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    • Un conflicto de lealtades

      Al principio, Saúl le tenía mucho afecto a David y lo puso a cargo de su ejército. Pero, poco después, Saúl se dejó vencer por un enemigo que no había logrado dominar a Jonatán: la envidia. David obtuvo una victoria tras otra contra los enemigos de Israel, los filisteos. Por eso se ganó la alabanza y la admiración de la gente. Algunas mujeres israelitas incluso cantaron: “Saúl ha derribado sus miles, y David sus decenas de miles”. A Saúl no le gustó nada esa canción. El relato dice que Saúl miró a David con desconfianza desde ese día (1 Samuel 18:7, 9). Tenía miedo de que David intentara arrebatarle el trono. Pero eso no tenía ningún sentido. Es cierto que David sabía que iba a ser el siguiente rey, pero nunca pensó en quitarle el lugar a Saúl, el rey escogido por Jehová.

      Saúl planeó que David muriera en batalla, pero fracasó. David siguió obteniendo victorias y ganándose el aprecio de la gente. Después Saúl intentó que los miembros de su casa —todos sus siervos y su hijo mayor— participaran en un complot para matar a David. Imaginemos lo decepcionado que debió sentirse Jonatán al ver cómo actuaba su padre (1 Samuel 18:25-30; 19:1). Jonatán era un hijo leal, pero también era un amigo leal. ¿Qué haría ante ese conflicto de lealtades?

      Jonatán le dijo con valor a su padre: “No peque el rey contra su siervo David, pues él no ha pecado para contigo, y sus obras han sido muy buenas para contigo. Y procedió a poner su alma en la palma de su mano y a derribar al filisteo, de modo que Jehová ejecutó una gran salvación para todo Israel. Tú lo viste, y te entregaste al regocijo. ¿Por qué, pues, debes pecar contra sangre inocente, haciendo que se dé muerte a David sin causa?”. En un momento de sensatez, Saúl escuchó a su hijo e incluso juró que no le haría daño a David. Pero Saúl no era un hombre de palabra. Al ver que David lograba más triunfos, Saúl sintió tanta ira y envidia que le arrojó una lanza (1 Samuel 19:4-6, 9, 10). Pero David la esquivó y huyó de la corte de Saúl.

      ¿Ha tenido usted algún conflicto de lealtades? Puede ser una situación muy dolorosa. En esos casos, hay quien le dirá que la familia es lo más importante. Pero Jonatán sabía que eso no era lo correcto. ¿Cómo iba a ponerse del lado de su padre cuando David era un siervo de Jehová leal y obediente? Así que Jonatán dejó que su lealtad a Jehová guiara su decisión. Por eso defendió públicamente a David. Aunque para Jonatán la lealtad a Dios era lo más importante, también fue leal a su padre, pues lo aconsejó con franqueza en vez de decirle lo que él quería oír. Todos hacemos bien en imitar la manera en que Jonatán fue leal.

      El precio de la lealtad

      Jonatán volvió a intentar que su padre hiciera las paces con David, pero esta vez Saúl ni siquiera lo escuchó. David fue a ver a Jonatán a escondidas y le confesó que temía por su vida. Le dijo a su amigo: “Solo hay como un paso entre yo y la muerte”. Jonatán accedió a averiguar las intenciones de su padre y contarle a David si Saúl estaba dispuesto a arreglar la situación. Mientras David permanecía escondido, Jonatán le enviaría una señal con el arco y las flechas para indicarle la postura de Saúl. Jonatán solo le pidió a David que jurara cumplir la siguiente promesa: “No cortarás tu propia bondad amorosa de estar con mi casa hasta tiempo indefinido. Tampoco, cuando Jehová corte a los enemigos de David”. David prometió que siempre cuidaría y protegería a la familia de Jonatán (1 Samuel 20:3, 13-27).

      Jonatán trató de hablarle bien de David a Saúl, pero el rey se puso furioso. Llamó a Jonatán “hijo de criada rebelde” y le dijo que su lealtad a David era una vergüenza para la familia. A continuación, intentó despertar la ambición de su hijo: “Por el total de los días que el hijo de Jesé esté vivo sobre el suelo, tú y tu gobernación real no estarán firmemente establecidos”. Sin dejar que esas palabras lo afectaran, Jonatán volvió a preguntarle a su padre: “¿Por qué debe dársele muerte? ¿Qué ha hecho?”. Saúl estalló de rabia. A pesar de su edad, seguía siendo un guerrero fuerte. Le arrojó una lanza a su hijo y, por mucha habilidad que tuviera, falló. Jonatán se sintió ofendido y humillado, y se fue muy enojado (1 Samuel 20:24-34).

      Jonatán no cayó en la trampa de la ambición

      A la mañana siguiente, Jonatán salió al campo, cerca del lugar donde se escondía David. Entonces disparó una flecha de la manera que habían acordado para que David supiera que Saúl todavía quería matarlo. Después Jonatán mandó a su sirviente que regresara a la ciudad. Él y David se quedaron solos y pudieron hablar brevemente. Los dos lloraron, y Jonatán se despidió con tristeza de su joven amigo, que empezó una nueva vida como fugitivo (1 Samuel 20:35-42).

      Jonatán no cayó en la trampa de la ambición, sino que se mantuvo leal. A Satanás, el enemigo de todos los siervos de Dios, le habría encantado que Jonatán siguiera los pasos de Saúl y pusiera en primer lugar sus deseos de poder y gloria. Recordemos que Satanás intenta que los seres humanos se dejen llevar por sus inclinaciones egoístas. Esta táctica le funcionó con Adán y Eva, nuestros primeros padres (Génesis 3:1-6). Sin embargo, con Jonatán no le funcionó. Seguro que Satanás se sintió muy frustrado. ¿Evitará usted caer en esa misma trampa? El mundo en que vivimos está dominado por el egoísmo (2 Timoteo 3:1-5). ¿Imitaremos a Jonatán siendo leales y rechazando el egoísmo?

      Jonatán a punto de lanzar una flecha para advertir a David

      Jonatán fue un amigo leal y le envió una señal a David para protegerlo.

      “Muy agradable me fuiste”

      Con el tiempo, el odio que Saúl sentía por David se convirtió en una obsesión. El rey se comportaba como si estuviera loco, pues llegó a reunir a su ejército para que persiguiera a un hombre inocente por todo el país para matarlo, y Jonatán no podía hacer nada para evitarlo (1 Samuel 24:1, 2, 12-15; 26:20). ¿Participó Jonatán en aquella persecución? La Biblia no dice que Jonatán tomara parte en ninguna de estas campañas. Eso era algo impensable para él, ya que era leal a Jehová, a David y a su juramento de amistad.

  • Unidos por una gran amistad
    Ejemplos de fe
    • Está claro que David había aprendido mucho de la lealtad y el honor de Jonatán, quien no abandonó a su amigo ni siquiera en momentos muy difíciles. ¿Y nosotros? ¿Buscaremos amigos que sean como Jonatán? ¿Seremos esa clase de amigos? Si queremos conseguirlo, debemos ayudar a nuestros amigos a fortalecer su fe en Jehová, poner en primer lugar nuestra lealtad a Dios y seguir siendo leales en vez de pensar solo en lo que nos conviene. Así imitaremos el ejemplo de fe de Jonatán.

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