” (Juan 8:52, 53).

      Jesús les está indicando que es el Mesías. Pero, en vez de decirles directamente quién es, declara: “Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no serviría de nada. El que me glorifica es mi Padre, el que ustedes dicen que es su Dios. Pero ustedes no lo conocen; en cambio, yo lo conozco. Y, si dijera que no lo conozco, sería un mentiroso como ustedes” (Juan 8:54, 55).

      A continuación, Jesús vuelve a mencionar a su fiel antepasado: “Abrahán, el padre de ustedes, se alegraba muchísimo pensando en que vería mi día, y lo vio y se alegró”. Así es, Abrahán tenía fe en las promesas de Dios y deseaba con anhelo que llegara el Mesías. Pero los judíos ponen en duda lo que les dice Jesús: “No tienes ni 50 años, ¿y has visto a Abrahán?”. A lo que él les contesta: “De verdad les aseguro que, antes de que Abrahán naciera, yo ya existía”. Con esas palabras se está refiriendo a cuando era un ángel poderoso en el cielo antes de venir a la Tierra (Juan 8:56-58).

      Al escucharlo decir que vivió antes que Abrahán, los judíos se llenan de rabia y agarran piedras para lanzárselas, pero él se escapa sin sufrir daño.

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