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  • Una misión de misericordia en Judea
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Parece que poco después de dar Jesús esta ilustración llega un mensajero. Lo han enviado María y Marta, las hermanas de Lázaro, quienes viven en Betania de Judea. “Señor, ¡mira!, está enfermo aquel a quien le tienes cariño”, dice el mensajero.

      Jesús contesta: “Esta enfermedad no tiene la muerte como su objeto, sino que es para la gloria de Dios, a fin de que el Hijo de Dios sea glorificado mediante ella”. Después de permanecer dos días donde se halla, Jesús dice a sus discípulos: “Vamos otra vez a Judea”. Sin embargo, ellos le recuerdan esto: “Rabí, hace poco procuraban apedrearte los de Judea, ¿y vas allá otra vez?”.

      “Hay doce horas de luz del día, ¿no es verdad?”, pregunta Jesús al responder. “Si alguien anda en la luz del día no choca contra nada, porque ve la luz de este mundo. Pero si alguien anda de noche, choca contra algo, porque la luz no está en él.”

      Parece que lo que Jesús quiere decir es que las “horas de luz del día” —o el plazo que Dios ha designado para el ministerio terrestre de Jesús— todavía no han pasado, y nadie puede hacerle daño hasta que pasen. Él tiene que aprovechar el poco tiempo de “luz del día” que le queda, porque después vendrá la “noche”, cuando sus enemigos lo habrán matado.

      Jesús añade: “Nuestro amigo Lázaro está descansando, pero yo me voy allá para despertarlo del sueño”.

      Los discípulos, obviamente pensando que Lázaro está reposando en su sueño y que eso es señal clara de que recobrará la salud, responden: “Señor, si está descansando, recobrará la salud”.

      Entonces Jesús les dice francamente: “Lázaro ha muerto, y me regocijo, por causa de ustedes, de que yo no haya estado allí, a fin de que ustedes crean. Pero vamos a él”.

      Tomás, quien se da cuenta de que Jesús se expone a la muerte en Judea, pero quiere darle apoyo, anima a sus condiscípulos: “Vamos nosotros también, para que muramos con él”. Por eso, arriesgando la vida, los discípulos acompañan a Jesús en su viaje a Judea en una misión de misericordia.

  • La esperanza de la resurrección
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • La esperanza de la resurrección

      AL FIN Jesús llega a las cercanías de Betania, una aldea como a tres kilómetros (dos millas) de Jerusalén. Esto sucede pocos días después de la muerte y el entierro de Lázaro. María y Marta, las hermanas de Lázaro, todavía están de duelo por él, y muchas personas vienen a su hogar a consolarlas.

      Mientras las hermanas están de duelo, alguien informa a Marta que Jesús se acerca. Ella entonces se apresura a ir a su encuentro, aparentemente sin decir nada a su hermana. Al llegar a donde está Jesús, Marta repite lo que ella y su hermana tienen que haber dicho muchas veces durante los pasados cuatro días: “Si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto”.

      Sin embargo, Marta expresa esperanza cuando da a entender que Jesús todavía podría hacer algo por su hermano. “Sé que cuantas cosas pidas a Dios, Dios te las dará”, dice.

      “Tu hermano se levantará”, promete Jesús.

      Para Marta, Jesús está hablando de una resurrección terrestre futura, lo que también esperaban Abrahán y otros siervos de Dios. Por eso responde: “Yo sé que se levantará en la resurrección en el último día”.

      Sin embargo, Jesús da esperanza de alivio inmediato cuando responde: “Yo soy la resurrección y la vida”. Le hace recordar a Marta que Dios le ha dado a él poder sobre la muerte, al decir: “El que ejerce fe en mí, aunque muera, llegará a vivir; y todo el que vive y ejerce fe en mí no morirá jamás”.

      Jesús no le está sugiriendo a Marta que los fieles que están vivos en ese tiempo no morirán jamás. No; lo que está indicando es que el ejercer fe en él puede llevar a vida eterna. De esa vida disfrutará la mayoría de la gente como resultado de ser resucitada en el último día. Pero otras personas fieles sobrevivirán al fin de este sistema de cosas en la Tierra, y para estas las palabras de Jesús serán verídicas en sentido muy literal. ¡Jamás tendrán que morir! Después de esta notable declaración, Jesús pregunta a Marta: “¿Crees tú esto?”.

      “Sí, Señor —contesta ella—; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, Aquel que viene al mundo.”

      Marta entonces se apresura a llamar a su hermana, y le dice en privado: “El Maestro está presente, y te llama”. María sale inmediatamente de la casa. Cuando otros la ven salir, la siguen, pues creen que va a la tumba conmemorativa.

      Al llegar a donde está Jesús, María cae a sus pies llorando. “Señor, si tú hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”, dice. Jesús se conmueve profundamente cuando ve que María y las muchedumbres que la siguen lloran. “¿Dónde lo han puesto?”, pregunta.

      “Señor, ven y ve”, contestan.

      Jesús también cede a las lágrimas, y los judíos dicen: “Mira, ¡cuánto cariño le tenía!”.

      Algunos recuerdan que pocos meses antes, al tiempo de la fiesta de los Tabernáculos, Jesús había sanado a un joven que había nacido ciego, y preguntan: “¿No pudiera este hombre, que abrió los ojos al ciego, haber impedido que este muriera?”.

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