-
Los misioneros fomentan el aumento mundialLos testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
-
-
La dificultad de aprender un nuevo idioma
El pequeño grupo de misioneros que llegó a Martinica en 1949 tenía muy pocas nociones de francés, pero sabía que la gente necesitaba escuchar el mensaje del Reino. Con gran fe empezaron a ir de puerta en puerta, intentando leer unos cuantos versículos de la Biblia o un pasaje de la publicación que ofrecían. Con paciencia fueron aprendiendo cada vez más francés.
-
-
Los misioneros fomentan el aumento mundialLos testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
-
-
A Edna Waterfall, asignada a Perú, no le fue fácil olvidar la primera casa en la que intentó predicar en español. Con un sudor frío por todo el cuerpo, pronunció torpemente ante una anciana su presentación memorizada, le ofreció una publicación y quedó con ella en empezar un estudio bíblico. Entonces la señora dijo en perfecto inglés: “Está bien, todo esto es excelente. Estudiaré con usted; y lo haremos todo en español para que eso la ayude a aprender el idioma”. Turbada, Edna replicó: “¿Sabe usted inglés? ¿Y me ha permitido hacer todo esto en mi español tan flojo?”. “Fue bueno para usted”, contestó la señora. Y efectivamente, lo fue. Edna se dio cuenta pronto de que para aprender un idioma es importante hablarlo.
En Italia, cuando George Fredianelli intentó hablar el idioma, descubrió que nadie entendía lo que él creía que eran expresiones italianas (pero que en realidad eran palabras inglesas italianizadas). Para resolver el problema, decidió poner por escrito sus discursos a la congregación y leerlos directamente del papel. Pero una gran parte del auditorio se le dormía. De modo que descartó ese sistema, empezó a discursar con espontaneidad y pidió al auditorio que le ayudara cuando se atascara. Esto mantuvo despierto al auditorio y le ayudó a él a progresar.
-
-
Los misioneros fomentan el aumento mundialLos testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
-
-
Aprender el idioma local ha sido un factor importante para ganarse la confianza de la gente. En algunos lugares se mira a los extranjeros con cierta desconfianza. Hugh y Carol Cormican han servido antes y después de casarse en un total de cinco países africanos. Conocen bien la desconfianza que a menudo existe entre africanos y europeos. No obstante, dicen: “Si se habla en el idioma local se elimina rápidamente ese sentimiento. Además, algunos que no están dispuestos a escuchar las buenas nuevas de boca de los de su propio país, nos escuchan a nosotros de buena gana, se quedan con publicaciones y empiezan a estudiar, porque nos hemos esforzado por hablarles en su propio idioma”. Con ese objetivo, el hermano Cormican aprendió cinco idiomas, aparte del inglés, y la hermana Cormican seis.
Obviamente, se pueden presentar problemas cuando se está aprendiendo un nuevo idioma. Un hermano asignado a Puerto Rico preguntaba a los amos de casa si querían escuchar un mensaje bíblico grabado en un disco, y cuando estos le respondían: “¡Cómo no!” cerraba su gramófono y se iba a la siguiente puerta. A él le parecía que le estaban diciendo “no”, y tardó algún tiempo en darse cuenta de que la expresión significa: “Sí, ¿por qué no?”. Por otra parte, los misioneros no entendían a veces a los amos de casa cuando estos les decían que no les interesaba su mensaje, de manera que les seguían dando testimonio. A consecuencia de esto, algunos amos de casa comprensivos salieron beneficiados.
También se producían situaciones cómicas. Leslie Franks, que servía en Singapur, aprendió a tener cuidado para no decir “coco” (kelapa) en lugar de “cabeza” (kepala), ni “hierba” (rumput) en lugar de “cabello” (rambut). Un misionero asignado a Samoa quería preguntarle cortésmente a un nativo por su esposa, pero pronunció mal esta última palabra, y lo que le preguntó fue: “¿Cómo está su barba?” (por cierto, el hombre no tenía barba). En Ecuador, en una ocasión en la que Zola Hoffman iba en el autobús, el conductor arrancó bruscamente y Zola que iba de pie, perdió el equilibrio y fue a caer sentada sobre las rodillas de un hombre. Toda abochornada, trató de disculparse, pero se equivocó de expresión y le dijo: “Con su permiso”. El hombre contestó de buen grado: “Siéntase cómoda, señora”, lo que provocó las carcajadas de los demás pasajeros.
No obstante, era de esperar que hubiera buenos resultados en el ministerio, porque los misioneros ponían gran empeño. Lois Dyer, que llegó a Japón en 1950, recuerda el consejo que le dio el hermano Knorr: “[Hágalo] lo mejor que pueda, y, aunque cometa errores, ¡haga algo!”. La hermana siguió el consejo, y lo mismo hicieron muchos más. Durante los siguientes cuarenta y dos años los misioneros enviados a Japón vieron aumentar la cifra de proclamadores del Reino en el país de unos pocos a más de 170.000, y el crecimiento ha continuado. ¡Qué recompensa tan espléndida por buscar la guía de Jehová y hacer el esfuerzo de aprender un idioma!
-