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  • Intentan evitar que la Palabra de Dios llegue a las masas
    ¡Despertad! 2011 | diciembre
    • Con los años, el latín fue perdiendo su importancia como lengua hablada, hasta el punto de que solo lo conocía la gente bien educada. La Iglesia Católica se opuso a los intentos por trasladar la Biblia a otras lenguas, argumentando que los únicos idiomas adecuados eran el hebreo, el griego y el latín.a

      Las divisiones de la Iglesia y la traducción bíblica

      En el siglo IX, dos misioneros de Tesalónica llamados Metodio y Cirilo, actuando en representación de la Iglesia oriental bizantina, fomentaron el uso de la lengua eslava en la liturgia. Su finalidad era que los pueblos eslavos del este de Europa, que no entendían griego ni latín, aprendieran de Dios en su propia lengua.

      No obstante, ambos misioneros tuvieron que hacer frente a la feroz oposición del clero alemán, que intentaba imponer el latín como barrera defensiva contra el creciente influjo del cristianismo bizantino. Obviamente, para la Iglesia pesaba más el poder que la instrucción religiosa de la gente. Las tensiones cada vez mayores entre las ramas oriental y occidental de la cristiandad desembocaron en 1054 en la separación entre el catolicismo romano y la ortodoxia oriental.

      La lucha contra la traducción de la Biblia

      Finalmente, el catolicismo elevó el latín a la categoría de lengua santa. Por esta razón, cuando Vratislao, duque de Bohemia, le pidió permiso en 1079 al papa Gregorio VII para realizar los oficios religiosos en eslavo, este le respondió: “Nos es imposible acceder a vuestra demanda”. ¿Por qué?

      “Dios ha querido que la sagrada Escritura fuese oscura en muchos lugares —prosiguió el Papa⁠— para que, siendo sobrado sencilla y clara, no suministrase motivo de error a espíritus vulgares presuntuosos.”

      El clero limitó gravemente el acceso de la gente común a la Biblia y se aseguró de que así se quedaran las cosas. Esta situación le confirió poder sobre las masas. No quería que el vulgo incursionara en dominios que consideraba suyos.

      En 1199, el papa Inocencio III calificó de “herejes” a quienes osaron traducir la Biblia al francés y discutirla entre ellos, y les aplicó estas palabras de Jesús: “No den lo santo a los perros, ni tiren sus perlas delante de los cerdos” (Mateo 7:6). ¿Qué pretendía el Papa con este argumento? “Que ningún simple e indocto presuma tocar a la sublimidad de la Sagrada Escritura ni predicarla a otros”, escribió. A menudo, los que contravenían su decreto eran entregados a los inquisidores, quienes los torturaban para que confesaran. Los que se negaban a retractarse eran quemados vivos.

      Durante la larga batalla en torno al derecho de poseer y leer la Biblia se citó con frecuencia esta epístola papal como apoyo para prohibir el empleo y la traducción de las Sagradas Escrituras. Poco después de promulgado el decreto de Inocencio, comenzó la quema de biblias en lenguas vernáculas y, en ocasiones, también de algunos de sus dueños. En siglos subsiguientes, los obispos y gobernantes de la Europa católica procuraron por todos los medios hacer cumplir la prohibición papal.

      La jerarquía católica sabía perfectamente que gran parte de sus enseñanzas no se fundaban en la Biblia, sino en la tradición eclesiástica. Esta fue, sin duda, una de las razones de su renuencia a dejar que los fieles tuvieran acceso a ella. Si estos la leían, se darían cuenta de la incompatibilidad que había entre las doctrinas de la Iglesia y las Escrituras.

  • Intentan evitar que la Palabra de Dios llegue a las masas
    ¡Despertad! 2011 | diciembre
    • a Esta idea parece haber nacido de los escritos del obispo español Isidoro de Sevilla (560-636), quien sostuvo: “Tres son las lenguas sagradas: la hebrea, la griega y la latina, que de una manera especial destacan en todo el mundo. En esas tres lenguas escribió Pilatos sobre la cruz del Señor la causa de su muerte”. Téngase en cuenta que ese rótulo se colocó en estos tres idiomas por decisión de los romanos paganos, no por orden divina.

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