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Buenas obras en el sábadoEl hombre más grande de todos los tiempos
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Pronto Jesús se pone en camino a la ciudad principal de Judea, Jerusalén, para celebrar la Pascua de 31 E.C. Aquí, cerca de la Puerta de las Ovejas de la ciudad, hay un estanque llamado Betzata, adonde vienen muchos enfermos, ciegos y cojos. Estos creen que la gente se puede sanar si se mete en las aguas del estanque cuando estas se revuelven.
Es sábado, y Jesús ve junto al estanque a un hombre que ha estado enfermo por 38 años. Jesús, que está al tanto de lo mucho que ha durado la enfermedad del enfermo, le pregunta: “¿Quieres ponerte bien de salud?”.
Él responde a Jesús: “Señor, no tengo un hombre que me meta en el estanque cuando se revuelve el agua; y entretanto que yo voy, otro baja antes que yo”.
Jesús le dice: “Levántate, toma tu camilla y anda”. Con eso, ¡al instante el hombre se pone bien de salud, toma su camilla y echa a andar!
Pero cuando los judíos ven al hombre, dicen: “Es sábado, y no te es lícito llevar la camilla”.
El hombre les contesta: “El mismo que me sanó me dijo: ‘Toma tu camilla y anda’”.
“¿Quién es el hombre que te dijo: ‘Tómala y anda’?” preguntan ellos. Jesús se había apartado debido a la muchedumbre, y el sanado no sabía el nombre de Jesús. Sin embargo, más tarde Jesús y el hombre se encuentran en el templo, y el hombre se entera de quién lo sanó.
Por eso el sanado busca a los judíos para decirles que es Jesús quien lo ha sanado. Al enterarse de esto, los judíos van a donde Jesús. ¿Por qué? ¿Para saber cómo puede hacer aquellas cosas maravillosas? No. Para criticarlo porque hace estas buenas cosas en sábado. ¡Y hasta empiezan a perseguirlo!
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Responde a sus acusadoresEl hombre más grande de todos los tiempos
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Responde a sus acusadores
CUANDO los líderes religiosos judíos acusan a Jesús de quebrantar el sábado, él contesta: “Mi Padre ha seguido trabajando hasta ahora, y yo sigo trabajando”.
A pesar de lo que afirman los fariseos, la obra de Jesús no es del tipo prohibido por la ley sabática. Su obra de predicar y sanar es una asignación de Dios, y él sigue haciéndola diariamente en imitación del ejemplo de Dios. Sin embargo, su respuesta encoleriza aún más a los judíos, y procuran matarlo. ¿Por qué?
Es porque ahora no solo creen que Jesús está quebrando el sábado, sino que también ven como blasfemia el que él afirme que es el Hijo personal de Dios. Con todo, Jesús no se atemoriza, y sigue respondiendo respecto a su relación favorecida con Dios. “El Padre le tiene cariño al Hijo —dice— y le muestra todas las cosas que él mismo hace.”
“Así como el Padre levanta a los muertos —pasa a decir Jesús—, así el Hijo también vivifica a los que él quiere.” De hecho, ¡el Hijo ya está levantando a los muertos en sentido espiritual! “El que oye mi palabra y cree al que me envió —dice Jesús—, ha pasado de la muerte a la vida.” Sí, continúa: “La hora viene, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan hecho caso vivirán”.
Aunque hasta este momento no hay registro de que Jesús haya levantado literalmente a nadie de entre los muertos, él dice a sus acusadores que dicha resurrección literal de los muertos sucederá. “No se maravillen de esto —dice—, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán.”
Es patente que hasta esta ocasión Jesús nunca ha descrito públicamente de manera tan clara e inequívoca el papel vital que desempeña en el propósito de Dios. Pero los acusadores de Jesús tienen más que el propio testimonio de él respecto a estos asuntos. “Ustedes han despachado hombres a Juan —les recuerda Jesús—, y él ha dado testimonio de la verdad.”
Solo dos años atrás Juan el Bautizante había hablado a estos líderes religiosos judíos acerca de Aquel que vendría después de él. Recordándoles que en otro tiempo tenían en alta estima a Juan, que ahora está en prisión, Jesús dice: “Ustedes por un poco de tiempo estuvieron dispuestos a regocijarse mucho en su luz”. Jesús les recuerda esto con la esperanza de ayudarlos, sí, de salvarlos. Con todo, él no depende del testimonio de Juan.
“Las obras mismas que yo hago [incluso el milagro que acaba de ejecutar], dan testimonio acerca de mí, de que el Padre me despachó.” Pero hay más; Jesús pasa a decir: “El Padre que me envió ha dado testimonio él mismo acerca de mí”. Por ejemplo, cuando Jesús se bautizó Dios dio testimonio acerca de él al decir: “Este es mi Hijo, el amado”.
En realidad los acusadores de Jesús no tienen excusa para rechazarlo. ¡Las mismísimas Escrituras que ellos dicen que escudriñan dan testimonio de él! “Si creyeran a Moisés, me creerían a mí —dice Jesús en conclusión—, porque aquel escribió de mí. Pero si no creen los escritos de aquel, ¿cómo creerán mis dichos?” (Juan 5:17-47; 1:19-27; Mateo 3:17.)
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