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  • ¡Jesús está vivo!
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Mientras tanto, las otras mujeres van apresuradas a decir a los discípulos que Jesús ha sido resucitado, tal como los ángeles les mandaron que hicieran. Mientras corren lo más rápido posible, Jesús se encuentra con ellas y les dice: “¡Buenos días!”. Ellas caen a sus pies y le rinden homenaje. Entonces Jesús dice: “¡No teman! Vayan, informen a mis hermanos, para que se vayan a Galilea; y allí me verán”.

  • ¡Jesús está vivo!
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Entonces se vuelve y ve a alguien que pregunta de nuevo: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Y este también pregunta: “¿A quién buscas?”.

      Imaginándose que es el hortelano del jardín donde está la tumba, ella le dice: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo quitaré”.

      “¡María!”, dice aquella persona. E inmediatamente ella sabe, por la manera como él le habla, que es Jesús. “¡Rab·bó·ni!” (que significa: “¡Maestro!”), exclama. Entonces, con muchísimo gozo, se ase de él. Pero Jesús le dice: “Deja de colgarte de mí. Porque todavía no he ascendido al Padre. Pero ponte en camino a mis hermanos y diles: ‘Asciendo a mi Padre y Padre de ustedes y a mi Dios y Dios de ustedes’”.

  • Otras apariciones
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Otras apariciones

      LOS discípulos todavía están abatidos. No comprenden el significado de que la tumba esté vacía, ni creen los informes que han dado las mujeres. Por eso, más tarde ese domingo Cleopas y otro discípulo salen de Jerusalén en dirección a Emaús, que está a unos 11 kilómetros (7 millas) de distancia.

      En el camino, mientras van considerando los sucesos del día, se une a ellos un desconocido. “¿Qué asuntos son estos que consideran entre ustedes mientras van andando?”, pregunta él.

      Los discípulos se detienen, cabizbajos, y Cleopas responde: “¿Moras tú solo como forastero en Jerusalén y por eso no sabes las cosas que han ocurrido en ella en estos días?”. Él pregunta: “¿Qué cosas?”.

      “Las cosas respecto a Jesús el Nazareno”, responden. “Lo entregaron nuestros sacerdotes principales y gobernantes a sentencia de muerte y lo fijaron en un madero. Pero nosotros esperábamos que este fuera el que estaba destinado a librar a Israel.”

      Cleopas y su compañero explican los acontecimientos asombrosos del día —el informe de la vista sobrenatural de ángeles y la tumba vacía— pero entonces admiten que están perplejos respecto al significado de estas cosas. El desconocido los reprende con estas palabras: “¡Oh insensatos y lentos de corazón para creer en todas las cosas que hablaron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo sufriera estas cosas y entrara en su gloria?”. Entonces pasa a interpretarles pasajes del texto sagrado referentes al Cristo.

      Por fin se acercan a Emaús, y el extraño hace como que va a seguir de viaje. Porque desean oír más, los discípulos insisten: “Quédate con nosotros, porque casi anochece”. Así que él se queda para comer con ellos. Cuando ora y parte el pan y lo da a ellos, reconocen que en realidad es Jesús en un cuerpo humano materializado. Pero entonces él desaparece.

      ¡Ahora comprenden por qué sabía tanto el extraño! “¿No nos ardía el corazón —se preguntan— cuando él venía hablándonos por el camino, cuando nos estaba abriendo por completo las Escrituras?” Sin demora se levantan y regresan apresuradamente a Jerusalén, donde hallan a los apóstoles y a los que se han congregado con ellos. Antes de que Cleopas y su compañero puedan decir algo, los demás informan con entusiasmo: “¡Es un hecho que el Señor ha sido levantado y se ha aparecido a Simón!”. Entonces los dos cuentan que Jesús también se les apareció a ellos. Esta es la cuarta vez durante este día que él se ha aparecido a diferentes discípulos suyos.

      De repente Jesús se les aparece por quinta vez. Aunque las puertas están aseguradas con cerradura por el temor de los discípulos a los judíos, él entra y se presenta de pie allí en medio de ellos y les dice: “Tengan paz”. Ellos quedan aterrados, pues se imaginan que contemplan un espíritu. Por eso, explicando que no es un fantasma, Jesús les dice: “¿Por qué están perturbados, y por qué se suscitan dudas en su corazón? Vean mis manos y mis pies, que soy yo mismo; pálpenme y vean, porque un espíritu no tiene carne y huesos así como contemplan que yo tengo”. Con todo, se les hace difícil creer.

      Para ayudarles a captar el hecho de que en realidad es Jesús, él les pregunta: “¿Tienen ahí algo de comer?”. Después de aceptar un pedazo de pescado asado y comérselo, él dice: “Estas son mis palabras que les hablé mientras todavía estaba con ustedes [antes de mi muerte], que todas las cosas escritas en la ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos acerca de mí tenían que cumplirse”.

      Mientras sigue hablando —lo que en realidad equivale a tener un estudio bíblico con ellos— Jesús les enseña: “De esta manera está escrito que el Cristo sufriría y se levantaría de entre los muertos al tercer día, y sobre la base de su nombre se predicaría arrepentimiento para perdón de pecados en todas las naciones... comenzando desde Jerusalén, ustedes han de ser testigos de estas cosas”.

      Por alguna razón Tomás no está presente en esta reunión tan importante el domingo por la tarde. Por lo tanto, durante los días siguientes los otros discípulos le dicen gozosamente: “¡Hemos visto al Señor!”.

      “A menos que vea en sus manos la impresión de los clavos —objeta Tomás— y meta mi dedo en la impresión de los clavos y meta mi mano en su costado, de ninguna manera creeré.”

      Ahora bien, ocho días después los discípulos están reunidos dentro otra vez. Ahora Tomás está con ellos. Aunque las puertas están aseguradas con cerradura, Jesús de nuevo se presenta de pie en medio de ellos y les dice: “Tengan paz”. Entonces se vuelve hacia Tomás y le extiende esta invitación: “Pon tu dedo aquí, y ve mis manos, y toma tu mano y métela en mi costado, y deja de ser incrédulo”.

      “¡Mi Señor y mi Dios!”, exclama Tomás.

      “¿Porque me has visto has creído?”, pregunta Jesús. “Felices son los que no ven y sin embargo creen.” (Lucas 24:11, 13-48; Juan 20:19-29.)

  • En el mar de Galilea
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • En el mar de Galilea

      LOS apóstoles entonces regresan a Galilea, según las instrucciones que han recibido de Jesús. Pero no están seguros de lo que deben hacer allí. Algún tiempo después Pedro dice a Tomás, Natanael, Santiago y el hermano de este, Juan, y a otros dos apóstoles: “Voy a pescar”.

      “Vamos también nosotros contigo”, responden los seis.

      En toda la noche no pescan nada. Sin embargo, justamente al amanecer Jesús aparece en la playa, pero los apóstoles no disciernen que es Jesús. Él clama: “Niñitos, no tienen nada de comer, ¿verdad?”.

      “¡No!”, claman ellos en respuesta desde la barca.

      “Echen la red al lado derecho de la barca, y hallarán”, les dice él. Y cuando hacen esto, no pueden sacar la red a causa de la multitud de peces.

      “¡Es el Señor!”, grita Juan.

      Al oír esto, Pedro se ciñe su prenda de vestir exterior, porque se ha quitado la ropa, y se lanza al mar. Entonces nada unos 90 metros (100 yardas) hasta la playa. Los demás apóstoles le siguen en la barquilla, arrastrando la red llena de peces.

      Cuando llegan a tierra, hay un fuego de carbón, con pescado puesto encima, y hay pan. “Traigan de los peces que acaban de pescar”, les dice Jesús. Pedro sube a la barca y hala a tierra la red. ¡Contiene 153 grandes peces!

      “Vengan, desayúnense”, les invita Jesús.

      Nadie tiene el ánimo de preguntar: “Tú, ¿quién eres?”, porque todos ellos saben que es Jesús. Esta es la séptima vez que se aparece desde su resurrección, y la tercera vez que se aparece a los apóstoles como grupo. Jesús pasa a servir el desayuno, y da a cada uno pan y pescado.

      Cuando terminan de comer, Jesús, probablemente mirando hacia la gran cantidad de pescados, pregunta a Pedro: “Simón hijo de Juan, ¿me amas más que a estos?”. Puede que quiera decir: ¿Estás más apegado al negocio de la pesca que a la obra para la cual te he preparado?

      “Tú sabes que te tengo cariño”, responde Pedro.

      “Apacienta mis corderos”, contesta Jesús.

      De nuevo, por segunda vez, le pregunta: “Simón hijo de Juan, ¿me amas?”.

      “Sí, Señor, tú sabes que te tengo cariño”, contesta Pedro con ardor de sinceridad.

      “Pastorea mis ovejitas”, ordena otra vez Jesús.

      Entonces, por tercera vez, le pregunta: “Simón hijo de Juan, ¿me tienes cariño?”.

      Pedro ahora se contrista. Puede que se esté preguntando si Jesús duda de su lealtad. Después de todo, poco tiempo atrás, cuando Jesús fue sometido a juicio por su vida, Pedro lo negó tres veces. Por lo tanto Pedro dice: “Señor, tú sabes todas las cosas; tú bien sabes que te tengo cariño”.

      “Apacienta mis ovejitas”, ordena Jesús por tercera vez.

      Así Jesús se vale de Pedro para, por medio de él, recalcar a los demás la obra que él quiere que efectúen. Pronto él partirá de la Tierra, y quiere que ellos tomen la delantera en ministrar a los que entren en el aprisco de Dios.

      Jesús pasa ahora a revelar que tal como él fue atado y ejecutado por hacer la obra que Dios le encargó, así Pedro sufrirá una experiencia similar. “Cuando eras más joven —le dice Jesús—, tú mismo te ceñías y andabas por donde querías. Pero cuando envejezcas extenderás las manos y otro te ceñirá y te cargará a donde no desees.” A pesar de la muerte de mártir que le espera a Pedro, Jesús le exhorta: “Continúa siguiéndome”.

      Volviéndose, Pedro ve a Juan y pregunta: “Señor, ¿qué hará este?”.

      “Si es mi voluntad que él permanezca hasta que yo venga —contesta Jesús—, ¿en qué te incumbe eso? Tú continúa siguiéndome.” Muchos de los discípulos llegaron a creer que estas palabras de Jesús significaban que el apóstol Juan nunca moriría. Sin embargo, como más tarde explicó el apóstol Juan, Jesús no dijo que Juan no moriría; Jesús simplemente dijo: “Si es mi voluntad que él permanezca hasta que yo venga, ¿en qué te incumbe eso?”.

      Después Juan hizo también esta significativa observación: “Hay, de hecho, muchas otras cosas también que Jesús hizo, que, si se escribieran alguna vez en todo detalle, supongo que el mundo mismo no podría contener los rollos que se escribieran”. (Juan 21:1-25; Mateo 26:32; 28:7, 10.)

  • Apariciones finales, y el Pentecostés de 33 E.C.
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Apariciones finales, y el Pentecostés de 33 E.C.

      EN ALGÚN momento Jesús concierta reunirse con sus 11 apóstoles en una montaña de Galilea. Parece que se menciona la reunión a otros discípulos, y el resultado es que se reúne un grupo de más de 500 personas. ¡Qué feliz asamblea resulta ser esta cuando Jesús se aparece y empieza a enseñarles!

      Entre otras cosas Jesús explica al gran grupo que Dios le ha dado toda autoridad en el cielo y en la Tierra. “Vayan, por lo tanto —exhorta—, y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado.”

      ¡Imagínese eso! Todos —hombres, mujeres y niños— reciben esta misma comisión de participar en la obra de hacer discípulos. Los opositores tratarán de detener su predicación y enseñanza, pero Jesús conforta al grupo de este modo: “¡Miren!, estoy con ustedes todos los días hasta la conclusión del sistema de cosas”. Jesús permanece con sus seguidores mediante el espíritu santo, para ayudarles a cumplir su ministerio.

      Jesús se manifiesta vivo a sus discípulos por un período de 40 días después de su resurrección. Durante estas apariciones les enseña acerca del Reino de Dios y recalca las responsabilidades que tienen como discípulos suyos. En cierta ocasión hasta se aparece a su medio hermano Santiago y convence a este, que no era creyente, de que Él es en verdad el Cristo.

      Mientras los apóstoles todavía están en Galilea, Jesús evidentemente les da la instrucción de regresar a Jerusalén. Cuando se reúne con ellos allí, les dice: “No se retiren de Jerusalén, sino sigan esperando lo que el Padre ha prometido, acerca de lo cual oyeron de mí; porque Juan, en verdad, bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en espíritu santo no muchos días después de esto”.

      Después Jesús se reúne de nuevo con sus apóstoles y los saca de la ciudad y los lleva hasta Betania, en la ladera oriental del monte de los Olivos. Es asombroso el hecho de que, a pesar de todo lo que Jesús ha dicho respecto a que pronto partirá hacia el cielo, ellos todavía creen que su Reino se establecerá en la Tierra. Por eso preguntan: “Señor, ¿estás restaurando el reino a Israel en este tiempo?”.

      En vez de tratar de corregir una vez más las ideas equivocadas de ellos, Jesús sencillamente contesta: “No les pertenece a ustedes adquirir el conocimiento de los tiempos o sazones que el Padre ha colocado en su propia jurisdicción”. Entonces, recalcando de nuevo la obra que tienen que hacer, dice: “Recibirán poder cuando el espíritu santo llegue sobre ustedes, y serán testigos de mí tanto en Jerusalén como en toda Judea, y en Samaria, y hasta la parte más distante de la tierra”.

      Mientras todavía están mirando, Jesús empieza a subir hacia el cielo, y entonces una nube lo oculta de la vista de ellos.

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