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  • Las fascinantes crónicas de Josefo
    La Atalaya 1994 | 15 de marzo
    • Obras de Flavio Josefo

      El texto más antiguo de Josefo se titula La guerra de los judíos. Se cree que redactó los siete libros de este relato con objeto de ofrecer a los israelitas una descripción viva de la supremacía romana que los disuadiera de rebelarse en el futuro. En estos escritos hace un repaso minucioso de la historia judía desde la conquista de Jerusalén por Antíoco Epífanes (siglo II a.E.C.) hasta la turbulenta revuelta del año 67 E.C. A continuación narra la guerra que culminó en el año 73 E.C.

      Otra de sus obras, Antigüedades Judías, es una historia de los hebreos en veinte libros. Toma el Génesis y la creación como punto de partida y prosigue hasta el estallido de la guerra con Roma. Josefo sigue escrupulosamente el orden de las narraciones bíblicas, a las que añade interpretaciones tradicionales y otros comentarios.

      Además, escribió una autobiografía, que lleva el lacónico título de Vida. En ella procura justificar la postura que mantuvo durante la guerra y acallar las acusaciones que había lanzado contra él Justo de Tiberíades. En los dos libros que componen Contra Apión, su cuarta obra, defiende a los judíos de las falsedades que se les imputaban.

      Esclarece la Palabra de Dios

      No cabe duda de que gran parte de la historia que presenta Josefo es exacta. En su obra Contra Apión explica que los judíos nunca aceptaron los libros apócrifos como parte de las Escrituras inspiradas. Además, atestigua la exactitud y armonía interna de las divinas escrituras: “Entre nosotros no hay multitud de libros que discrepen y [disientan] entre sí; sino solamente veintidós libros, [que equivalen a nuestra división actual de las Escrituras en 39 libros,] que abarcan la historia de todo tiempo y que, con razón, se consideran divinos”.

      En las Antigüedades Judías añade al relato bíblico un detalle de interés. Dice que “Isaac tenía veinticinco años de edad” cuando Abrahán lo ató de manos y pies con intención de inmolarlo. Según Josefo, después de ayudarle a construir el altar, Isaac dijo que “no habría merecido haber nacido si rechazase la decisión de Dios y de su padre [...]. Y se dirigió inmediatamente al altar para ser sacrificado”.

      Por otra parte, Josefo agrega algunos detalles al relato bíblico sobre la salida de Israel del antiguo Egipto: “Los perseguidores tenían seiscientos carros y eran cincuenta mil hombres a caballo y doscientos mil a pie, todos armados”. También añade otro dato de interés: “Cuando Samuel tuvo doce años de edad comenzó a profetizar. Una vez que estaba durmiendo Dios lo llamó por nombre”. (Compárese con 1 Samuel 3:2-21.)

      En otras obras aclara detalles referentes a impuestos, leyes y sucesos diversos. Llama Salomé a la mujer que bailó en el festejo de Herodes y pidió la cabeza de Juan el Bautizante. (Marcos 6:17-26.) La mayoría de los datos que tenemos sobre el linaje de los Herodes los recopiló Josefo. Hasta comenta que Herodes “sentía el peso de los años y que lo ocultaba tiñéndose de negro el cabello”.

      La gran rebelión antirromana

      Tan solo treinta y tres años después de que Jesús la pronunció, comenzó a cumplirse la profecía acerca de Jerusalén y su templo. Las facciones radicales judías de Jerusalén estaban totalmente decididas a sacudirse el yugo romano. En el año 66 E.C., los informes a este respecto llevaron a la movilización y envío de legiones romanas acaudilladas por Cestio Galo, gobernador de Siria. Tenían la misión de sofocar la rebelión y castigar a los culpables. Tras hacer estragos en los arrabales de Jerusalén, los soldados de Cestio acamparon en torno a la ciudad amurallada. Para protegerse del enemigo, emplearon el método del testudo o tortuga: unieron los escudos formando algo parecido al caparazón de una tortuga. Josefo atestigua su eficacia: “Se deslizaban las flechas sin dañar, y [...] los soldados pudieron, sin riesgo, minar la muralla y prepararse para pegar fuego a la puerta del Templo”.

      “Cestio —prosigue Josefo— retiró repentinamente sus tropas [...] y sin razones valederas abandonó la ciudad.” Aunque seguramente Josefo no pretendía glorificar al Hijo de Dios, hizo relación del mismo suceso que los cristianos de Jerusalén habían estado esperando: el cumplimiento de la profecía de Jesucristo. Años antes, el Hijo de Dios había dado esta advertencia: “Cuando vean a Jerusalén cercada de ejércitos acampados, entonces sepan que la desolación de ella se ha acercado. Entonces los que estén en Judea echen a huir a las montañas, y los que estén en medio de Jerusalén retírense, y los que estén en los lugares rurales no entren en ella; porque estos son días para hacer justicia, para que se cumplan todas las cosas que están escritas”. (Lucas 21:20-22.) En conformidad con las instrucciones de Jesús, sus fieles seguidores se apresuraron a huir de la ciudad, permanecieron lejos de allí y se libraron del terrible sufrimiento que le sobrevino.

      Cuando los ejércitos romanos regresaron en el año 70 E.C., Josefo escribió un relato detallado y realista de las consecuencias. El general Tito, el hijo mayor de Vespasiano, marchó a conquistar Jerusalén y su grandioso templo. En la ciudad luchaban varias facciones por el poder. Recurrían a medidas drásticas que resultaban en baños de sangre. “En vista de los males internos, [algunos] deseaban la entrada de los romanos”, con idea de que la guerra “los libraría de tantas calamidades domésticas”, explicó Josefo. Llamó a los insurgentes “ladrones” que destruían las propiedades de los opulentos y asesinaban a las personalidades sospechosas de colaborar con los romanos.

      La vida degeneró a un grado increíble durante la guerra civil, llegándose a dejar insepultos a los difuntos. “Los sediciosos luchaban sobre montones de cadáveres, y los muertos que pisoteaban avivaban su furor.” Saqueaban y asesinaban para obtener comida y riquezas. Los lamentos de los afligidos eran incesantes.

  • Las fascinantes crónicas de Josefo
    La Atalaya 1994 | 15 de marzo
    • Merece destacarse que el término “teocracia” parece haber sido acuñado por Josefo. Escribió que la nación judía era un “estado teocrático [literalmente, “una teocracia”]” y dio la siguiente definición del vocablo: “Consiste en atribuir a Dios la autoridad y el poder”.

      Aunque Josefo no afirmó nunca ser cristiano ni escribió por inspiración de Dios, sus fascinantes crónicas son una valiosa aportación al esclarecimiento de la historia.

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