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  • Jesús responde a un gobernante rico
    Jesús: el camino, la verdad y la vida
    • El joven gobernante rico está de rodillas mientras habla con Jesús

      CAPÍTULO 96

      Jesús responde a un gobernante rico

      MATEO 19:16-30 MARCOS 10:17-31 LUCAS 18:18-30

      • UN HOMBRE RICO PREGUNTA CÓMO PUEDE CONSEGUIR LA VIDA ETERNA

      Mientras Jesús sigue viajando por Perea en dirección a Jerusalén, un joven rico se le acerca corriendo y cae de rodillas delante de él. Es un “gobernante de los judíos”, quizás el presidente de una sinagoga o uno de los miembros del Sanedrín. Entonces le dice: “Buen Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (Lucas 8:41; 18:18; 24:20).

      Jesús le contesta: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno excepto uno solo: Dios” (Lucas 18:19). Puede que el joven use la expresión “Buen Maestro” como un título, que es lo que hacen los rabinos. Pero, aunque es cierto que enseña muy bien, Jesús le deja claro a este hombre que solo Dios merece el título “Bueno”.

      “De todos modos, si quieres alcanzar la vida, tienes que obedecer siempre los mandamientos”, le aconseja Jesús. “¿Cuáles?”, le pregunta el joven. Y Jesús le contesta mencionando cinco de los Diez Mandamientos: no asesinar, no cometer adulterio, no robar, no dar falso testimonio y honrar a los padres. A continuación, le señala otro mandamiento aún más importante: “Ama a tu prójimo como te amas a ti mismo” (Mateo 19:17-19).

      El joven le dice: “Yo todo esto siempre lo he obedecido. ¿Qué me queda por hacer?” (Mateo 19:20). Quizás piense que debe hacer alguna otra buena acción, incluso algo heroico, para obtener la vida eterna. Jesús se da cuenta de que su petición es sincera y siente cariño por él (Marcos 10:21). Sin embargo, hay algo que le impide obtener la vida eterna.

      El hombre siente un gran apego por sus posesiones. Por eso Jesús le dice: “Te falta una cosa: ve a vender lo que tienes y dales el dinero a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sé mi seguidor”. El joven podría repartir su dinero a los pobres, que no pueden recompensarle, y hacerse discípulo de Jesús. Pero no lo hace. Entonces se levanta y se va muy triste, mientras Jesús lo mira, probablemente con pena. Este hombre ama tanto las riquezas, sus “muchas posesiones”, que no es capaz de ver dónde está el auténtico tesoro (Marcos 10:21, 22). Finalmente, Jesús dice: “¡Qué difícil va a ser para los que tienen dinero abrirse camino hasta el Reino de Dios!” (Lucas 18:24).

      Los discípulos se quedan admirados por estas palabras y por lo que Jesús dice a continuación: “De hecho, es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja de coser que para un rico entrar en el Reino de Dios”. Al oír esto, los discípulos le preguntan: “Entonces, ¿quién se podrá salvar?”. ¿Acaso es imposible salvarse? Jesús los mira fijamente y les contesta: “Las cosas imposibles para los humanos son posibles para Dios” (Lucas 18:25-27).

      Pedro señala que ellos han hecho una elección muy diferente a la del joven rico: “Mira que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte. ¿Qué vamos a recibir?”. Jesús menciona el resultado final de su buena decisión: “Cuando llegue el tiempo de hacerlo todo nuevo y el Hijo del Hombre se siente en su trono glorioso, ustedes, los que me han seguido, se sentarán en 12 tronos y juzgarán a las 12 tribus de Israel” (Mateo 19:27, 28).

      Es evidente que Jesús está pensando en el futuro, cuando se haga todo nuevo y la vida en la Tierra vuelva a ser como en el jardín de Edén. Pedro y los demás discípulos recibirán la recompensa de reinar con Jesús sobre la Tierra convertida en un paraíso. Esta recompensa merece cualquier sacrificio que puedan hacer.

      Sin embargo, no todas las recompensas son para el futuro. Sus discípulos ya han recibido algunas, como Jesús les indica a continuación: “No hay nadie que haya dejado hogar, esposa, hermanos, padres o hijos por el Reino de Dios que no reciba mucho más en este tiempo y, en el sistema que viene, vida eterna” (Lucas 18:29, 30).

      En efecto, sin importar adónde vayan, los discípulos pueden disfrutar con sus hermanos en la fe de una amistad más estrecha y valiosa que con sus propios familiares. Lamentablemente, parece que el joven gobernante rico no solo perderá esta recompensa, sino también la vida en el Reino celestial de Dios.

      Entonces Jesús añade: “Pero muchos que son primeros serán últimos, y muchos que son últimos serán primeros” (Mateo 19:30). ¿Qué quiere decir con estas palabras?

      El joven gobernante rico está entre los “primeros” porque es uno de los líderes de los judíos. Como obedece los mandamientos de Dios, podría hacer muchas cosas buenas como discípulo de Jesús, y se podría esperar mucho de él. Pero les da más importancia a las riquezas y a sus posesiones. En cambio, la gente común se da cuenta de que las enseñanzas de Jesús son la verdad y el camino a la vida. Ellos han sido “últimos”, por así decirlo, pero ahora serán “primeros”, pues pueden tener la esperanza de sentarse en tronos en el cielo con Jesús y reinar sobre la Tierra convertida en un paraíso.

  • La parábola de los trabajadores de la viña
    Jesús: el camino, la verdad y la vida
    • Trabajadores de una viña

      CAPÍTULO 97

      La parábola de los trabajadores de la viña

      MATEO 20:1-16

      • LOS “ÚLTIMOS” TRABAJADORES DE LA VIÑA SERÁN LOS “PRIMEROS”

      Jesús sigue en Perea y acaba de decir que “muchos que son primeros serán últimos, y muchos que son últimos serán primeros” (Mateo 19:30). Para destacar esta idea, cuenta una historia sobre los trabajadores de una viña:

      “El Reino de los cielos es como el dueño de una propiedad que salió muy temprano por la mañana para contratar trabajadores para su viña. Después de ponerse de acuerdo con los trabajadores en que les pagaría un denario al día, los envió a su viña. Cerca de la hora tercera volvió a salir y vio en la plaza de mercado a otros que estaban allí de pie sin trabajo. Así que les dijo: ‘Vayan también ustedes a la viña, que les pagaré lo que sea justo’. Y ellos fueron. Él salió de nuevo cerca de la hora sexta, y también de la hora novena, y volvió a hacer lo mismo. Finalmente, salió cerca de la hora undécima y encontró a otros más que estaban allí parados, así que les preguntó: ‘¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajo?’. Le contestaron: ‘Porque nadie nos ha contratado’. Él les dijo: ‘Vayan ustedes también a la viña’” (Mateo 20:1-7).

      Al oír “el Reino de los cielos” y “el dueño de una propiedad”, es probable que los que lo escuchan piensen en Jehová. Las Escrituras lo describen como el dueño de una viña, que representa a la nación de Israel (Salmo 80:8, 9; Isaías 5:3, 4). Los que están bajo el pacto de la Ley son como los que trabajan en la viña. Pero Jesús no habla de algo que ya ocurrió, sino de algo que sucede durante su ministerio en la Tierra.

      En teoría, los líderes religiosos —como los fariseos que hace poco pusieron a prueba a Jesús preguntándole sobre el divorcio— trabajan para Dios, o le sirven, todo el tiempo. De modo que son como los trabajadores que pasan todo el día en la viña y esperan recibir un denario, el salario que se paga por una jornada completa.

      Los sacerdotes y otros líderes religiosos creen que los judíos comunes sirven a Dios menos que ellos, como si trabajaran en la viña de Dios solo media jornada. Estos son los trabajadores de la historia a los que se contrata “cerca de la hora tercera” (las nueve de la mañana) o más tarde: en “la hora sexta”, en “la hora novena” y por último en “la hora undécima” (las cinco de la tarde).

      A los hombres y las mujeres que siguen a Jesús se los considera “gente maldita” (Juan 7:49). Han dedicado la mayor parte de su vida a la pesca o a otras ocupaciones. Entonces, aproximadamente en octubre del año 29, “el dueño de la viña” envió a Jesús para que llamara a estas personas humildes con el fin de que trabajaran para Dios como discípulos de Cristo. Son los “últimos” que menciona Jesús, los trabajadores a los que se contrata en “la hora undécima”.

      Jesús concluye explicando lo que sucede al final del día: “Cuando anocheció, el dueño de la viña le dijo a su encargado: ‘Llama a los trabajadores y págales. Empieza por los últimos y termina por los primeros’. Cuando se presentaron los trabajadores de la hora undécima, cada uno de ellos recibió un denario. Por eso los primeros, cuando se presentaron, esperaban recibir más, pero a ellos también se les pagó un denario. Al recibirlo, empezaron a quejarse del dueño de la propiedad y le dijeron: ‘¡Estos últimos han trabajado apenas una hora y tú los tratas igual que a nosotros, que hemos soportado el peso del día y el calor abrasador!’. Pero él le respondió a uno de ellos: ‘Amigo, yo no me he portado mal contigo. Quedamos en que te pagaría un denario, ¿no es cierto? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle al último lo mismo que a ti. ¿Acaso no tengo derecho a hacer lo que quiera con lo que es mío? ¿O es que tienes envidia porque soy generoso con ellos?’. Así, los últimos serán primeros y los primeros serán últimos” (Mateo 20:8-16).

      Tal vez los discípulos se pregunten qué significa la parte final de la historia. ¿En qué sentido serán “últimos” los líderes religiosos judíos, que se consideran los “primeros”? ¿Y por qué serán los “primeros” los discípulos de Jesús?

      Los discípulos de Jesús, a los que los fariseos y otros ven como los “últimos”, serán los “primeros” que recibirán el salario completo. Tras la muerte de Jesús, Dios rechazará a la nación de Israel y escogerá a una nueva, “el Israel de Dios” (Gálatas 6:16; Mateo 23:38). Juan el Bautista se refirió a los que formarían parte de esta nueva nación cuando dijo que en el futuro habría un bautismo con espíritu santo. Los que han sido “últimos” serán los primeros que recibirán este bautismo y el privilegio de ser testigos de Jesús “hasta la parte más lejana de la tierra” (Hechos 1:5, 8; Mateo 3:11). Aunque los discípulos no comprendan del todo el gran cambio del que habla Jesús, es posible que se den cuenta de que les espera una fuerte oposición de los líderes religiosos, quienes pasan a ser “últimos”.

  • Los apóstoles de nuevo quieren prominencia
    Jesús: el camino, la verdad y la vida
    • Salomé se acerca a Jesús y le pide un favor en nombre de sus hijos

      CAPÍTULO 98

      Los apóstoles de nuevo quieren prominencia

      MATEO 20:17-28 MARCOS 10:32-45 LUCAS 18:31-34

      • JESÚS VUELVE A PREDECIR SU MUERTE

      • CORRIGE A LOS APÓSTOLES POR SU DESEO DE PROMINENCIA

      Jesús y sus discípulos siguen viajando por Perea hacia el sur y ahora cruzan el río Jordán cerca de Jericó. Les falta poco para llegar a Jerusalén. Otras personas viajan con ellos para la celebración de la Pascua del año 33.

      Jesús va delante de los discípulos, decidido a llegar a la ciudad a tiempo para la Pascua. Pero los discípulos tienen miedo, pues no hace mucho, cuando Lázaro murió y Jesús se disponía a ir de Perea a Judea, Tomás les había dicho a los demás: “Vayamos nosotros también y muramos con él” (Juan 11:16, 47-53). Así que ir a Jerusalén es arriesgado, y es normal que los discípulos estén asustados.

      Con el fin de prepararlos para lo que viene, Jesús lleva a sus apóstoles aparte y les dice: “Estamos subiendo a Jerusalén, y allí el Hijo del Hombre va a ser entregado a los sacerdotes principales y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a hombres de las naciones, que se burlarán de él, le darán latigazos y lo ejecutarán en un madero; y al tercer día será resucitado” (Mateo 20:18, 19).

      Esta es la tercera vez que Jesús les habla a sus discípulos sobre su muerte y resurrección (Mateo 16:21; 17:22, 23). Pero, en esta ocasión, les menciona que lo van a ejecutar en un madero. Aunque los discípulos lo están escuchando, no comprenden del todo lo que Jesús les quiere decir. Tal vez sea porque esperan que se restablezca el reino de Israel y desean disfrutar de gloria y honra en un reino terrestre con Cristo.

      Santiago y Juan

      La madre de los apóstoles Santiago y Juan, que probablemente es Salomé, también viaja con ellos. Debido al carácter impetuoso de estos dos apóstoles, Jesús les ha dado un nombre que significa “hijos del trueno” (Marcos 3:17; Lucas 9:54). Hace algún tiempo que ellos desean ocupar un lugar importante en el Reino de Cristo, y su madre lo sabe. Así que ella se acerca a Jesús y se inclina ante él para pedirle un favor en nombre de sus hijos. Entonces Jesús le pregunta: “¿Qué es lo que quieres?”. Ella le responde: “Manda que mis dos hijos se sienten contigo en tu Reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda” (Mateo 20:20, 21).

      En realidad, esta petición viene de Santiago y Juan. Así que Jesús, que acaba de describir la situación tan vergonzosa y humillante que le espera, les dice: “Ustedes no saben lo que están pidiendo. ¿Acaso pueden beber de la copa de la que yo estoy a punto de beber?”. Ellos le responden: “Sí podemos” (Mateo 20:22). Sin embargo, es probable que no comprendan lo que eso implica para ellos.

      A pesar de todo, Jesús les dice: “Sí, ustedes van a beber de mi copa, pero yo no soy el que dice quiénes van a sentarse a mi derecha y a mi izquierda. Esos lugares son para aquellos para quienes mi Padre los ha preparado” (Mateo 20:23).

      Al enterarse de lo que han pedido Santiago y Juan, los otros 10 apóstoles se molestan mucho. Quizás Santiago y Juan expresaron sin rodeos sus ambiciones cuando los apóstoles discutieron anteriormente sobre quién era el más importante (Lucas 9:46-48). Sea como sea, esta petición demuestra que ninguno de los 12 apóstoles ha aplicado el consejo de Jesús de portarse como uno de los menores. Siguen teniendo el deseo de destacar.

      Así que Jesús decide corregir este desacuerdo y la situación desagradable que está creando. Llama a los 12 apóstoles y les aconseja con bondad: “Saben que los que parecen gobernar a las naciones dominan al pueblo y que sus hombres importantes tienen autoridad sobre la gente. Entre ustedes no debe ser así. Más bien, el que quiera llegar a ser grande entre ustedes tiene que servir a los demás y el que quiera ser el primero entre ustedes tiene que ser el esclavo de todos” (Marcos 10:42-44).

      A continuación, Jesús les menciona que deben imitar el ejemplo que él mismo les ha puesto. Les dice: “El Hijo del Hombre [...] no vino para que le sirvieran, sino para servir a los demás y para dar su vida como rescate a cambio de muchas personas” (Mateo 20:28). Jesús lleva unos tres años sirviendo a los demás, y lo hará hasta el punto de morir por la humanidad. De modo que sus discípulos deben tener esa misma actitud. Deben estar dispuestos a servir en vez de que les sirvan y portarse como uno de los más pequeños en vez de desear una posición prominente.

  • Jesús cura a dos ciegos y ayuda a Zaqueo
    Jesús: el camino, la verdad y la vida
    • Zaqueo subido a un árbol

      CAPÍTULO 99

      Jesús cura a dos ciegos y ayuda a Zaqueo

      MATEO 20:29-34 MARCOS 10:46-52 LUCAS 18:35-19:10

      • JESÚS CURA A DOS CIEGOS EN JERICÓ

      • UN COBRADOR DE IMPUESTOS LLAMADO ZAQUEO SE ARREPIENTE

      Jesús y los que viajan con él llegan a Jericó, que está aproximadamente a un día de camino de Jerusalén. Jericó está formada por dos partes: la ciudad antigua y la ciudad nueva, que está a casi dos kilómetros (una milla) de distancia y fue construida en la época romana. Cuando Jesús y la multitud que lo sigue van de una parte de la ciudad a la otra, dos mendigos ciegos oyen el alboroto. Uno de ellos se llama Bartimeo.

      Cuando Bartimeo y su compañero se enteran de que Jesús está pasando por ahí, empiezan a gritar: “¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros!” (Mateo 20:30). Algunos los regañan y les ordenan que se callen, pero ellos gritan aún más fuerte. Al oírlos, Jesús se detiene y les pide a sus acompañantes que llamen a estos hombres que están gritando. Ellos se acercan a los mendigos y le dicen a uno: “¡Ánimo! Levántate, que te está llamando” (Marcos 10:49). El ciego, emocionado, se quita rápidamente el manto, se pone de pie de un salto y va hacia Jesús.

      Jesús cura a un hombre ciego

      Entonces Jesús les pregunta: “¿Qué quieren que haga por ustedes?”. Ellos le suplican: “Señor, que se nos abran los ojos” (Mateo 20:32, 33). Jesús se compadece de ellos, les toca los ojos y le dice a uno: “Vete, tu fe te ha curado” (Marcos 10:52). En ese momento, los ciegos recuperan la vista y de inmediato comienzan a glorificar a Dios. Al ver esto, todo el pueblo también alaba a Jehová, y los dos hombres empiezan a seguir a Jesús.

      Mientras Jesús cruza la ciudad de Jericó, muchísimas personas lo siguen. Todos quieren ver al que ha curado a los ciegos. Pero, como Jesús está totalmente rodeado de gente, algunos ni siquiera pueden verlo. Esto es lo que le ocurre a Zaqueo, el jefe de los cobradores de impuestos de Jericó y sus alrededores. Como es de baja estatura, no puede ver lo que está pasando, así que se adelanta y se sube a un sicómoro o higuera moral que está en el camino por donde va a pasar Jesús. Desde allí, puede ver todo mejor. Cuando Jesús se acerca y ve a Zaqueo subido al árbol, le dice: “Zaqueo, baja enseguida, que hoy tengo que quedarme en tu casa” (Lucas 19:5). Zaqueo baja y corre a su casa para recibir a su invitado de honor.

      Cuando la gente ve lo que está pasando, empieza a murmurar. No les parece bien que Jesús vaya a la casa de un hombre que ellos consideran pecador, ya que Zaqueo se ha hecho rico presionando a los que les cobra impuestos para que le den más dinero del debido.

      Al ver a Jesús entrar en la casa de Zaqueo, la gente protesta: “Fue a hospedarse en la casa de un pecador”. Sin embargo, Jesús cree que Zaqueo puede arrepentirse, y eso es precisamente lo que ocurre. Zaqueo se levanta y dice: “Mira, Señor, les voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y todo lo que conseguí extorsionando a los demás lo devolveré multiplicado por cuatro” (Lucas 19:7, 8).

      Sin duda, eso es una prueba clara de que Zaqueo está arrepentido de corazón. Parece que, por sus registros, puede calcular cuánto les ha cobrado de más a algunos judíos y se compromete a devolverles cuatro veces esa cantidad. Eso es incluso más de lo que la Ley exige (Éxodo 22:1; Levítico 6:2-5). Y no solo eso. Zaqueo promete darles a los pobres la mitad de sus posesiones.

      Jesús se alegra de que Zaqueo demuestre que está arrepentido y dice: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque él también es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lucas 19:9, 10).

      No hace mucho que Jesús explicó la parábola del hijo perdido para referirse a la situación de quienes se han alejado de Jehová (Lucas 15:11-24). Ahora, indica que tenemos un ejemplo de la vida real de alguien que estaba perdido pero que ha sido encontrado. Aunque los líderes religiosos y sus seguidores critican a Jesús por prestar atención a personas como Zaqueo, Jesús sigue buscando a estos hijos perdidos de Abrahán para ayudarlos a arrepentirse.

  • La parábola de las 10 minas
    Jesús: el camino, la verdad y la vida
    • Un esclavo le devuelve su mina a su dueño

      CAPÍTULO 100

      La parábola de las 10 minas

      LUCAS 19:11-28

      • EL EJEMPLO DE JESÚS SOBRE LAS 10 MINAS

      Aunque Jesús tiene la intención de ir a Jerusalén, puede que siga con sus discípulos en la casa de Zaqueo. Ellos creen que Jesús pronto empezará a gobernar como Rey del “Reino de Dios” (Lucas 19:11). Como no logran entender este asunto ni que Jesús tiene que morir, él les pone un ejemplo para ayudarlos a comprender que todavía falta mucho tiempo para que llegue el Reino.

      Les dice: “Un hombre de familia noble viajó a una tierra lejana para asegurarse la posición de rey y después regresar” (Lucas 19:12). Un viaje así tomaría mucho tiempo. Evidentemente, Jesús es el “hombre de familia noble” que viaja a “una tierra lejana”, es decir, el cielo. Allí, su Padre lo nombrará Rey.

      En el ejemplo, el “hombre de familia noble” llama a 10 esclavos antes de irse y a cada uno le da una mina de plata. Entonces les dice: “Negocien con ellas hasta que yo venga” (Lucas 19:13). Una mina de plata es una importante cantidad de dinero, pues equivale a la paga de más de tres meses de un agricultor.

      Es posible que los discípulos se den cuenta de que son como los 10 esclavos del ejemplo, ya que Jesús los ha comparado antes a trabajadores de una cosecha (Mateo 9:35-38). Claro, él no les pide que recojan la cosecha de algún cereal. Más bien, quiere que hagan discípulos que también formen parte del Reino de Dios. Para ello, los discípulos usan el tiempo, las energías y los recursos económicos que tienen.

      ¿Qué más enseña Jesús con este ejemplo? Les explica que la gente del país odiaba al hombre de familia noble “y enviaron un grupo de embajadores a decir: ‘No queremos que este hombre llegue a ser rey sobre nosotros’” (Lucas 19:14). Los discípulos saben que los judíos no aceptan a Jesús y que algunos hasta quieren matarlo. Después de que Jesús muere y regresa al cielo, la mayoría de los judíos persiguen a sus discípulos, mostrando así lo que opinan de él. Estos enemigos de Jesús dejan claro que no lo quieren como Rey (Juan 19:15, 16; Hechos 4:13-18; 5:40).

      ¿Cómo usan los 10 esclavos las minas hasta que el “hombre de familia noble” es nombrado rey y regresa? Jesús continúa diciendo: “Cuando por fin volvió después de asegurarse la posición de rey, reunió a los esclavos a los que les había dado el dinero para averiguar cuánto habían ganado haciendo negocios. Se acercó el primero y le dijo: ‘Señor, tu mina produjo 10 minas’. El rey le contestó: ‘¡Bien hecho, buen esclavo! Como has sido fiel en un asunto tan pequeño, tendrás autoridad sobre 10 ciudades’. Luego vino el segundo y le dijo: ‘Tu mina, Señor, produjo 5 minas’. A este le contestó igual: ‘Tú tendrás a tu cargo 5 ciudades’” (Lucas 19:15-19).

      Si los discípulos se dan cuenta de que son como los esclavos que usan sus posesiones al máximo para hacer más discípulos, pueden estar seguros de que Jesús estará contento y premiará su duro trabajo. Es cierto que no todos tienen las mismas circunstancias, oportunidades o habilidades. Sin embargo, Jesús, que llegará a ocupar “la posición de rey”, tendrá en cuenta sus esfuerzos y lealtad en la obra de hacer discípulos y los bendecirá (Mateo 28:19, 20).

      Fijémonos ahora en el contraste que hace Jesús al concluir su relato: “Pero vino otro y le dijo: ‘Señor, aquí está tu mina, que tuve escondida en un pañuelo. Es que yo te tenía miedo porque eres un hombre severo; retiras lo que no depositaste y cosechas lo que no sembraste’. El rey le contestó: ‘Por tus propias palabras te juzgo, esclavo malvado. ¿Conque sabías que yo soy un hombre severo, que retiro lo que no deposité y cosecho lo que no sembré? Entonces, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Así, al venir yo, lo habría recuperado con intereses’. Y les dijo a los que estaban allí: ‘Quítenle la mina y dénsela al que tiene las 10 minas’” (Lucas 19:20-24).

      Este esclavo pierde su mina porque no se esfuerza por aumentar la riqueza de su amo. Los apóstoles esperan que Jesús sea Rey del Reino de Dios. Por eso, al oír sus palabras sobre este último esclavo, probablemente entienden que, si no trabajan duro, no formarán parte del Reino.

      Sin duda, lo que dice Jesús debe animar a los discípulos fieles a esforzarse más. A continuación, añade: “Les digo que a todo el que tiene se le dará más, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”. Después explica que sus enemigos, que no quieren que él llegue a ser “rey sobre ellos”, serán destruidos. Entonces, Jesús sigue su viaje hacia Jerusalén (Lucas 19:26-28).

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