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Fin del odio mundialLa Atalaya 1995 | 15 de junio
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Se vence el odio en un campo de concentración
Max Liebster es un judío que sobrevivió al Holocausto. Aunque su apellido significa “amado”, ha visto muchísimo odio. Él nos relata lo que aprendió en la Alemania nazi sobre el amor y el odio.
“Me crié cerca de Mannheim (Alemania) durante los años treinta. En aquel entonces Hitler decía que todos los judíos eran ricos especuladores que explotaban a los alemanes. Lo cierto es que mi padre era solo un humilde zapatero. No obstante, debido a la influencia de la propaganda nazi, los vecinos empezaron a volverse contra nosotros. Cuando era adolescente, un vecino del pueblo me embadurnó la frente por la fuerza con sangre de cerdo. Este grave insulto fue solo un anticipo de lo que me esperaba. En 1939 la Gestapo me arrestó y confiscó todos mis bienes.
”Desde enero de 1940 hasta mayo de 1945 luché por sobrevivir en cinco diferentes campos de concentración: Sachsenhausen, Neuengamme, Auschwitz, Buna y Buchenwald. Mi padre, que también terminó en Sachsenhausen, murió durante el rigurosísimo invierno de 1940. Yo mismo llevé su cadáver al crematorio, donde había un montón de cuerpos en espera de ser incinerados. En total, ocho de mis familiares murieron en los campos.
”Los prisioneros odiaban a los kapos aun más que a los guardias de las SS. Los kapos eran prisioneros que cooperaban con las SS y así gozaban de ciertos favores. Se les ponía al cargo de la distribución de alimentos y también azotaban a otros prisioneros. Actuaban muchas veces injusta y arbitrariamente. Creo que tenía razón sobrada para odiar tanto a las SS como a los kapos; pero mi estancia en los campos me enseñó que el amor es más fuerte que el odio.
”La fortaleza de los testigos de Jehová que estaban prisioneros me convenció de que sus creencias se basaban en las Escrituras, de modo que me hice Testigo. Ernst Wauer, Testigo al que conocí en el campo de concentración de Neuengamme, me instó a cultivar la actitud mental de Cristo. La Biblia dice que ‘cuando lo estaban injuriando, no se puso a injuriar en cambio. Cuando estaba sufriendo, no se puso a amenazar, sino que siguió encomendándose al que juzga con justicia’. (1 Pedro 2:23.) Procuré hacer lo mismo: dejar la venganza en las manos de Dios, que es el Juez de todos.
”Los años que pasé en los campos me enseñaron que muchas veces la gente hace cosas malas por ignorancia. Ni siquiera todos los guardias de las SS eran malos: uno de ellos me salvó la vida. En cierta ocasión sufrí un ataque agudo de diarrea y quedé tan débil que no podía andar de mi trabajo al campo. Me habrían enviado a las cámaras de gas de Auschwitz a la mañana siguiente de no haber intercedido por mí el guardia, que era de la misma región de Alemania que yo. Me consiguió trabajo en la cafetería de las SS, donde pude descansar un poco hasta recobrarme. Cierto día me confesó: ‘Max, me parece estar en un tren sin frenos que viaja a mucha velocidad. Si salto, me mataré. Si me quedo, me estrellaré’.
”Esta gente necesitaba tanto amor como yo. De hecho, fue el amor y la compasión, junto con mi fe en Dios, lo que me permitió afrontar esas horribles condiciones y la amenaza diaria de ser ejecutado. No puedo decir que salí completamente ileso, pero las heridas emocionales fueron mínimas.”
El afecto y la bondad que todavía irradia Max cincuenta años después es testimonio elocuente de la veracidad de sus palabras.
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Fin del odio mundialLa Atalaya 1995 | 15 de junio
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[Fotografías en la página 7]
Los nazis tatuaron a Max Liebster un número en el brazo izquierdo
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