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Jesús envía a los 70El hombre más grande de todos los tiempos
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Jesús envía a los 70
ES EL otoño de 32 E.C., y han pasado tres años completos desde el bautismo de Jesús. Él y sus discípulos han asistido poco tiempo atrás a la fiesta de los Tabernáculos en Jerusalén, y parece que todavía están cerca de esa ciudad. De hecho, Jesús pasa la mayor parte de los seis meses restantes de su ministerio o en Judea o precisamente al otro lado del río Jordán en el distrito de Perea. Este territorio tiene que atenderse también.
Es verdad que, después de la Pascua de 30 E.C., Jesús pasó unos ocho meses predicando en Judea. Pero después que los judíos trataron de matarlo allí en la Pascua de 31 E.C. pasó un año y medio enseñando casi exclusivamente en Galilea. Durante ese tiempo desarrolló algo que no había tenido antes: una organización grande y bien adiestrada de predicadores. Por eso, ahora lanza una campaña final de testificación intensa en Judea.
Para comenzar esta campaña, Jesús selecciona 70 discípulos y los envía de dos en dos. Así, en total hay 35 pares de predicadores del Reino para abarcar el territorio. Estos van por adelantado a toda ciudad y lugar adonde Jesús tiene planes de ir, evidentemente acompañado de sus apóstoles.
En vez de enviar a los 70 a las sinagogas, Jesús les dice que entren en los hogares particulares, y explica: “Dondequiera que entren en una casa, digan primero: ‘Tenga paz esta casa’. Y si hay allí un amigo de la paz, la paz de ustedes descansará sobre él”. ¿Qué mensaje llevarán? “Sigan diciéndoles —dice Jesús—: ‘El reino de Dios se ha acercado a ustedes’.” Respecto a la actividad de los 70, la obra Matthew Henry’s Commentary (Comentario de Matthew Henry) informa: “Como su Amo, dondequiera que visitaban, predicaban de casa en casa”.
Las instrucciones que Jesús da a los 70 son similares a las que dio a los 12 cuando los envió en una campaña de predicación en Galilea como un año antes. Él no solo advierte a los 70 acerca de la oposición que afrontarán y los prepara para presentar el mensaje a los amos de casa, sino que les da poder para curar a los enfermos. Así, cuando Jesús llega poco después, muchas personas estarán deseosas de conocer al Amo cuyos discípulos pueden hacer cosas tan maravillosas.
La predicación de los 70, seguida por la obra de Jesús, no dura mucho tiempo. Pronto los 35 pares de predicadores del Reino empiezan a regresar a Jesús. “Señor —dicen con gozo—, hasta los demonios quedan sujetos a nosotros por el uso de tu nombre.” No hay duda de que este excelente informe de servicio emociona a Jesús, porque responde: “Contemplaba yo a Satanás ya caído como un relámpago del cielo. ¡Miren! Yo les he dado la autoridad para hollar bajo los pies serpientes y escorpiones”.
Jesús sabe que después del nacimiento del Reino de Dios en el tiempo del fin Satanás y sus demonios serán echados del cielo. Pero ahora el hecho de que simples humanos puedan expulsar a demonios invisibles sirve como garantía adicional de ese suceso venidero. Por lo tanto, Jesús habla de la caída futura de Satanás desde el cielo como cosa segura. Así, pues, es en sentido simbólico como se da autoridad a los 70 para hollar serpientes y escorpiones. Sin embargo, Jesús dice: “No se regocijen a causa de esto, de que los espíritus queden sujetos a ustedes, sino regocíjense porque sus nombres hayan sido inscritos en los cielos”.
Jesús se llena de gran gozo y alaba públicamente a su Padre por utilizar a estos siervos humildes suyos de manera tan maravillosa. Volviéndose a sus discípulos, dice: “Felices son los ojos que contemplan las cosas que ustedes contemplan. Porque les digo: Muchos profetas y reyes desearon ver las cosas que ustedes contemplan, pero no las vieron; y oír las cosas que ustedes oyen, pero no las oyeron”. (Lucas 10:1-24; Mateo 10:1-42; Revelación 12:7-12.)
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Un samaritano que ayuda a su prójimoEl hombre más grande de todos los tiempos
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Un samaritano que ayuda a su prójimo
JESÚS quizás está cerca de Betania, una aldea a unos tres kilómetros (dos millas) de Jerusalén. Un perito en la Ley de Moisés lo aborda con esta pregunta: “Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?”.
Jesús percibe que el hombre, un abogado, no está simplemente buscando información; más bien, desea someter a prueba a Jesús. Quizás lo que busque es que Jesús dé una respuesta que ofenda las susceptibilidades de los judíos. Por eso, Jesús hace que el abogado se comprometa en la cuestión al preguntarle: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?”.
El abogado, al responder, despliega perspicacia poco usual; cita de las leyes de Dios en Deuteronomio 6:5 y Levítico 19:18, así: “‘Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente’, y, ‘a tu prójimo como a ti mismo’”.
“Contestaste correctamente —responde Jesús—. Sigue haciendo esto y conseguirás la vida.”
Sin embargo, el abogado no está satisfecho. La respuesta de Jesús no es lo suficientemente específica para él. Quiere que Jesús confirme que los puntos de vista de él son correctos y, por eso, que él trata a otros con justicia. Por lo tanto, pregunta: “¿Quién, verdaderamente, es mi prójimo?”.
Los judíos creen que el término “prójimo” aplica solo a otros judíos, como parece indicar el contexto de Levítico 19:18. De hecho, después hasta el apóstol Pedro dijo: “Bien saben ustedes cuán ilícito le es a un judío unirse o acercarse a un hombre de otra raza”. De modo que tanto el abogado como quizás los discípulos de Jesús creen que son justos si tratan con bondad solo a otros judíos, puesto que, según su punto de vista, los no judíos no son en realidad su prójimo.
¿Cómo puede Jesús corregir ese punto de vista de sus oyentes sin ofenderlos? Les da un relato que quizás tiene base en un suceso real. “Cierto [judío] —explica Jesús— bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó entre salteadores, que lo despojaron y también le descargaron golpes, y se fueron, dejándolo medio muerto.”
“Ahora bien, por casualidad —continúa Jesús—, cierto sacerdote bajaba por aquel camino, pero, cuando lo vio, pasó por el otro lado. Así mismo, un levita también, cuando bajó al lugar y lo vio, pasó por el otro lado. Pero cierto samaritano que viajaba por el camino llegó a donde estaba y, al verlo, se enterneció.”
Muchos sacerdotes y sus auxiliares levitas que trabajan en el templo viven en Jericó, a una distancia de 23 kilómetros (14 millas) por una carretera peligrosa que baja 900 metros (3.000 pies) desde donde sirven en el templo de Jerusalén. Sería de esperarse que el sacerdote y el levita ayudaran a otro judío que se hallara en dificultades. Pero no lo hacen. Más bien, un samaritano lo ayuda. Los judíos odian tanto a los samaritanos que poco tiempo atrás habían insultado enconadamente a Jesús llamándolo “samaritano”.
¿Qué hace el samaritano para ayudar al judío? “Se le acercó —dice Jesús— y le vendó sus heridas, y vertió en ellas aceite y vino. Luego lo montó sobre su propia bestia y lo llevó a un mesón y lo cuidó. Y al día siguiente sacó dos denarios [más o menos el salario de dos días], se los dio al mesonero, y dijo: ‘Cuídalo, y lo que gastes además de esto, te lo pagaré cuando vuelva acá’.”
Después de dar este relato, Jesús pregunta al abogado: “¿Quién de estos tres te parece haberse hecho prójimo del que cayó entre los salteadores?”.
El abogado, que no quiere atribuir mérito a un samaritano, contesta sencillamente: “El que actuó misericordiosamente para con él”.
“Ve y haz tú lo mismo”, concluye Jesús.
Si Jesús le hubiera dicho de manera directa al abogado que los no judíos también eran su prójimo, no solo no habría aceptado su punto aquel hombre, sino que también pudiera haber sucedido que la mayoría de los presentes se pusieran de parte del abogado en su controversia con Jesús. Sin embargo, este relato conforme a la realidad hizo irrefutablemente obvio que entre nuestro prójimo hay personas que no son de la misma raza y nacionalidad que nosotros. ¡Qué excelente manera de enseñar tiene Jesús! (Lucas 10:25-37; Hechos 10:28; Juan 4:9; 8:48.)
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Consejo a Marta, e instrucciones sobre la oraciónEl hombre más grande de todos los tiempos
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Consejo a Marta, e instrucciones sobre la oración
DURANTE su ministerio en Judea, Jesús entra en la aldea de Betania. Aquí viven Marta, María y su hermano Lázaro. Puede que Jesús haya conocido a estas tres personas antes en su ministerio y por eso ya sea amigo íntimo de ellas. Sea como sea, Jesús ahora va a la casa de Marta, y ella lo recibe con gusto.
Marta desea ofrecer a Jesús lo mejor que tiene en su hogar. Sí, ¡es un gran honor que el Mesías prometido visite el hogar de uno! Por eso Marta se afana por preparar una comida de muchos platos y atender muchos otros detalles que contribuirán a que Jesús se sienta cómodo y disfrute de su visita.
Por otra parte, María, la hermana de Marta, se sienta a los pies de Jesús y presta atención a lo que él dice. Al poco rato Marta se acerca y dice a Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para atender las cosas? Dile, por lo tanto, que me ayude”.
Pero Jesús se niega a hablar a María al respecto. Más bien, aconseja a Marta por estar demasiado preocupada con asuntos materiales. “Marta, Marta —dice en su bondadosa censura—, estás inquieta y turbada en cuanto a muchas cosas. Son pocas, sin embargo, las cosas que se necesitan, o solo una.” Lo que Jesús dice es que no es necesario dedicar mucho tiempo a preparar muchos platos para una comida. Basta con unos pocos, o hasta con uno solo.
Las intenciones de Marta son buenas; desea ser hospitalaria. Sin embargo, ¡por su atención ansiosa a las provisiones materiales pierde la oportunidad de recibir instrucción personal del propio Hijo de Dios! Por eso Jesús llega a esta conclusión: “Por su parte, María escogió la buena porción, y no le será quitada”.
Después, en otra ocasión, cierto discípulo suplica a Jesús: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan también enseñó a sus discípulos”. Puede ser que este discípulo no estuviera presente alrededor de año y medio antes, cuando Jesús dio la oración modelo (que conocemos como el padrenuestro) en su Sermón del Monte. Por eso Jesús repite sus instrucciones, pero entonces pasa a dar una ilustración para recalcar que es necesario persistir en la oración.
“¿Quién de ustedes tendrá un amigo —comienza Jesús— e irá a él a medianoche y le dirá: ‘Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío acaba de venir a mí de viaje y no tengo qué poner delante de él’? Y aquel, desde dentro, en respuesta dice: ‘Deja de causarme molestia. La puerta ya está asegurada con cerradura, y mis niñitos están conmigo en la cama; no puedo levantarme y darte nada’. Les digo: Aunque no se levante a darle algo por ser su amigo, ciertamente por causa de su persistencia atrevida se levantará y le dará cuantas cosas necesite.”
Al hacer esta comparación Jesús no está dando a entender que Jehová Dios no esté dispuesto a responder a las peticiones, como el amigo del relato. No; está ilustrando que si un amigo que no quiere responder sí accede a lo que se le pide con persistencia, ¡cuánto más lo hará nuestro amoroso Padre celestial! De modo que Jesús añade: “Por consiguiente, les digo: Sigan pidiendo, y se les dará; sigan buscando, y hallarán; sigan tocando, y se les abrirá. Porque todo el que pide recibe, y todo el que busca halla, y a todo el que toca se le abrirá”.
Entonces Jesús hace una referencia a los padres humanos imperfectos y pecaminosos y dice: “Realmente, ¿qué padre hay entre ustedes que, si su hijo pide un pescado, le dará acaso una serpiente en vez de un pescado? ¿O si también pide un huevo, le dará un escorpión? Por lo tanto, si ustedes, aunque son inicuos, saben dar buenos regalos a sus hijos, ¡con cuánta más razón dará el Padre en el cielo espíritu santo a los que le piden!”. En verdad, ¡cuán vigorosamente nos estimula Jesús a persistir en la oración! (Lucas 10:38-11:13.)
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La fuente de la felicidadEl hombre más grande de todos los tiempos
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La fuente de la felicidad
JESÚS ejecutó milagros durante su ministerio en Galilea, y ahora repite los milagros en Judea. Por ejemplo, expulsa de cierto hombre un demonio que le había impedido hablar. Las muchedumbres se sorprenden, pero los críticos presentan la misma objeción que se presentó en Galilea. “Expulsa los demonios por medio de Beelzebub el gobernante de los demonios”, alegan. Otros quieren que Jesús dé más prueba de quién es, y tratan de tentarlo pidiéndole una señal del cielo.
Jesús sabe lo que piensan, y da a sus críticos de Judea la misma respuesta que dio a los de Galilea. Menciona que todo reino dividido contra sí mismo caerá. “Por eso —pregunta—, si Satanás también está dividido contra sí mismo, ¿cómo podrá estar en pie su reino?” Muestra lo peligrosa que es la postura que adoptan sus críticos cuando dice: “Si es por medio del dedo de Dios como yo expulso los demonios, el reino de Dios verdaderamente los ha alcanzado”.
Los que observan los milagros de Jesús deberían reaccionar a ellos como lo hicieron siglos antes los que vieron a Moisés ejecutar un milagro. Aquellos exclamaron: “¡Es el dedo de Dios!”. También fue “el dedo de Dios” lo que grabó los Diez Mandamientos en tablas de piedra. Y “el dedo de Dios” —su espíritu santo o fuerza activa— es lo que hace posible que Jesús expulse demonios y sane a los enfermos. Así que el Reino de Dios realmente ha alcanzado a estos críticos, pues Jesús, quien ha sido designado Rey del Reino, está allí en medio de ellos.
Jesús entonces ilustra que el que él pueda expulsar demonios es prueba de su poder sobre Satanás, tal como cuando un hombre más poderoso que otro hombre bien armado que vigila su palacio viene y vence a este. También vuelve a mencionar la ilustración que dio en Galilea respecto a un espíritu inmundo. El espíritu sale de cierto hombre, pero cuando el hombre no llena con cosas buenas el vacío que queda, el espíritu regresa con otros siete, y la condición de aquel hombre se hace peor que al principio.
Una mujer que es parte de la muchedumbre que escucha estas enseñanzas se siente impulsada a clamar en voz alta: “¡Feliz es la matriz que te llevó y los pechos que mamaste!”. Puesto que el deseo de toda judía es ser madre de un profeta, y particularmente del Mesías, se puede comprender por qué diría eso aquella mujer. Al parecer pensaba que María podía ser especialmente feliz por ser la madre de Jesús.
Sin embargo, Jesús se apresura a corregir a aquella mujer respecto a la verdadera fuente de la felicidad. “No —contesta—; más bien: ¡Felices son los que oyen la palabra de Dios y la guardan!” Jesús nunca dio a entender que debería darse honor especial a su madre, María. En vez de eso, mostró que la verdadera felicidad se halla en ser siervo fiel de Dios, no en vínculos ni logros materiales.
Como hizo en Galilea, aquí también Jesús pasa a reprender a la gente de Judea por pedir una señal del cielo. Les dice que no se les dará ninguna señal excepto la señal de Jonás. Jonás llegó a ser una señal tanto por sus tres días dentro del pez como por su predicación valerosa, que impulsó a los ninivitas a arrepentirse. “Pero, ¡miren! —dice Jesús—, algo más que Jonás está aquí.” De manera similar, la reina de Seba se maravilló por la sabiduría de Salomón. “Pero, ¡miren! —también dice Jesús—, algo más que Salomón está aquí.”
Jesús explica que cuando alguien enciende una lámpara no la pone en un escondrijo ni bajo una cesta, sino sobre un candelero para que la gente pueda ver la luz. Puede que insinúe que el enseñar y hacer milagros ante estas personas tercas de su auditorio es como esconder la luz de una lámpara. Los ojos de esos observadores no son sencillos, o no están enfocados, y se pierde el propósito de los milagros de Jesús.
Jesús acaba de expulsar un demonio y hacer que un mudo hable. ¡Esto debería mover a la gente de ojos sencillos, o enfocados, a aclamar esta gloriosa hazaña y proclamar las buenas nuevas! Pero eso no es lo que sucede entre estos críticos. Por eso Jesús concluye con estas palabras: “Está alerta, por lo tanto. Tal vez la luz que hay en ti sea oscuridad. Por lo tanto, si todo tu cuerpo está brillante sin absolutamente ninguna parte oscura, todo estará tan brillante como cuando una lámpara te alumbra con sus rayos”. (Lucas 11:14-36; Éxodo 8:18, 19; 31:18; Mateo 12:22, 28.)
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Una comida con un fariseoEl hombre más grande de todos los tiempos
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Una comida con un fariseo
DESPUÉS que Jesús contesta a unos críticos que cuestionan la fuente de su poder para curar a un hombre que no podía hablar, cierto fariseo lo invita a una comida en su casa. Antes de comer, los fariseos observan un rito de lavarse las manos hasta el codo. Hacen esto antes y después de una comida y hasta después de cada plato que se sirve. Aunque esta tradición no viola la ley escrita de Dios, va más allá de lo que Dios requiere respecto a limpieza ceremonial.
Cuando Jesús no observa esta tradición, su anfitrión se sorprende. Aunque el fariseo quizás no expresa verbalmente su sorpresa, Jesús la nota, y dice: “Ahora bien, ustedes los fariseos limpian el exterior de la copa y el plato, pero el interior de ustedes está lleno de saqueo e iniquidad. ¡Irrazonables! El que hizo lo exterior hizo también lo interior, ¿no es verdad?”.
Así Jesús denuncia la hipocresía de los fariseos que se lavan las manos en un rito, pero no lavan del corazón la iniquidad. Aconseja: “Den como dádivas de misericordia las cosas que están dentro, y ¡miren!, todas las otras cosas son limpias respecto a ustedes”. Deberían dar porque el corazón movido por el amor los impulsara a hacerlo, no por un deseo de impresionar a otros fingiendo justicia.
“¡Ay de ustedes, fariseos —continúa Jesús—, porque dan el décimo de la hierbabuena y de la ruda y de toda otra legumbre, pero pasan por alto la justicia y el amor de Dios! Tenían la obligación de hacer estas cosas, pero de no omitir aquellas otras.” La Ley que Dios dio a Israel exige que se paguen diezmos, o la décima parte, del producto de los campos. La hierbabuena y la ruda son plantas o hierbas pequeñas que se usan para condimentar los alimentos. Los fariseos se esmeran en pagar una décima parte de hasta estas hierbas insignificantes, pero Jesús los condena por pasar por alto el requisito más importante de mostrar amor, ejercer bondad y ser modestos.
Jesús continúa su condena así: “¡Ay de ustedes, fariseos, porque aman los asientos delanteros en las sinagogas y los saludos en las plazas de mercado! ¡Ay de ustedes, porque son como aquellas tumbas conmemorativas que no están expuestas a la vista, de modo que los hombres andan sobre ellas y no lo saben!”. Su inmundicia está oculta. ¡La religión de los fariseos presenta buena apariencia, pero interiormente carece de valor! Se basa en hipocresía.
Al oír esas palabras condenatorias, un abogado, uno de los que están versados en la Ley de Dios, se queja: “Maestro, al decir estas cosas nos insultas también a nosotros”.
Para Jesús estos peritos en la Ley también llevan responsabilidad, y por eso dice: “¡Ay, también, de ustedes los que están versados en la Ley, porque cargan a los hombres con cargas difíciles de llevar, pero ustedes mismos no tocan las cargas ni con uno de sus dedos! ¡Ay de ustedes, porque edifican las tumbas conmemorativas de los profetas, pero los antepasados de ustedes los mataron!”.
Las cargas que Jesús menciona son las tradiciones orales, pero estos abogados no eliminaban ni siquiera una pequeña regla para aliviar a la gente. Jesús revela que hasta consienten en el asesinato de los profetas, y advierte: “‘La sangre de todos los profetas vertida desde la fundación del mundo [será] demandada de esta generación, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue muerto entre el altar y la casa’. Sí, les digo, será demandada de esta generación”.
El mundo de la humanidad redimible comenzó cuando Adán y Eva tuvieron hijos; así, Abel vivió “desde la fundación del mundo”. Después del cruel asesinato de Zacarías, una fuerza siria devastó a Judá. Pero Jesús predice una devastación peor de su propia generación, debido a que es más inicua. Esta devastación ocurre unos 38 años después, en 70 E.C.
Jesús continúa expresando condena de este modo: “¡Ay de ustedes que están versados en la Ley, porque quitaron la llave del conocimiento; ustedes mismos no entraron, y a los que estaban entrando los estorbaron!”. Los peritos en la Ley tienen el deber de explicar la Palabra de Dios a la gente y darle a conocer su significado. Pero no lo hacen, y hasta privan a la gente de la oportunidad de entender.
Los fariseos y los peritos legales se enfurecen contra Jesús porque él los denuncia. Cuando él sale de la casa, empiezan a oponérsele furiosamente y a asediarlo con preguntas. Tratan de atraparlo, esperando que diga algo por lo cual puedan causar su arresto. (Lucas 11:37-54; Deuteronomio 14:22; Miqueas 6:8; 2 Crónicas 24:20-25.)
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La cuestión de la herenciaEl hombre más grande de todos los tiempos
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La cuestión de la herencia
PARECE que la gente sabe que Jesús ha estado comiendo en la casa del fariseo. Por eso, miles de personas se reúnen afuera y están esperando cuando Jesús sale. A diferencia de los fariseos que se oponen a Jesús y tratan de atraparlo diciendo algo equivocado, la gente está muy dispuesta a escucharle con aprecio.
Jesús, volviéndose primero a sus discípulos, dice: “Guárdense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”. Como se demostró durante la comida, todo el sistema religioso de los fariseos está lleno de hipocresía. Pero aunque una demostración exterior de piedad oculte la iniquidad de los fariseos, con el tiempo quedará desenmascarada. “Nada hay cuidadosamente ocultado —dice Jesús— que no haya de revelarse, ni secreto que no llegue a saberse.”
Jesús repite el estímulo que había dado a los 12 al enviarlos en una gira de predicación por Galilea. Dice: “No teman a los que matan el cuerpo y después de esto no pueden hacer nada más”. Puesto que Dios no olvida ni a un gorrioncillo, Jesús asegura a sus seguidores que Dios no los olvidará a ellos. Declara: “Cuando los lleven ante asambleas públicas y ante funcionarios de gobierno y autoridades, [...] el espíritu santo les enseñará en aquella misma hora las cosas que deben decir”.
De entre la muchedumbre, un hombre se expresa. “Maestro —solicita—, di a mi hermano que divida conmigo la herencia.” La Ley de Moisés estipula que el primogénito ha de recibir dos partes de la herencia, de modo que no debería haber razón para una disputa. Pero parece que este hombre desea más que su parte legal de la herencia.
Como es correcto, Jesús rehúsa envolverse en el asunto. “Hombre, ¿quién me nombró juez o repartidor sobre ustedes?”, pregunta. Entonces da esta amonestación vital a la muchedumbre: “Mantengan abiertos los ojos y guárdense de toda suerte de codicia, porque hasta cuando uno tiene en abundancia, su vida no resulta de las cosas que posee”. Sí; sin importar cuánto haya llegado a tener un hombre, normalmente muere y lo deja todo atrás. Para recalcar este hecho, y para mostrar la insensatez de no edificar una buena reputación ante Dios, Jesús usa una ilustración. Explica:
“El terreno de cierto hombre rico produjo bien. Por consiguiente, él razonaba dentro de sí, diciendo: ‘¿Qué haré, ya que no tengo dónde recoger mis cosechas?’. De modo que dijo: ‘Haré esto: demoleré mis graneros y edificaré otros mayores, y allí recogeré todo mi grano y todas mis cosas buenas; y diré a mi alma: “Alma, tienes muchas cosas buenas almacenadas para muchos años; pásalo tranquila, come, bebe, goza”’. Pero Dios le dijo: ‘Irrazonable, esta noche exigen de ti tu alma. Entonces, ¿quién ha de tener las cosas que almacenaste?’”.
Para concluir, Jesús dice: “Así pasa con el hombre que atesora para sí, pero no es rico para con Dios”. Puede que sus discípulos no caigan en el lazo insensato de acumular riquezas, pero las preocupaciones diarias de la vida pudieran fácilmente distraerlos de servir a Jehová con toda el alma. Por eso Jesús usa esta ocasión para repetir el excelente consejo que había dado como año y medio antes en el Sermón del Monte. Volviéndose a sus discípulos, dice:
“Por esta razón les digo: Dejen de inquietarse respecto a su alma, en cuanto a qué comerán, o respecto a su cuerpo, en cuanto a qué se pondrán. [...] Reparen en los cuervos, que ni siembran ni siegan, y no tienen ni troje ni granero, y sin embargo Dios los alimenta. [...] Reparen en los lirios, cómo crecen; no se afanan, ni hilan; pero les digo: Ni siquiera Salomón en toda su gloria se vistió como uno de estos. [...]
”Por eso, dejen de andar buscando qué podrán comer y qué podrán beber, y dejen de estar en ansiedad y suspenso; porque todas estas son las cosas en pos de las cuales van con empeño las naciones del mundo, pero el Padre de ustedes sabe que ustedes necesitan estas cosas. Sin embargo, busquen continuamente el reino de él, y estas cosas les serán añadidas”.
Estas palabras de Jesús deben considerarse con cuidado, especialmente durante tiempos de dificultad económica. La persona que se preocupa demasiado por sus necesidades materiales y empieza a aflojarse en sus actividades espirituales está de hecho demostrando falta de fe en que Dios puede suministrar a Sus siervos lo que necesitan. (Lucas 12:1-31; Deuteronomio 21:17.)
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¡Manténgase listo!El hombre más grande de todos los tiempos
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¡Manténgase listo!
DESPUÉS de decir a las muchedumbres que se guarden de la codicia, y de aconsejar a sus discípulos que no den atención indebida a lo material, Jesús anima a estos así: “No teman, rebaño pequeño, porque su Padre ha aprobado darles el reino”. Así revela que solo una cantidad relativamente pequeña de personas (después se especifica que son 144.000) estarán en el Reino celestial. La mayoría de los que reciban vida eterna serán súbditos terrestres del Reino.
¡Qué dádiva maravillosa, “el reino”! Jesús describe cómo deben responder a esa dádiva los discípulos, con esta exhortación: “Vendan las cosas que les pertenecen y den dádivas de misericordia”. Sí, deberían usar sus haberes para beneficiar espiritualmente a otras personas, y así edificarse “tesoro en los cielos que nunca falla”.
Jesús después aconseja a sus discípulos que estén listos para Su regreso. Dice: “Estén ceñidos sus lomos y encendidas sus lámparas, y sean ustedes mismos como hombres que esperan a su amo cuando vuelve de las bodas, para que, al llegar él y tocar, le abran al instante. ¡Felices son aquellos esclavos a quienes el amo al llegar halle vigilando! Verdaderamente les digo: Él se ceñirá y hará que se reclinen a la mesa, y vendrá a su lado y les servirá”.
En esta ilustración los siervos muestran que están listos al regresar su amo porque se han halado hacia arriba las vestiduras largas y las han sujetado con su ceñidor y han seguido atendiendo sus deberes hasta entrada la noche a la luz de lámparas con bastante combustible. Jesús explica: ‘Si el amo llega en la segunda vigilia [desde alrededor de las nueve de la noche hasta la medianoche], o en la tercera [desde la medianoche hasta alrededor de las tres de la mañana], y los halla listos, ¡felices son!’.
El amo recompensa extraordinariamente a sus siervos. Hace que se reclinen a la mesa y empieza a servirles. No los trata como esclavos, sino como amigos leales. ¡Qué excelente recompensa por haber continuado trabajando para su amo durante toda la noche mientras esperaban su regreso! Jesús concluye así: “Ustedes también, manténganse listos, porque a una hora que menos piensen viene el Hijo del hombre”.
Pedro ahora pregunta: “Señor, ¿nos dices esta ilustración a nosotros, o también a todos?”.
En vez de contestar directamente, Jesús da otra ilustración. Pregunta: “¿Quién es verdaderamente el mayordomo fiel [...] a quien su amo nombrará sobre su servidumbre para que siga dándoles su medida de víveres a su debido tiempo? ¡Feliz es aquel esclavo, si al llegar su amo lo halla haciéndolo así! Les digo en verdad: Lo nombrará sobre todos sus bienes”.
Obviamente el “amo” es Jesucristo. El “mayordomo” representa al “rebaño pequeño” de discípulos como cuerpo colectivo, y el término “servidumbre” se refiere a este mismo grupo de 144.000 personas que reciben el Reino celestial, pero esta expresión destaca su obra como individuos. Los “bienes” sobre los cuales se nombra al mayordomo fiel para que los atienda son los intereses reales del amo en la Tierra, que incluyen a los súbditos terrestres del Reino.
Jesús continúa la ilustración señalando a la posibilidad de que no todos los miembros de esa clase del mayordomo o esclavo sean leales, al explicar: “Mas si aquel esclavo dijera alguna vez en su corazón: ‘Mi amo tarda en venir’, y comenzara a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y emborracharse, vendrá el amo de aquel esclavo en un día en que este no lo espera [...], y lo castigará con la mayor severidad”.
Jesús indica que su venida ha ocasionado un tiempo de prueba ardiente para los judíos, a medida que unos aceptan y otros rechazan sus enseñanzas. Más de tres años antes él se había bautizado en agua, pero ahora su bautismo en la muerte va acercándose cada vez más a su conclusión, y, como dice Jesús: ‘¡Me siento angustiado hasta que quede terminado!’.
Después de dirigir esas palabras a sus discípulos, Jesús de nuevo habla a las muchedumbres. Se lamenta de que aquellas personas rehúsen tercamente aceptar la prueba clara de quién es él, y la importancia de esa prueba. “Cuando ven levantarse una nube en las partes occidentales —comenta—, en seguida dicen: ‘Viene una tempestad’, y así sucede. Y cuando ven que sopla el viento del sur, dicen: ‘Habrá una ola de calor’, y ocurre. Hipócritas, saben examinar la apariencia externa de la tierra y del cielo, ¿pero cómo es que no saben examinar este tiempo en particular?” (Lucas 12:32-59.)
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Se pierde una nación, con excepcionesEl hombre más grande de todos los tiempos
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Se pierde una nación, con excepciones
POCO después que Jesús habló con los que se habían reunido fuera de la casa de un fariseo, ciertas personas mencionan a “los galileos cuya sangre [el gobernador romano Poncio] Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos”. Puede ser que estos sean los galileos que murieron cuando miles de judíos protestaron contra el que Pilato usara el dinero de la tesorería del templo para construir un acueducto que llevara agua a Jerusalén. Los que le relatan esto a Jesús quizás insinúen que aquella calamidad les vino a los galileos debido a sus propias iniquidades.
Pero Jesús los corrige con la pregunta: “¿Se imaginan ustedes que porque estos galileos han sufrido estas cosas eso prueba que ellos eran peores pecadores que todos los demás galileos? No, les digo en verdad”, contesta Jesús. Entonces usa aquel incidente para dar esta advertencia a los judíos: “A menos que ustedes se arrepientan, todos ustedes igualmente serán destruidos”.
Jesús entonces les recuerda otra tragedia local, probablemente relacionada también con la construcción del acueducto. Pregunta: “O aquellos dieciocho sobre quienes cayó la torre de Siloam, matándolos, ¿se imaginan ustedes que con eso se probó que fueran mayores deudores que todos los demás hombres que habitaban en Jerusalén?”. No, no fue por su maldad que aquellas personas murieron, dice Jesús. Más bien, por lo general “el tiempo y el suceso imprevisto” son causa de tales tragedias. Sin embargo, Jesús de nuevo utiliza la ocasión para dar la advertencia: “A menos que ustedes se arrepientan, todos ustedes serán destruidos de la misma manera”.
Entonces Jesús presenta una ilustración apropiada en la que explica: “Cierto hombre tenía una higuera plantada en su viña, y vino buscando fruto en ella, pero no lo halló. Luego dijo al viñador: ‘Mira que ya van tres años que he venido buscando fruto en esta higuera, pero no lo he hallado. ¡Córtala! ¿Por qué, realmente, debe hacer que la tierra permanezca inútil?’. En respuesta él le dijo: ‘Amo, déjala también este año, hasta que cave alrededor de ella y le eche estiércol; y si entonces produce fruto en el futuro, bien está; pero si no, la cortarás’”.
Por más de tres años Jesús ha tratado de cultivar fe entre la nación judía. Pero solo se puede contar a unos centenares de discípulos como fruto de sus esfuerzos. Ahora, en el cuarto año de su ministerio, Jesús está intensificando sus esfuerzos; simbólicamente cava y pone estiércol alrededor de la higuera judía al predicar y enseñar con celo en Judea y Perea. ¡Pero de nada sirve! La nación rehúsa arrepentirse, y por eso se encamina a la destrucción. Solo un resto de la nación responde.
Poco tiempo después Jesús está enseñando en una sinagoga en sábado. Allí ve a una mujer que, porque un demonio la aflige, ha estado encorvada 18 años. Compadecido, Jesús le dice: “Mujer, se te pone en libertad de tu debilidad”. Entonces le impone las manos, y al instante ella se endereza y empieza a glorificar a Dios.
Sin embargo, el presidente de la sinagoga se encoleriza. “Seis días hay en que se debe hacer trabajo —protesta—; en estos, por lo tanto, vengan y sean curados, y no en día de sábado.” Así el presidente reconoce que Jesús tiene poder para curar, ¡pero condena a la gente por venir a curarse en sábado!
“Hipócritas —contesta Jesús—, ¿no desata del pesebre cada uno de ustedes en día de sábado su toro o su asno y lo lleva a beber? ¿No era propio, pues, que esta mujer que es hija de Abrahán, y a quien Satanás tuvo atada, ¡fíjense!, dieciocho años, fuera desatada de esta ligadura en día de sábado?”
Pues bien, cuando los opositores de Jesús oyen esto empiezan a avergonzarse. Sin embargo, la muchedumbre se regocija por todas las cosas gloriosas que ven hacer a Jesús. En respuesta, Jesús repite dos ilustraciones proféticas acerca del Reino de Dios que había dado desde una barca en el mar de Galilea alrededor de un año antes. (Lucas 13:1-21; Eclesiastés 9:11; Mateo 13:31-33.)
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