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    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
    • El relato de Génesis menciona que una parte de la familia humana postdiluviana se unió en un proyecto contrario a la voluntad divina, que se le había dado a conocer a Noé y a sus hijos. (Gé 9:1.) En lugar de esparcirse y ‘llenar la tierra’, se propusieron centralizar la sociedad humana, concentrándose en un lugar de la llanura de Sinar (Mesopotamia). Este también habría de convertirse en un centro religioso, con una torre para esos fines. (Gé 11:2-4.)

      El Dios Todopoderoso impidió que llevasen a cabo su presuntuoso proyecto, confundiendo su lengua, lo que imposibilitó que coordinaran el trabajo y los obligó a esparcirse por todas partes de la Tierra.

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    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
    • Normalmente, la filología, el estudio comparativo de los idiomas, clasifica a estos en diferentes “familias”. La “lengua fundamental común” de cada familia principal aún no se ha identificado; con mucha menos razón, por lo tanto, se conoce la “lengua fundamental común” de los miles de idiomas que se hablan en la actualidad. El registro bíblico no dice que todos los idiomas descendieron o se ramificaron del hebreo. En lo que comúnmente se llama “la tabla de las naciones” (Gé 10) están los descendientes de los hijos de Noé —Sem, Cam y Jafet—, y en cada caso están agrupados ‘según sus familias, según sus lenguas, en sus tierras, por sus naciones’. (Gé 10:5, 20, 31, 32.) Por tanto, parece ser que cuando Jehová Dios confundió el lenguaje humano de manera milagrosa, no produjo dialectos del hebreo, sino varios idiomas completamente nuevos, con los que se podía expresar toda la gama de sentimientos y pensamientos humanos.

      Por lo tanto, después que Dios confundió su lenguaje, los edificadores de Babel carecían de “un solo conjunto de palabras” (Gé 11:1), es decir, un vocabulario común, y no tenían una misma gramática o manera común de expresar la relación entre las palabras. El profesor S. R. Driver escribe: “Sin embargo, las lenguas no solo difieren en gramática y raíces, sino también [...] en cómo se construyen las ideas en la oración. Las diferentes razas no piensan del mismo modo, y, en consecuencia, las formas que adopta la oración en diferentes lenguas no son las mismas”. (A Dictionary of the Bible, edición de J. Hastings, 1905, vol. 4, pág. 791.) Por consiguiente, diferentes idiomas requieren diferentes patrones de pensamiento, lo que dificulta al estudiante de otro idioma ‘pensar en ese idioma’. (Compárese con 1Co 14:10, 11.) Por esa razón, una traducción literal bien pudiera parecer ilógica y carente de sentido. En consecuencia, cuando Jehová Dios confundió el habla en Babel, es probable que primero borrara todo recuerdo del lenguaje común anterior, y luego no solo introdujera en la mente de aquellas personas nuevos vocabularios, sino que además cambiara sus patrones o procesos de pensamiento, y así diera lugar a gramáticas nuevas. (Compárese con Isa 33:19; Eze 3:4-6.)

      Se da el caso, por ejemplo, de que ciertos idiomas son monosilábicos (compuestos de palabras de una sola sílaba), como el chino. En cambio, los vocabularios de otros idiomas se forman en gran parte por aglutinación, es decir, yuxtaposición de palabras. Por ejemplo, la voz alemana Hausfriedensbruch significa literalmente “casa-de paz-rompimiento”, de modo que se podría traducir en algunos casos, a fin de hacerlo más entendible al hispanohablante, por “allanamiento de morada”. En algunos idiomas la sintaxis —el orden de las palabras en la oración— es muy importante; en otros, sin embargo, importa poco. Asimismo, algunos idiomas tienen muchas conjugaciones (o formas verbales), mientras que otros, como el chino, no tienen ninguna. Se podrían citar innumerables diferencias; cada una de ellas exige un ajuste de nuestro esquema mental, lo que a menudo exige un gran esfuerzo.

      Parece ser que con el transcurso del tiempo las lenguas originales que resultaron de la acción divina en Babel produjeron dialectos emparentados. Estos dialectos se desarrollaron hasta formar idiomas separados, y su relación con los otros dialectos “hermanos” o con la “lengua fundamental común” se hizo en ocasiones prácticamente imperceptible. Incluso los descendientes de Sem, que al parecer no figuraron entre la muchedumbre de Babel, no solo hablaron hebreo, sino también arameo, acadio y árabe. Diversos factores han contribuido históricamente al cambio en los idiomas: separación por distancia o barreras geográficas, guerras y conquistas, deterioro de las comunicaciones e inmigración de otros grupos lingüísticos. Debido a estos factores, las principales lenguas de la antigüedad se han fragmentado; algunas se han fusionado parcialmente con otras, mientras que otras lenguas han desaparecido por completo, reemplazadas por las de los pueblos conquistadores.

      La investigación lingüística concuerda con la información expuesta. En The New Encyclopædia Britannica (1985, vol. 22, pág. 567) se hace el siguiente comentario: “Los testimonios más antiguos en lengua escrita —el único registro fósil de escritura con el que el hombre puede contar— datan de no más de unos cuatro mil o cinco mil años”. Un artículo publicado en la revista Science Illustrated (julio de 1948, pág. 63) observa: “Las formas más antiguas de los idiomas que hoy conocemos fueron mucho más difíciles que sus descendientes modernos [...], parece que el hombre no comenzó con un habla sencilla que progresivamente se hizo más compleja, sino, más bien, que se valió de un habla sumamente compleja en sus albores y con el tiempo la simplificó hasta las formas modernas”. El doctor Mason, lingüista contemporáneo, también señala que “la idea de que los ‘salvajes’ hablan con una serie de gruñidos y no pueden expresar muchos conceptos ‘civilizados’ está muy equivocada”, y que “muchos de los idiomas de los pueblos de escasa cultura son bastante más complejos que los idiomas europeos modernos”. (Science News Letter, 3 de septiembre de 1955, pág. 148.) Por lo tanto, las pruebas están en contra de un origen ‘evolutivo’ del habla o de las lenguas antiguas.

      Sir Henry Rawlinson, filólogo orientalista, observó lo siguiente sobre el foco desde donde empezaron a esparcirse los lenguajes antiguos: “Si nos hubiésemos de guiar por la mera intersección de sendas lingüísticas, sin depender en absoluto de las referencias al registro de las Escrituras, aún se nos llevaría a fijar en las llanuras de Sinar el foco del que irradiaron las diferentes ramas [lingüísticas]”. (The Journal of the Royal Asiatic Society of Great Britain and Ireland, Londres, 1855, vol. 15, pág. 232.)

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